Nulla dies sine linea

29 diciembre 2009

La nuca

Como cada día sale el sol, gélido aún, con una timidez que tarda en inundar de luz potente los lugares que baña, y todo se desarrolla con el mismo protocolo silencioso de cada mañana.
Bajo las escaleras de esta casa que aún extraño y los pies desnudos pisan unas alfombras de áspera dureza que me resulta desconocida, la música de la radio me acompaña mientras desayuno con intermitentes tragos al zumo y fugaces vistazos al reloj de la pared. Al abrir la puerta de la calle los restos de la tenaz helada del amanecer me saludan, y me respingo con la bolsa a cuestas. Así comienza otro día en un país que no es el mío y en otra casa y con otro semblante en mi rostro; no me quejo de mi puesto ni de cómo me va, pero me sorprendo a menudo paseando y pensando en las historias que hay tras mi nuca y en todo lo que se ha quedado atrás silenciado, en lugares que ya no visito y ciudades por las que ya no paso, porque están impregnadas de ese compañero terrible e inaccesible que es el pasado. Si echo la vista atrás el manojo de recuerdos nunca se reduce a largas situaciones, siempre es el roce de una mano, una mirada, una palabra dicha desde la temeridad de la sinceridad, el olor de una tarde, el amargo sabor de apurar un perdón más. Pero son esos pequeños detalles los que más se tardan en irse, los que quedan cobijados en algún lugar del cerebro e intentan el abordaje de tu melancolía en diferentes momentos.
Salgo, miro cervecerías y luego desgasto un sábado más en locales, mecánicamente, sin esperar sentir más de lo esperado; y hablo con mujeres, y lo paso bien, y dejo a los sentidos ceder ante el agradable efecto del ron, e intercambio miradas de complicidad con hermosas desconocidas y alguna vez despierto y me voy sin un hasta luego, pero os aseguro que no existe nada como notar los restos de días mejores y de barras donde intercambiabas sensaciones verdaderas, y saber que lo que tienes ahora sólo es una implantación artificial, sólo son parches, amnesia impuesta para acallar las últimas llagas de eso que algunos románticos llaman amor. Y es algo que permanece. Que por muchos bares que recorra y muchas fiestas que cierre ese invisible olor de su perfume y el regusto de los tragos embelesado en su pelo nunca desaparece.
Antes siempre la soñaba y sabía que la tenía cerca, ahora me parece que su sonrisa vive a diez mil años luz de mi salón gris. Y compruebo que los kilómetros de por medio sólo añaden dolor, pero más que ella lo que más repercute en los recuerdos es esa certeza de que lo que tenía entonces, en un país que no es el mío y en otra casa y con otro semblante en mi rostro, era lo más parecido a la felicidad.

22 diciembre 2009

De vidas y pantallas

Cada persona tiene su propia manera de entender el mundo, su visión de la vida, sus heridas y sus ideales, los sueños y las cicatrices que vuelven o se sumergen o intentan regresar o se mueren. Por eso a cada cual le llega de manera distinta una película, una frase, un rostro, una historia. Todos tiene su película favorita, su identificación con una forma de comprender la vida, de encararse a ella o sostenerla. Sentir el añarazo al involucrarte, de entrar a fomrar parte perdurable de tu existencia. Puedes admitir rotundamente la excelencia de un filme pero sabes que jamás la nombrarías tu predilecta, y puedes enamorarte sin condiciones y sentirte tocado por una cinta evidentemente menor, o puedes encontrar una que sea rotundamente genial.
Siempre tuvo un mal concepto de las mujeres, por eso la película favorita de Andrés es ‘Cara de Ángel’, la mujer fatal representada por Jean Simmons, ese rostro hermoso y peligroso, esa cara angelical que engulle las envidias y el odio y lleva al desastre a un incauto Robert Mitchum, con final tan trágico como genial, con ese taxi pitando ante la puerta de una casa donde ya no queda nadie.
Clara, partícipe de un amor que se le volvió a aparecer después de una década, siente desde siempre predilección por ‘Johnny Guitar’, el regreso de amantes sin el derecho a olvidarse, esa necesidad de escuchar las mentiras para engañar a tu alma en un western tan atípico que no queda otra que adorarlo. David no puede dejar de ver una y otra vez ‘Muerde la bala’, Gene Hackman defensor de los animales, una carrera contra la distancia y contra sí mismo, una victoria de dos acordada por la dignidad de la amistad por encima de todo. Para Santi, nómada y vividor, la película de aventuras por excelencia, la obra más completa con todos los ingredientes, es sin discusión ‘El hombre que pudo reinar’, el cinismo de la adorable pareja protagonista, su desenfadada visión de la vida y Sean Connery cantando en el puente que lo va a despeñar son mezcla de sensaciones que la elevan a su olimpo particular. Para un incondicional del jazz como Martín la obra maestra de Eastwood ‘Bird’ es el canto del cisne del clasicismo biográfico.
Ignacio afirma categóricamente que la meca del cine es ‘Doce hombres sin piedad’ por lo inusual de su planteamiento, la factura impecable en un único decorado y el poder de la palabra como arma al servicio de un guión envolvente. A Fran, militar de vocación, ‘La chaqueta metálica’ le marcó profundamente, ese desvío del humillado hacia su locura personal, la tontería de la guerra y el dilema de ejecutar a una combatiente herida, todo al estilo Kubrick.
Para Eduardo, aficionado empedernido al póker, la película de su vida es sin duda ‘El rey del juego’, la dignificación de la derrota absoluta, quedarse a las puertas de la gloria, recibir el perdón de la mujer a la que traicionaste.
Camino tiene a ‘Cinema Paradiso’ por encima de cualquier otra, y el final de los besos censurados representa para ella todos los besos perdidos a lo largo de una vida en la que, como el protagonista, le ha tocado esperar una llamada o unas noticias que nunca llegaron.
Chema siente una identificación dolorosa con el niño de ‘Los 400 golpes’, su descontento con el mundo y la represión que simboliza el colegio y su búsqueda de esa libertad que es el mar. La película preferida de María es ‘Rio Rojo’, esa historia del padre y el hijo adoptivo tiene mucho que ver con ella, las disputas y la odisea, el viaje hacia un imposible que sólo se consigue a veces con medidas desproporcionadas y viviendo con las heridas que el tiempo va fraguando en el carácter.
A César, derrotado por las circunstancias y la resignación a ver partir al amor de su vida, la única despedida que le hiela el corazón es entre dos seres obligados a ser los protagonistas de pasiones efímeras e imposibles y ocurre en el aeropuerto de una ciudad llamada Casablanca.

10 diciembre 2009

Huida

Mara se despertó aletargada y con una sensación de sequedad en la boca, que le descendía hasta la garganta y hacía de su esófago un lugar en erosión. Al abrir los ojos sintió una ausencia que se tornó en extraña expectación, y al girar la cabeza descubrió que estaba sola en la cama. Se incorporó y ni siquiera pudo apreciar el rastro de su olor ni su sombra entre las sábanas desechas.
Recorrió la casa descalza pero en todas las estancias se palpaba ese sentimiento de vacío, sin el ambiente cargado que su presencia otorgaba a la vivienda desde hacía aproximadamente un año. No podía creer que fuera así, en vacaciones, en estas fiestas que se volverían diferentes.
Miró en la cocina y en el comedor en busca de alguna prueba o rastro que aclarara la marcha, pero en sus habituales estantes no había nada, ni sentía el imperceptible manto con el que siempre la cubría. Todo lo demás estaba en su sitio, su domicilio seguía igual, pero él no estaba.
Intentó repasar en su cabeza los últimos días, si había sucedido algo que conllevara la actual situación, qué podía haber cambiado, trató de descifrar esa misteriosa huida sin previo aviso, pero no encontró cosa alguna que hiciera presagiar, como si estuviera escrito, como si tarde o temprano tuviera que pasar; un destino reservado a personas como ella, con alguna enseñanza oculta.
Que se fuera de la noche a la mañana la dejaba descolocada, era más la curiosidad lo que la intrigaba. Durante todo un año habían sido uña y carne, y nunca se había separado de ella, fiel compañero en los momentos más duros, por lo que no entendía como iba a alejarse de aquella extraña manera. Tal vez las cosas sucedan de esa forma, quizás cuando menos te lo esperas simplemente es así, te despiertas un día y todo ha cambiado.
Se sentó en la cocina con una taza de café, a esperar. Pero nada, ni siquiera se movió algo en su interior que indicara lo contrario. Vagó por el piso, encendió la televisión y del aparato salieron brillantes imágenes compuestas de seres sonrientes y agradables melodías. Se acercó a la ventana y dejó que entrara el aire fresco, cubriéndola de una agradable sensación. Tal vez esto indique algo, tal vez ahora de verdad sea su momento.
Espero durante todo el día, sin salir, pero nada ocurrió. Respiró profundamente. Era verdad. Se había ido. El miedo ya no estaba allí.

01 diciembre 2009

Números

En mis nada lejanos años de corresponsal, antes de que la cojera me apartara de batallitas y me convenciera de sentarme en una redacción a dar a la tecla, fue mi fiel acompañante el cámara Jaime Torbado, imponente y menudo muchachón de espaldas como tendales y un temple de hierro. Allí donde las ponían tiesas y había que mandar a alguien, allí ibamos los dos, como una pareja de hecho; y de hecho eramos los reporteros más respetados a esta parte de los Pirineos. Cada uno en lo suyo. Yo mirando, escribiendo y cavilando. Guardando en la memoria lo que veía, para luego informar. Él con su cámara a cuestas, reflejando cosas que tan sólo podían ser contadas sin palabras. Y qué huevos le echaba. Se acercaba tanto allí donde repartían pepinazos que podía oír las balas silbar por encima de su cabezota.
Recuerdo una vez en Kosovo que iba detrás suya con los testículos a la altura del cuello de la camisa cuando un obús nos cayó tan cerca que las pestañas se nos pusieron morenas, y al llegar corriendo a cobijarnos tras unos escombros, de la tensión acumulada nos empezamos a partir el culo de risa. Un descojones brutal, mientras unos metros más atrás, un guiri de la NBC nos miraba como a dos putas cabras.
A Jaime en su tiempo libre le gustaba sentarse a mi lado, sacar la petaca de su montante y con la mirada puesta en el horizonte contaba historias de furcias en El Raval de Barcelona.
Juntos recorrimos algunos de los lugares más sórdidos de Serbia, en una época en que la muerte esperaba a cada ciudadano en el campo de batalla.
Ambos pactamos en una insensatez muy nuestra algo que nos unió. Una noche, en un poblado de África de cuyo nombre no puedo acordarme, un rústico tatuador negro como la noche nos llenaba de la misma tinta el hombro izquierdo, mientras reíamos y chillábamos con sendas botellas en la mano. A la mañana siguiente el descojone también fue considerable.
En Irak cada poco nos informaban de periodistas de cualquier país a los que les habían dado matarile. Fuego amigo decían. Nunca nos importó, le habíamos perdido todo respeto a la guerra. Sobre todo Torbado, que cada vez parecía un soldado más entre ese horror, infiltrado con su cámara hasta las primeras líneas.
Sólo una vez lo vi titubear. Partidario de grabar todo lo que acontece, cuando llegamos a un pueblo iraquí donde la aviación había bombardeado una escuela, mirando los cuerpos destrozados y los restos calcinados de aquellos niños, Jaime apagó su cámara, dio media vuelta y se fue al jeep sin decir palabra en el resto del día.
Apretaba el ejército americano en su máxima ofensiva previa a la caída del régimen, cuando una imprevista maniobra de ambas partes nos pilló en el medio de una lluvia de fuego. Un destartalado sótano cerrado fue mi refugio cuando las vi muy jodidas. Llamé a Jaime que se dedicaba a coger planos para que viniera, pero el loco desgraciado se empeñó en recoger ese burtal e impactante espectáculo visual. Lejos de venir, avanzó hasta ponerse tras una columna que estaba en mitad de la nada. Yo gritaba como un loco pero no me podóa oír por el ensordecedor estruendo de la artillería.
Fue una ráfaga de metralleta de tanque de la que partió la bala que le atraveso la arteria femoral de parte a parte. Al ver su pierna ceder como si fuera chicle, me lancé corriendo y llegué donde él estaba. Lo agarré en un seco golpe y me lo puse a los hombros. Él se limitaba a decir cagamentos y a maldecir. Cuado quise oír el característico silbido fue demasiado tarde. Una seca explosión y todo se me volvió negro.
Cuando desperté estaba en un hospital y había perdido el pie. Prótesis al canto para eludir la silla de ruedas. A Jaime la explosión no lo mató, pero la herida de la pierna le hizo desangrarse antes de llegar a un puesto de campaña.
Las noticias internacionales se centraron en el éxito de una de las ofensivas finales y en el derrocamiento del régimen. El número de vícitimas entra a formar parte de la estadísitca, y los periodistas muertos en el ejercicio de su profesión son tan sólo un número. Algo incómodo con lo que hay que contar.
Jaime no hubiera deseado otra cosa, no querría ningún reconocimiento del estado. Tan sólo el de la gente que estuvo con él. Muchas son las veces que miro el tatuaje de mi hombro y recuerdo esa noche, ebrios de peligro, dejados de la mano de Dios, en las que nos reíamos de la muerte.

26 noviembre 2009

Desechos

Tenía los ojos verdes más bonitos que había visto nunca y la palabra fracaso escrita en la frente. Al principio la confundí con el término ‘atrévete’, pero solo era una provocación de mis sentidos. ‘No quiero que me gustes’, me dijo a los dos meses de conocerla, ‘sé reconocer cuando voy a salir mal parada’.
Pero su miedo fue mi envalentonamiento y su flaqueza mi motivación. La melancolía de su rostro me inducía a explorar aguas revueltas con la insensatez del marinero inexperto, y el temblor de sus labios cuando iban a ser besados era el impulso para que yo diera todo de mi parte en las caricias.
Jugaba con la irresponsabilidad de quien no sabe identificar el peligro de un animal herido por las embestidas de la vida, de quien se niega a enamorarse para no perder el tren de los sueños, de quien vive mejor en la esperanza de que algún día llegará, pero que ha pasado lo suficiente para saber que ese vagón siempre va vacío, que sólo el polvo y la suciedad cubren la desolación de un tren que no se detiene en la estación del tal vez.
Quería ser una respuesta para su misterio, quería ser el hombre que nunca llegó, quería demostrarle que yo respondía a su vaga esperanza de ser amada, que los temores no podían reproducirse a mi lado. Quería cubrir con saliva los restos de unas heridas profundas, sin saber que ni la mejor costura podría cicatrizar esa alma fracturada, que no había prótesis que suplante el vacío que deja el amor perdido.
Y me enamoré, el cazador fue la víctima, fui un fiel guardián de su vida y moría por esa piel y esa mirada ausente cuando va a salir el sol; por cada centímetro de su cuerpo yo me batía en duelo, y su presencia era el motivo de mi alegría. Para mí fue la primera vez, el desvirgarme en la asignatura de los sentimientos profundos, en esa extraña cosa del querer. Un aventurero temerario que aceptaba recoger seres heridos por el puro placer de seducir. ‘Sé reconocer cuando voy a salir mal parada’, dijo ella una vez, como una cruel premonición, sin saber por aquél entonces que sería yo quien acabaría escaldado, huyendo lejos de mi mismo y de mi pesada carga de recuerdos, renegando del amor y con una advertencia para la insensata que se acercara, pues en mi rostro quebrado habitaba la palabra ‘fracaso’ escrita en la frente.

25 noviembre 2009

Miedos

En mi infancia y primeros años de la juventud tuve una manía mezcla de comportamiento obsesivo y penetrante ansiedad, que consistía en, antes de meterme en la cama para dormir, comprobar insistentemente que los libros de mi estantería estaba perfectamente alienados. Y era compulsivo, era irracional, pues no se movían un ápice de como siempre pero me levantaba varias veces del lecho antes de poder tranquilizarme y conciliar el sueño a gusto, llegar a descanso reparador.
Ya sospechaba que detrás de esa molesta manía de ritual nocturno estaba un sin fin doloroso de miedos, de la angustia del nuevo día, del no reconocido temor por el vivir, de las inclemencias del paisaje, de las personas que aguardaban para hacerme daño, para quebrar mi tranquilidad, para zarandear mi corazón y mi mente y arrojarme a las garras de algún miedo que espera y que no muere.
No quería ser el reflejo de un pavor sumergido. Tardé en atreverme a plantarme y morder. Renegué de la química. Con más voluntad que confianza conseguí hacer del orgullo y de la fuerza de voluntad mi estandarte y palié esa manía para darme cuenta que los temores nacen de lo más profundo de nosotros, que el viaje por la tierra no es otra cosa que encontrarse a uno mismo, que la fuerza reside en el interior de la confianza, que el poder de la mente es inigualable, que un corazón late por quien le guía, que obedece las órdenes de una personalidad poderosa.
Supe que hay que unir energía para poner a la vida de tu parte, hacerlo de un fuerte y duradero tirón, que si la dejas ir ahogado en tu temor la masa crecerá y crecerá, aposentándose en tu alma y castrando tu esperanza en el poso del tiempo y el desencanto, que mirarse con garra y decisión a las entrañas de uno mismo es la clave para encontrarse, y vencer todos los miedos.

Tonalidades de verde

Cuando tenía 9 años alcé la mano en clase y pregunté a la maestra que como podía saber que el verde que ella veía era igual al verde que veía yo. Pensándolo bien, supongo que todo se resume en eso.
El azul de una pupila no es igual para el poseedor que para el que la observa desde fuera, admirado.
Unos ven un rojo pasión y otros sólo ven sangre, unos encuentran belleza evocadora en un atardecer y otros pasan de largo sin girar la cabeza. Unos hayan intervención divina donde la mayoría solo lo achaca a la suerte, unos creen en la magia donde el resto ve engaño. De la misma manera algunas personas vislumbran la oportunidad en la casualidad, y otros creen en lo irremediable del destino.
Unos ven una cochambre de película donde otros consideran una obra maestra, otros ven un rollo de un peliculón.
Personas que confunden el deseo con el amor, la pasión con el querer, la estabilidad con el amor, la negación con la autoconfianza, el miedo con la responsabilidad.
Algunos ven un problema donde sólo existe una nimiedad, otros restan importancia a los problemas.
Determinadas personas ven su vida ideal donde otros ven rutina y aburrimiento.
Gentes que avanzan donde el resto retrocede, personas se rinden en el mismo mugriento lugar donde otros luchan.
El bien se puede entrelazar con el mal, el patriotismo con el genocidio.
Donde unos ven la posibilidad de crear otros ven la de destruir, donde unos ven un ataque a la moral otros ven sensatez y sentido común.
Daltónicos de la vida, nos cuesta diferenciar entre lo correcto y el deber, entre el supuesto y el compromiso; no identificamos algunas claras sensaciones cuando las tenemos delante de las narices y en cambio nos empeñamos en buscar matices de cosas simples.
Algunas de la misma relación ven un compromiso y la otra parte una aventura, una oportunidad o un desfogue.
Unos sacan honor del bestialismo y otros contemplan el horror ante el maltrato animal.
Individuos que ven en su interior la garantía del triunfo y personas que se ven fracasadas con sólo mirarse al espejo.
Unos hacen del mundo un inmenso lugar donde esconderse, y otros, simplemente, se dedican a observar.

18 noviembre 2009

El coleccionista de silencios

Mira la caja, la coge con las manos, pasa sus dedos sobre las aristas, sobre sus arrugas que son también las suyas. Su sombra se proyecta sobre el viejo sillón al calor de la chimenea, maderas ardiendo.

Al conocer a una chica siempre le pide una foto. Cuando no está con ella la mira y desde esa sonrisa retratada parece que ella le hable, cree oír la risa. Se tumba en el camarote y deja que el barco siga cruzando mares en busca de nuevas experiencias y nuevas fotografías, cuerpos a estrenar donde la prisa se mezcla con la emoción y el riesgo. Está hecho para quebrar corazones a los que no vuelve a regresar y que deja tendidos en un puerto a la espera del sonido de una sirena, de un buque extranjero en el que retorne un oficial elegante y bien parecido, con ínfulas de comerse el mundo y todos los océanos en sus ojos.
Un hombre lleno de ambiciones, con el romano lema de llegar, ver y vencer, al que la vitalidad de la juventud, la fogosidad y la aventura le impiden percibir al despertar el gélido zarpazo de la soledad cuando las sábanas vacías dejan un rastro de un perfume ausente, que huye y que apenas tiene si quiera nombre, un rostro borroso en la noche de un bar,; o frías madrugadas a bordo con la compañía de la fotografía y su certeza de que aumentará su colección en cada nuevo destino, en los descansos y lugares que el barco amarre, dando una pausa al viaje para pisar tierra firme y otear rostros nuevos.
Como un conquistador que llega por primera vez a sus dominios, se pasea trajeado y altivo, la frente bien levantada y ni un pelo se mueve de su sitio, entre las tabernas y bares del muelle, por la ciudad y sus callejuelas, bebiendo licores caros y haciendo ostentación de galones aunque su sueldo sea un jornal normal y medio. “Dame una foto tuya para mirarla cuando esté en alta mar y contar los días que falten para volver a verte de nuevo”, dice a las damas engañadas y obnubiladas por el esplendor de su porte y el resplandeciente blanco de su traje. A las más guapas y deseables las vuelve a buscar, incluso mantiene contacto por correspondencia, pero nunca está lo bastante en tierra para asentarse con nadie, y en cada nuevo lugar busca ansiosamente el calor que le falta cuando se hace a la mar. Así cruza continentes de la misma manera que pasan los años, aunque la raya de las chaquetas no queden siempre igual.

Mira la caja, la coge con las manos, pasa sus dedos sobre las aristas, sobre sus arrugas que son también las suyas. Su sombra se proyecta sobre el viejo sillón al calor de la chimenea, maderas ardiendo. Mira la caja que guarda una colección de fotos que no son otra cosa que un pasado que ya no ríe ni oye sus carcajadas, que no recuerda sus rostros más que lo allí mostrado. Sólo son instantáneas silenciosas, con ojos fijos inertes que le observan desde el blanco y negro, que le enseñan lo que fue entonces su vida y lo vacía que se encuentra ahora; tapadas las piernas con una manta y tapada su belleza por arrugas y canas que llegaron como llegan a todos sin respetar galones ni rangos. Y no tiene a nadie, sólo una enorme casa deshabitada donde nadie discute ni charla ni ama. No quiere escuchar más el ensordecedor silencio acusador que alberga esa caja de recuerdos y estampas, y la arroja de un movimiento al fuego, cubriendo toda la estancia únicamente del sonido del crepitar de las maderas y las brasas ardiendo.

27 octubre 2009

Espectros

Vaya noche. No sé si fue un sueño o lo viví. El recuerdo es confuso, pero tremendamente real. Creo que pertenece al territorio de la ensoñación, pero otras estoy seguro que así aconteció.
Oí un ruido en el salón, a eso de las tres de la mañana. Una luz encendida me confunde. Tal vez esté sonámbulo.
Me calzo las zapatillas y entro en la sala. Allí están sentados, alrededor de la mesa, bebiendo y jugando a las cartas, los amigos que se fueron, todos mis queridos muertos, y junto a ellos, compartiendo tapete, las mujeres que amé y que ya no están en mi vida, aunque que yo sepa todavía se encuentran entre los vivos.
Todos sonríen y me saludan, me invitan alegremente a que me siente con ellos.
Allí, rompiendo la noche, tomando una copa, rechazando entrar en la partida. Descubro intrigado que cada carta que juegan es la estampa de algún hecho acontecido a lo largo de la vida, y en todas estoy yo. Barajan y apuestan con ellas.
Allí está el compañero de farras y confidencias al que el cáncer devoró, los dos vecinos de mi barrio, primos en la pandilla, que se salieron en esa curva mortal una noche aciaga. Ríen y hablan. No han cambiado mucho. Van muy elegantes, peinados y afeitados. Pienso que tienen que conversar más bajo o despertarán a mi mujer.
Está esa novia de los 15 años precisamente con esa edad, mi amor de la universidad y también con la que estuve a punto de llegar al altar y decidimos dar marcha atrás al descubrir que nos habíamos convertido en unos buenos amigos.
Es mi pasado de reunión en mi salón. Hablamos de los viejos tiempo, evocamos días perdidos, me muestran a la luz de nuevo algunas sensaciones olvidadas del amor. La verdad es que es bonito recordar, de alguna forma me siento mucho más vivo.
Alguna me pone la mano en el muslo. Por Dios, eso ya pasó, soy un padre de familia.
Murmuran todas, reconozco algunas heridas en sus carnes, abiertas en mí, las recuerdo con cariño, fueron parte de mi vida; son mi biografía.
Veo lo mucho que me echan de menos mis amigos, pero no puedo irme con ellos.
El reloj de pared va marcando las horas de la madrugada. Brindamos por el pasado. Nos emocionamos otra vez juntos, nos encontramos de nuevo.
Fue una noche fantástica, lo pasé genial, recordé que no viví en balde, pero con el primer rayo del alba que entra por las rendijas de la ventana esas ánimas se evaporan, filtrándose en la pared, y me quedo solo en la silla, frente a una mesa vacía. Me sorprendo triste y pensativo. Echaba en falta veros, a ellos y a ellas, hacía mucho que quería saldar algunas cuentas. Pero comprendo lo que fue, lo que fui y lo que quiero. Recordar, como en esta aparición, pero nunca desandar el camino.
Vuelvo a la cama y tres horas después abro los ojos, envuelto en legañas y con un agrio sabor a alcohol en la boca. Ella está a mi lado, noto el dulce olor a hembra de la piel canela de mi mujer.
Me pregunta qué me pasa. Me mira atónita y confusa cuando la beso en la frente con fuerza y le digo: “Te quiero, te quiero mucho. Quiero seguir siempre así, quiero vivir el futuro contigo, no cambiaré nada, no me arrepiento de nada, pero sólo miraré hacia adelante”.

26 octubre 2009

Vertedero

Desde que mi matrimonio se rompió y aprendí lo que significa la propia autodestrucción lenta e irreparable, yo me dedique a abrir las madrugadas hasta verle la panza al día, muy avanzado. Frecuentaba eso bares que abren cuando los demás cierran, sórdidos agujeros de vidas en colisión, que el tiempo se detiene en la oscuridad. Allí se juntan errantes drogadictos de última hora y también solitarios en busca de refugio.
Ella bebía sola, puesta por la vida en aquél taburete y el carmín en la mirada. Allí aprendió a besar copas de ceniza, brindando con la soledad, buscando en vano que alguien le devuelva los veranos perdidos, viendo pasar los trenes que nunca se cogían, bebiendo nieve por la nariz, escondiéndose de la luz de la mañana, sangrando recuerdos de una vida pasada y lejana. Era hermosa y melancólica. Apenas pude entrever sus problemas.
Colecciono heridas, me dijo, y sin quererlo me uní a ellas con la blasfema tentación de acabar siendo una más. Creo que aún le debo un tajo en el brazo.
Lo que me animó a hablar con ella con descarnada sinceridad sobre mi derrota fue esa sensación que te invade cuando miras a alguien a los ojos y ves en ellos la tristeza instalada, como un parásito adherido, una brizna de esperanza herida.
Nunca la vi fuera de aquel local, pero ella sabía que volvería cada noche y yo sabía que iba a estar en el mismo sitio de la barra, con una copa mediada que nunca dejaba acabar sin reclamar otra. No salíamos a la vez, yo abandonaba el lugar y el sol me daba un puñetazo en los ojos, y dejaba atrás todo lo allí vivido, en ese oasis de autoayuda dentro de lo que eran mis días.
Sus besos dolían, los labios tenían fuego, aceite hirviendo.
Sin saberlo yo soñaba con abandonar poco a poco ese ambiente. Las heridas no son eternas, una mujer no iba a dejarme anclado tatuado a un vaso, pues mi matrimonio ahora lo veo como una constante carrera de convencer, me pase todos los años queriendo mantenerla a mi lado, conseguir que me quisiera, y si al final nos fuimos cada uno por nuestro lado no fue por otra cosa que sus propios deseos y decisión.
Pero iba viendo poco a poco la luz. Sin ningún aviso, me ausentaba varios días del bar; a la vuelta ella no hacía preguntas ni reprochaba nada.
Con el nuevo trabajo y la necesidad de estar más tiempo con mi hijo algo se iluminó dentro de mí y dejé de salir a las noches y de acabar regateando al nuevo día hasta que la hora de comer me pillara borracho.
No sé cual fue el empujón, si acaso tenía que ocurrir así, si lo iba a hacer de todas formas. Tal vez no debimos hablar tanto del pesimismo y de la mala suerte, tal vez no debí contarle mis teorías sobre el perder.
En el mismo lavabo donde tantas veces provocó a la vida se abrió las venas en un último gesto de valor.
Y una vez a la semana tomo una copa en honor a un alma perdida que habita ahora en el calor de alguna estrella. Donde quiera que estés, no me olvido de que viví algo parecido al amor en la admiración de un desastre compartido, y si un te quiero de vertedero, con rosas del suelo de la barra desde donde solo pudimos regalarnos el fracaso.

Qué sabes

Mierda de café, qué rematadamente malo es el de estos bares pésimos de hospital. Ese desconocido con pinta de chulito que pregunta si puede pedir una copa como si esto fuera una discoteca.
Mi padre ha empeorado, maldita sea ese monstruo de la depresión, ahora le toca a él. Hay que esperar. Qué lugares más sórdidos y escalofriantes son estos sitios.
Hablamos mucho. Al final el tipo me mira y me pregunta por mi situación. Lleva el pelo ligeramente largo y engominado hacia atrás, me fijo que luce un reloj caro en la muñeca derecha.
“Yo conozco también lo que es eso, una tía mía lo pasó!, me dice. Conocer no es saber de primera mano, ingrato, me digo para mí mismo. “es fastidiado, una de las peores cosas de la vida, lo sé de sobra. Y la vida colega tiene momentos muy duros”. Recalca. La vida, que bonita expresión. Personas así que se creen saber todo sobre ella y alardean de ello. Alguien que haya conocido el ocaso simplemente calla, deja a los demás que se lancen un farol. Los que creen saberlo todo no van de vuelta de nada. A los que se les dio siempre todo hecho no valoran nada.
Me río para mis adentros. Qué sabes tú, pobre diablo, del fracaso, de levantarte una y otra vez. Qué sabes de tener miedo del amanecer, de sentir ese terror en el pecho. Qué sabes de la depresión si la tuvo una jodida tía tuya. Qué sabes de llorar de impotencia, del quebrar de dientes. Qué sabes de dormir y soñar que al abrir de nuevo los ojos el monstruo ya no esté ahí. Qué sabes del lento y pausado efecto que van logrando las pastillas, qué sabes del volcán, de mezclar medicamentos con alcohol. Qué sabes sobre que no quieran dejarte solo en casa y vigilen las ventanas. Qué sabes de la muerte si nunca las has sentido cerca, si no la has mirado a los ojos y le has dado la espalda. Qué sabes de la lucha por la vida.
Qué sabes de esa vida de la que tantos hablas, de la sensación de humillación, que te auguren un futuro pésimo y rebelarte contra él. Qué sabes de la incomprensión, de pelear duro, de no entender el mundo.
Qué sabes del amor y de sus traiciones, que sabes de sentirte engañado, de tragarte los sentimientos y saber decir no en el momento oportuno, de dar todo para que al final del camino sólo quede una inmensa nada, de reinventarte una y otra vez, de cerrar cicatrices. Qué sabes de la dignidad y el orgullo, qué sabes del desgaste, de la certeza del nunca más, de los momentos que jamás regresarán.
Qué sabes de mojarte de verdad por alguien, del honor, de la fidelidad, de ofrecer tu corazón y hacerlo para siempre, de desterrar de tu vida a alguien más. Qué sabes del valor, de la sinceridad, del compromiso.
Qué sabes del perder de los años, del sabor de las copas de la derrota, qué sabes del bajón de la coca , que sabes de una trompeta que te hace llorar. Qué sabes de la sangre en los labios, y de la sangre ajena. Qué sabes de dar la primera.
Qué sabes de poner tu alma en un papel, del autorrespeto, qué sabes de las mujeres de turno de noche, de una mano que te reclama, qué sabes del sexo en garajes, de la luna de agosto.
Qué sabes del vómito, de las resacas tremendas, de los polvos urgentes.
Qué sabes si siempre has habitado en la comodidad, qué sabes de buscarle las cosquillas a la vida y sonreír porque en una existencia de fracaso has logrado una pequeña victoria.

22 octubre 2009

Condiciono yo

No creo en la fortuna, en la ruleta de la suerte. La única vez que jugué en un casino habían salido cuatro negros seguidos. Aposté una importante cantidad al rojo y salió negro de nuevo. Rehúyo de las probabilidades, que siempre tienden a fallar.
No creo que si no me como todas las uvas en nochevieja vaya a tener un mal año, ni hago ofrendas a ningún santo. Todo lo que tengo me lo he ganado yo a pulso. El único destino es el esfuerzo personal. Me he jugado decisiones muy importantes por una ilusión, por una intuición, por tener valor en el momento que lo requería.
Cada acción cuenta, cada decisión cambia el rumbo de nuestros días.
No existe la superstición. Aunque te santigüéis al subirte a un coche y emprender un viaje, si ese día la fatalidad se viste de conductor borracho que invada tu carril has perdido la partida. También lo llevas claro si no has estudiado para un examen por muchos rosarios que anudes a tu mano.
A golpes de corazón se lucha por los años, a estocadas de rabia se recupera o se pierde a una persona, si no actúas no conquistaras a esa mujer por mucho que lo desees. Por tus actos te conocerá.
Con un buen par se sacan adelante los proyectos, se edifica una vida.
Todo el dinero que ha entrado en mi casa ha salido del sudor de frentes que madrugan, que preparan café entre bostezos y llegan a casa agotadas. Desde el momento que somos expulsados al mundo, por muchos cuidados y atenciones que recibamos, la supervivencia al final depende de uno mismo. En los momentos verdaderamente bajos es donde se aprecia la voluntad de sobrevivir, de levantarse aunque las piernas te pesen como mil diablos, de sacar los dientes a la fatalidad, de morder las horas y a la desgracia.
No creo que nada esté escrito. Ningún ente puede señalarme con el dedo y decidir que ha llegado mi hora. No sigo vivo por la condescendencia de nadie que me permita seguir respirando gracias a su todopoderosa bondad. Defiendo la independencia del ser humano, su capacidad de exaltarse o destruirse, de ser su propio impulso o verdugo; no delegemos en nadie esa responsabilidad.
El desaparecido Ángel González ya lo sugirió, sólo uno puede modelar medianamente lo que le espera, la jornada la abordamos con nuestras actitudes, mañana no será lo que Dios quiera.

Érase una vez



Caminaba deprisa pero su estilo era inconfundible. La vi al otro lado de la calle, cruzando la Diagonal. Caminé despacio, como si fuera un gesto cotidiano. Sonrío y para mí fuera como me sonriera la muerte. Tan lejos de donde nacimos, tan alejados de aquellos años que están a cien mil kilómetros de recuerdos. Arrugas que anidaban en el cerco de sus ojos, canas escondidas por más tinte que ganas, unas brillantes mejillas mucho menos pronunciada que cuando la conocí. Fue ayer cuando la ví, los dos lo sabemos. Hoy es solo otro día, para nosotros.
Temblé al mirarla a los ojos, era como si hubiera pasado un milenio entero. Hola de nuevo, estás más guapa que ayer. ¿Hacemos algo?

El agua gélida me entraba por la nariz y oprimía el pecho, encharcando los pulmones. Intentaba aferrarme a esa piedra de la orilla, pero estaba demasiado desconcertado, aturdido y asustado. La corriente del río me empujaba lejos de su orilla, y el miedo me apuntalaba las sienes. Luchaba frenéticamente por asomar la cabeza, respirar un poco de ese aire que se me agotaba. Una mano tiró de mi pelo, asiéndome después por el pecho y finalmente por el brazo, ayudándome a alcanzar ese saliente. Laura me asía con fuerza y haciendo acopio de todas mis fuerzas me incorporé.
Teníamos 11 años y me acaba de salvar la vida. Y yo que quería impresionarla con mis conocimientos de pesca casi me ahogo. Teníamos un verano
Yo tenía esa mirada con un toque de ingenuidad de quien no conoce demasiadas cosas.
Era un verano sin fin y por casa parábamos tan solo a la hora de las comidas. Nos comíamos los días de un lado hacia otro. Un chico y una chica juntos, que se llevan tan bien, que no conocen nada acerca del amor, que se mezcla con la amistad, que aún no callan sentimientos, esos que reprime el miedo, a perder. “Somos hermanos” decíamos a los demás veraneantes del pueblo, y con eso se zanjaba el asunto. Pero es que Laura era como un chico, Corría detrás de los ratones, se reía viendo como las hormigas rojas de detrás del muro devoraban los saltamontes que les echábamos, chutaba a la pelota mucho más fuerte que yo y en los pulsos me ganaba. Pero no era masculina en sus formas, ya por aquél entonces era una niña bonita e ideal, con su pelo oscuro suave como la seda, los ojos negros cargados de bondad, y una sonrisa divertida que parecía creada para contagiarse con ella. El pueblo donde vivíamos era pequeño, pero íbamos a la escuela de la ciudad y allí lo teníamos todo. La calle principal era nuestro patio de recreo, la montaña y los prados los lugares de exploración. En invierno la actividad se reducía por lo limitado de los días, y la mayoría del tiempo estábamos en el colegio, pero en verano estábamos en nuestra salsa, contando además con la presencia de los niños que llegaban para los meses estivales.

Recuerdo mi primer beso. Teníamos 14. Por aquel entonces dábamos las primeras caladas a cigarros y rogábamos a Quique para que nos vendiera unos chupitos en su bar. Eran las primeras experiencias con el alcohol. Un día me desperté como otra mañana cualquiera y cuando fui a buscarla a su casa, según la vi salir, con una diadema en el pelo, la piel tostada por el sol, un vestido corto que brevemente cubría unas curvas que comenzaban a tomar forma, algo se me removió por dentro. Ese día no pude dejar de tener esa sensación ni de estar nervioso. Y ella lo notó y parecía pensativa.
La semana siguiente recogíamos moras en el camino que daba al avispero. Nos sentamos a descansar y comer algunas que antes limpiamos. Alguna ocurrencia mía hizo que ella se empezara a reír, de una forma que había visto mil veces, pero esa vez me quede entusiasmado con esa forma de reírse, con la luz que cubría todo su rostro, con ese sonido angelical. La agarré de la mano sin ser muy consciente de lo que hacía, como movido por un impulso muy poco meditado. Su risa cesó. Me miró fijamente y poso su mano sobre mi cara. Luego se acercó lentamente, hasta juntar los labios. Fue una sensación nueva que recordaré siempre.
Desde entonces nuestra situación no fue distinta, seguíamos siendo uña y carne, pero la diferencia era que al acabar el día primero, y luego en cualquier momento donde viviera un rincón, nos abrazábamos y besábamos apasionadamente, probando esa nueva experiencia, experimentando el primer amor.
Así continuó nuestras vidas hasta el verano en que ambos cumplíamos 18. No creo que nadie haya tenido una primera vez más especial. Rehuyendo extenderme en los detalles, diré que un sol tibio pero firme iluminó al alba unos cuerpos desnudos abrazados sobre la arena de una cala recóndita, dos meses antes de que ella se fuera a la universidad.
Algo me abrasaba por dentro. Volvería prácticamente todas las semanas, pero la idea de no tenerla cerca de a diario me trastocaba. Laura siempre fue una chica con ambiciones mucho más altas que las mías. Yo, metido en el pueblo y enfrascado en ella, apenas pensaba en nada más. Pero las inquietudes de mundo y de cultura, el cosquilleo de saber que hay algo ahí fuera, siempre estuvieron presentes en ella.

Evidentemente las cosas cambiaron bastante. Yo trabajaba y ella era una chica de libros. Además, por su carrera, ella viajó mucho, siendo muy feliz. Estuvo una temporada en Londres, dos meses en Barcelona. Conoció a muchísimas personas y distintas maneras de entender la vida, formas de llevarla a cabo. Me tenía mucho cariño, pero con abrir los ojos al mundo, estaba claro que para ella no dejaba de ser un chico de pueblo, corto de miras y con poco que ofrecer, muy lejos de sus inquietudes y las actividades en las que ahora se relacionaba. Ella volaba por libre y yo me había quedado sin salir del nido, perdiendo el tren, atrapado entre estas montañas y estas praderas que ahora veía inútiles y estúpidas.
Me dijo que estaba saliendo con un chico de su facultad que era de Barcelona lo mejor que pudo. Yo no lo tomé como una traición, ni como un gesto de maldad por su parte. Sabía que era el curso natural de las cosas y no tenía nada que reprocharle. Nuestras vidas habían cambiado desde aquel verano.
Al terminar la carrera, planearon irse a vivir a la ciudad condal, en una coqueta urbanización catalana.
La noche antes de que se fuera vino a despedirse. Hablamos y bebimos cerveza en las terrazas del bar de Quique. Paseamos por el camino del mar y caminamos descalzos por la arena. Hablamos con infinita nostalgia de los años pasados, de las travesuras de críos, de los tragos clandestinos. Hicimos gracias bañados por la luna, con el pueblo en silencio, por una noche fue como volver al pasado. Y sin darnos casi cuenta llegamos hasta la pequeña cala. Sentado en la arena la abracé. Nadie se sintió culpable. Esa noche hicimos el amor como si fuera antaño, aunque era una despedida que ambos queríamos alargar.
Al romper la mañana de un día nublado, la acompañe hasta la puerta de la que ya se podía considerar como la casa de sus padres. Pero ellos también se iban a ir a la ciudad, para no estar los dos solos en un pueblo que se deshabitaba más cada año.
Ese era el punto donde nos separaríamos. Ese era el día en que ella se tenía que ir a Barcelona. Me empezaron a temblar las piernas, apenas podía decir nada.
“No te pongas triste Fermín”, me dijo posando su brazo sobre el mío. "Las despedidas así son difíciles, vamos a hacer como si fuéramos a vernos mañana”, me dijo. Yo permanecía callado y finalmente asentí.
Un abrazo largo sintiendo su cuepro oprimodo contra el mío, el calor del amor en una mañana tibia, finalmente se separó. “Hasta mañana”, dijo Laura mientras me daba un beso en la mejilla. Dio media vuelta y subía las escaleras de su casa.
“Hasta mañana”, respondí mientras la veía entrar en casa, y noté como algo se rompía en mil pedazos muy dentro de mí.

21 octubre 2009

Inocencia

Nunca olvidaré la tarde de ese lejano invierno. Yo tiritaba en tu portal con un jersey verde resguardado de la lluvia. Tú venías del colegios con una falda a cuadros y feliz bajo un paraguas. Me miraste extrañada mientras yo intentaba sonreír. Debías de temer un poco al tipo ese de los pendientes que parece estar todo el día pateando las calles. Intenté cogerte de la mano. Estabas nerviosa y muy bonita, con los ojos muy abiertos temerosos del mundo y ese aspecto de fragilidad. Aún no habías cumplido 14 años y tu inocencia era una junta de tracción para un pequeño golfo. Tú eras la única que apaciguaba el fuego de esa rebeldía, dándote siempre el cariño que reservaba para ti.
Paseamos por tu barrio y me ofrecías un hueco de tu paraguas. Estaba empapado pero era feliz, pisábamos hojas caídas y los sábados a las diez en casa con una ilusión renovada. El mundo era aún ese lejano territorio gris. Recuerdo perfectamente que tenías las mejillas mojadas, yo te las sequé con la manga del jersey y me recompensaste con un beso. Utilizaste tu bufanda para secarme el pelo y me mirabas con ternura, como a un pequeño travieso que muestra su encanto por una chiquilla. Un diablo para cualquier profesor que es capaz de morirse de frío por un paseo contigo.
Cuánto hemos crecido, cuánto hemos pasado, perdiendo la inocencia, achicando las primeras decepciones, nosotros en nuestros respectivos fracasos, sin nunca perder el contacto. Representamos para el otro el recuerdo de la niñez, de los primeros besos, cuando aprendimos a identificar el amor que no entiende de responsabilidades ni intereses.
Media vida ha transcurrido y nos vimos crecer guardando las distancias. Nadie ha sobrevivido juntos a esa edad sin perder el amor, sin buscar las experiencias en otro brazos. Pero tú me miras como si no hubiera pasado ni un mes, como esperando otra vez un beso, turbando mi calma con tus propuestas, buscándome en el bar, sintiendo un acercamiento. Somos dos almas desencantadas, que el abrigo que buscamos nos dejó al frío del otoño, a la intemperie de la falsedad y de haber sido querido mal, con tendencia a la incomprensión; y en realidad lo que nunca te decepciona es aquello que te vio caer y subir, cuando no existían los engaños, y buscas sin quererlo el sabor de los labios que guarda la nostalgia de la inocencia. Tal vez por eso, porque son puros, porque viven en un recuerdo sin dolor, con la esperanza de la ingeunidad, antes de que a ambos nos hubieran partido el corazón unos extraños a los que nunca debimos dar permiso para entrar en nuestras vidas, para embarrarlas con un daño innecesario. Pero aún tenemos inviernos.

18 octubre 2009

Dime

Y ahora dime que no queda nada de esa luna que pintamos en nuestros cielos, del amanecer con un beso, de tenernos cada semana, de imaginar una vida junta arremetiendo contra las imposiciones. Dime que nada puede rellenar ya este vacío, que no somos eternos, que ya no te estremeces al tocarnos, que no buscamos nuestras bocas en la oscuridad, que no arden los cuerpos.
Dime que ya no discutimos para reconciliarnos una y otra vez, que no vendrán tardes de septiembre, que la puesta de sol es definitiva, que solo me quieres en la distancia con la añoranza de un recuerdo. Dime que no te temblaran las manos al verme, que todo será frío e insulso. Dime que cuando nos quisimos dar cuenta estábamos enamorados, que nos besábamos con los ojos, que ahora no queda nada de ese sentimiento.
Dime que en tu cabeza no están mis caricias, tan sinceras como siempre, tan llenas de te quiero; que no resuena nuestra melodía en tus paredes, que no me lees buscando identificarte ente líneas que siempre tienen algo de ti, que en mi memoria aún habita con fuerza tu mirada, tan tierna, tan tuya.
Dime que estamos rendidos, que no hay un hasta luego, que la vida nos separa por siempre. Dime que lo que buscas está en otro lado, que con otro hombre eres más feliz, que estás enamorada.
Dime que te alias con el tiempo para pactar un olvido, que no sientes las calles vacías sin mí, que la ciudad no es más grande ni más gris. Dime que así estás bien.
Dime que no te estremeces pensando en nosotros, que no te quise cuidar, que no supe tratarte.
Dime que soy una calamidad, que siempre lo estropeo todo, que no funciono bien.
Dime que fracasamos sin buscarlo, que es inevitable, que no hay nada que hacer.
Dime que aún te mueven las dudas, que todo es difícil, que recuerdo en balde.
Dime que no me necesitas, que vivirás sin más consejos, que encuentre a otra.
Dime que me calle, que no te hable, que no te llame, que no te extrañe.
Dime que me vaya, en tu exilio mírame a los ojos y dime que soy un recuerdo hermoso. Dime todo y más, pero no me digas que deje de quererte, porque no puedo.

13 octubre 2009

De repente alguna vez



Lunes a las 6. Estaba sentada en la última mesa del bar. Al fondo, sola, ojeando una revista y tomando un gin-tonic. Entré con un hambre de media tarde y pedí un café y un pincho, mientras cogía el periódico. Al lado dos mesas cerca de los baños que esperaban ser ocupadas. Al pasar a su vera y sentarme levanta la mirada, de un verde oscuro intenso, antes de volver a posarla en un reportaje de vestidos de actrices. Quema el café, quema como las noticias de bombas y muerte que muestra el periódico. “El mundo está loco”, digo para mí, pero pensando en alto. Ella sonríe y balancea el vaso de su copa. El pelo rubio descansa apaciblemente sobre los hombros delicados de una blusa rosa. La cara tiene una redondez exquisita y armoniosa, con unas diminutas pecas cerca de los ojos, en la parte más alta de las mejillas. "Al lado de un rostro así puedo dejar correr el resto de mi vida", pensé. Paso las hojas de la prensa pero no leo realmente nada.
Está en la cafetería como esperando a alguien sin esperarlo, mueve acompasadamente la pierna izquierda que está puesta encima de la derecha.
Puedo pasarme semanas y meses enteros yendo y viniendo en el autobús, caminando por la calle, sin encontrarme una cara así, y de repente en el café menos pensado me tropiezo con una mujer magnética, que impresiona con solo mirarla, que tiene luz propia como una noche valenciana. Es admiración a primera vista.
Me ruborizo cuando me pilla observándola. Tanteo el bolsillo del vaquero buscando el contacto de la cajetilla de tabaco, pero recuerdo el consejo que un tipo me dio una vez: “si te gusta una chica, no fumes delante de ella si no fuma, no le gustará”. Ella bebe ginebra pero ni rastro de cigarrillos, tampoco en el desnudo cenicero hay pruebas de un posible vicio.
Cuando acabo un café que ya está tibio y la servilleta recorre la comisura de mis labios podándolas de resto de pan y mahonesa, ella aún tiene la cabeza embutida en la revista. Me levanto silenciosamente y me voy, mirando por el rabillo del ojo, notando un leve movimiento de su cabeza, no sé si volviéndose, pero mis piernas siguen caminando en contra de mis deseos y ya enfilo la puerta del bar.

Era jueves por la tarde y un escritor uruguayo que me fascinaba en la adolescencia viene a dar unas charlas al club del periódico local. No he leído sus dos últimas novelas, hace tiempo que no le sigo la pista, pero siempre es bueno serle fiel a los antiguos amores, por eso me apetece reencontrarme con su voz, que tantas veces resonaba en mi cabeza con un libro suyo en mis manos, insertado de palabras, y ahora verlo en oratoria es una buena oportunidad.
Fatlan algo más de 5 minutos para que comienze la conferencia. Al entrar hay ya una veintena de personas sentadas. Desde la puerta, y en la última fila, veo una melena que me resulta familiar. Cuando ya supero su posición me vuelvo para toparme con esa mirada verde hierba. Sus ojos están centrados en algún punto cerca de mí, pero no en mí.
A mitad de la charla me giro sobre mi asiento y busco su presencia sin disimular. Ahora tengo ese verde clavado en mi rostro, y su semblante es serio, pero sereno, con los ojillos ligeramente entrecerrados. “Al diablo”, pienso, y me levanto, retrocedo sobre mis pasos y me siento a su lado, siendo la segunda persona de la fila.
—Creo que te conozco— digo esbozando una pequeña sonrisa que mi hermana siempre dice que es de bobo.
—Tal vez crees bien— dice ella mirándome sin sonreír. Espero que estos ojos negros que son mi mayor baza le hayan impresionado.
—En la cafetería Combó— suelto como si fuera una perogrullada.
Ella sonríe. Lo tomo como una señal de afirmación.
Continuo con la inevitable pregunta de su presencia allí, comentamos nuestros pareceres del escritor, cuya voz suena de fondo como una melodía inaudible. Algunos asistentes nos recriminan con sus miradas recelosas. Procuro bajar el tono de voz.
Durante la charla con esa mujer noto esa reconocible sensación de estar en un especial estado de gracia. Me salen las palabras exactas como solas, sonrió o mantengo silencio siempre cuando es necesario, abro los ojos en señal de sorpresa antes de decir “¡yo también pienso así!”.
Nuestra parte favorita de un libro de microrelatos del escritor es esa que dice: “Y aunque la noche es más fría que nunca, aunque la luna está apagada en el firmamento, solo puedo dar vueltas en la cama envuelto en sudor y admitir que yo también estoy pensando en ti”.
Termina la charla y los espectadores aplauden educadamente. Yo nada más pienso en que abandonaremos esta sala y tal vez no volvamos a vernos si nadie da un primer paso. A si que como la cosa más normal del mundo le pido su móvil con el pretexto de una futura charla literaria en otra ocasión. Me doy cuenta que hasta el momento que lo dice no sé como se llama. La miro fijamente tratando de buscar ese reflejo de atracción que brilla en los ojos de una mujer a la que le gusta lo que ve. Nos despedimos con alegría impuesta y marcho calle abajo con el corazón encogido.

Es viernes y no me apetece salir. Ya tengo demasiadas copas en mis primaveras. Normalmente con mi antigua novia iríamos al cine, pero desde que nos abandonamos le he cogido manía a esas salas llenas de parejas felices y en la plenitud del amor. E ir con los amigos es un coñazo porque no cierran la boca en toda la película. De manera que abro una lata de cerveza y con un cigarro en la boca pongo una vieja comedia de los años 50 que tengo en DVD desde hace meses y aún no me había decidido a revisarla. Hoy tengo pensado acostarme tarde, al fin y al cabo, los sábados por la mañana son para dormir.
Aparecen los títulos de apertura, con una banda sonora que encuentro un tanto ridícula e inapropiada. Cuando pienso en si en realidad me va a gustar la película de un director tan poco conocido suena el móvil. Es un mensaje. Se me acelera el pulso y cae el cigarro de los labios al leer su nombre. Es escueto y no necesita más. Leo sin preocuparme del cigarrillo que está quemando la alfombra: “Yo también estoy pensando en ti”.
Y en ese momento sé que nuestras vidas estarán selladas de muchas noches cálidas con sus lunas encendidas.

12 octubre 2009

Dicen

Dicen que te vieron, con los años que pasaron, caminado por la calle con la mirada perdida. Dicen que hace mucho que no preguntas por mí, que nada sabes desde que me casé, que has perdido la esperanza de la felicidad. Cuentan que en la busca de tu anhelada estabilidad encontraste el fracaso. Dicen que pese a todo te alegras de mi éxito, que sea feliz. Que te pasaste un invierno recorriendo los mismos bares que siempre, buscándome aunque sabías que no ibas a encontrarme.
Que la vida derribo tu puerta y te enseñó duras lecciones, que el tedio terminó por arruinar tus expectativas, que caíste en el desencanto, que más de lo mismo al final fue demasiado para ti. Dicen que lo vas a dejar, que no soportas más pensar en pasar así el resto de tu vida, que ya hace mucho que no sabes lo que es estar enamorada.
Cuentan que en el trabajo no eres la misma, que los compañeros no te pueden ver porque no se puede hablar contigo, que desprecias a los hombres, que siempre tienes cara de cansada. Dicen que ninguno te consiguió sacar una sonrisa, que nadie se te acerca en los bares porque ni siquiera les miras, que no tienes ganas de empezar nada nuevo.
No sabes lo que vas a hacer, las puertas se te cerraron, que el único auténtico sentimiento que tuviste, que te colmó de satisfacción, hace tiempo que no lucha por ti.
Que estás aburrida de las mismas comidas, de las mismas reuniones, de perderte en discusiones, que nada te llena, que el amor fue una ilusión pasajera, que la convivencia fue más dura que la cantidad de años en la que te escudabas, que la confianza derivó en desinterés y rutina.
Dicen que las viejas amigas se han olvidado de ti, centradas en sus vidas de marido y oficina, que todo el mundo alaba a la pareja perfecta, qué cuanto se quieren, pero os ven mejor en la distancia. Ya no hay copas en casa ni música que bailar. Nadie conoce las intimidades del dormitorio.
Cuentan los más sensatos que cuando lanzas una mirada hacia atrás piensas en el amor que se consumió por no saber controlar su fuego, olvidado en un cenicero a la espera de decidirse a darle largas caladas. Que todo es gris hacia delante y que de los mejores momentos de tu juventud no conservas más que unas líneas perdidas que testifican que existió hace mucho tiempo un puño que descargaba tinta repletas de amor, con la certeza de la esperanza y la ilusión de un para siempre que cambiara tu vida.

11 octubre 2009

Actos

Sergio pensaba mucho en el comentario que le dijo un día su madre: Yo te he traído al mundo, pero tú vas a tener que vivir en él.
O también la afirmación de Fitzgerald de que en la vida de los americanos no había segundos actos. Aplicable al resto de humanos. La cuestión es que no suele existir opción para el perdedor.
Las dos le traían la certeza de que en la vida muchas veces únicamente se tenía una sola oportunidad, y el resultado y rumbo de nuestras existencias viene determinado básicamente por las que tomemos. No hay secuelas, ni posibilidad de, si erraste, deshacer lo hilvanado. Por eso hay que tener valor, buscar lo que se quiere y quererlo sin peros.
Con la edad te vuelves más conservador y buscas la comodidad sin implicarse demasiado. Pero quiere habitar el mundo y no limitarse a respirar, por eso salta de puentes, en paracaídas, hace deportes y excursiones que lo revitalicen, vive con pasión. Cuando se enamoró de verdad viajó hasta casi el otro extremo del mundo en buscar de esa mujer, con seguridad, sin reservas, sin titubeos.
Admira a las personas que pelean, que se niegan a conformarse con lo que siempre tuvieron casi por derecho, que se rebelan contra aquello que se les es negado. No entiende a quien no es capaz de olvidar, ni de perdonar. Y no puede soportar la tristeza que le suponen las personas atadas de por vida a un pasado, lastradas por lo que consideran un destino inevitable. Salir a la obra como derrotada de antemano dice muy poco de los actores que la interpretan. Algunas personas nunca firman la obra maestra de su vida sólo por el miedo a sentarse a escribirla, por el temor a la hoja en blanco, por descubrir lo que siempre habito dentro de ellos. Otras nunca se decidieron a amar de verdad porque eso implicaba un compromiso consigo mismas que no estaban dispuestos a pagar, navegando en aguas más fértiles, y a la larga, en definitiva, desperdiciando una de las partes más intensas de la vida.
Tantear constantemente el terreno es no atrever a pisarlo, y a veces hay que dar unos pasos hacia adelante, aunque te espere una caída al abismo. Al menos tendrás la certeza del fracaso, y no la duda absoluta de quien siempre se quedo parado, esperando, como si hubiera un segundo acto para redimirse.

10 octubre 2009

Mujeres



Mujeres para vivir, para soñar, para querer. Mujeres que mienten, que lloran. Mujeres silenciosas, mujeres que esperan. Mujeres para perder la cabeza, o para robársela. Mujeres de paso, mujeres de ocio, mujeres para toda la vida.
Mujeres que traicionan, que abandona, mujeres que nunca dicen la verdad. Mujeres excepcionales, mujeres enigmáticas. Mujeres florero, mujeres dignas, mujeres por las que darlo todo.
Mujeres que enamoran con una mirada, mujeres de sonrisas de cielo. Mujeres en busca de respuesta, mujeres escondidas, mujeres que quieren querer. Mujeres de caderas, mujeres explosivas, mujeres de un gran amor, mujeres capaces de enloquecer, mujeres divinas, mujeres odiosas.
Mujeres dispuestas, mujeres reacias, mujeres que tienen un tesoro escondido. Mujeres con pasado, mujeres sin futuro, mujeres a las que amas con toda la fuerza del corazón, mujeres que deseas olvidar, mujeres que no puedes olvidar, mujeres que dejan huella, mujeres que empiezan por el final, mujeres de boca para el pecado, mujeres pecaminosas, mujeres eróticas.
Mujeres que empiezan a serlo, mujeres que aún no lo son.
Mujeres de compañía, mujeres de barra, mujeres de esquina. Mujeres piadosas, y mujeres que no perdonan. Mujeres a las que partir el corazón, mujeres inaccesibles, mujeres para imaginarlas.
 Mujeres a defender, mujeres que desprecian con una sonrisa, mujeres vestidas para la ocasión, mujeres al natural, mujeres maquilladas, mujeres que te buscan entre la gente, mujeres que tienen miedo de perderte. Mujeres que aún no han llegado, la mujer que tendrás.
La mujer que tendrás que respetar, la mujer desterrada, mujer sin hogar.
Mujeres dulces, mujeres de piel suave, mujeres angelicales. Mujeres para besar a la vera del mar, mujeres que reclaman un abrazo, mujeres para pasar el invierno, mujeres de amor de verano, mujeres con las que despertarse a su lado, mujeres que preparan la cena, mujeres que te piden explicaciones, mujeres de reproches. La mujer de tu amigo, mujeres de vecinos, la mujer de tu padre.
Mujer de familia, la mujer que te creó, mujer de consuelo, mujer en el medio entre mujeres.
Mujer en soledad, mujer de conveniencia. Mujer sin un simple adiós. Mujer que vive de recuerdos, mujer atada.
Mujer enamorada, mujer herida. Mujer despechada. Mujeres insatisfechas, mujeres complacientes. Mujeres que rezan, mujeres que blasfeman, mujeres.
Mujeres que te clavan sus ojos y sólo quieres pasarte el resto de tus días luchando por merecer esa mirada.

08 octubre 2009

Escribo



Escribo de lo que imagino, de lo que sueño, de lo que no tengo. Escribo para escapar, para crear. Escribo para echar afuera los fantasmas, para desahogarme, para llenar. Escribo de la felicidad que cubre tu mirada, de un recuerdo imborrable, de una pasión incontrolada. Escribo porque te tengo, o porque no estás. Escribo porque es una manera de decir te quiero.
Escribo de lo que necesito, de lo que espero, de lo que perdí. Escribo para lamerme las heridas, y para curarlas. Escribo para olvidar, o para recrearme en el dolor. Escribo para purgar.
Escribo de personas que no existen pero habitan en mi cabeza, me persiguen, me piden que las cuente, que las haga llegar. Escribo de lo que la imaginación me deja, y busco sus límites. Destruyo vidas y planifico personajes que contengan pedazos de su propio autor.
Escribo para alcanzar algún corazón, para compartir una soledad, para confesarle mis miedos al teclado. Escribo por qué si no explotaría, escribo para explotar.
Escribo para sentir esa sensación al acabar, por el escalofrío de una idea brillante. Escribo para madurar, para retarme, para consolarme. Escribo para entenderme, y para conocerme.
Escribo para no creerme un perdedor. Escribo para sentime útil, talentoso. Escribo para expresarme, para aclararme. Escribo porque me enriquece.
Escribo de la búsqueda del amor, y de su pérdida. Escribo pensando en esa mujer que vendrá, y en la que ya no volverá. Escribo para decir adiós, o para firmar un para siempre. Escribo para declararme, para besar con palabras, para ganarme unos besos. Escribo sobre esa sonrisa que me hiela el corazón.
Escribo de la experiencia, y de lo que llegará. Escribo de lo que conozco, y de lo que intuyo. Escribo de las personas que no tienen la fuerza para escribir. Hablo de vidas que nunca serían escuchadas si no las escribiera.
Escribo de mis películas favoritas, y sobre esa canción que desgarra el alma. Escribo para decir lo que pienso, escribo también de la política, y el vertedero alrededor.
Escribo un relato que sueño se cumpla, y escribo sobre mis peores pesadillas. Escribo al miedo a quedarse solo, y escribo cuando estoy solo. Escribo de la plenitud, y escribo de la derrota. Escribo al desencanto, a la melancolía, y dejo que venga también la esperanza.
Escribo de madrugadas en vela, y de noches de alcohol. Escribo de personas que sujetan barras de bares y de relaciones que no hay quien las sustente.
Escribo del último trago y del primero al lado de unos ojos que te desean. Escribo de la vejez y de la adolescencia.
Escribo de historias cotidianas y amores extraordinarios. Escribo de las aristas del ser humano, y de su propio enemigo que es uno mismo. Escribo de personas que se temen, que se exploran, que se quieren. Escribo todo lo que un día imagine que escribiría, y escribo de lo que esta vida nos ofrece.
Escribo porque es lo que más me gusta, porque es una forma de amar, de sentir, una manera de vivir. Escribo porque si no lo hiciera tendría que matar el tiempo escribiendo.

06 octubre 2009

Un lugar

Con la mirada puesta en unos edificios sin fin, intenta no regodearse en la resignación de una derrota anunciada. Esperaba que llegado el momento no se auto culpara y viera el inaccesible curso de la vida como el causante de un final predecible. Observa el paisaje urbano y ve con cansancio los coches pasar, rápidos y distantes por entre las avenidas, ensuciadas por el ruido de los motores.
Se apoya en las barras en el pincho de media mañana y sonríe sin ganas los comentarios de su compañera, que se esfuerza en explicar con gracia los avatares del día. Está ausente al igual que en las noches en que apenas escuchaba los impertinentes comentarios de chicos que querían sacarle algo más que una sonrisa. Cazadores de presas con nocturnidad, penosos representantes de lo prosaico de la condición humana.
En las madrugadas entre semana, con el piso en silencio y sus amigas durmiendo, pasea de arriba abajo o se sienta a leer aburridas revistas sintiendo el silencio de su propia soledad. Cree que la ciudad la engulle con ella, que los días la asfixian y el paso del tiempo se hace impracticable, como el angustioso respirar con la cabeza dentro de una bolsa de plástico.
Piensa en los años que vendrán, en la conveniencia que tomará el rumbo de las decisiones cuando la veintena empiece a flaquear y asome en el horizonte, amenazante, la sombras de los treinta. Por muchas vueltas que de la vida, entretenida en historias y pasiones, en desfallecimientos e ilusiones sin orillas, al final la responsabilidad y un hondo sentido de lo tradicional le apremiaran a optar por el camino fácil.
Y es el fracaso pasado el que atenaza este corazón, un amor que se presentaba tan real como arrollador, manando incontenible por cada poro de su piel, resbalando por su estomago, avanzando por su interior y colmando por entero un cuerpo que se estremecía bajo el fulgurante calor de unas caricias que partieran la tarde en sus innumerables pedazos de pasión.
En las inmensas noches que comienzan en la flor de la tarde en el medievo del invierno, siente el golpe bajo de la nostalgia arrollar sus pensamientos, con esa indecible amargura que puebla el desencanto en la plena estampa de la impotencia, del regusto amargo que acompaña a los amantes que teniendo todos los espacios del mundo finalmente no hubo lugar para el amor.

29 septiembre 2009

Vida



La habitación huele a colonia y a un frescor inusual de mañana tibia y limpieza en los poros de la piel. Cojo a mi sobrino recién nacido en brazos, y mirando ese rostro rosado, esa cabecita sin apenas pelo, pienso en esos ojos ciegos que aún no se han abierto al mundo, la vida que ahora empieza y la que le espera, lo que esa mirada se va a encontrar. Ambos somos dos seres humanos pero con un abismo entre nosotros. Uno ha visto el anverso y el reverso de la vida, sufrido y disfrutado las emociones, los achaques del tiempo y del existir, las contradicciones de un mundo que se nos presenta hostil y al día siguiente amable y con los brazos abiertos; un territorio donde se lucha cada hora y no se sueña con el mañana porque ya se tiene bastante con el hoy. Y la otra vida que nace aún desconoce lo que le espera, no sabe nada de sentimientos ni la tonalidad de los colores, no conoce la plenitud del mar, la belleza de un atardecer, ni se figura lo que son unos labios reclamando el primer beso; no sabe el significado del nacer y del morir, ni el ciclo vital de las personas; aún no ha tragado con ruedas de molino sólo porque era la mejor y única opción, ni se ha sentido engañado por amor, ni ha visto la llama del deseo encenderse en la mirada de una mujer clavada directamente en sus ojos. No sabe que será querido más que nada y que en algún momento llegará a querer a alguien más que a nadie.
Tiene por delante la sensación de nervios ante un examen, la espera a las puertas de un concierto que lo transporte a otra dimensión, el sabor repulsivo de la primera calada o el llanto inconformista ante un plato de verduras.
Me pregunto cuales serán sus aptitudes, las aficiones que cultivará, los sueños que tendrá y si se despertará de ellos con resaca, el timbre de su voz diciendo un te quiero, la mirada hacia atrás que dará a su habitación en un último vistazo antes de irse de casa enfrentándose al futuro, la sensación al coger en sus brazos a un niño como lo estoy haciendo yo.
Otros comienzan también estos días su andadura, personitas inocentes como él, totalmente indefensos ante territorio al que no sobrevivirán sin ayuda, y tal vez sus caminos se lleguen a encontrar algún día, en esta nueva promoción que nos sustituirá, una nueva generación de vidas cruzadas.

28 septiembre 2009

Ruido

Como si tuviera que dar explicaciones al destino, su corazón aún temblaba al recordar su nombre, ver su foto o evocar recuerdos que llegan directamente del pasado para adentrarse por las venas de un presente que vive al día sin más necesidad y ambición que la de ir tirando.
Todo se rompió un abril gris como se rompen las grandes valijas cayendo en un barco a la deriva: ruidosamente, con gran estruendo, sin posibilidad de juntar los pedazos de ese desastre. Desde entonces esos restos de navío viajan sin rumbo fijo entre un mar inmenso donde nunca se ve tierra a la vista. Todo estalló y Rocío vive desde entonces a rebufo de aquella intensidad que la marcó como una fragua en la vida.
Y sabe que siempre te alcanza un rayo de sol que sale entre las nubes y te da justo a ti. Saborear ese momento y no soltarlo es su objetivo. Ya no habrá más noches donde escuche desde la cama el sonido de los pasos del fracaso. Quiere morder los mejores años de su vida.
Sentir, beber, verlo através de la barrea, verlo por los ojos de la gente, hablado, besando. Caminar entre los locales sin rumbo, si no controlo estas riendas es posible que me superen. Sin que nadie sea capaz de ver su derrota, que poco a poco se deja la vida por estas calles, cree que nunca ha sentido tanto.
Desde hace varias semanas, a todos los ensayos de su obra de teatro hay un fantasma, un desconocido, que se sienta en la última fila de butacas de un desierto patio y observa a los actores preparan las escenas, repetir sus papeles, cotejar el vestuario. Nunca dice nada y siempre observa, en silencio. Rocío cree que va a verla a ella, como en Lo importante es amar, que viene ensimismado por su belleza, que está enamorado de ese teatro y de esa actriz de grandes dotes, y tal vez algún día llegue a ser su marido. Quién sabe, siempre tuvo suerte con los silenciosos hombres misteriosos, que llegan a su vida casi sin hacer ruido y se marchan dejando un estruendo de recuerdos a su espalda.

22 septiembre 2009

Segadas

En la vida de ese viejo que se sienta en el porche, contemplado el polvo que levanta la brisa del verano en su perdido pueblo de castilla, hay dos etapas bien diferenciadas. Antes de la guerra y después de volver de la batalla. Herido y confuso, con las ropas sucias y el alma resignada al dolor del alma de una guerra perdida, de compañeros muertos y asesinatos en grupo.
Para las demás generaciones sólo fue una vieja historia olvidada en el tiempo, la vieja guerra civil española, tan antigua como los reyes católicos o el Cid. Pero él sabe aún señalar con los ojos cerrados el olivo bajo el cual 17 personas fueron asesinadas y enterradas en la carretera de salida del pueblo, aquella madrugada de agosto de 1936. Aún puede ver la expresión de terror y confusión de su compañero de guardia en el momento que el fuego de metralla le atravesó el pecho, más allá del Ebro. El olor de las trincheras, la tensión que precedía al sonido de las balas. Hubo un momento en que la muerte convivió con él a diario, y era una muerte injustificada, disparando a un enemigo al que no llegabas a ver el rostro, cuerpos móviles que daban un brinco y caían al suelo alcanzados por las armas que disparabas. Clavadas con fuego aún lleva esas noches mirando las estrellas, escrutando el firmamento buscando señales de un Dios que no aparecía.
El viejo escucha el silencio sintiendo el peso del tiempo sobre sus hombros .Calienta el sol y sopla el viento sobre esa tierra herida, de una localidad que quedó vacía de hombres cuando fueron enviados al matadero. El pueblo fue un pueblo de huérfanos, y sólo unos pocos regresaron, con la marca del desamparo en la mirada. Regresar con la moral marcada cuando las ametralladoras callan y ya no miras al cielo siguiendo el sonido de los obuses. Tiene el recuerdo de nombres de brigadistas que luchaban en un país que no era el suyo por una causa que creían de todos. Se siente extraño en este tiempo, como si estuviera viviendo de más, por todos aquellos que se quedaron en los años de la muerte, que murieron con su época. Perdido cuando ve a los jóvenes vivir deprisa, conducir rápidamente coches caros, hablando a voces. El tiempo parece no tener memoria, y sólo en su cabeza ve a chavales de esa misma edad sangrando en la hierba, gritando una última llamada de auxilio, con los brazos extendidos al horizonte, pasando por encima los carros de combate de los militares que enarbolaban la bandera del fascismo para traer la muerte a sus imberbes existencias. Las tierras de España fueron regadas con la sangre de todos los que la entregaron por la democracia y la libertad, y no sirvió de mucho, pues de la derrota llegó la miseria, el hambre y la dictadura. Un pueblo vencido que tuvo que resurgir de la oscuridad de cuarenta años para concebir la nueva democracia que hoy alumbra a sus nietos.

17 septiembre 2009

Arrugas



María observa por la ventana un día nublado que no levanta cabeza. A través del cristal puede vislumbrar un solitario banco, puro hierro y madera al que con el frío otoñal no visita ni el olvido.
Ella vive con su gato, una grata compañía que no discute y no objeta, en una casa que acoge el caminar tranquilo de los días, que no se alteran y no vacilan. Pero antes muchas personas pasaron por su vida. Algunas de agradable recuerdo, otros de olvidable memoria, pero siempre con sello personal.
María ya no colecciona ilusiones que romper al pasar los años. Sabe que cada arruga es una victoria, una batalla ganada a la vida, y traspasa décadas con orgullo, consciente de todo lo que lleva detrás, lo vivido a la espalda. Soltera oficial, amante de todos los que pudieron; carnes desgastadas y labios que han besado más que han amado, es una veterana en eso del vivir. Ya no queda nada de los hombres que se fueron para no volver jamás, que en su renqueante memoria la recuerdan como una mujer de caderas pronunciadas y mirada incandescente.
Hay colillas de cigarrillos en el cenicero y un libro de Jesús Torbado en la mesita. Las botellas de las fiestas ya se secaron y dieron paso al silencio, enorme y abrumador, que invade ahora las noches.
Para los surcos de su piel siempre es otoño, de hojas caídas que cubren su rostro, de ramas secas que son sus venas. Llueve en su ventana y el viento sopla trayendo el sonido del pasado, y cada brizna de aire es una lección, una experiencia, oyendo ecos de voces, de conocidos que ya pasaron a mejor vida sin hacer parada en la antesala; ojos fijos en fotografías que habitan en álbumes que hace mucho que no son abiertos, por miedo a que la punzada de la melancolía agrede su plácida existencia rodeada de paz, tal vez por temor a lo que esconden.
En María el tiempo forjó serenidad, no tiene prisa nunca, camina despacio, habla y mira sosegada, se mueve con displicencia entre las paredes ocres que encierran a la mujer con una existencia entera encima.
No se deja llevar por el desamparo y sin embargo, deja siempre hueco para la dignidad.
Y en contra de lo que esperaba, no duelen esas cosas que no se hicieron, ni las vidas que pudieron ser algo al lado de la suya, tampoco las palabras que ya no serán dichas nunca. Porque la fiesta ya está en ese punto de desgana donde solo deseas llegar a casa. Ya has bailado y bebido lo suficiente, has hablado con muchas personas, el humo te ciega los ojos y no hay nada ya que ofrecer.
Es como mirar la vida desde un púlpito, del de aquellos que han andado demasiado, han estado en muchos sitios y han vivido en exceso; de los que no piensan en todos los sueños para los que ya son demasiado tarde.

15 septiembre 2009

Relojes

Para Andrea el amor era como un reloj estropeado, que ni funciona ni se mira para él. Que siempre te dices que lo vas a arreglar pero dejas pasar el tiempo y sigue sin cumplir su función. Pero hasta los relojes parados dan bien la hora dos veces al día, y ella esperaba que aunque fuera de casualidad le llegara de improviso y sin llamarla una oportunidad de encauzar las manecillas de su corazón, de comenzar a andar por el segundero de la vida al son que marque un amor vigoroso y real.
José Antonio era político y lucía trajes con la misma naturalidad y desenvoltura que llevar una camiseta de playa. Tenía clase y magnetismo, un carisma atractivo de quien se siente muy seguro de sí mismo. Pero era de ese tipo de personas que creen siempre estar en posesión de la verdad, con dogmas muy arraigados que no podían ser discutidos, más que para descalificar al rival político.
Con Andrea hizo campaña y no descansó hasta que ganó por mayoría absoluta. No respetó ni la jornada de reflexión, la abordo firmemente cuando ella se debatía consigo misma entre las dudas y no la dejó escapar. José Antonio lucía un reloj caro a juego con los gemelos y de cara a periodistas y ciudadanos mantenía una pose impoluta de planchado impecable y peinado sin fisuras, pero de puertas para adentro, sin cámaras de por medio ni miradas analizadoras, era arrogante y mezquino, se quitaba la careta y sus trajes y enarbolaba la bandera de la intolerancia, con especialidad en descalificaciones y discursos vacíos de contenido. Era un político en la intimidad en el peor sentido de la palabra, y solo aceptaba el diálogo y la negociación para sacar provecho en su propio beneficio.
Andrea lo aguantó hasta que en la última campaña lo dejó solo, en su propio torbellino de trabajo e inaccesibilidad. No quería un extraño en casa al que veía más en los periódicos que en el dormitorio, y acabó cansada de corbatas perfectas y relojes caros, de miradas insinuantes a secretarias y besos de ciudadanas.
A José Antonio lo mataron unos meses después de dos disparos en el pecho. Un ajuste de cuentas de un asunto inmobiliario, una venganza política a la vieja usanza. Lo encontraron entre el fango de la orilla de un río. Derrotado en las últimas elecciones, estaba cubierto de barro y hierbas, con una camiseta blanca manchada y unos pantalones sucios donde nadaban pequeños peces. El pelo era un revoltijo de arena y agua y tenía rotos los dedos de la mano. El tiburón político, de lengua afilada y palabras directas, fue desde entonces un archivo de una jefatura de policía esperando ser resuelto. No tenía buen aspecto cuando lo encontraron no, no le quedaba apenas nada, pero en el cadáver mugriento y ejecutado sobresalía de la muñeca su reloj de cuatro mil euros, aún funcionando, marcando los minutos para un cuerpo muerto.

14 septiembre 2009

Dibujos

Un pensamiento, una rabia, una sensación. Todo lo canalizo dibujando. Es mi escape y mi diversión, mi catarsis y mi evasión. Ni yo mismo puedo llegar a interpretar el resultado, con sus contornos, sus líneas y sus lágrimas camufladas y las sonrisas que laten dentro del papel en alguno tono vivo.
Pinturas que expresan el despertar de la primavera, el crepúsculo de algún verano que muere en el horizonte del último atardecer o las mentiras que a mí mismo me cuento. Dibujos y pinturas que son como un diario; que guardo celosamente de la mirada de ajenos.
Alguna vez me obsesioné con algún dibujo, no me dejaba dormir porque me recordaba demasiado a mí. Sin quererlo, me asombré del resultado final y me veía extrañamente reflejado, como si hubiera despertado los fantasmas más escondidos de mi personalidad y los inyectara, sin darme cuenta, a golpe de acuarela en esa pintura. Lo miraba y me traumatizaba ligeramente, podía observar las partes tenebrosas de mi propia mente.
Dibujo mentalmente varias veces a lo largo del día. Memorizo un encuadre, un paisaje, un rostro de mujer. Recreo con mis manos cuando acaricio, esculpo un hermoso cuerpo cuando lo recorro con los labios.
Pero todo esto ya lo sabes. Y cuando te vi la primera vez desee inmortalizar esos ojos, hacerlos eternos sobre un lienzo, coger toda la fuerza de vida que desprendía tu mirada y poder tenerla en mi cabeza, ser capaz de encontrar el tono para esa pupila oceánica e inmensa. Hacer inmortal esa sonrisa que golpea el corazón, tener en un retrato mudo las vibraciones sonoras de tu voz, poder plasmar la tonalidad de tu piel, que al mirar la pintura se pueda casi sentir su olor.
Pero no voy a dibujarte hasta que no te sepa de memoria, hasta que no necesite otra cosa que cerrar los ojos para verte tal como eres, y percibir la intensidad de tus facciones, el brillo de tu pelo, los contornos de tu cuerpo y la forma que adquiere debajo de la ropa.
Te quise plasmar desde el primer momento, y ponerte ante un fondo alegre, sobre un mar que simbolice mi deseo inabarcable, con esa fuerza del primer abrazo o cuando sentí las palpitaciones de tu pecho antes de besarte, y dibujé sobre tu boca un boceto de amor eterno.

07 septiembre 2009

Construir

Te miro en silencio y sonríes sonrojándote. Tienes una cara preciosa. Tú aún no lo sabes pero has despertado en mí la brizna de la esperanza. Necesito respirar, salir a la superficie, alejarme de este torbellino de locura, y tu sonrisa me dice que en tus brazos tal vez encuentre el oxígeno, tras estar a punto de perder la cordura en una relación de trincheras cerradas y rencores abiertos.
Das un sorbo gracioso a tu vaso e intento desviar los ojos para no permanecer todo el tiempo mirando. Para ser la primera vez estás demasiado cerca sentada, puedo reconocer tu perfume, aspirar y cerrar los ojos, mover la nariz inquieto, mirar por encima de tu hombro, pensar en la próxima frase qué decir.
La cabeza empieza a confabular, se hace sus propias historias, tal vez sea el momento de comenzar algo nuevo, de poder triunfar, de tomar las carreteras recién inauguradas cuando las otras cerraron por uso indebido. No quiero un clavo, quiero una caja llena de herramientas con las que construir mi futuro. Así es como llegan las oportunidades. Un día aparecen sin que las hayas llamado y comprendes que deben quedarse contigo, porque de ese tipo de trenes están llenos los depósitos de las oportunidades perdidas.
Por debajo de la mesa noto el movimiento circular de tu tobillo. Hablo de cosas pero no logro escucharme, y cada vez me siento más encandilado por esa negrura que desprenden tus ojos, la forma de las pestañas, el territorio de deseo que forma tu boca. Quiero tener alguna posibilidad de arrojar luz sobre esa melena negra, ondulada y poderosa, recostarme sobre ella y respirar el aroma.
Tras un final siempre se espera el duelo, el pensar los fallos, pagar la deuda sentimental, pero toda persona desea que la vida ofrezca una nueva oportunidad cuanto antes, poner en pie la ilusión. Me gustaría salir de este bar y estar ya muy lejos, pasear con esa cara por compañera, deleitarme en tus virtudes, probar tus defectos, conocerte a fondo, despertar tu admiración, tener en propiedad tus sentimientos para caminar despacio entre ellos, sin llegar a herirlos; hacer que crezcan, alimentar la pasión, provocar al deseo, recorrer con mis manos las formas de tu cuerpo…creo que pienso demasiado, que fantaseo en exceso, ésta es la primera vez pero no me hace falta más para saber que quiero volverte a ver.

03 septiembre 2009

Amar

-¿Me quieres?-preguntó Fabio a la chica que tenía debajo, rodeada por un brazo, jugueteando sobre el colchón. Ella sonrió y no dijo nada y Fabio le dio un leve mordisco en el cuello. Sara rió e intentó zafarse de su amante, pero tan sólo consiguió rodar alrededor del colchón, donde dejaban pasar la tarde la pareja de enamorados.
No le fue fácil a Fabio llegar donde estaba, conseguir a Sara, volver a sentir.
Cuando tenía 9 años vio como su padre enviaba a su madre al hospital de una paliza, y no tuvo reparos en hacerlo con él delante, que también recibió alguna.
El resto de su vida ese recuerdo lo llevó consigo como una pesada carga de la que no poder desprenderse. Tal vez por eso se hizo policía, y por eso se identificaba con el personaje de Bud White en L.A Confidential. Tuvo que ser a la segunda y tras varios obstáculos debido a la inestabilidad emocional que aún guardaba en lo más profundo de él, teniendo que necesitar medicación en algunos momentos de su vida.
Fabio tenía un encanto especial, con una forma de sonreír que transmitía tranquilidad y buenas vibraciones. Tras los ojos se ocultaba un sufrimiento profundo en lucha constante por mitigarse.
La primera vez que vio a Sara llevaba las bolsas de la compra por su misma acera, y tenía una expresión de fatiga en el rostro. Él se le acercó y con una brillante sonrisa se ofreció a llevarle la carga hasta su portal. Resultó que ella vivía tres calles más allá, y allí fue donde la dejo, en la puerta, mirándole a los ojos deseándole buen día. Estaba realmente impactado por lo guapa que era y la química que parecía habitar entre los dos.
Al día siguiente espero todo el mediodía paseando de arriba debajo de su calle esperando verla salir, para hacerse el casual, para forzar una conversación.
A ella le hacía gracia ese chico insistente, y le conmovía su bondad y sus buenas intenciones. La primera vez que él se aventuró a besarla sintió un fuerte pinchazo en el pecho, como si hubiera sido alcanzada por la picadura de un escorpión. En ese tiempo se había gestado un sentimiento hacia Fabio que solo con ese beso salió a la luz, para sorpresa de sí misma.
Como parecía que él chico ya quería por los dos, Sara nunca tuvo necesidad de expresar abiertamente sus sentimientos. Lo hacía a su manera y se dejaba querer. Cuando él la miraba tan solo veía un fuerte lazo que ata y aprieta sin ahogar, que les unía por alguna fuerza invisible y reveladora. Y a él se le veía tan contento que en el trabajo le notaban más amable, más cercano, de una persona agradable pero que siempre marcaba bastante las distancias, como un gato asustadizo al que hubieran dado un palo por mearse en la alfombra.
Cuando fueron a ver aquella película al cine, que era verdaderamente mala, Sara notó como Fabio se ponía nervioso por la calidad de la película, como si él tuviera la culpa, como si sintiera que la iba a defraudar. Al final de la sesión su cara era de completo disgusto.
El viernes siguiente estrenaban una que arrastraba gran fama tras de sí, y cuado en una de las angustiosas últimas escenas él le dio un beso fugaz en la mejilla, Sara sintió una punzada en el estómago.
Bajo las sábanas el joven la acariciaba con suavidad, una ternura exquisita que emergía de sus manos como un manantial de cariño ofrecido para ella. La mejor sensación conocida es notar como el tiempo en los relojes se paraliza y afuera todo parece enmudecer para ofrecer tranquilidad a los amantes.
Fabio comenzó a ponerse nervioso con los problemas del trabajo, el traslado de parte de la plantilla a otro destino y el mal ambiente que se respiraba desde entonces en algún sector de la comisaría.
Había semanas enteras que Sara trataba de qvitar vrse con él; en su interir albergaba un rechazo al enamoramiento, temiendo su propia pasión, huyendo de unos sentimientos que trataba de controlar para protegerse.

La primera vez que la gritó, en los siete meses que llevaban juntos, Sara se arrugó como un ovillo de lana, sorprendida y angustiada, como probando un nuevo sabor totalmente desconocido. Intentó él amainar la tempestad ofreciéndole sus disculpas y mostrándose exageradamente triste y abatido.
Una noche de noviembre que ella salía del trabajo encontró a Fabio sentado en su portal, visiblemente borracho, con los ojos enrojecidos y el aliento seco. Le ofreció a subir y asearse un poco para cambiar ese aspecto. Él se tambaleaba por las escaleras y la chica intentaba enderezarlo como podía. Dentro del piso increpó su estado y le chilló dos palabras directas que tornaron el rostro de Fabio en ira, advirtiendo en sus ojos que estaba mentalmente desbocado. Sorprendió con un puñetazo directo a la boca, que la tiró contra la cama y le reventó el labio inferior, de donde comenzó a brotar sangre que se deslizaba por la barbilla. Sara se llevó las manos a la cara en una expresión perpleja e intentó asimilar el tremendo golpe, cuando, al incorporarse y estar de rodillas, Fabio conectó un certero rodillazo al rostro que le inflamó el pómulo. Sin darle tiempo a reaccionar la cogió por el brazo izquierdo y de un tirón la puso en pie, desconcertada, y con un golpe en el estómago la hundió en un ahogado lamento y quedó sentada, en posición fetal, llorando y deseando despertar de lo que esperaba fuera una pesadilla. Fabio marchó dando un portazo que resonó terriblemente en el edificio, pero donde más daño causó fue en el corazón y el alma de Sara, que se aferraba al borde de la cama para poder incorporarse, tratando de no vomitar por el fuerte dolor que sentía en la boca del estómago.
Al día siguiente el sonido del timbre fue como un sobresalto que la devolvió a la temerosa realidad. Estaba abajo y quería subir para hablar. No se molestó ni en contestar. Se encerró en casa y en su propia persona y evitaba coger el móvil o contestar a mensajes. Uno de ellos aseguraba que “lo siento, estoy destrozado”.

Una botella de ginebra por la mitad y dos paquetes de cigarrillos en el suelo con sus respectivas colillas desperdigadas adornaban el suelo de la habitación, tres días después, cuando Fabio usó su pistola reglamentaria por primera vez. Más o menos a esa misma hora Sara salía de casa con un par de bolsas y bultos que llevaba con furia acumulada. Era pertenencias de Fabio que tenía pensando ir a devolverlas, no las quería en su casa. Sara picó al timbre pero nadie contestó. Insistía cuando en ese momento un vecino salía por la puerta, y aprovechó para meterse dentro. La puerta de la casa se la encontró abierta, como si esperara la llegada de alguien.
Al entrar en el pasillo lo vio tirado en el suelo, la pistola a un palmo de él; con un charco de sangre entorno suyo y la sangre que aún manaba de la herida de la cabeza. Sara profirió un grito sordo y se arrodilló junto a él, sujetándole la cabeza entre las manos.
Tenía el cuerpo caliente y un hálito de vida se escapa entre sus labios, que intentaban moverse inútilmente.
-Te quiero- musitó Sara entre sollozos abrazando aquel desastre.
Los ojos de Fabio de mirada inexpresiva se entreabrieron y un breve instante después se cerraron lentamente, dejando la cabeza apoyada inerte sobre sus antebrazos.

02 septiembre 2009

Sirena

Todas las noches miro la foto que tengo de mamá en la mesita de noche. Qué guapa era. Mi padre decía que se parecía a Julie Christie en sus buenos tiempos, la actriz de la que él estaba enamorado en su juventud, y por eso yo me llamo Lara, por su personaje en Doctor Zhivago, que tengo que decir que es la película en la que yo más guapa vi a una actriz. Me encanta el nombre y me encanta el personaje, por eso lo llevo con mucho orgullo.
Soy yo la que no quiere que los demás tengan que mentir por mí, la que afronta con coraje los inviernos, buscando unos brazos que me cobijen incondicionalmente. Pero hace tiempo que crece la hierba en el cajón donde guardaba tus recuerdos, donde hace una semana encontré y tire una foto que se nos veía juntos, en ese inmenso arenal, poniéndoselo difícil a otro final de verano, con un crepúsculo sin miedo, con la esperanza recién nacida. Tenías los ojos arrugados para filtrar el sol y detrás de nosotros, a nuestras espaldas, el mar, enorme y ruidoso, con las olas encrespadas que eran el eco de aquél amor.
Desde entonces busco disimuladamente una mirada que haga que suba la marea de mi corazón, pero siempre choco contra el muro, los innumerables peces que pueblan el mar pero ninguno brilla de una manera especial.
Ni el chico que una noche se acercó a mi parte de la barra y me invitó educadamente a beber, con una sonrisa amable y unas palabras sinceras que no sonaban a manual de ligue en cinco minutos. Y al fin de semana siguiente volví exclusivamente para comprobar si él también esperaba verme aparecer, si había conseguido eso tan complicado de dejar al otro queriendo un poco más de esos diálogos, tropezarse de nuevo con esa mirada profunda y abierta que daba pie a soñar de nuevo con los peces de colores y las playas desiertas.
Me dijo que se llamaba Federico por Federico Martín Bahamontes, el ciclista.
-Qué curioso, a mí me pusieron Lara por el personaje de Julie Christie en Doctor Zhivago- dije sonriendo sinceramente.
-¿Doctor que?, ¡ja ja,ja!, ¿tu padre que trabajaba en un hospital?- se rió divertido y torció la cabeza hacia la barra buscando a la camarera con total normalidad.
Mi expresión se tornó de golpe, me di media vuelta y salí rápida por la puerta. En la calle hacia viento y me refugié en un portal donde busqué tu número del móvil, deseando zambullirme en ese mar, del que nunca debí salir como una sirena incauta, abrasada por el sol.

01 septiembre 2009

El sueño de una sola vez

Cristina había visto a su madre luchar por ella y por sus hermanos desde muy pequeños, dar cada peseta que entraba en casa para su educación y para costear el abogado que demandara a la óptica que operó a su hermano y le había dejado tuerto en un error de quirófano. La vida no es de color de rosa y hay que estar siempre luchando, rasgándose hasta lo más hondo para sacar los pedazos de la felicidad que puede aguardar cada día, aunque el precio sea caro.
Pronto aprendió desde muy joven lo que significa el sacrificio y el querer tanto a alguien que no te importa a las cosas que tengas que renunciar.
Por eso la película favorita de Cristina es Bailar en la oscuridad. Ella nunca dice Casablanca aunque le encanta el clásico, ni hace alarde de ignorante modernez citando por ejemplo, El club de la lucha como su película de referencia, y por supuesto no se le pasa por la cabeza El diario de Noah o algún producto semejante. A Cristina le gusta la directa, fría y dura cinta de Lars Von Trier, palpable como la vida, cortante como una pica hielos, con sus eternos silencios, con sus números musicales, con la terrible enseñanza que esconde en sus arrolladoras dos horas. Nunca ha llorado tanto. Jamás se vio tan desbordada y amó el cine como con Bailar en la oscuridad. Con los sueños que provocan la imaginación, con los secretos imposibles de explicar a un jurado, con las canciones a capella hacia un público morboso con la única música del corazón. Como un golpe directo a las entrañas, te pasa por encima y te deja a un lado de tu vida. Pero la película favorita de Cristina sólo la ha visto una vez. No le hace falta más. Quedó en estado de shock, pensando, con un nudo en la garganta que le duró toda una noche, sin poder casi pensar en el final sin que el frío le recorriera el cerebro. Nunca ha querido volver a acercarse a ella, para no perder jamás esa sensación, para no debilitar las emociones al verla de nuevo, para recordarla siempre cuando llore en la oscuridad.