Nulla dies sine linea

22 septiembre 2009

Segadas

En la vida de ese viejo que se sienta en el porche, contemplado el polvo que levanta la brisa del verano en su perdido pueblo de castilla, hay dos etapas bien diferenciadas. Antes de la guerra y después de volver de la batalla. Herido y confuso, con las ropas sucias y el alma resignada al dolor del alma de una guerra perdida, de compañeros muertos y asesinatos en grupo.
Para las demás generaciones sólo fue una vieja historia olvidada en el tiempo, la vieja guerra civil española, tan antigua como los reyes católicos o el Cid. Pero él sabe aún señalar con los ojos cerrados el olivo bajo el cual 17 personas fueron asesinadas y enterradas en la carretera de salida del pueblo, aquella madrugada de agosto de 1936. Aún puede ver la expresión de terror y confusión de su compañero de guardia en el momento que el fuego de metralla le atravesó el pecho, más allá del Ebro. El olor de las trincheras, la tensión que precedía al sonido de las balas. Hubo un momento en que la muerte convivió con él a diario, y era una muerte injustificada, disparando a un enemigo al que no llegabas a ver el rostro, cuerpos móviles que daban un brinco y caían al suelo alcanzados por las armas que disparabas. Clavadas con fuego aún lleva esas noches mirando las estrellas, escrutando el firmamento buscando señales de un Dios que no aparecía.
El viejo escucha el silencio sintiendo el peso del tiempo sobre sus hombros .Calienta el sol y sopla el viento sobre esa tierra herida, de una localidad que quedó vacía de hombres cuando fueron enviados al matadero. El pueblo fue un pueblo de huérfanos, y sólo unos pocos regresaron, con la marca del desamparo en la mirada. Regresar con la moral marcada cuando las ametralladoras callan y ya no miras al cielo siguiendo el sonido de los obuses. Tiene el recuerdo de nombres de brigadistas que luchaban en un país que no era el suyo por una causa que creían de todos. Se siente extraño en este tiempo, como si estuviera viviendo de más, por todos aquellos que se quedaron en los años de la muerte, que murieron con su época. Perdido cuando ve a los jóvenes vivir deprisa, conducir rápidamente coches caros, hablando a voces. El tiempo parece no tener memoria, y sólo en su cabeza ve a chavales de esa misma edad sangrando en la hierba, gritando una última llamada de auxilio, con los brazos extendidos al horizonte, pasando por encima los carros de combate de los militares que enarbolaban la bandera del fascismo para traer la muerte a sus imberbes existencias. Las tierras de España fueron regadas con la sangre de todos los que la entregaron por la democracia y la libertad, y no sirvió de mucho, pues de la derrota llegó la miseria, el hambre y la dictadura. Un pueblo vencido que tuvo que resurgir de la oscuridad de cuarenta años para concebir la nueva democracia que hoy alumbra a sus nietos.

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