Nulla dies sine linea

29 septiembre 2009

Vida



La habitación huele a colonia y a un frescor inusual de mañana tibia y limpieza en los poros de la piel. Cojo a mi sobrino recién nacido en brazos, y mirando ese rostro rosado, esa cabecita sin apenas pelo, pienso en esos ojos ciegos que aún no se han abierto al mundo, la vida que ahora empieza y la que le espera, lo que esa mirada se va a encontrar. Ambos somos dos seres humanos pero con un abismo entre nosotros. Uno ha visto el anverso y el reverso de la vida, sufrido y disfrutado las emociones, los achaques del tiempo y del existir, las contradicciones de un mundo que se nos presenta hostil y al día siguiente amable y con los brazos abiertos; un territorio donde se lucha cada hora y no se sueña con el mañana porque ya se tiene bastante con el hoy. Y la otra vida que nace aún desconoce lo que le espera, no sabe nada de sentimientos ni la tonalidad de los colores, no conoce la plenitud del mar, la belleza de un atardecer, ni se figura lo que son unos labios reclamando el primer beso; no sabe el significado del nacer y del morir, ni el ciclo vital de las personas; aún no ha tragado con ruedas de molino sólo porque era la mejor y única opción, ni se ha sentido engañado por amor, ni ha visto la llama del deseo encenderse en la mirada de una mujer clavada directamente en sus ojos. No sabe que será querido más que nada y que en algún momento llegará a querer a alguien más que a nadie.
Tiene por delante la sensación de nervios ante un examen, la espera a las puertas de un concierto que lo transporte a otra dimensión, el sabor repulsivo de la primera calada o el llanto inconformista ante un plato de verduras.
Me pregunto cuales serán sus aptitudes, las aficiones que cultivará, los sueños que tendrá y si se despertará de ellos con resaca, el timbre de su voz diciendo un te quiero, la mirada hacia atrás que dará a su habitación en un último vistazo antes de irse de casa enfrentándose al futuro, la sensación al coger en sus brazos a un niño como lo estoy haciendo yo.
Otros comienzan también estos días su andadura, personitas inocentes como él, totalmente indefensos ante territorio al que no sobrevivirán sin ayuda, y tal vez sus caminos se lleguen a encontrar algún día, en esta nueva promoción que nos sustituirá, una nueva generación de vidas cruzadas.

28 septiembre 2009

Ruido

Como si tuviera que dar explicaciones al destino, su corazón aún temblaba al recordar su nombre, ver su foto o evocar recuerdos que llegan directamente del pasado para adentrarse por las venas de un presente que vive al día sin más necesidad y ambición que la de ir tirando.
Todo se rompió un abril gris como se rompen las grandes valijas cayendo en un barco a la deriva: ruidosamente, con gran estruendo, sin posibilidad de juntar los pedazos de ese desastre. Desde entonces esos restos de navío viajan sin rumbo fijo entre un mar inmenso donde nunca se ve tierra a la vista. Todo estalló y Rocío vive desde entonces a rebufo de aquella intensidad que la marcó como una fragua en la vida.
Y sabe que siempre te alcanza un rayo de sol que sale entre las nubes y te da justo a ti. Saborear ese momento y no soltarlo es su objetivo. Ya no habrá más noches donde escuche desde la cama el sonido de los pasos del fracaso. Quiere morder los mejores años de su vida.
Sentir, beber, verlo através de la barrea, verlo por los ojos de la gente, hablado, besando. Caminar entre los locales sin rumbo, si no controlo estas riendas es posible que me superen. Sin que nadie sea capaz de ver su derrota, que poco a poco se deja la vida por estas calles, cree que nunca ha sentido tanto.
Desde hace varias semanas, a todos los ensayos de su obra de teatro hay un fantasma, un desconocido, que se sienta en la última fila de butacas de un desierto patio y observa a los actores preparan las escenas, repetir sus papeles, cotejar el vestuario. Nunca dice nada y siempre observa, en silencio. Rocío cree que va a verla a ella, como en Lo importante es amar, que viene ensimismado por su belleza, que está enamorado de ese teatro y de esa actriz de grandes dotes, y tal vez algún día llegue a ser su marido. Quién sabe, siempre tuvo suerte con los silenciosos hombres misteriosos, que llegan a su vida casi sin hacer ruido y se marchan dejando un estruendo de recuerdos a su espalda.

22 septiembre 2009

Segadas

En la vida de ese viejo que se sienta en el porche, contemplado el polvo que levanta la brisa del verano en su perdido pueblo de castilla, hay dos etapas bien diferenciadas. Antes de la guerra y después de volver de la batalla. Herido y confuso, con las ropas sucias y el alma resignada al dolor del alma de una guerra perdida, de compañeros muertos y asesinatos en grupo.
Para las demás generaciones sólo fue una vieja historia olvidada en el tiempo, la vieja guerra civil española, tan antigua como los reyes católicos o el Cid. Pero él sabe aún señalar con los ojos cerrados el olivo bajo el cual 17 personas fueron asesinadas y enterradas en la carretera de salida del pueblo, aquella madrugada de agosto de 1936. Aún puede ver la expresión de terror y confusión de su compañero de guardia en el momento que el fuego de metralla le atravesó el pecho, más allá del Ebro. El olor de las trincheras, la tensión que precedía al sonido de las balas. Hubo un momento en que la muerte convivió con él a diario, y era una muerte injustificada, disparando a un enemigo al que no llegabas a ver el rostro, cuerpos móviles que daban un brinco y caían al suelo alcanzados por las armas que disparabas. Clavadas con fuego aún lleva esas noches mirando las estrellas, escrutando el firmamento buscando señales de un Dios que no aparecía.
El viejo escucha el silencio sintiendo el peso del tiempo sobre sus hombros .Calienta el sol y sopla el viento sobre esa tierra herida, de una localidad que quedó vacía de hombres cuando fueron enviados al matadero. El pueblo fue un pueblo de huérfanos, y sólo unos pocos regresaron, con la marca del desamparo en la mirada. Regresar con la moral marcada cuando las ametralladoras callan y ya no miras al cielo siguiendo el sonido de los obuses. Tiene el recuerdo de nombres de brigadistas que luchaban en un país que no era el suyo por una causa que creían de todos. Se siente extraño en este tiempo, como si estuviera viviendo de más, por todos aquellos que se quedaron en los años de la muerte, que murieron con su época. Perdido cuando ve a los jóvenes vivir deprisa, conducir rápidamente coches caros, hablando a voces. El tiempo parece no tener memoria, y sólo en su cabeza ve a chavales de esa misma edad sangrando en la hierba, gritando una última llamada de auxilio, con los brazos extendidos al horizonte, pasando por encima los carros de combate de los militares que enarbolaban la bandera del fascismo para traer la muerte a sus imberbes existencias. Las tierras de España fueron regadas con la sangre de todos los que la entregaron por la democracia y la libertad, y no sirvió de mucho, pues de la derrota llegó la miseria, el hambre y la dictadura. Un pueblo vencido que tuvo que resurgir de la oscuridad de cuarenta años para concebir la nueva democracia que hoy alumbra a sus nietos.

17 septiembre 2009

Arrugas



María observa por la ventana un día nublado que no levanta cabeza. A través del cristal puede vislumbrar un solitario banco, puro hierro y madera al que con el frío otoñal no visita ni el olvido.
Ella vive con su gato, una grata compañía que no discute y no objeta, en una casa que acoge el caminar tranquilo de los días, que no se alteran y no vacilan. Pero antes muchas personas pasaron por su vida. Algunas de agradable recuerdo, otros de olvidable memoria, pero siempre con sello personal.
María ya no colecciona ilusiones que romper al pasar los años. Sabe que cada arruga es una victoria, una batalla ganada a la vida, y traspasa décadas con orgullo, consciente de todo lo que lleva detrás, lo vivido a la espalda. Soltera oficial, amante de todos los que pudieron; carnes desgastadas y labios que han besado más que han amado, es una veterana en eso del vivir. Ya no queda nada de los hombres que se fueron para no volver jamás, que en su renqueante memoria la recuerdan como una mujer de caderas pronunciadas y mirada incandescente.
Hay colillas de cigarrillos en el cenicero y un libro de Jesús Torbado en la mesita. Las botellas de las fiestas ya se secaron y dieron paso al silencio, enorme y abrumador, que invade ahora las noches.
Para los surcos de su piel siempre es otoño, de hojas caídas que cubren su rostro, de ramas secas que son sus venas. Llueve en su ventana y el viento sopla trayendo el sonido del pasado, y cada brizna de aire es una lección, una experiencia, oyendo ecos de voces, de conocidos que ya pasaron a mejor vida sin hacer parada en la antesala; ojos fijos en fotografías que habitan en álbumes que hace mucho que no son abiertos, por miedo a que la punzada de la melancolía agrede su plácida existencia rodeada de paz, tal vez por temor a lo que esconden.
En María el tiempo forjó serenidad, no tiene prisa nunca, camina despacio, habla y mira sosegada, se mueve con displicencia entre las paredes ocres que encierran a la mujer con una existencia entera encima.
No se deja llevar por el desamparo y sin embargo, deja siempre hueco para la dignidad.
Y en contra de lo que esperaba, no duelen esas cosas que no se hicieron, ni las vidas que pudieron ser algo al lado de la suya, tampoco las palabras que ya no serán dichas nunca. Porque la fiesta ya está en ese punto de desgana donde solo deseas llegar a casa. Ya has bailado y bebido lo suficiente, has hablado con muchas personas, el humo te ciega los ojos y no hay nada ya que ofrecer.
Es como mirar la vida desde un púlpito, del de aquellos que han andado demasiado, han estado en muchos sitios y han vivido en exceso; de los que no piensan en todos los sueños para los que ya son demasiado tarde.

15 septiembre 2009

Relojes

Para Andrea el amor era como un reloj estropeado, que ni funciona ni se mira para él. Que siempre te dices que lo vas a arreglar pero dejas pasar el tiempo y sigue sin cumplir su función. Pero hasta los relojes parados dan bien la hora dos veces al día, y ella esperaba que aunque fuera de casualidad le llegara de improviso y sin llamarla una oportunidad de encauzar las manecillas de su corazón, de comenzar a andar por el segundero de la vida al son que marque un amor vigoroso y real.
José Antonio era político y lucía trajes con la misma naturalidad y desenvoltura que llevar una camiseta de playa. Tenía clase y magnetismo, un carisma atractivo de quien se siente muy seguro de sí mismo. Pero era de ese tipo de personas que creen siempre estar en posesión de la verdad, con dogmas muy arraigados que no podían ser discutidos, más que para descalificar al rival político.
Con Andrea hizo campaña y no descansó hasta que ganó por mayoría absoluta. No respetó ni la jornada de reflexión, la abordo firmemente cuando ella se debatía consigo misma entre las dudas y no la dejó escapar. José Antonio lucía un reloj caro a juego con los gemelos y de cara a periodistas y ciudadanos mantenía una pose impoluta de planchado impecable y peinado sin fisuras, pero de puertas para adentro, sin cámaras de por medio ni miradas analizadoras, era arrogante y mezquino, se quitaba la careta y sus trajes y enarbolaba la bandera de la intolerancia, con especialidad en descalificaciones y discursos vacíos de contenido. Era un político en la intimidad en el peor sentido de la palabra, y solo aceptaba el diálogo y la negociación para sacar provecho en su propio beneficio.
Andrea lo aguantó hasta que en la última campaña lo dejó solo, en su propio torbellino de trabajo e inaccesibilidad. No quería un extraño en casa al que veía más en los periódicos que en el dormitorio, y acabó cansada de corbatas perfectas y relojes caros, de miradas insinuantes a secretarias y besos de ciudadanas.
A José Antonio lo mataron unos meses después de dos disparos en el pecho. Un ajuste de cuentas de un asunto inmobiliario, una venganza política a la vieja usanza. Lo encontraron entre el fango de la orilla de un río. Derrotado en las últimas elecciones, estaba cubierto de barro y hierbas, con una camiseta blanca manchada y unos pantalones sucios donde nadaban pequeños peces. El pelo era un revoltijo de arena y agua y tenía rotos los dedos de la mano. El tiburón político, de lengua afilada y palabras directas, fue desde entonces un archivo de una jefatura de policía esperando ser resuelto. No tenía buen aspecto cuando lo encontraron no, no le quedaba apenas nada, pero en el cadáver mugriento y ejecutado sobresalía de la muñeca su reloj de cuatro mil euros, aún funcionando, marcando los minutos para un cuerpo muerto.

14 septiembre 2009

Dibujos

Un pensamiento, una rabia, una sensación. Todo lo canalizo dibujando. Es mi escape y mi diversión, mi catarsis y mi evasión. Ni yo mismo puedo llegar a interpretar el resultado, con sus contornos, sus líneas y sus lágrimas camufladas y las sonrisas que laten dentro del papel en alguno tono vivo.
Pinturas que expresan el despertar de la primavera, el crepúsculo de algún verano que muere en el horizonte del último atardecer o las mentiras que a mí mismo me cuento. Dibujos y pinturas que son como un diario; que guardo celosamente de la mirada de ajenos.
Alguna vez me obsesioné con algún dibujo, no me dejaba dormir porque me recordaba demasiado a mí. Sin quererlo, me asombré del resultado final y me veía extrañamente reflejado, como si hubiera despertado los fantasmas más escondidos de mi personalidad y los inyectara, sin darme cuenta, a golpe de acuarela en esa pintura. Lo miraba y me traumatizaba ligeramente, podía observar las partes tenebrosas de mi propia mente.
Dibujo mentalmente varias veces a lo largo del día. Memorizo un encuadre, un paisaje, un rostro de mujer. Recreo con mis manos cuando acaricio, esculpo un hermoso cuerpo cuando lo recorro con los labios.
Pero todo esto ya lo sabes. Y cuando te vi la primera vez desee inmortalizar esos ojos, hacerlos eternos sobre un lienzo, coger toda la fuerza de vida que desprendía tu mirada y poder tenerla en mi cabeza, ser capaz de encontrar el tono para esa pupila oceánica e inmensa. Hacer inmortal esa sonrisa que golpea el corazón, tener en un retrato mudo las vibraciones sonoras de tu voz, poder plasmar la tonalidad de tu piel, que al mirar la pintura se pueda casi sentir su olor.
Pero no voy a dibujarte hasta que no te sepa de memoria, hasta que no necesite otra cosa que cerrar los ojos para verte tal como eres, y percibir la intensidad de tus facciones, el brillo de tu pelo, los contornos de tu cuerpo y la forma que adquiere debajo de la ropa.
Te quise plasmar desde el primer momento, y ponerte ante un fondo alegre, sobre un mar que simbolice mi deseo inabarcable, con esa fuerza del primer abrazo o cuando sentí las palpitaciones de tu pecho antes de besarte, y dibujé sobre tu boca un boceto de amor eterno.

07 septiembre 2009

Construir

Te miro en silencio y sonríes sonrojándote. Tienes una cara preciosa. Tú aún no lo sabes pero has despertado en mí la brizna de la esperanza. Necesito respirar, salir a la superficie, alejarme de este torbellino de locura, y tu sonrisa me dice que en tus brazos tal vez encuentre el oxígeno, tras estar a punto de perder la cordura en una relación de trincheras cerradas y rencores abiertos.
Das un sorbo gracioso a tu vaso e intento desviar los ojos para no permanecer todo el tiempo mirando. Para ser la primera vez estás demasiado cerca sentada, puedo reconocer tu perfume, aspirar y cerrar los ojos, mover la nariz inquieto, mirar por encima de tu hombro, pensar en la próxima frase qué decir.
La cabeza empieza a confabular, se hace sus propias historias, tal vez sea el momento de comenzar algo nuevo, de poder triunfar, de tomar las carreteras recién inauguradas cuando las otras cerraron por uso indebido. No quiero un clavo, quiero una caja llena de herramientas con las que construir mi futuro. Así es como llegan las oportunidades. Un día aparecen sin que las hayas llamado y comprendes que deben quedarse contigo, porque de ese tipo de trenes están llenos los depósitos de las oportunidades perdidas.
Por debajo de la mesa noto el movimiento circular de tu tobillo. Hablo de cosas pero no logro escucharme, y cada vez me siento más encandilado por esa negrura que desprenden tus ojos, la forma de las pestañas, el territorio de deseo que forma tu boca. Quiero tener alguna posibilidad de arrojar luz sobre esa melena negra, ondulada y poderosa, recostarme sobre ella y respirar el aroma.
Tras un final siempre se espera el duelo, el pensar los fallos, pagar la deuda sentimental, pero toda persona desea que la vida ofrezca una nueva oportunidad cuanto antes, poner en pie la ilusión. Me gustaría salir de este bar y estar ya muy lejos, pasear con esa cara por compañera, deleitarme en tus virtudes, probar tus defectos, conocerte a fondo, despertar tu admiración, tener en propiedad tus sentimientos para caminar despacio entre ellos, sin llegar a herirlos; hacer que crezcan, alimentar la pasión, provocar al deseo, recorrer con mis manos las formas de tu cuerpo…creo que pienso demasiado, que fantaseo en exceso, ésta es la primera vez pero no me hace falta más para saber que quiero volverte a ver.

03 septiembre 2009

Amar

-¿Me quieres?-preguntó Fabio a la chica que tenía debajo, rodeada por un brazo, jugueteando sobre el colchón. Ella sonrió y no dijo nada y Fabio le dio un leve mordisco en el cuello. Sara rió e intentó zafarse de su amante, pero tan sólo consiguió rodar alrededor del colchón, donde dejaban pasar la tarde la pareja de enamorados.
No le fue fácil a Fabio llegar donde estaba, conseguir a Sara, volver a sentir.
Cuando tenía 9 años vio como su padre enviaba a su madre al hospital de una paliza, y no tuvo reparos en hacerlo con él delante, que también recibió alguna.
El resto de su vida ese recuerdo lo llevó consigo como una pesada carga de la que no poder desprenderse. Tal vez por eso se hizo policía, y por eso se identificaba con el personaje de Bud White en L.A Confidential. Tuvo que ser a la segunda y tras varios obstáculos debido a la inestabilidad emocional que aún guardaba en lo más profundo de él, teniendo que necesitar medicación en algunos momentos de su vida.
Fabio tenía un encanto especial, con una forma de sonreír que transmitía tranquilidad y buenas vibraciones. Tras los ojos se ocultaba un sufrimiento profundo en lucha constante por mitigarse.
La primera vez que vio a Sara llevaba las bolsas de la compra por su misma acera, y tenía una expresión de fatiga en el rostro. Él se le acercó y con una brillante sonrisa se ofreció a llevarle la carga hasta su portal. Resultó que ella vivía tres calles más allá, y allí fue donde la dejo, en la puerta, mirándole a los ojos deseándole buen día. Estaba realmente impactado por lo guapa que era y la química que parecía habitar entre los dos.
Al día siguiente espero todo el mediodía paseando de arriba debajo de su calle esperando verla salir, para hacerse el casual, para forzar una conversación.
A ella le hacía gracia ese chico insistente, y le conmovía su bondad y sus buenas intenciones. La primera vez que él se aventuró a besarla sintió un fuerte pinchazo en el pecho, como si hubiera sido alcanzada por la picadura de un escorpión. En ese tiempo se había gestado un sentimiento hacia Fabio que solo con ese beso salió a la luz, para sorpresa de sí misma.
Como parecía que él chico ya quería por los dos, Sara nunca tuvo necesidad de expresar abiertamente sus sentimientos. Lo hacía a su manera y se dejaba querer. Cuando él la miraba tan solo veía un fuerte lazo que ata y aprieta sin ahogar, que les unía por alguna fuerza invisible y reveladora. Y a él se le veía tan contento que en el trabajo le notaban más amable, más cercano, de una persona agradable pero que siempre marcaba bastante las distancias, como un gato asustadizo al que hubieran dado un palo por mearse en la alfombra.
Cuando fueron a ver aquella película al cine, que era verdaderamente mala, Sara notó como Fabio se ponía nervioso por la calidad de la película, como si él tuviera la culpa, como si sintiera que la iba a defraudar. Al final de la sesión su cara era de completo disgusto.
El viernes siguiente estrenaban una que arrastraba gran fama tras de sí, y cuado en una de las angustiosas últimas escenas él le dio un beso fugaz en la mejilla, Sara sintió una punzada en el estómago.
Bajo las sábanas el joven la acariciaba con suavidad, una ternura exquisita que emergía de sus manos como un manantial de cariño ofrecido para ella. La mejor sensación conocida es notar como el tiempo en los relojes se paraliza y afuera todo parece enmudecer para ofrecer tranquilidad a los amantes.
Fabio comenzó a ponerse nervioso con los problemas del trabajo, el traslado de parte de la plantilla a otro destino y el mal ambiente que se respiraba desde entonces en algún sector de la comisaría.
Había semanas enteras que Sara trataba de qvitar vrse con él; en su interir albergaba un rechazo al enamoramiento, temiendo su propia pasión, huyendo de unos sentimientos que trataba de controlar para protegerse.

La primera vez que la gritó, en los siete meses que llevaban juntos, Sara se arrugó como un ovillo de lana, sorprendida y angustiada, como probando un nuevo sabor totalmente desconocido. Intentó él amainar la tempestad ofreciéndole sus disculpas y mostrándose exageradamente triste y abatido.
Una noche de noviembre que ella salía del trabajo encontró a Fabio sentado en su portal, visiblemente borracho, con los ojos enrojecidos y el aliento seco. Le ofreció a subir y asearse un poco para cambiar ese aspecto. Él se tambaleaba por las escaleras y la chica intentaba enderezarlo como podía. Dentro del piso increpó su estado y le chilló dos palabras directas que tornaron el rostro de Fabio en ira, advirtiendo en sus ojos que estaba mentalmente desbocado. Sorprendió con un puñetazo directo a la boca, que la tiró contra la cama y le reventó el labio inferior, de donde comenzó a brotar sangre que se deslizaba por la barbilla. Sara se llevó las manos a la cara en una expresión perpleja e intentó asimilar el tremendo golpe, cuando, al incorporarse y estar de rodillas, Fabio conectó un certero rodillazo al rostro que le inflamó el pómulo. Sin darle tiempo a reaccionar la cogió por el brazo izquierdo y de un tirón la puso en pie, desconcertada, y con un golpe en el estómago la hundió en un ahogado lamento y quedó sentada, en posición fetal, llorando y deseando despertar de lo que esperaba fuera una pesadilla. Fabio marchó dando un portazo que resonó terriblemente en el edificio, pero donde más daño causó fue en el corazón y el alma de Sara, que se aferraba al borde de la cama para poder incorporarse, tratando de no vomitar por el fuerte dolor que sentía en la boca del estómago.
Al día siguiente el sonido del timbre fue como un sobresalto que la devolvió a la temerosa realidad. Estaba abajo y quería subir para hablar. No se molestó ni en contestar. Se encerró en casa y en su propia persona y evitaba coger el móvil o contestar a mensajes. Uno de ellos aseguraba que “lo siento, estoy destrozado”.

Una botella de ginebra por la mitad y dos paquetes de cigarrillos en el suelo con sus respectivas colillas desperdigadas adornaban el suelo de la habitación, tres días después, cuando Fabio usó su pistola reglamentaria por primera vez. Más o menos a esa misma hora Sara salía de casa con un par de bolsas y bultos que llevaba con furia acumulada. Era pertenencias de Fabio que tenía pensando ir a devolverlas, no las quería en su casa. Sara picó al timbre pero nadie contestó. Insistía cuando en ese momento un vecino salía por la puerta, y aprovechó para meterse dentro. La puerta de la casa se la encontró abierta, como si esperara la llegada de alguien.
Al entrar en el pasillo lo vio tirado en el suelo, la pistola a un palmo de él; con un charco de sangre entorno suyo y la sangre que aún manaba de la herida de la cabeza. Sara profirió un grito sordo y se arrodilló junto a él, sujetándole la cabeza entre las manos.
Tenía el cuerpo caliente y un hálito de vida se escapa entre sus labios, que intentaban moverse inútilmente.
-Te quiero- musitó Sara entre sollozos abrazando aquel desastre.
Los ojos de Fabio de mirada inexpresiva se entreabrieron y un breve instante después se cerraron lentamente, dejando la cabeza apoyada inerte sobre sus antebrazos.

02 septiembre 2009

Sirena

Todas las noches miro la foto que tengo de mamá en la mesita de noche. Qué guapa era. Mi padre decía que se parecía a Julie Christie en sus buenos tiempos, la actriz de la que él estaba enamorado en su juventud, y por eso yo me llamo Lara, por su personaje en Doctor Zhivago, que tengo que decir que es la película en la que yo más guapa vi a una actriz. Me encanta el nombre y me encanta el personaje, por eso lo llevo con mucho orgullo.
Soy yo la que no quiere que los demás tengan que mentir por mí, la que afronta con coraje los inviernos, buscando unos brazos que me cobijen incondicionalmente. Pero hace tiempo que crece la hierba en el cajón donde guardaba tus recuerdos, donde hace una semana encontré y tire una foto que se nos veía juntos, en ese inmenso arenal, poniéndoselo difícil a otro final de verano, con un crepúsculo sin miedo, con la esperanza recién nacida. Tenías los ojos arrugados para filtrar el sol y detrás de nosotros, a nuestras espaldas, el mar, enorme y ruidoso, con las olas encrespadas que eran el eco de aquél amor.
Desde entonces busco disimuladamente una mirada que haga que suba la marea de mi corazón, pero siempre choco contra el muro, los innumerables peces que pueblan el mar pero ninguno brilla de una manera especial.
Ni el chico que una noche se acercó a mi parte de la barra y me invitó educadamente a beber, con una sonrisa amable y unas palabras sinceras que no sonaban a manual de ligue en cinco minutos. Y al fin de semana siguiente volví exclusivamente para comprobar si él también esperaba verme aparecer, si había conseguido eso tan complicado de dejar al otro queriendo un poco más de esos diálogos, tropezarse de nuevo con esa mirada profunda y abierta que daba pie a soñar de nuevo con los peces de colores y las playas desiertas.
Me dijo que se llamaba Federico por Federico Martín Bahamontes, el ciclista.
-Qué curioso, a mí me pusieron Lara por el personaje de Julie Christie en Doctor Zhivago- dije sonriendo sinceramente.
-¿Doctor que?, ¡ja ja,ja!, ¿tu padre que trabajaba en un hospital?- se rió divertido y torció la cabeza hacia la barra buscando a la camarera con total normalidad.
Mi expresión se tornó de golpe, me di media vuelta y salí rápida por la puerta. En la calle hacia viento y me refugié en un portal donde busqué tu número del móvil, deseando zambullirme en ese mar, del que nunca debí salir como una sirena incauta, abrasada por el sol.

01 septiembre 2009

El sueño de una sola vez

Cristina había visto a su madre luchar por ella y por sus hermanos desde muy pequeños, dar cada peseta que entraba en casa para su educación y para costear el abogado que demandara a la óptica que operó a su hermano y le había dejado tuerto en un error de quirófano. La vida no es de color de rosa y hay que estar siempre luchando, rasgándose hasta lo más hondo para sacar los pedazos de la felicidad que puede aguardar cada día, aunque el precio sea caro.
Pronto aprendió desde muy joven lo que significa el sacrificio y el querer tanto a alguien que no te importa a las cosas que tengas que renunciar.
Por eso la película favorita de Cristina es Bailar en la oscuridad. Ella nunca dice Casablanca aunque le encanta el clásico, ni hace alarde de ignorante modernez citando por ejemplo, El club de la lucha como su película de referencia, y por supuesto no se le pasa por la cabeza El diario de Noah o algún producto semejante. A Cristina le gusta la directa, fría y dura cinta de Lars Von Trier, palpable como la vida, cortante como una pica hielos, con sus eternos silencios, con sus números musicales, con la terrible enseñanza que esconde en sus arrolladoras dos horas. Nunca ha llorado tanto. Jamás se vio tan desbordada y amó el cine como con Bailar en la oscuridad. Con los sueños que provocan la imaginación, con los secretos imposibles de explicar a un jurado, con las canciones a capella hacia un público morboso con la única música del corazón. Como un golpe directo a las entrañas, te pasa por encima y te deja a un lado de tu vida. Pero la película favorita de Cristina sólo la ha visto una vez. No le hace falta más. Quedó en estado de shock, pensando, con un nudo en la garganta que le duró toda una noche, sin poder casi pensar en el final sin que el frío le recorriera el cerebro. Nunca ha querido volver a acercarse a ella, para no perder jamás esa sensación, para no debilitar las emociones al verla de nuevo, para recordarla siempre cuando llore en la oscuridad.