Brindemos también por ellos. Por los que no están ya a la mesa. Las
personas queridas que se han ido, dejando algo de nosotros, que sólo el tiempo
pudo mitigar. Compartamos estas fiestas parte de nuestra felicidad con los
ausentes, esos que nos acompañaron otras epifanías y cuya sonrisa aún ilumina a
veces el recuerdo más recóndito. Pensemos en que, aunque no están para
contemplar el espléndido futuro que aguarda, se sentirían orgullosos si aún los
tuviéramos con nosotros. Pero la vida no siempre es justa, ni golpea al que más
se lo merece.
Aquellos que en las nieblas del tiempo han sido llamados a ocupar su inevitable lugar, llevándole la vida tan lejos nuestro.
Brindemos entonces por los que ya no existen, y que su imagen perviva pese a la ausencia, recordando las cosas buenas, los momentos amables, aquella fotografía que el tiempo ha dado su verdadero significado.
Y que en su ausencia labremos nuestro destino, para seguir un camino con el que sentirse orgulloso, y otras personas puedan iluminar el alma al calor de una nueva Navidad.
Y por los muertos, claro. También brindemos por los familiares fallecidos, que tengan el merecido descanso.
Aquellos que en las nieblas del tiempo han sido llamados a ocupar su inevitable lugar, llevándole la vida tan lejos nuestro.
Brindemos entonces por los que ya no existen, y que su imagen perviva pese a la ausencia, recordando las cosas buenas, los momentos amables, aquella fotografía que el tiempo ha dado su verdadero significado.
Y que en su ausencia labremos nuestro destino, para seguir un camino con el que sentirse orgulloso, y otras personas puedan iluminar el alma al calor de una nueva Navidad.
Y por los muertos, claro. También brindemos por los familiares fallecidos, que tengan el merecido descanso.