Nulla dies sine linea

28 diciembre 2010

Primogénito

Su madre me hizo un gesto con los ojos, señalando en un contoneo de sus pupilas azules la habitación. Sabía que un día como éste llegaría. Lo asumes cuando tienes hijos, cuando imaginas las mismas situaciones que tú viviste y que te curtieron y te hicieron conocer un poco más la maraña de la vida, o acaso crees que las conoces, si quiera un poco por encima; esas mismas situaciones que se reproducen en él, como un reinicio, una proyección de ti que vuelve a emepzar y que necesita de un guía que lo acompañe y arroje un poco de luz sobre las sombras, que le de la mano en su periplo por la oscuridad y le evite estar bajo el volcán.
Todo lo leído en los libros de autoayuda para padres son despojos. Nada vale más que lo dicho desde el corazón, poniendo como prueba tu alma quebrada tantas veces, siendo sincero para que la experiencia sea tu aval.
Al entrar estaba tumbado sobre la cama, la mirada perdida en el techo y los ojos vidriosos. Me acerqué despacio y me puse a su lado.
Sé que no es fácil para ti. Pero tienes que saber que comprendo muy bien por lo que estás pasando. No, no es el típico discursito de padre, déjame hablar.
A mí también me molestaba mucho las inteminables charlas de mi padre, las broncas y las lecciones morales. Yo no intento pontificar de nada ni ponerme pesado. Te puede parecer la misma cantinela de siempre, pero yo hubo un tiempo en que tenía tu edad. Y no era muy diferente a ti, créeme. Andaba casi más perdido. Alguna vez te conté los problemas que tenía en las clases, ¿no? Sólo quería ser libre, para mí la vida adulta no corría niguna prisa, era un torbellino con un violento anhelo de juventud, amor y pesadumbre.
Esto que ahora te duele tanto, que parece que el mundo se acaba, es algo que tienes que pasar, que forma parte de tu transición de la adolescencia a la madurez. Y duele, claro que duele, ¿cómo no va a doler? Tienes el corazón roto, no niego que no la quisieras. Pero esto que ves tan jodido algún día será una sonrisa, porque es una etapa de tu vida muy importante. Es en realidad es lo que nos convierte en hombres, caer y levantarnos, no tirar la toalla por muchas piedras que haya en el camino y acostumbrarse a vivir con el dolor que dan las heridas, nunca nadie debe verte doblegado.
La vas a olvidar antes de lo que crees. Porque las ilusiones se renuevan, hijo, la existencia te va cambiando, tú mismo vas cambiando. Si alguien deja de estar a tu lado, tal vez no merecía estarlo nunca. Tenemos que aprender a soportar la traición, los engaños, las mentiras. Contigo sólo estará quien más se lo merezca.
¿Sabes todo lo que tienes por vivir? ¡si eres un niño! No te imaginas las vacaciones con tus amigos, las noches de fiesta, los amaneceres distorsionados, los veranos, las chicas, que tienes por delante. Yo me pillé mis buenas borracheras...y me tuve que apañar con muchos tragos amargos también, de lidiar con la soledad. Y cuando parece que no puedes reencontrar tu camino, entonces, sin que nadie te lo advierta, te enamoras. Vuelves a estarlo. El planeta es tuyo de nuevo, y es que algún día encontrarás unos ojos que te lleguen tan adentro que pensarás que el mundo es maravilloso. Querrás estar en sintonía con los edificios, con el entorno, con los demás, con la vida. Esa chica llegará y va a aparecer sin que la busques. Y por supuesto que también entonces puedes perder. Nadie te libra del fracaso, y cada vez será más dura la caída. Tampoco del triunfo. Así que tú decides, puedes quedarte aquí tirado como un pasmarote lamentándote de tu suerte y recreándote en tu desgracia, puedes rendirte si te da la gana, a mí me basta con cerrar la puerta de mi habitación y no oír tus lamentos; o puedes levantarte, poner una sonrisa en esa cara y salir ahí afuera a seguir batallando en la vida, guiar tus propios pasos sin mirar atrás.

23 diciembre 2010

Amanecer


Le pedí una noche en algún lugar desconocido y discreto, dónde su memoria no ofreciera lagunas y el tiempo no estuviera plagado de heridas de madrugadas semejantes que empezaban en la barra de un bar y acababan en la habitación de un hostal o en cualquier lugar sin luz. Era un peligro enamorarse de ese tipo de hombres con el olor del humo en la piel y una caretera gastada como las arrugas de su incertidumbre. Todo lo que puedo ofrecerte empieza y termina esta noche. No más preguntas, no despedidas. Nada de querer andar por las calles vacías que recorrían su alma.
No sé muy bien que buscaba en esas barras donde encallaba, bebiendo y fumando en un rincón, pero era la chica más triste del local, noche tras noche la veía. No iba a ofrecerle ningún rescate, tan sólo unas horas de olvido en el color de la madrugada, fingiendo que tenemos algo que ganar.
Escogimos un bar al azar y la mesa más alejada, más en penumbra. Mirarla a los ojos era como entrar en un túnel de momentos oníricos y de deseo, del misterio de su ser y todo el recorrido que me había llevado hasta allí, cada recoveco de mi vida en soledad que se había tatuado por huecos con mujeres nocturnas como aquella, con mucha tinta que olvidar. No pudimos tomar más de dos copas y alguna cerveza. Sus tacones sonaban lacónicamente sobre las baldosas de la acera camino al hotel.
De pie frente a la cama, me miraba, observándome. Colocada a la derecha del diván, respira pesadamente, tenía algo de nadador a la espera del pistoletazo de salida.
La abordé como si todo mi hambre se proyectara sobre ella, manejándola con fuerza hasta casi hacerle daño, dejando que la cabeza se desconectara; mordisqueo su oreja y su cuello, mis manos acarician ahora su pecho por encima de la blusa, que se ajusta a su cuerpo. Hago círculos con los dedos en su espalda, mis brazos la rodean y acaricio su cuello, su escote, mientras mis dientes la muerden.
Su piel era extrañamente suave, con los reflejos de la cercana juventud aún ardiendo en cada poro. Su cuerpo temblabla ligeramente cuando la desnudaba sin demasiados preámbulos, y mi mano buscaba sus huecos, sintiendo el calor y la humedad, y su sexo arde entre mis dedos. Con su perfume adueñándose de todos mis sentidos, noto la erección en mi entrepierna, y las gotitas de sudor que se deslizan por mi frente. El olor a sexo inundaba toda la habitación, adivinó mis deseos y desliza su mano por dentro de mi pantalón. Podía acariciar todo su cuerpo mientras se colgó con fuerza de mi cuello y casi como un gemido susurró: "házmelo".
Ofrecía su buca con ansiada desesperación, y hacía el amor como si tuviera algo que expulsar fuera. Y pensé: "ahora voy a dedicarme a ti, solamente a ti toda la noche. Voy a dedicarme solamente a ti, es la única manera de sentirme a mí mismo."
Nos embargó furiosamente la pasión y no dormimos hasta la mañana, tal vez por el viento caliente que soplaba al amanecer. Cuando me visto y me incorporo los rayos ya bañan toda la estancia. Caminé hasta tener agarrado el picaporte. Me volví y la observé recostada, con la espald al aire y el resto del cuerpo cubierto por las sábanas. Me miraba sin decir nada, yo en el umbral de la puerta. Por un breve instante pensé en decirle que me gustaría quedarme con ella en la cama viendo pasar el día, recorrerle la piel en cada amanecer, acompañarla en su letargo, sobrevivir juntos a los bares y las noches de alcohol y humo, ser el único que tuviera derecho a balancearse por su mirada triste, prometerle que a mi lado iba a ser feliz, y que beberíamos todos los días vino tinto sobre un mantel, y la miraría y sonreiría; pero aparto los ojos y me giro lentamnete, ha notado ese tic que siempre coincide con una desazón o un silencio. Abandoné la habitación y al salir a la calle y golpearme el sol me sentí extrañamente mal, con una puñalada de melancolía en el pecho, una sensación de resaca sin apenas haber bebido. No me sentía más saciado, ni más aliviado, ni siquiera parecía real. Fui con ella para olvidar y la olvidé cuando atravesé la puerta. Pese a todo la luz de la mañana me parecía mucho más cargada, cuando el día nos devuelve todas nuestras miserias, el fin de otra noche más, como un golpe de viento que al despertarse sabe que el sueño ha quedado atrás.

12 diciembre 2010

Leer

Rafael miraba en silencio mientras ella dormía. Si pudiera entrar en su cabeza, en aquella cabecita que reposaba plácidamente sobre la almohada, con ese cabello que había acariciado y también aferrado a él mientras se convulsionaba de placer, que tantas veces había visto peinar y lavar. Si pudiera leer sus pensamientos, tal vez encontraría líneas que se escriben con la tinta gastada de los años, podría leer que está mecida en un vaivén sin casi víveres, una estrella fugaz de algunas ilusiones que alguna vez fueron aladas en una noche de verano. No sólo es invierno alrededor de sus ojos, también hay arrugas en el alma, para las que no existen disimulos ni cosméticos. Si pudiera escuchar los gritos roncos de su cerebro, tal vez pondría un vozal para oír los bramidos de la lenta desesperación, cuando sonrerír siempre es el pan de cada día, sonreír mientras por dentro la angustia la atraviesa de lado a lado, llenando de frío glaciar su corazón, que no entiende ya de razones ni de amores de adolescencia; al igual que parece otra persona el mismo hombre que una vez besó como si les fueran a robar los labios al final del estío, como si el amarse fuera una cosa de dos, vetada a intrusismos. Podría Rafael oír como son dos personas distintas y que se limitan a beber con disimulo el poso de una botella que un día apuraron, los últimos restos de la celebración del mar con el infinito. Ella no se atreve a irse, no tiene ningún sitio donde ir, no hay nadie en lista que vaya a lamer sus heridas con sal y vinagre, ni cerrar a mordiscos las grietas de una piel que una vez fue tan joven y trémula como la propia primavera. ¿Dónde puede poner a remojo su corazón? ¿Qué hacer si no es con Rafael?¿ Es tan valiente para eso? No hay nada esperando para quien no acude nunca a por ello, no hay premio al final del juego. Cuando todo se vuelve negro, cuando los veranos se tornan diciembres y el frío quema como las llamas de una hoguera de soledad, no hay nada, tan sólo un inmenso reproche.
Si Rafael pudiera leer los pensamientos que cruzan su cabeza incluso mientras duerme, conocería lo que es la superviviencia inmortal de una mujer que llamea por dentro, de los pedales que la existencia ofrece a quien viaja en segunda clase, de un te quiero sin esperanzas, de una esperanza sin fundamento; pero que brota con la fuerza de un abrazo en una madrugada sin nombre; sabría de la existencia de una enorme duda, de su aceptación de que las segundas oportunidades no son sólo territorio de las canciones y que la vida tiene un cupo limitado de finales felices.

09 diciembre 2010

Promesas

Apuraba el último cigarrillo con aura ausente, mientras pensaba en Carmelo y cómo le había llegado el final, tan embadurnado en su propia mierda, con aquella templada agonía, y pensaba en aquel relato de Cortázar, El perseguidor, mientras algunos viejos acordes del saxo de Charlie Parker resonaban en mi cabeza.
Ella había estado con Carmelo en su caída, pero en los momentos finales, cuando ya descendía inevitablemente la cuesta hacia su propia e inminente perdicción, cuando no había nada que rescatar de aquel ente alcoholizado y mugriento, entonces se largó por la puerta sin mirar atrás y si te he visto no me acuerdo. Él murió sólo, en la oscuridad, y en los días que precedieron al epílogo seguro pensó en la naturaleza de aquella mujer, que era sin duda la naturaleza de todas las mujeres que vinieron antes, resumen genético de miles de años de evolución, de observar en silencio, de aprender a sobrevivir. Aquella mujer llevaba en su sangre todo el proceso de las que como ella poblaron la tierra en la noche de los tiempos, de las generaciones que escondía su mirada.
Sabía que podía ofrecerle su apoyo eventual o una cálida compañia, pero su propia naturaleza le haría abandonar el bote cuando él se precipitara a la deriva. Para no estar ahí en su final, para no ser arrastrada.
No estuvo presente en el funeral, para evitar miradas que acaso escondieran un reproche por haber dejado a un hombre morirse en su propia desesperación.
La vida me ha enseñado algunas cosas de manual. Los hombres pueden ser crueles por ignorancia, por bondad, por idiotez, por inocencia. Una mujer lo es a sabiendas de su propia inteligencia, de sus cálculos, de una fría resolución a sus intenciones; capaces de mentir con insólita sencillez, como si fuera su única labor en este mundo.
Cuántas veces le habría jurado ella nunca te dejaré, estaré contigo pase lo que nos pase. Pero el hedor del aliento noche tras noche, las vomitonas y los llantos de madrugada jornada tras jornada no son fáciles de soportar para cualquiera. Y su marcha aceleró el abismo. Ebrio de éxito y dinero, no había sabido administrar su propio triunfo, destruyéndose a sí mismo; y su adicción era tan grande que de nada servía esconderle las botellas, pues podía llegar a mezclar alcohol etílico con limonada.
La noche que marchó, intuyó lo que iba a ocurrir al sentirla de madrugada en el salón, y la miró despacio, a los ojos, de forma instintiva; y ella permaneció callada, con una afirmación resignada en los ojos, un silencio que no necesitaba palabras que justificasen lo inevitable.
Todas las mujeres que han exisitdo alguna vez, pensé con amargura, han hecho promesas semejanes. Te querré siempre. No habrá nadie más. No te abandonaré nunca.
Pero la vida y ese instinto atávico siempre van por delante de pasiones momentáneas. Y la manera que tienen de volver, cuando les interesa, la espalda a la realidad. Seguras de algo, de una creencia, de un ideal, de un supuesto que tal vez sólo tiene sentido en sus cabezas, renuncian a la razón y a cualquier tipo de explicación. Simplemente es negado, aplazado, puesto aparte como si su mera consideración atentara contra la armonía de un conjunto cuya perspectiva real solamente ellas conocen. Para una mujer algo es así y punto.
Por eso Carmelo se endiñó aquella botella con pastillas cuando ella se fue, en un intento de suicidio que era como un último grito. Pero sobrevivió a su pesar y vagó por la casa durante algunos meses más, totalmente desaliñado, sin preocuparle nada, quemando los últimos cartuchos de aquella pequeña fortuna. Y el amor salta por la ventana. Sin nada a lo que aferrarse, Carmelo anduvo a horcajadas sobre su propio fracaso, sintiéndose vencido, abandonado, sin fuerzas para intentar el brote de una esperanza o una salida.
Pienso en el día que se conocieron. En la primera vez que estuvieron juntos. Cómo se buscaban como si llevaran toda la vida esperándose, esa mirada que vibraba en los ojos de él, el largo abrazo que los acogía. Todo esto ve viene a la cabeza apurando el último cigarro, con un vaso de whisky de Malta en las manos, paladeando los recuerdo, que me han asaltado al verla en la calle de la mano de ese hombre con aspecto elegante. pasó inexpresiva a la luz de las farólas del crepúsculo, sin mostrar señal de reconocimiento. Pero sí me conoces, pensé. Pues claro que me conoces. Tal vez tu fingida ignorancia se deba a lo que Carmelo te dijo una de las primeras noches en que empezaba a percibir que no podía evadirse de la botella, y que él me contó poco después.
Estábais tumbados en la cama prácticamente a oscuras, con una luz mortecina entrando por las rendijas de la persiana. La noche anterior Carmelo apareció en un rincón, casi etílico y desorientado, totalmente confuso, sin recordar nada. Tú tenías su mano sobre su pecho y podías sentir los latidos de su corazón, en aquella quietud dada a la reflexión.
Si algo pasa—dijo él de pronto—. No me dejes morir solo.
—No hables de eso —murmuraste, con expresión grave —. Eso no va a ocurrir
Él permaneció un momento sin decir nada, apoyada la cabeza sobre la almohada. Y sintió la sequedad en la boca, una punzada en la boca del estómago y el regusto amargo del alcohol en la boca.
—Jura...que no me dejarás...morir solo.
Lo dijo muy despacio, y su voz era un susurro. Estuvísteis un rato inmóviles, escuchando la lluvia. Después asentiste con la cabeza.
—No te dejaré morir solo
—Júralo.
—Te lo juro.

30 noviembre 2010

El grupo


Aquél redoble de campanas y nosotros corriendo como malditos a la salida del catecismo. Entonces el barrio era un lugar de juegos y lo que hoy es asfalto era una calzada y prado, donde expanderse en aquellas tardes hasta más allá de la caída del sol. Nos gustaba Elsa, y peleábamos entre nosotros para hacernos los bravucones delante de ella, como aquella tarde que José María, que era el sensible del grupo, le sacó dos dientes a Luis con un trozo de madera.
Entonces nuestro universo no sobresalía del trazado de aquellas calles, con la autopista a un lado y la avenida hacia al centro al otro. Y nos gustaba mojarnos bajo la lluvia y hacer peleas de barro, y con la cara llena de mugre y mierda aparecer ante la sorpresa y desquicie de nuestras madres, que no daban a basto.
Cómo ha cambiado todo ahora, Mario. Los sitios a los que nos ha llevado la vida. Aquella madurez que nos trajo la barba y el adiós del barrio. Cuántos cuentos de recuerdos nos separan hoy de aquella época, y de las preocupaciones sin nombre, de los helados en la tienda de Marisa. Ahora en su lugar hay un supermercado. Y la carnicería de José Manuel hace tiempo que ya no está, desde que él murió. Ahí compraba mi madre la carne todas las navidades, fíjate tú.
Ahora hay que andarse con ojo al cruzar la calle, y todo son oches que van y vienen, las gentes ya no se reconocen ni se saludan al pasar, los edificios parecen hoy más grises. Estuve hace poco y reocrrí las calles buscando el recuerdo de nosotros. Hay un edificio de siete pisos donde estaba la casa abandonada, con las paredes llenas de agujeros de la Guerra Civil y donde escondimos la bici que le robamos a aquel chaval veraneante que se pavoneaba delante de Elsa.
Todos nos hemos ido separando, compañero. José María lleva años viviendo en Madrid y no sé demasiado de él. Tú te mueves de aquí para allá y me ha costado una barbaridad encontrarte. Elsa se ha casado, la vi hace tres años y estaba más guapa que nunca. Supongo que es feliz. El marido no parece mal tipo, creo que la quiere. Espero que la trate bien, era la única que ponía algo de cordura en aquel grupo.
Hace un mes murió Luis. Es por eso que te escribo. El moreno Luis. Cómo sollozaba cuando José le dio con aquel tablón de madera. Recuerdo su risa calle abajo, siempre un poco más alocado que los demás, siempre nervioso. Qué perra es la vida, un cáncer de pulmón se lo ha llevado, tan dolorosamente joven. Él, que cuando nos ibamos al puente a fumar aquellos primeros cigarrillos clandestinos, se mantenía al margen, parecía no llamarle eso. Dos cajetillas de rubio fumaba en los último años, en especial a partir de su divorcio. No tuvo suerte con aquella chica de León. Era el que más pillado estaba por Elsa, ¿recuerdas?, cómo nos reíamos de él porque se quedaba muy tímido cuando ella llegaba. En los últimos tiempos que estuvimos todos juntos, Elsa le besó. Fue algo breve y fugaz, pero el tío anduvo una semana con la mirada ida y una extraña sonrisa en el rostro. Recuerdo que siempre andaba a la gresca con José María pero en el fondo se llevaban muy bien.
Espero que en los últimos momentos haya tenido en la mente ese beso de Elsa, que recordara los buenos tiempos en el barrio, la perdida infancia, corriendo calle abajo hacia la casa abandonada sin preocuparnos por nada; que en el breve instante antes de expirar, entre dos mundos, tuviera esas imágenes desde el umbral del tiempo donde son posibles todos los sueños.

16 noviembre 2010

Para siempre

Cada vez me doy más cuenta de que con el paso del tiempo ha cambiado mi forma de querer. Concretamente mi forma de querer a Luis. Ya no transcurren esos días en los que apostaba todo por una vida, la misma que le entregaba, de forma incondicional, como si en el mundo sólo existiera un único hombre y como si no fueran a existir más, atada a él con las férreas correas del destino, sin ser siquiera consciente de mi cárcel, de mi entrega, de mi voluntario sacrificio. Creía simplemente que así tenían que ser las cosas. Tampoco conocía el fogonazo inesperado de otro amor, ignoraba lo que era desear a otra persona. Por eso ha cambiado todo y tanto. Porque fui como el descubridor que por accidente se topa un continente y descubre que hay vida más allá de sus cuatro puntos cardinales que constituían su horizonte y su mundo. Volver a estremecerme al abrigo de una piel, limar prejuicios y entregarme por entera y sin condiciones.
Hubo otra pasión que me hizo cambiar mi mente y mi vida. Y al regresar a Luis con las orejas gachas pero la frente altiva y un puñado de mentiras en mi chistera fue como regar sobre tierra quemada, como sorber de nuevo los amargos posos del desengaño, un premio de consolación que ni siquiera consigue llenar un cuarto de mis ilusiones ni logra borrar el recuerdo de aquellas tardes de sol y arena, ese fragmento de cielo inscrito en la ventana de la vida.
Y todo es distinto pero desesperadamente igual con ese hombre que siempre me ha mirado de frente sin ocultarme nada, y ni siquiera tengo el valor para abandonarle, aunque en mi interior mi propia alma no acepta esa cosa de vida concluida, de pareja para siempre, de vida sin secretos. Pero le quiero demasiado para trizar esta superficie de felicidad por la que ya se han deslizado tantos días, tantos años. A mi manera me obstino en encaminarme concienzudamente hacia mi propio fracaso, hacia un futuro incierto que juega con las cartas marcadas, palabras como matrimonio o eternidad me aborrecen pero a la vez camino hacia ellas con la temeridad del inconsciente.
Si con aquella aventura que me cambió mi amor abarcaba lo visible y lo invisible, ahora podía estar segura de aceptar la limpia y lineal relación sin incertidumbres y con la certeza de puertas cerradas, de pasajes vedados. Años por delante entregándome al silencio o dejando entrar un simulacro de la muerte.
Hay días en que se me hace insoportable el deseo de tener a mi otro amor en mis brazos, amarlo de tal manera que todo quedara claro, todo quedara dicho para siempre entre nosotros, y que de esa interminable noche de amor naciera la primera alborada de la vida. Pero la realidad siempre me golpea, me digo que el triunfo no es para los soñadores y que si quiero ganarme la estabilidad y el visto bueno social tengo que aceptar lo que tengo con la obediencia del complaciente; no es plan de tirar todo por la borda por pasiones juveniles, me llamarían Ana la Loca.
Sobre mí se cierra el telón de la última película, los besos finales ya han sido dados y he renunciado a las últimas tentativas de escapar. Nadie va a reprocharme nada, ni siquiera él, que con su silencio e indiferencia casi burlona parece condenarme a lo que tantas veces predijo.
Así que aquí seguiré, tal vez vagando en algún rincón no situado en el tiempo ni el espacio, haciéndole el juego a las cartas del destino, rindiéndome a esas palabras redundantes y malditas; seré sumisa hasta el final de mis días por lo que para ganarme una vida me encontrarás en algún lugar entre la eternidad y la nada.

12 noviembre 2010

Silencio

Ella apartó la mirada y agachó la cabeza, reclamando un silencio cotidiano y habitual sin necesidad de exigirlo. Durante mucho tiempo ese había sido un territorio de los dos, hermético y privado como nuestros propios corazones; cuando después de hacer el amor me gustaba tenerla a mi lado, tumbarnos en la cama y mirarla sin decir nada, acaso acariciando su rostro; nada podía ser mas nuestro que ese acuerdo de silencio, observándonos con dulzura los ojos, descansando aun exhaustos después del amor.
Pero ahora sabía lo que ese gesto y esta quietud significaban. Como un sendero incorregible que nos lleva irremediablemente hacia el mismo final, capaz de abolir años de relación con la certeza del se acabó, del todo termina porque viajamos ya sin rumbo en un barco a la deriva, sin capitán, velas ni timonel. Nuestro camino ha perdido su rumbo, y retomarlo es tan imposible como volver a nacer. Deberíamos recomenzar otra vida donde nos encontráramos mucho antes del desgaste, donde el tiempo no restara y la invisible coraza que cubre los cuerpos no se fuera desprendiendo a golpe de besos, hasta quedar sin nada donde posar los labios, sin ganar para encender un fuego de la pasión. Con vestiduras que se han de renovar siempre en otros brazos, para evitar continuar descendiendo hasta un precipicio donde muere hasta el propio olvido.
Y pienso en todas las parejas que en este momento empiezan a abrirse y a nacer, buscándose en la oscuridad de la habitación de un hotel o aprovechando que sus padres no están en casa se aman sobre la misma cama donde dentro de un tiempo se evitarán, sin fuerzas ya para sus fuegos.
Ese proceso que nos lleva al desastre y al sofá y al alcohol comienza indefectiblemente en una ilusión. Nada puede decepcionarnos ni morir sin antes brotar. Y cuando sucede estamos tan embargados por el perfume de nuestro propio enamoramiento que olvidamos que todo tiende a deslizarse hacia abajo, que formamos parte del doble juego de espejos de la vida; no sé si pensamos entonces en fuerzas como el orgullo, la renuncia, la decepción, como algo que nos acontecerá; y entonces la desesperación nos deja sin fuerzas para llorar, las lagrimas deciden tornarse en pesadillas que nos llevan hacia ella, en un cuerpo que ya no podemos tocar. La imaginación nos envuelve hoy tan encandilante como entonces la realidad. Nunca buscaremos juntos la culpa o la responsabilidad o el acaso no inimaginable recomienzo.
En mí hay tan solo un sentimiento de castigo, castigo por el precio del que ama y desea, que grotesco sentimiento que se desata ahí donde tendría que estar esperando la felicidad, a cada náusea de recuerdo; de pensar que donde tendrían que estar los años por vivir y un coche con dos avanzando hacia el sol, solo hay parches y pesadillas y si acaso un paquete de cigarrillos a medio acabar apoyando con su humo el perfume de alguna botella mal tapada que descansa sobre la mesa.
Todo eso lo sé con su descenso de cabeza, con ese silencio que al igual que sus ojos, callan lo que ya no hace falta decir, es simplemente la conversación que precede al final, como ese intenso frío que acontece antes del amanecer, sólo que aquí no sobrevendrá la luz de un día soleado, tan solo nubes y tonos grises y las tibias gotas de lluvia que empapan como lágrimas día tras día golpeando sobre el recuerdo de lo perdido.

16 octubre 2010

Irreversible

Hola Andrea, cuando oigas esto yo ya estaré volando, probablemente en alguna parte sobre el Atlántico. La verdad que no tengo ni idea de cuándo volveré, es un regreso abierto. Siento no ser lo suficiente valiente para decírtelo todo en persona, pero no podría soportar tus ojos fijos sobre mi rostro en la despedida. Sé que estas semanas han sido confusas y también vibrantes. Todo ha sido borroso desde que nos conocimos. Esa maravilla del mirador de tus ojos, la complicidad de las risas tomando el primer café, esa atracción silenciosa y nunca declarada. Hay algo que se ha despertado y nos era casi imposible disimularlo, rasgados como el surco que habita en nuestros corazones. Es posible que nadie como tú me haga tanto reír, tienes ese don de apartarme de un dolor y de no pensar en otra cosa cuando estoy contigo. Sé que nos necesitamos sin haberlo pretendido, hubiera dado mucho de mí por un segundo de amor junto a ti, un segundo eterno como el beso que nunca nos dimos. No podría quedarme con un momento de los compartidos ni la forma en la que me enamoré de ti, tan intensa y tan dañina para mí mismo.
Y es que no es fácil para mí amarte abiertamente. Debes saber algo, que tal vez te aclare muchas cosas, mi reticencia, el hacerme el tonto a tus señales, el quedarme quieto en el abrazo cuando tus labios reclamaban que los besara.
Hace siete años conocí a una chica en la Universidad que me encantaba, y pasaba las horas en clase mirando su pelo por atrás, sólo podía ver su espalda. Únicamente me atreví a hablarle volviendo de una fiesta, con muchas copas en mi contador. No sé cómo pudo pasar pero ella se fijo en mí. Nos hicimos novios. Hace tres años volvíamos de cenar cuando en la autovía una salida en una curva empapada puso el coche con las ruedas hacia el cielo. Yo me rompí un brazo y estuve tres semanas con collarín. Pero ella quedo en una silla de ruedas para siempre. Al menos ha sido irreversible hasta ahora. He estado a su lado desde entonces. Es por eso que tengo una sensación de responsabilidad para ella, es por eso que la culpabilidad no me permite quererte como querría ni estar junto a ti, no podría hacerlo eso a ella, que sufre desde entonces. Ahora entiendes por qué no puedo entregarme a nuestra psión, no porque no lo sienta, no porque no te desee. Yo conducía el coche.
Ahora la han admitido en un novedoso programa de estudio en Estados Unidos que podría acelerar una hipotética recuperación. He vuelto a ver la esperanza brillar en sus ojos. Nos vamos en un momento. No hace falta detenerme en explicar lo importante que es para los dos. Espero no pensar demasiado en ti, en lo que podríamos haber sido, en imaginarnos como un todo. Las cosas de la vida suceden así, sólo quiero que sepas que te…una voz mecánica interrumpe a Marcos: "No ha sido posible grabar el mensaje, se ha producido un error en…" él mira nervioso el reloj, el taxi ya debe de estar abajo, debe irse ya o no llegará a la facturación del equipaje. Cuelga el teléfono, no llegando a oír el clic de descolgar al otro lado: ¿hola, hola… Marcos?, ¿eres tú?

09 octubre 2010

Sombras

Han pasado veinte años, media vida después de desechar aquellas promesas y de encontrar otros caminos entre nosotros. Tu casa y mi trabajo, tu destino y mi seguridad, tu matrimonio y mis hijos. Existencias paralelas siempre con la sensación de necesitar una prótesis contra un amor verdadero amputado. Qué terrible es la visión de ver un amor así desangrarse, con una herida mortal intentando a duras penas recuperar lo que fue, toda su grandeza en la cúspide de su esplendor, aquella unión imposible de vidas fronterizas y pasiones encontradas, aquellos años de risa y ruinas y madrugadas al abrigo de una barra, aquellos amaneceres de los portales y el ruido suave de caricias en las mejillas, el deseo animal y el morder de los paladares.
Dos décadas de separación y de fingir, de buscarnos y querernos en silencio, de ver correr los años sin que aparezca ese olvido, ojos que no se van de la memoria, heridas que la piel no borra, recuerdos que la vejez no espanta. 
Y otra vez vernos y seguir actuando como si no nos necesitáramos, como si nadie se acordara de esas noches de lunas calientes, de susurrar palabras a un oído agradecido, de rescatar almas de las garras del naufragio, de coser los resortes de sentimientos incompletos y buscar la perfección en camas diminutas. Y así disimulamos las cicatrices del destino que se cebó con nosotros, el empeño de cumplir con lo escrito, la traición desesperante de adherirse a lo establecido, el sacrificio para tener el visto bueno a los ojos del mundo, el veneno violento de las palabras hirientes, los  reproches y el rencor de mentiras pactadas, la última tentación en una boca prohibida.                 
Otra vez querer formar parte de tus arrugas, ser el causante de tus desvelos, despertar de madrugada y tener la certeza de que tu también estás tirada en la cama pensando en mí, acostada ante un olor que conoces y un nombre que ya extrañas, saber que no aguantarás con un puñado de años más de más de lo mismo, creer que morirás si no te rescato y me salvo, pensar que no eres capaz de vivir sin mí; pero seguimos fingiendo, llevando a los niños al colegio, acudiendo a reuniones sociales, coincidiendo en los mismos caros restaurantes, pagando una barbaridad por unas copas que ya nada aportan, descubriendo lo seco que se quedó el pozo de las conversaciones con nuestras parejas, la cantidad de bares que antaño podíamos cerrar acompañados sólo de nuestras palabras, el quedar a la intemperie de la calle cuando la música terminaba, un paseo nocturno por nuestra ciudad de siempre. 
Y pienso que todo murió entonces, que la chica y el chico que eramos yacen en alguna cuneta con el pecho abierto y la carne desgarrada, que aquellas miradas y esos besos se extinguieron con ellos para siempre, y sólo somos el decadente reflejo de un cadáver, espectros atrapados en la memoria del tiempo, almas penitentes condenadas a seguir deseándose por la inabarcable sombra de un recuerdo precioso.

03 octubre 2010

El miedo

A veces me pregunto dónde estarán esos años en que tenía la posibilidad de elegir. Y cómo he llegado a esta situación. Dónde habrá quedado ese primer beso distinto, las ilusiones, mucho antes de juntar dos almas que van a pique, mucho antes de preguntarme si ésta es de verdad la vida que quería, mirando pasar los años sin sentirme nunca más completa, cabreada por el desengaño.
Mi cara me dice que aún soy joven pero mi rutina cosida con los restos del amor roto me obliga a permanecer. Ahora todo lo invade inevitablemente esa amarga sensación de fracaso, la ausencia de buenas noches, sin escuchar de tu boca esas palabras de pasión y sólo quiero que me cubra el olvido. Ya sólo tengo silencio en ruinas y algunos reproches, tal vez culpándonos por haber llevado así nuestra vida, con la sombra de antiguos adulterios cuando en otros labios todo terminaba con un ojalá, el deseo privado y secreto de ganar la lujuria y el amor en otros brazos que hicieran un rescate sobre la desesperanza y ayudaran a vivir despiertos el sueño de amor. El derroche de besos de antaño, cuando la oscuridad era cómplice de los deseos, enredada sobre sus piernas y todo cuerpo era poco para él, subido sobre mí hasta quedar exhausto de placer, cuando estallaba la madrugada y él se iba como un fantasma en la noche.
Ahora que se ha rendido, que abandonó por desgaste la batalla y perdimos la guerra, ahora me quedaron las ruinas que fui acumulando a lo largo de toda mi existencia creyendo que estaba construyendo un futuro y en realidad estaba asesinando toda mi vida y mi ilusión, la que veía en sus ojos iluminados por el sol y sonreía cuando la juventud se abrazaba a su piel y su mirada que gritaban veinte años y sabíamos nutrir nuestra historia de atardeceres. Entonces no imaginaba que no volvería a tener esos sentimientos nunca, que lo mejor que le había ocurrido a mi corazón rendía pleitesía a la razón y se alejaba de mí y de mi cobardía.
Todo es otoño a mi alrededor y aún permanece en una cámara acorazada de mi memoria algunos días de verano y el sabor de la primavera en su boca. Supongo que la culpa de todo la tuvo el miedo. Miedo de ser un alma errante, un ser herido vagando por las madrugadas con el corazón en un puño, miedo a perderle y no ver nunca más esa sonrisa desenfadada y canalla, miedo a envejecer en soledad y creer que fui una estúpida, miedo a nunca poder recuperar lo que tenía que no me daba problemas ni exigía tremendas facturas al alma.
Ahora miro a mi alrededor y cuando me ahoga esta falta de amor daría todo lo que tengo y esta estabilidad construida sobre cimientos de papel por poder desandar los años y no sentirme culpable, por poder ser valiente y dar un paso al frente para poder ganarme el derecho a ser feliz.

24 septiembre 2010

El extranjero

Limpiamos sus casas, cuidamos de sus niños y de sus ancianos, los más afortunados jugamos en sus equipos de fútbol y nos aclaman como héroes, los menos recogemos las basuras por las noches o damos manguerazos a las aceras. Ponemos los cafés o sacamos brillo a los portales. Sacamos adelante empresas con mucho trabajo, poco salario y ninguna queja. Pero aún así aún noto cada día miradas de recelo, presencias incómodas, sentimientos prejuiciosos. Algún tipo de tensión siempre está presente en el ambiente, a pesar de las buenas palabras de una mayoría, de las sonrisas y las cordialidades.
Al quedarme embarazada con 17 años no tuve opción. Si quería que mi hijo tuviera alguna oportunidad, tenía que irme a Europa o a Estados Unidos. España fue la mejor alternativa por compartir el idioma. Ya saben, los restos del imperio. Había que ganarse la vida como fuera. El trabajo más miserable sería mejor que quedarse en una tierra asfixiada y sin futuro, expuestos al hambre o a las inclemencias naturales, mendigando el pan y la libertad. Yo era capaz de todo con tal de darle una oportunidad al niño que crecía en mis entrañas, un corazón que palpita un poquito más rápido. Por eso con gran coraje me subí a aquel avión que volaba hacia un porvenir incierto pero con el alma cargada de esperanza.
No fue fácil al principio que dieran trabajo a una embarazada. Pero un hombre de inmenso corazón me ofreció entonces un puesto detrás de la caja de un supermercado, mientras estuviera en disposición. Recuerdo la primera sonrisa del recién nacido. Veía la luz del mundo lejos de su país pero ahora tenía uno nuevo. Lloré de felicidad por esta oportunidad que se nos otorgaba. Los años, la integración y el acomodarse, por desgracia, nos esconden los rasgos. Lo que fuimos y somos, de dónde venimos. La sensación de estar en casa ajena y algún arrebato de sinrazón y odio.
El venía del colegio como un día más. No provocó nada, no intervino de mala manera. Tan sólo aguantó una mirada que hizo saltar la chispa. Una chispa que resultó ser mortal. El que lo hizo era un chaval joven, que le atestó una puñalada al tiempo que lo llamaba “panchi de mierda”. Mi hijo tenía 15 años.

Jugar

Cuando cumplí doce años mi padre me regaló un bonito y artesanal reloj de arena. Para mí el tiempo siempre fue como granos de arena que se escapan siempre irremediablemente, que pese a todo no se detiene y transforma lunas y espejismos. Mi padre me dijo que no podía evitar que la arena cayese, pero que podía jugar con el tiempo y llamar a la suerte. “Vendrá el futuro a verte alguno de estos días”, me dijo. Si la suerte jugara al rojo en la ruleta de mi vida, mis ganancias se verían mermadas continuamente por culpa del negro. La verdad que no me ha acompañado en exceso desde que tenía 15 años y sufrí el primer revés del amor. En ese sentido envidio enormemente a mi mejor amiga Sandra, tan enamorada de Fran después de tantos años, tan perfectos ellos, derrochando el amor a la vista como si dispusieran de una fuente inagotable.
En cambio mi evolución sentimental se ha limitado a cambiar los portales por el asiento trasero de un coche, a ir perdiendo hombres con la misma facilidad que podría perder una quiniela, jugando a la guerra y sin hacer prisioneros, devastando, recibiendo y causando daño. Y la vida que se escapa en cada herida, y la palabra amor como si fuera sangre; podría ser que un día regresara ese hombre, sin avisar, sin decir nada…pero está lejos, demasiado lejos a pesar de todo, kilómetros entre nosotros que son como cuchilladas. La verdad que cuesta darse cuenta de que nada sale como imaginabas de niña, que no existen los cuentos de príncipes y besos que desafían venenos; pero siempre esperando que cambie la suerte, anhelando un corazón que espere en la noche y que no tenga miedo a acercarse juntos al precipicio y pese a todo no caer y mantener en pareja el equilibrio.
Pero Sandra tiene un amor de los de película, estoy segura que no han perdido ni un ápice de la pasión, no ve más allá de la sombra de él ni él de la de ella, se han mantenido sin problemas todo este tiempo, dialogando cada decisión, pensando en común cada respuesta. Ellos han cambiando, evolucionado, pero no su amor que parece ser siempre el de dos adolescentes. Supongo que no es más que deseo por lo que ella tiene. Si yo pudiera encontrar algo asi…¿no es acaso eso lo que toda mujer quiere? Sin tener que fingir, sin sufrir.

Hoy estaba con ella tomando un café en la terraza del Ruby´s. El sol nos daba de cara y ella fumaba en silencio. Le contaba el desastre en el que había acabado mi última cita, otro sapo que se va de un salto.
—Sin embargo, San, tú no tienes problemas de esos, en las relaciones eres un ejemplo a seguir…
Pese a que lleva las gafas de sol puestas noto como su mirada se turba y desciende.
—Tengo que decirte algo—la miro expectante y extrañada—. Hace años que no estoy enamorada de Fran.

Ciudades


Cruzo una ciudad desierta en la madrugada, con el coche deslizándose sobre el asfalto, pasando los semáforos en rojo ante la visión de nadie en la carretera. Así es cómo imaginaba que sería, una noche cualquiera, una lluvia fina que empapa los edificios y el ambiente, una jornada sin nombre ni calendario ni importancia. Después de tantos años regreso a la ciudad donde estás, sin saber ciertamente lo que me voy a encontrar.
Tiendas cerradas, oficinas en oscuridad, avenidas desiertas como tiempo congelado, hay frío en el ambiente, un nudo en la entrada del corazón.
Era tan joven cuando te dije adiós, aferrado a mi independencia y mis escapadas, queriendo conocer el mundo, mi vida era una fiesta, jugando con tu amor y despreciando todo lo que tenía y me regalabas sin condición, con desdén y afán de ímpetu juvenil y vivía para ganar; tú sólo querías que me quedara, madurar juntos, me contemplabas en silencio y sufrías interiormente por saber que perderme era cuestión de tiempo. Sin embargo cuando el mundo me comenzó a parecer un lugar hostil y miserable empezaba a pensar en aquello que en realidad me importaba más de lo que parecía. Simplemente no podía verlo. Luego con el paso del tiempo y la acumulación de los fracasos valoraba con más fuerza esos brazos que correspondían sin preguntas, ese amor callado y sincero de quien todo lo entrega, esas noches de verano en un banco del camino contemplando las estrellas, sintiendo la brisa del mar y queriendo fundirnos en esa sal y esa espuma. No conseguí ni la libertad ni la sabiduría. No soy más sabio que hace diez años, sólo más cansado, aborrecidamente desengañado.
Ahora conduzco hacia tu casa, de la dirección que he conseguido, y no sé si amarás a otro hombre, quién compartirá tu vida, cómo te ha tratado el tiempo, tal vez si me reconocerás. Uno no se presenta después de tantos años en la puerta como si nada y dice hola qué tal. Pero sabrías que no habría noticias ni llamadas, que si alguna vez aparecería iba a ser de esta forma, volviendo a llamar a tu puerta, buscando en tus ojos las respuestas. Ignoro lo benévolo que han sido las estaciones contigo. Yo mantengo en mi memoria tu rostro tal y como ha estado desde la última vez, en un instante sin tiempo, insoportablemente bello.
Subo al trote las escaleras hasta tu piso, no puedo soportar la calma indiferente del ascensor, y exhausto me detengo ante tu puerta. Demasiado tiempo. El corazón quiere revolcarse por su cuenta. Le doy al timbre. Retumba en el interior. ¿Quién es? Es tu voz, parece tu voz. Murmullos al otro lado de la puerta. Oigo la voz de un niño que pregunta, la voz de un hombre maduro que dice ya abro yo. La única sensación que me invade mientras retrocedo es la de sentirme idiota, de haber tirado una vida mientras tú construiste la tuya, y ahora es tan tarde que la juventud, desde la lejanía, se ríe de mí.

21 julio 2010

Lo demás

Sentir que alcancé su corazón. Ver en sus ojos ese no sé qué aclaratorio de un inmenso sentimiento que esa mirada no puede disfrazar, imposible de esconder. Con eso me basta, con saber que algo se le ha removido por dentro como efecto de una conquista casi milimétricamente planeada. Y como víctima de mi propio juego, caer más y más en la ilusión que siempre acompaña a futuras pasiones, hasta casi desear con todas mis fuerzas descubrir ese impacto y esa confesión silenciosa de su rostro. Y llegado este momento estoy casi tan colgado como ella, es inevitable no sentir ese miedo inconsciente a la pérdida, como si temiera verme a mí mismo de nuevo cayendo al refugio de una soledad resentida, sumando derrotas o huidas con vergüenza torera.
Cuando estoy con ella me doy cuenta con desbordante felicidad de ese perfecto equilibrio existente entre los dos, al dialogar susurrando en la levedad de la noche como buscando todas las conversaciones que no tuvimos en los años en que fuimos desconocidos, y al mirarnos como queriendo recuperar velozmente todas las miradas de la tierra que en vida fueron dirigidas a cualquier otro sitio menos a nosotros; a los ojos del otro y una eterna sonrisa pincelada en su rostro.
Y estamos cansados de eternas promesas de caducidad precoz; por eso no se habla del futuro ni se fantasea con el cómo seremos, simplemente un abrazo fugaz entre dos avenidas cuando nadie nos mira es la prueba más latente del presente, de esos días que van cambiando a la vez que nosotros, un mundo que no se detiene aunque queramos sellar el tiempo en cualquier madrugada para hacerlo por entero nuestro, alejados de la humanidad y sus mediocres rutinas, sabernos por encima de todo lo mundanal y lo común; viajar entre parábolas a su continente y que me hable de su tierra, herida de derrotas y desesperación.
Mi propia percepción de la realidad y mi autocrítica me hace reconocer que con menos no me hubiera conformado. No sé si sale el sol para todos los demás corazones que buscaron siempre en su interior una canción gemela, que nadaban continuamente en orillas provisionales, entre el triunfo y el peligro de perecer ahogados. Pero no me importa, me vuelvo tremendamente egoísta con plenitudes semejantes, el prójimo puede morirse de desolación y las mentes torturadas y complejas que sólo hallan consuelo en unos labios ocasionales pueden seguir en su estúpido vagar. Tengo lo mío, la gran satisfacción de indescriptible goce de sentir que alcancé su corazón.

15 julio 2010

En tierra

No sé si fue el mejor pero sin duda es el que más aparece grapado a mi memoria con la evocadora fuerza que ensalza un recuerdo, el apego de una visión, una playa y el tacto de un cuerpo; el olor fresco del mar, la cálida brisa. Fue el verano en el que el hombre llegó a la luna, y sentada por la noche en la arena, contigo rodeándome con el brazo mientras el mundo cambiaba, en ese silencio respetuoso de un pueblo inundado de estrellas, la sorda complicidad de no decir nada entre nosotros al mirar en la madrugada el firmamento, más fascinante que nunca, un cielo inmenso y pensando que yo estaba allí abajo y en ese círculo plateado que era la luna unos hombrecillos posaban su pie. Fueron momentos mágicos bajo la bóveda celeste, con esa plácida felicidad, sintiendo el peso de la humanidad y sus logros sobre mis párpados enamorados, nosotros tan piel contra piel, protegidos por el rompeolas del tiempo, del que creíamos nuestro aliado, y ese verano la luna y yo dejamos de ser vírgenes para nunca volver a ser las mismas.
Ahora que soy lo que los jóvenes llamarían una señora, con sus cincuenta y muchos, saber que no te volví a ver y cuántas estaciones trascurrieron desde entonces, cuántos cientos de miles de mareas se sucedieron en esa playa, barriendo con su lengua de agua los restos de lo último que fuimos, de la última frontera que separaba al hombre de lo inimaginable y a mí de la madurez. Y es que hubo conjuros de eternidad y abrazos tan agresivamente sinceros que yo llegué a olvidarme de que ese verano terminaría. El invierno y el tiempo se encargan de poner hielo de por medio en las relaciones. Tal vez tomé la decisión equivocada al irme. Sólo sé que el cielo ya nunca fue igual.
Pero haciendo un repaso de lo que ha sido mi vida ahora y desde entonces, en la vuelta de los calores y al empaparme de evocaciones cuando ya me había dejado resbalar por el olvido, es inevitable que mi fuero más interno repita la interminable pregunta sin respuesta, ¿qué hubiera pasado si…? Demasiados interrogantes y demasiados supuestos para una existencia donde sólo tenemos una oportunidad, donde las segundas ocasiones siempre llegan con un cuchillo escondido dentro de la bota; ese tiempo que nos dice que tan difícil es recuperar lo perdido como llegar a vivir en la luna. Pero tengo el recuerdo a pesar de esa pregunta maldita.
Mi hijo adolescente, en su círculo de amigos, se refiere a mí como “su vieja”. Tal vez veranos como ese y su imborrable memoria son los que me ayuden a ir tirando y a sonreír cuando me seduzca poco a poco la vejez.

06 julio 2010

El luto

Dos días antes, Amalia se había levantado y estuvo consciente, dialogante con todos y tranquila de una manera inusual, con la fría y resuelta recuperación de los viejos frente a la muerte; esa breve mejoría como anticipo a la expiración.
La enterramos en el sepulcro familiar, un lugar siniestro con nichos construidos pero aún vacíos, sin epitafio pero aguardándolo, que recuerdan que todos estamos a la espera, de esa mentira de paz traficada.
Decidí hacer la vuelta a casa caminando, el viento lamiendo suave el rostro y contigo reservada siguiendo el paso, a mi lado. Pensaba en mi padre, que ya empieza a tener más personas queridas en la otra orilla que en ésta. También reflexionaba en silencio: una vida de ecos lejanos cuyo recuerdo queda en el panteón del pasado y otras que empiezan a bullir con la efervescencia aún sin calcinar de algo muy parecido al amor, de manera que me costaba situarme en el presente, cavilando sobre esa extraña simbiosis.
Preparamos juntos algo para cenar con un sentimiento de vacío y también de respiro reconfortante de estar en casa, y me adapto poco a poco al entorno, a seguir mi recorrido junto a ti, a continuar trabajando esta inmediatez.
La tele no sirve ni siquiera de distracción, y hace cada vez más calor en la noche cargada de estaciones que siempre regresan. Intento disfrazar la turbación que me produce verte sentada a mi lado con ese pijama tan corto, la piel bronceada campando libre y juvenil, esa sonrisa que yo siempre interpreto como retadora y el peso de toda la jornada sobre mis hombros y mi cerebro.
No hay nada ordinario en tu vestimenta. Como siempre es sutil, es sugerente sin pretenderlo y atractivo sin dejar de ser cotidiano. Al posar suavemente la mano sobre tu muslo, siento cómo se te eriza la piel, la vibración de tu pecho y esa mirada de incertidumbre. Aún están en al aire los restos del olor de los cipreses y por eso la confusión se apodera de tu rostro. Tal vez es la necesidad del triunfo de la vida sobre la oscuridad y las despedidas, de seguir germinando la pasión como muestra de esperanza, intimar en la noche como protección del miedo al abismo. Ha sido un día duro para los dos, tú con toda mi familia dando sepultura a Amalia y aguantando estoica los rostros contenidos, los silencios prolongados, el aura inquietante, la incómoda sensación que sienten los jóvenes al participar en un rito fúnebre y palpar cómo se tocan los dos extremos del círculo de la existencia.
Al principio todo tiene un regusto embarazoso, pero no pierdes el encanto, incluso rechazando con dulzura las manos que pretendían desnudarte; pues necesito vivir por encima de la pérdida, hacerte sentir mujer para ser yo menos terminal.
Me acojo a tu piel sin sentimientos reprimidos, adquieres finalmente la desnudez mental y física después de ver durante días el deterioro y punto final de un organismo demacrado. Busco con ternura y nerviosismo mal disimulado los recovecos en el hueco de tus piernas, y me embargan los cálidos estímulos que recorren mis manos con la humedad de tu cuerpo. Beso de forma intermitente y prolongada tu cuello mientras sujeto firmemente tu nuca, giras la cabeza para ofrecer la boca entreabierta, y me empujas suavemente hasta quedar recostados, para dejarse llevar, anhelando la posición horizontal; reclamando con determinación caricias y jadeos, y acompasadamente unirnos con ímpetu hasta quedar adosados, fundidos en la media oscuridad.
No me siento mal, no me siento bien.
Después no digo nada, no dices nada, me vuelvo hacia un lado oyendo respirar a la penumbra, y ambos empezamos a fingir que dormimos.

30 junio 2010

Choque

Son mis mejores amigos, y probablemente los mejores escritores que ha dado esta ciudad en mucho tiempo. Y por ese motivo sus comprensibles egos y fuertes personalidades chocan como una embestida de trenes. No conozco una pareja que conecte tanto, un matrimonio de figuras tan acordes y parecidas, y a la vez tan distantes, corrosivas, dueños de corazones tan abrasadores que parece que les falte vida para vivirla. Ambos son brillantes, muy inteligentes y talentosos, pero también obsesivamente complejos, dañina e inconscientemente destructivos con el otro, sin poder casi evitarlo. El alcohol, una existencia de creaciones y sus intensidades subterráneas y sueños íntimos los elevan hasta convertir su unión en una montaña rusa de peligrosos descensos.
Se dejan su espacio de libertad, tiene interesantes vidas por separado y es fascinante conversar con ellos, verlos complementarse como un tándem y alcanzar uno donde el otro no llega. Y luego son verdaderamente celosos de lo que hacen, de su espacio, de sus invenciones, y jamás dejan que nadie lea lo que tienen antes de que se conforme de manera tangible. Cuando uno publica un relato, una nueva novela, o un texto en alguna revista literaria, el otro lo lee con interés, aunque, en especial él, parece tener la necesidad de superar a su mujer, de matizarle las propuestas, devolverle siempre la pelota y mandar agazapados e impresionantes mensajes en clave en sus párrafos, en sus historias o artículos de opinión.
Pueden pasarse horas en casa bebiendo Lagavulin y hablando de autores y novelas, y después, sin saber muy bien por qué, mandarse a tomar por saco y encerrarse cada uno en su escritorio, y así permanecer días herméticamente centrados en sus creaciones. Son un matrimonio de contrastes y titánicas fuerzas mentales, que pese a todo se reconocen y se admiran en silencio.
Estoy acostumbrado a escuchar las confidencias después de broncas monumentales. Cuando me pica en casa, borracho y furioso, aún preservaba un inconfundible y admirable amor por ella, además de los típicos ramalazos de viejo insomne y terco de los que les queda el cansancio y el orgullo. Pasa intermitentes periodos de tiempo en mi piso, aislado, dando buena cuenta de mi despensa de bebidas, rumiando por dentro y maldiciéndola, pero mantiene también un lugar propio en medio del caos; logra así una zona de seguridad, una tregua donde pensar.
“Mi mujer escribe mejor que yo”, me dice en ocasiones con aire herido y resignado cuando los vapores del alcohol se le suben demasiado al cogote. Pero sabe que precisamente por eso la ame con todas sus fuerzas. Y la ama más de lo que la entiende. Me doy cuenta de que su relación es paradójicamente terrible y hermosa, y que no pueden ni quieren volverse sencillos.

Cuando ella da una conferencia o presenta alguna charla, él se sienta entre los asistentes, como uno más, y le gusta mirarla, oírla hablar, admirar su belleza y su profesionalidad, mientras se camufla entre el público como un desconocido, atendiendo y observando la cara del auditorio, jugando a la distancia luego llega a casa y le hace el amor con vehemencia, como una conquista sobre la literatura, hasta acabar hondamente agotados por el juego del sexo, que parece insaciable y, sin embargo, sacia tan pronto.

Están, desde que se conocieron y se exploraron, mordidos por el amor arrollador permanentemente insatisfecho, cuyo veneno actúa con espantosa intensidad. Insatisfecho porque se dan cuenta de la genialidad compleja del otro, y sufren por no poder nunca ser el dueño e imponer los criterios sobre la personalidad, conocerla a fondo, saberlo todo. Por eso su vínculo es tan fuerte, la admiración crea una imperiosa necesidad de conocer más y más, de entrar donde nadie nunca estuvo antes, de poseer ese talento y esa mente y ese cuerpo. Y la escritura es la forma auténtica de ser libres, sólo individuos y no matrimonio, y crear personajes que aman otras vidas, habitan en otros tiempos y viven otros romances y follan con otras personas.
Y ellos compiten y pelean y se quieren con ferocidad y se buscan ardientemente y se exploran y se dañan.
Pero se necesitan demasiado, muy por encima de sus volcánicos genios, ella sabe que lo que él le da sólo lo puede recibir de su marido, y sólo ella puede ofrecerle todo lo que necesita ese escritor que un día se encontró con la horma de su zapato y se encadenó a ese amor para superar cualquiera de las ficciones. Y después de las tormentas regresan cada vez en busca de la otra mitad de su alma. Por eso sé que estarán siempre juntos.

11 junio 2010

Las dos partes





Empezó como comienzan la mayoría de las cosas importantes de esta vida: sin darse cuenta.
Ella ponía copas cada madrugada tras la barra de un local de melodías suaves y conversaciones a media voz. Un pub que tenía el aroma de otra época, tal vez para enjaular los recuerdos y tener a sueldo a la melancolía; un sitio donde el tiempo se detenía cada noche, y yo por aquel entonces buscaba la incierta compañía de mí mismo y la del alcohol derramado sobre el hielo que no pide explicaciones y que acepta ser tu compañero silencioso de evocaciones y pensamientos adosados a un taburete.
Parecía encajar a la perfección en ese contexto aunque era claramente una mujer joven, al menos más que yo, quizá tal vez fuera una mujer de esas que ya no quedan en un bar de los que casi no existen.
Al principio me desconcertó de algunos clientes su ebria tranquilidad, la serenidad y la sangre fría que suele caracterizar a los tipos peligrosos. Pero la mayoría sólo se adosaba al lugar porque era su rutina, su ambiente natural; buscando vehementemente un rincón de una existencia con más socavones que rectas, vacilantes en su incierto destino, intercalando siempre impresiones en los suburbios de la vida.
Ella me servía lo de siempre y cuando el vaso estaba vacío, con un ligero gesto de la cabeza y mirándola de lado, volvía con la botella y lo llenaba de nuevo, sin decir nada, sin hacer preguntas. Así saboreaba el licor de mi divorcio, de la huída de Paloma cuando en casa empezamos a ser dos íntimos desconocidos que se estorbaban el uno al otro, llegando a ser en ocasiones como muchos amigos, buenos y viejos amigos; pero nunca amantes. Es en esas situaciones de ruindad cuando te das cuenta de que estás solo, que tienes tal vez a las personas que son tu apoyo, tu escape, tu muletilla…pero al final, en el fondo, estás solo: solo contigo mismo, con tu incomprensión, con tu particular, intransferible e individual lucha.
Y ella y ese local donde me sentía particularmente cómodo, poco a poco intrigándome por la historia que se escondería detrás de una mujer en apariencia imperturbable que parecía encadenada a la oscuridad y el ambiente quebradizo de aquel club igual que yo.
Pronto, no sé que mes, sonreía tímidamente al compartir las primeras palabras, intentando simpatizar conmigo. Yo me dejaba ir, conversaba también, miraba fijamente con afán de intensidad, si es que aún conservaba por encima de las pupilas vidriosas algo de la eterna firmeza de la mirada y la seducción. Empezando con el transcurso de las noches una de esas curiosas amistades que se forjan en las barras, cuando te da por hablar con la persona que habita en el otro lado de ella como si fuera tu confesor y amigo de toda la vida. Así supe más de esa mujer, de la amargura que desprendían sus inciertos veinticinco años, la lluvia que lentamente se instaló en su apartamento y en su vida, y el trabajo en este sitio como único sustento después de perder las últimas opciones al renunciar a sus sueños por una fuga de dos, y ahora estar en una situación un tanto precaria. Yo en cambio siempre anduve bien de dinero desde que tenía uso de razón, pero con él sólo había comprado decepciones.
Y cerraba el bar siendo el último cliente que charlaba apoyado sobre un calor que cada vez parecía menos artificial. Y después salía a que me encandilara el alba, con esos amaneceres que tienen la pretensión de adquirir el estatus de obra de arte; cuando si no fuera por la sedación y espejismo de los sentidos nos daríamos cuenta que pertenecen a la sordidez desoladora de la claridad iluminando hormigón.

No sé si pretendía un refugio o recuperar mi juventud con una vida joven que adosar a la mía, que renovar la piel sintiéndome a la vez extraño y detestable. No vivía muy lejos del local, en un piso pequeño que compartía con su novio, que ahora estaba fuera intentando ganarse la vida en un trabajo que no le gustaba en una ciudad que no había elegido. Y yo allí metido con ella, sin usar nada más que el amor. Me dejaba dormir todo el día cuando estaba muy borracho, ducharme, mirarla mientras ella lo hacía. Y todo en ese habitáculo se volvía reprobable y a la vez indeciblemente hermoso.
Una mitad de ella respiraba honrada e ingenua sensualidad, como si se estuviera abriendo con temor a las primeras flores del deseo. Y la otra mitad era salvaje, caprichosa y enérgica; y ambas mitades se complementaban y formaban un todo.
No creo que fuera mi visible apología de la decadencia lo que la ataba de esa forma, y lo que nos llevó a quedar tardes enteras en silencio, anclados a una botella y sin ropa que llevarnos al cuerpo. Nada parecía real y sin embargo la ansiaba cada vez más y me correspondía con algo más allá de lo explicable. Por primera vez en mucho tiempo estaba haciendo lo que realmente quería.
No pocas noches pensé en que era lo adecuado, y otra parte de mí se daba cuenta de que tenía que salir de allí antes de destrozar la vida a terceros que no se lo merecen y a mí mismo; pero esa es la parte a la que nunca hago caso. De lo contrario, de haberme guiado siempre por lo en principio correcto, habría seguido casado con Paloma sólo por mantener el tipo, habría seguido restando años entre nosotros y sumándoselos al desgaste y hubiera acabado mis días plácidamente mirando con desgana alguna estúpida piscina, rodeado de la gran y cómoda paz, con la barriga hinchada mientras me preguntaba en qué coño invertí mi vida. Por eso tomo las decisiones más difíciles pero que me mantienen en la brecha, me arrojo al volcán, aunque pague el precio siempre merece la pena.
Así seguí con ella, empeñado en restaurarme cada día y renovarme, y cada vez más la deseaba, pues pertenecía al gremio de lo tal vez prohibido, de lo que no planeé, tan alejado todo de mi anterior e insulsa vida marital. Cada vez acudía con menos asiduidad a mi casa y estaba más en esa alcoba austera y marchitamente acogedora. Y las resacas eran feroces, y el amor era descontrolado, y las miserias silenciadas pero compartidas, y algo cercano a una posible felicidad asomaba entre los restos de las melodías que aún resonaban cuando cerraba el bar y nos arrastrábamos como dos lobos sedientos hasta el piso.

Un día desperté y me vi a mí mismo desnudo, con las sábanas desparramadas por el suelo, tirado en el colchón y un fuerte dolor de cabeza. Ella había salido. Y qué cerca estaban los cincuenta. Todos estamos en venta. Supongo que a mi edad tengo que escoger la piscina. Me puse los zapatos, los pantalones y la camisa. La chaqueta al hombro. Abandoné el piso con un ruido quejumbroso de una puerta de madera raída. No volví esa noche por el bar. Tampoco todas las siguientes. Ni me acerqué por ese apartamento. Lancé el móvil a un estanque. Al regresar a mi casa de soltero, parte de lo que Paloma no había podido desvalijarme, me aposté sobre el teléfono y marqué su número, el número de lo que fue nuestra casa. Lo cogió el hombre que ahora compartía su vida, o más bien lamía sus heridas. Al oír esa voz masculina respondiendo al teléfono, lo colgué. Miré por la ventana, donde el día empezaba a ponerse feo y de un color cenizo. Probablemente tenga dinero suficiente en la cartera para unas cuantas copas en el restaurante nuevo de abajo, puedo permitirme comprar unas rodajas de soledad.

07 junio 2010

Intensidad



Le gustaría compartir sus sueños y aspirar el aroma de la rosa de sus recuerdos. Quizá también a mí. Pero no hay nada que compartir, compadre; nada, absolutamente nada. Está usted completamente solo en la oscuridad.
'El largo adiós'


— ¿Firmas?
— ¿El qué quieres que firme?
Miré para otro lado pues notaba de formar interna como me estaba volviendo más terco e insoportable que de costumbre por la cantidad indecorosa de cervezas que llevaba encima apenas sin darme cuenta, además empezaba a echar furtivas miradas maliciosas a su escote.
Ni siquiera podía estar a su altura y controlar que el ritmo de cañas no se me fuera de las manos. No creo que sea buen negocio esto de hacerse viejo.
—Poseer siempre la misma esencia nocturna que has probado en mi piel.
Sonreí, iba fuerte. Era incrédulo de que esas palabras salieran de ella, en el momento menos apropiado. No me consideraba preparado para una conversación de esos derroteros. Apenas estaba seguro de poder decirle cuatro palabras agradables y así conectar directamente sobre sus labios sin pasar por vicaría. Yo estaba prácticamente loco por conocer más en profundidad las puertas cerradas que habitan en su alma y en su ser, y vibrar periódicamente en su cintura como un almanaque de deseos inciertos que danzan sobre su vientre, pero maldita sea, no ahora, no en esta terraza de barrio y con la undécima cerveza a punto de claudicar.
— ¿Firmas tenerme siempre así, dejarme irreconocible de tanto amor?
Algo de mi lacerado corazón se catapultó por dentro. La noche se vuelve serena e intensa a la vez. Amaba auténticamente esa cara áspera y curtida, manifiesto de tantas jornadas de vivir al ras del viento y a la intemperie de la brisa; esa mirada profunda, madura; sentirme insignificante frente a ella. Estaba dispuesto a abrirme como si estuviera cara a cara con mi propio reflejo.
—Firmo cerrar los ojos y que al despertar no estés tú, ni el dorso de tus manos, ni tu olor ni esa manera de sonreír; tan sólo esta sensación, esta enorme y perfecta plenitud, saber que estás sin estar, tenerte sin verte, vislumbrarte en mi memoria aunque nos separen miles de kilómetros. Quiero estar perpetuamente de esa forma, sentirme siempre así. Eso es lo que firmo.
Había devuelto la pelota fuerte, sin duda. La efímera inspiración del alcohol, bendito espejismo del arte y de las esencias.
—Creo que nunca te dije que te quiero —su cara ahora estaba firmemente enternecida, como una dureza que aflorara por obra de un puro sentimiento, plasmado sobre la belleza que resaltaba por encima del impacto del perfume de la noche, de la suave cadencia del viento y el olor imperceptible del verano.
—Y yo no quiero que lo hagas, no lo digas nunca, no deseo oírlo jamás. Hay formas de expresarlo sin decir esas dos palabras tan malgastadas— empezaba a ponerme trascendental—. Me basta con frases furtivas como las que me brindaste antes.
Sabía que secretamente yo mantenía una coraza, que me estaba preservando, evitar nuevos besos ardientes que terminen en cicatriz. No eres capaz de reaccionar cuando el pasado es el dueño de tu vida, por eso tengo miedo de que se convierta mi rutina en una asignatura pendiente, de fracasar otra vez, y de forma inconsciente nos situamos a la defensiva, suspicaces, un tanto desconfiados y evasivos, como un perro que conoce recientemente el palo y baja las orejas huidizo cuando se aproxima el dueño, aunque venga con las mejores intenciones.
Pienso en seguir bebiendo. Tenía a esa mujer magnífica a mi lado (con certeza lo mejor que había conocido en años) y no era capaz de disfrutarla sin la evasiones características, con un miedo terrible a hacerle daño, a que pague mi falta de confianza y el rodaje del tiempo.
Al cabo de unos minutos pensé en levantarme e irme. No iba a comprometerme sin ni siquiera estar seguro de poder llegar hasta el final, asumir las consecuencias que todo esto trae. Sin duda estaba marcado por un egoísmo atroz, la necesidad de protegerme y de no responsabilizarme del precio en la implicación emocional que supone conservarla y luchar cada día por creerme mis propias frases y poder regarlarle a ella esa realidad.
Quedé en silencio. Me acarició el pelo, yo notaba de forma miserable como me volvía poco a poco más cobarde.

01 junio 2010

Suerte

Hasta que no tomo el primer café de la mañana —cargado, con un chorrito de whisky— no consigo conectar con el mundo, empezar a carburar y que los sentidos se pongan en movimiento. Suena en mi cabeza Guardian Angel de Mink De Ville repetidamente, como si le hubiera dado al interruptor de alguna radio. Es un tema que asocio con ella, y no puedo dejar de tararear la canción, aunque aún no haya salido el maldito sol. Reviso la prensa diaria y se me revuelve el café. Necesito otro para enjaguar, esta vez con un poco más de whisky. Sé que hoy esa canción me acompañará, para ayudarme, aunque no necesito mayor impulso que el que me doy a mí mismo. Es hoy. Tanto tiempo esperando y preparándome. Supongo que los nervios no existen si mantienes la cabeza despejada y la sangre fría. Virtud o defecto pero nunca me tembló el pulso en estas situaciones, más bien me gustan, me obligan a ponerme a prueba, a dar más de lo habitual y a batallar internamente con el cerebro y su capacidad de resistencia y concentración.
Para el resultado de esta jornada ya no se trata de conceptos tan ambiguos y peligrosos como el futuro, sino que es una cuestión de honor. Hay demasiadas tablas detrás. Me agrada el sucio amanecer, es especial, huele a una de esos días en los que vas a sacar los dientes y volver a casa más joven o más vencido, con algo más de peso y la fabulosa sensación del deber cumplido.
Dice ella que soy celoso de mi independencia, que muchas veces me revelo esquivo y prefiero mi soledad voluntaria para aislarme con las melodías y el cine a compartir momentos en pareja u ocupar las horas siempre entre nosotros. Pero no sé cómo explicarle que mi vida se nutre precisamente de esos momentos y las canciones sirven para recordar todo lo que queda por hacer, todo lo que siento y para celebrar de nuevo la conquista del amor; que en muchos temas se concentran mis encuentros y mis pérdidas, las sensaciones más intensas. Y que hace tiempo que no busco ni me identifico con la amarga belleza del fracaso revisando esas películas que hablan de la violencia de los sentimientos límite; ese conocido torbellino que mató a Brando en París y provocó el suicidio de Jacques Dutronc.

Siempre intenté vivir al margen de mis sueños, aunque estuvieran presentes, pues esa visión o necesidad podía tornarse en pesadilla, en un objetivo que nunca llega mientras desaprovechas los momentos únicos que ya no volverán. Y es que jamás volveremos a tener 18 años, ni ella ni yo; extinguiendo tiempo como en un reloj de arena, existiendo sin conocernos pero avanzando también sin percatarse de que ocupaba mi imaginación en los últimos tiempos, necesitado de una estabilidad que me desestabilice, ser constantes las broncas y las reconciliaciones casi instantáneas. No puedo vivir sin estar enamorado y me negaría a aceptar cualquier otra farsa. Prefiero la supervivencia vacua de la soledad coronaria que terminar resignado, acabado.
Pienso en todo ello y más, me miro al espejo y no existe el miedo, no habita el dolor. Sonrío. La canción sigue ahí, Guardian Angel de nuevo. Salgo de casa. Suena el móvil.
“Que tengas suerte”.
“No la necesito, tengo buena estrella”.
Ahora sí.

25 mayo 2010

Regreso a la noche

No recuerdo la hora exacta pero el sol aún no había desteñido el cielo con sus tonos de liviano bronce. El estómago formuló un aviso y con él los ojos quedaron pendidos de un techo insomne.
Muy despacio salí de las sábanas, algo confuso y mareado, con un frío incesante en las piernas que parecían no formar parte del cuerpo. De nuevo esa sensación de irrealidad al despertar. Estaba paseando por la casa, recorriendo el pasillo, y volví a sentir el miedo, ese desesperante sentimiento de impotencia y de rabia; intenté luchar contra esa visión, gritaba pero los sonidos eran ahogados por unas paredes que parecían absorberlos, ¿dónde estaba ella? Me sentía de nuevo desvalido e inocente, como un niño que se aguanta el llanto en público por instintivamente preservar los últimos atisbos de dignidad, y quería salir de allí.
Otra vez el horror. La noche más oscura, el alma misma de las tinieblas. Todo comenzaba a tornarse aterrador. Estaban sobre mi cabeza algunos muertos que nunca se fueron y bordada sobre el ambiente la estampa de las viejas rencillas. ¿Por qué acudían a casa de nuevo? Me sentí mareado, quería regresar a la cama, busqué en el armario las pastillas y los calmantes pero allí no se encontraban, alguien se los había llevado y pretendían dejarme solo otra vez ante las fauces del averno, enfrentado a las mismas oscuras fuerzas de los peores recuerdos.
“Siéntate” dijo esa voz sobre el salón. Podía palpar el silencio, ver el contorno una figura despreciable sobre todas las paredes, era como una angustiosa pesadilla pero estaba seguro de estar despierto, pues sentía como la vida misma el suelo bajo mis pies y esas visiones de traición e inquina y de estar individualmente luchando en balde a las circunstancias de la manipulación. De nuevo la misma perpetua batalla perdida, otra vez con tonos grises sobre mi cabeza -vistas como a través de una niebla- y las turbias intenciones y el único anhelo de sobrevivir a pesar de la Tramontana.
Me senté, contra mi voluntad. Me negaba a tener que soportar de nuevo la lacerante idea de la humillación personal y la subordinación del amor propio. Querían hablar los fantasmas. Negociar un pacto eterno en beneficio del dolor, anclarse para siempre en el pasado e intoxicar presente y futuro.
Me revolví, pero mis ojos seguían fijados en esa imagen espectral que no tenía forma física concreta, únicamente un nítido compendio de recuerdos y claudicaciones, algunas visiones de Dante y una masa uniforme de miedo y ansiedad.
Empiezan a vibrar sonidos en mi mente. Y comencé a marearme aún más. Quiero regresar a la cama y alejarme del miedo onírico que me sacude. ¿Dónde está ella? Juraría que esta noche te tenía conmigo. Pero en su lugar veo la viva imagen de todo lo que abandoné y el reflejo de los peores años de mi vida. La casa sigue gélida y me descubro desnudo de cintura para arriba. Pero no consigo alejarme del sofá, evitar mirar la figura que deslumbra de oscuridad la estancia. Es tremendo que esto me pase ahora a mí, pero traté de hacer un acto de contención sobre mis espantos y prepararme para morir con las botas puestas.


Algo cálido me sobresaltó. Abro los ojos. Eran tus manos recorriendo tiernamente mi pecho. Te veo, es la cama otra vez, compruebo mi mente en pleno rendimiento y totalmente higiénica, siento el sudor empapando la espalda. Estás temblando, dijiste con un gesto sobrio de preocupación, mirándome con curiosidad y ternura. Te abrazo muy fuerte y te extraña tanto ese movimiento repentino que te limitas a corresponder en silencio.

19 mayo 2010

Factor

Tenías que haberte visto la cara cuando te estampé aquel beso fuerte y penetrante sobre al atardecer de tu portal. Con el ímpetu y la emoción, tirando de cabeza hacia delante como un miura, mis labios golpearon los tuyos y a su vez esa deliciosa boca rosada se estrelló contra sus propios dientes. Menudo pedazo de animal. Era una mueca de sorpresa, con esos ojillos muy abiertos, enrojecida, mientras la sangre se deslizaba por la barbilla en un pequeño hilillo. Me pudo el ansia, querer abusar del factor sorpresa. Pero tu cara, ¡OH tu cara! Era un delicado poema. Por un instante creí que me ibas a abofetear, o a dar media vuelta y largarte, pero algo en ella, imperceptible, demostraba emoción, una brizna agradable de un por fin.
“Tú sí que sabes sorprender a una mujer”, dijiste con gran ironía mientras con el dorso de la mano secabas la sangre. Yo callaba, por supuesto, con una expectativa horrible en el pecho, ¡menuda primera toma de contacto! Ahora lo recordamos y nos reímos, pero en aquel instante quería que un coche me llevase por delante. Pero cuando la conexión es fuerte se perdonan ese tipo de traspiés. “Prometo hacerlo mejor la próxima ocasión”. “¿Esto es lo que querías de mí, tanto fingiendo para llevarme a casa y besarme en el portal como a una quinceañera?” Me estabas poniendo en un apuro y disfrutabas con ello, se te notaba que era una crueldad simulada. Pero yo ya no estaba para volver a hacerme el héroe ni querer ganar la partida con la táctica ataque a discreción. Te giraste para entrar en el portal. O sacas toda tu artillería masculina con toques de ternura o estás acabado chaval. Te agarré suavemente de la mano, girándote hacia mí. Acaricié con el pulgar el labio inferior magullado, mientras ponía mis ojos en línea directa con los tuyos, muy cerca, muy callados. Sentía tu olor. “Prueba otra vez”, susurraste con tu nariz pegada a la mía en un tono de voz cercano a la secreta excitación. Nunca una invitación me había sonado tan bien. No hubo un impulso, fue una unión; y entre la boca, la saliva, la lengua y el sabor presente de la sangre yo quería derretirme, podría haber muerto allí mismo.

18 mayo 2010

Éramos

Aunque no puedas entender estas líneas me veo obligada a una confesión, tardía y a destiempo, escrita en estas páginas de libreta y garabateada, pero es necesario para mí. Es una obligación reflexionar y preguntar: ¿Qué queda de todo lo que imaginamos cuando éramos jóvenes? De la utopía, de la libertad, de los planes al aire entre risas y amor y también esa desbordante necesidad de seguir palpitando. Esa ilusión permanente en el mañana, de querer cambiar el mundo comenzando por nosotros mismos; y ahora me parece tan lejanas esas inquietudes extraviadas en cualquier arcén… ¿Cuántos sueños hay que seguir rompiendo para llegar a alcanzar algo cercano a la plenitud, más allá de la infancia robada y esa juventud que naufragó en mayo del 68? Nada de lo que proyectamos como pareja y como personas se convirtió en realidad, nada Manuel. Nos fuimos poco a poco desencantando, con la madurez llegó el otoño de las ideologías, tuvimos que observar desde nuestro rincón como paulatinamente todo aquello en lo que creíamos se nos escapaba y nosotros nos enfriábamos hasta ese silencio sin revolución y ese papel de periódico mojado como sustento, pies de barro para un unión cara a la galería y al tiempo.
Me dejé arrastrar por la inercia aunque los meses y las nocheviejas se sucedieran increíblemente rápido; ya estaba demasiado dentro de ti y de la comodidad que nos salpicaba, y sólo veía vías de escape cerradas allí donde pusiera el ojo. Demasiado vivido juntos como para plantearse una liberación en cuanto intuí que la aventura encallaba. Continué dejándolo estar pues sé que cuando has atravesado esa imperceptible frontera es prácticamente imposible dar marcha atrás, buscar el tiempo no vivido, las certezas que perdí, y renegar de todo aquello.
¿Alguna vez fuimos felices o sólo fingíamos que lo éramos? No sé a ciencia cierta ponerle fecha al comienzo del tedio, pero, ¿sabes lo que es ver que los cimientos sobre los que habías construido tu vida empiezan a resquebrajarse, y no poder hacer nada por impedirlo? Esos cimientos que un día construimos con juramentos de amor eterno y vida por morder estaban oxidados y podridos por dentro, en una inexorable decrepitud. Lo veía en ti, en cada mueca de fatiga, en los madrugones rutinarios y resignados casi sin mirarnos. Ya no me sonreías de esa seductora manera buscando el tacto de mi mejilla y diciendo que me parezco a Françoise Hardy versión castiza. Lo veía en ti cuando sólo me usabas para satisfacer tu instinto primitivo, y después del sexo no existían las caricias ni la conversación ni ninguna palabra o gesto que pudiera atizar el fuego. En los últimos tiempos siempre igual, y cuando me sentía utilizada de esa manera era como una puñetazo en el mismísimo corazón. Nunca comprenderás que una mujer se despierta en mitad de la noche pensando en eso y siente escalofríos.
Eras mi vida, eras la sonrisa de mi alma, pero los sentimientos se defenestraron paralelamente a las ilusiones tragadas en el sumidero del tiempo, absorbidas sin remedio. Era como observar los últimos estertores de una vida. Demasiadas expectativas sin cumplir, demasiada seguridad de que me tenías, aunque me gustaría imaginar que, igual que yo, estabas secretamente abatido.

Te daba el sol de cara y el día y la visibilidad eran excelentes, tuviste que confiarte y te pesaba el pie en esas inabarcables rectas de Castilla donde sin darte cuenta la aguja se pone fácilmente en 160; y te dio por cambiar el CD y a esa velocidad no pudiste controlar demasiado bien la tracción en el puto despiste que dejó nuestro coche con las ruedas mirando al cielo y a ti en el caliente asfalto de la cuneta.

Ya nada me intriga. No sabría definir muy bien cómo me siento. Pero esta tragedia me animó a escribir en esta libreta. Todo esto lo puedo decir ahora precisamente porque ya no estás, pero nunca tuve el valor de enfrentarme a ello mientras vivías y cuando lo plasmo por escrito ni siquiera puedes leerlo. Ahora me siento tan culpable de mis consentidas cadenas como de observar tu ataúd repleto de flores y saber que jamás sospechaste que estaba a punto de marcharme.

13 mayo 2010

Devoto

Pasé mi infancia en un pequeño pueblo donde las mujeres más cotillas y ruines denunciaban a sus vecinas ante las demás de actos o chismes, auténticas víboras humanas, para después acudir religiosamente cada domingo a la iglesia, tal vez para pedir por la hernia de su marido, para rezar por los exámenes del nieto o la rápida curación de un pariente enfermo. Por lo tanto, crecí asombrado de que la hipocresía no les afectara. Años después, no muchos, llegué al convencimiento de que no podía permitirme creer en los milagros, soy una persona que presume de usar la cabeza y la razón, que no necesita de supersticiones para dar sentido a las cosas que se escapan a mi control o me superan. Pero ahora me lo tengo que replantear. Tú me haces replanteármelo.
Eres nueva pero no encontrarás fisuras aquí, no tengo ni rastro de las huellas de la traición en mi mirada, no diré a nadie que escribo sólo para ti cosas que ya sólo tú comprendes ni que consigo que cuando estamos a solas te muestres tal y como eres. Y que me presionas para que haga relatos que hablen del esplendor del sol y de la esperanza, algo que no esté siempre cubierto por una fina capa de dolor, de miedo.
Te beso y es como volver a renacer, tal vez a los tres días, o meses, también he subido a los cielos; en especial cuando nos mantenemos en silencio, oyendo nuestras respiraciones, sin reconocer que pusimos a Damien Rice de mediador para enamorarnos.
De nuevo en camino, otra vez en la trinchera. Intuyo que como siempre habrá que pagar un precio, pero lo afronto y no me acobardo. Es magnífico cuando se consigue mantener y nunca me acobardo ante mujeres más guapas e inteligentes que yo, porque con sólo mirarte me desvelas lo que necesitas, lo que buscas en mí y lo que sientes. Nos tocamos y acariciamos como tratando de palpar el interior del otro, fundirse en un solo cuerpo y una vida y un alma. Trato de pasar el mayor tiempo posible contigo, pero no me resulta fácil porque siempre tuve complejo de lobo solitario, aunque mis días de vagar por esa oscura estepa están llegando a su fin; si rellenas los huecos de mis necesidades con una sonrisa, una conversación, el análisis de la siempre incierta realidad, pero nunca hablamos del futuro, ni del presente, no nos preocupa, no es inquietante, simplemente tenemos la seguridad de estar viviendo una vida que nos pertenece.
Una noche, susurrando cerca de tu oído mientras percibía el dulce olor de tu cuello, te conté de los años del alcohol y la droga, de la desesperación y el poder, siempre el maldito poder dando por saco. De no rendirse, de sufrir y de avanzar. Escuchaste atenta mi relato de miserias morales y mentiras profesionales, de infelices sin dignidad y de dignos perdedores buscando refugios lejos de la ciudad. Entonces, cuando ya no tenía fe en el amor ni en la gloria, llegas desde la otra parte del mundo, apareces en mi vida; no sé cómo sucede, pero sucede; y es maravilloso; a la par que mágico.

07 mayo 2010

El escritor

El viejo profesional, cansado y tal vez vencido, piensa en las historias que se pudo haber dejado en el tintero, aquello de lo que nunca habló o no se atrevió a abordar, si quizá queda algo por contar después de décadas dedicado a disfrazar o inventar la realidad, a pulir y narrar desenlaces que anidaban en su cabeza y también impulsadas por lo vivido; analiza si existe esa oportunidad de redimirse íntegramente, o si ya está todo transmitido en sus nueve novelas publicadas donde trató de comunicar mediante ficciones parte de su idea del ser humano y de la vida, con tintes autobiográficos y mensajes en clave escondidos entre las páginas de esos libros que miles de lectores devoraron.
Esa idea de saber si para él ya no queda nada por escribir le sacude al ver el ocaso imparable de su propio rostro cada mañana. Por eso busca probablemente una bala guardada en la recámara, algún extraño sentimiento dormido desde las entrañas de su infancia o su juventud, esa máxima expresión del ser humano que permanece inalterable aunque se hayan disipado los restos.
Escribe, intenta atar los últimos cabos consigo mismo y con su mundo; aunque a la hora de sentarse frente al ordenador, paralizado, ve su propio pasado con claridad, pero se encuentra con más recuerdos que posibilidades.
Tiene 74 años y una insuficiencia hepática fruto de demasiados excesos; y trata de evadirse de su nueva realidad forjando una historia, un epílogo, antes de encarar el último pasillo a la muerte; y allí está, entre la inmersión a su nueva obra y la bajada de telón, con un pie en dos mundos y en ninguno. Se desmorona. No quieren nacer las palabras, las neuronas ya no funcionan como antes, la fluidez ya no corresponde a la de los años del éxito y la habitual visita de las musas, cuando no paraba de escribir como un impulso, como la inevitable consecuencia de la vida.
Tal vez esta última historia se resiste. El borrador que comenzó trata de un joven en busca de un sentido a su existencia, y sólo logra encontrarlo poco a poco según va llegando al invierno de la misma. Pero eso ya lo abordó con notables repercusiones en su tercer éxito, desde otra perspectiva pero con idéntica base. También dedicó cientos de hojas a situar contextos históricos, a describir la piedad que le provoca un marido el cual su mujer nunca ha estado enamorada de él, a meter provocativas y demoledoras descripciones sobre la hipocresía humana, a renegar de la violencia y también a usarla para justificar actos o ponerle el cierre a un tormento, una piadosa venganza.
Todo había tenido cabida a lo largo de las páginas de sus nueve novelas y tres ensayos que editó. Todo lo que alguna vez le obsesionó: el sexo, las relaciones familiares a través de las generaciones, el precio que hay que pagar por la verdad, la posibilidad de tasar un dolor como si fuera un coste a largo plazo, las víctimas inocentes del egoísmo propio. Cree que ha sido un escritor consecuente con su entorno y con los lectores, y se da cuenta que una mala agonía de libro póstumo podría destrozar la reputación lograda en toda una vida.
El borrador no prospera por lo tanto desaparece, sin copia, sin edición de seguridad, como tampoco sus años tiene recambio; sabía que el tiempo podía expandirse o encogerse, y ser terriblemente implacable en la mayoría de los casos. Pero ya está demasiado lejos, el brío se le empezó a escapar como agua de entre las rendijas de las manos, imposible de contener. Ya no cree que existan más personajes a los que dotar de sentimientos y miedos. Para él lo más fascinante era poder crear criaturas que sólo existían en su cabeza, construidas a base de pedazos de la personalidad de otras muchas reales, como un doctor Víctor Frankenstein cargando en porciones su obra impresa y ficticia de trozos sangrantes de la realidad. Pero ahora sinceramente sólo espera una digna expiración de ese proceso de desarrollo y contradicciones que fue él.

Se despierta envuelto en sudor, sin que nadie se lo diga presiente que se acerca el final. Entonces algo, una llamada de los fantasmas vivos desde lo más profundo de su memoria agazapada, le inquieta y le invita a la insumisión. Se levanta con una mezcla de rapidez e inercia mal contenida. Son las tres y media de la mañana, pero ya no siente como si el suelo desapareciese bajo sus pies; ha llegado la hora del ajuste de cuentas, maldita sea. Determinadas cosas no deben morirse con uno dentro, acompañarte a esa eterna oscuridad como secretos perversos. No dejará nada para los gusanos, es una cuestión de justicia humana. Vuelve ese horrible sentimiento de traición como nunca, golpea sobre su sien con la fuerza imparable de la primera vez. Ya no estará cuando tenga que dar explicaciones. Envuelto en un torbellino de deseos y desesperación, el escritor se sienta con furia sobre el ordenador. Y escribe.

28 abril 2010

Trabas

Hoy me despierto muy temprano mientras siento los sonidos del resto del inmueble poco a poco inundando mi habitación, cuando los otros pisos comienzan a ponerse en movimiento y la ciudad parece emerger de su letargo, lenta y progresivamente iniciando la actividad, ayudada por la luz, que se extiende más allá de los edificios, donde la hierba crece libre y callada, en una armonía primaveral que contiene algo de silencio expectante, tal vez a la posibilidad de un verano próximo. Busco a tientas la cuerda de la persiana y la elevo ligeramente, permitiendo que algunos rayos de sol bañen tímidamente la estancia, se posen sobre la almohada y las sábanas desechas; y vuelvo a la cama en un estado bastante cercano a la armonía. Vuelto a recibir el calor del colchón mientras la urbe despierta, pienso en todos los nuevos días como éste que me esperan para disfrutar así, desadormeciéndome en reposo, participando del inicio de la jornada, sonriendo interiormente a la libertad y la conciencia de la joven vida.
Cuando termino el desayuno, decido en un momento y cojo el coche, salgo por un desvío hacia carreteras convencionales anexas a la ciudad, aparco en un camino secundario, cerca de una curva donde bajo ella y en extensión el prado ya calienta y las flores hacen gala de su breve reinado. Mientras enciendo un cigarrillo con sumo placer, reflexiono: Conozco lo que es asomarse al abismo pero ahora existe la luz, la tierra firme de la serenidad y lo hermoso de tener el control de los mandos aunque no sepas ni te importe el rumbo ¿Qué me impide moverme y saborear el inicio y el final de los días? Respirar cada brizna impoluta de aire fresco y sonreír cara al viento, caminar, sentir, sosegar… ¿qué me impide vibrar con las notas musicales en mi casa, tomarme la vida con calma, ir despacito hacia el futuro sin que él me atenace ni me condicione? Que pueda percibir el agua en la piel, las nuevas caricias, sintiendo hasta el pulso de la sangre en las venas; y no correr para ir en busca del final de la juventud, allá donde los sueños ya nunca se hacen realidad y la vida se empieza a marchitar en rutinas y fracasos.
Descubrí que nada tiene el poder de ponerle coto a las largas extensiones mentales que, desbordantes, desean existir sin fantasmas, tabiques, angustias que son hipotecas ni recuerdos que son lastres. Planear y ejecutar viajes, conocer otros ojos y reírme con nuevas sonrisas, conversar con los amigos de siempre, ser auténticamente independiente para ir modelando lo que vendrá mientras disfruto ampliamente de lo que tengo. El amanecer de hoy y el de la próxima semana.
Hasta ahora miré mi vida como si lo hiciera desde un catalejo, limitado por los bordes, acotado el paisaje a lo que desde allí podía observar, un reducto que había comenzando a aceptar con resignación y que en realidad ataba el resto de posibilidades, por no querer ni atreverme a salir de él a explorar; y permanecía inmóvil muchas veces devorado por la ansiedad, queriendo adelantar mi propio reloj hacia adelante solamente para conocer el resultado, para disipar las brumas del porvenir; hubiera firmado cerrar los ojos y plantarme ya en la madurez que para mí significaba la resolución de las dudas. Esta madurez en realidad ya fue ayer, será pasado mañana, o no será nunca. No pienso estar allí cuando llegue. Y es que me va a encontrar muy ocupado viviendo.

23 abril 2010

Paredes



Pelayo tenía la sensación de que ya llevaba meses viviendo en una larga ausencia, espesa y uniforme que le pronosticaba el final. El último día de sus vidas (en lo que se refiere a sus vidas como un plural, una forma conjunta, antes de ser simplemente individuos por separado), la miró con esa forma propia que sólo él tenía la capacidad de transmitir, esa manera directa y penetrante que hacía que el corazón vulnerable de ella se congelara y a la vez fuera contusionado por fogonazos, como si el propio hielo ardiese, como si en su interior pudieran vivir los témpanos más descomunales con incandescentes broches que la recorrían de arriba abajo, del mismo modo que un escalofrío recorre nuestra columna vertebral. La miró rodeándolo todo de un gran silencio, de esos profundos silencios que contienen tal carga emotiva que hacen daño aunque puedan sentirlo solo dos, compartirlo de la misma manera que se comparte una derrota.
Él ya sabía que, (ahora si), su vida, continuaba tras esa puerta, y que todo el mundo anterior quedaría allí, en el umbral silencioso de aquella habitación, en las paredes que guardarían por los años sus voces, resonando en la eternidad.
La existencia que le aguardaba era incierta y fascinante, sea como fuere, reconocía con un nudo en el pecho que esa vida sólo podía continuar sin ella, que ya había pasado el tiempo de creer; por eso los ojos y el silencio escondían pequeñas gotas de un dolor, como esa extraña sensación que se siente al acabar de leer una larga novela, en la cual finalmente todo encaja, el cómputo cobra sentido aunque ese puzzle que todo lo resuelve sea en conclusión nefasto para el protagonista.
Allí todo se resolvía en ese epílogo de miradas que clausuraba el libro, el cierre a una historia cuyo autores fueron ellos mismos, escrita a base de besos y pasiones fronterizas, siempre en el límite de la razón y del deseo, de saberse suicidamente alargados hasta consumirse, tal vez conscientes más tarde de la inmensidad de la pérdida, la conciencia de las ausencias.
Pelayo se dejó una chaqueta vaquera que nunca echó en falta. Ella de vez en cuando, en momentos de ansiedad escondida, la miraba, la tocaba, como palpando a través de una línea espaciotemporal una pedazo del pasado. ¡Qué terrible y patético es que tan sólo te quede una chaqueta del hombre que amaste!, salpicada toda ella por su olor, el perfume que él mismo le daba forma y personalidad, que pertenecía como pertenecían sus ojos y su sonrisa y su sentido del humor. Todo ello era un vestigio, que podría ser cubierto, asimilado o, difícilmente, suplantado; pero nunca perdería su capacidad evocadora, su rincón de la memoria y a ella le revolverían las entrañas cada vez que pensase en esa última oportunidad perdida de amar de verdad.
Y es que no hay peor compañero de viaje que el recuerdo, pues se esconde y aparece en sucesivas etapas, se expande o queda arrinconado con cercanía a su final, pero nunca muere; siempre está aposentado rondando en rincones del cerebro y el alma para hacer daño cuando menos te lo mereces, para demostrar que es la vida siempre la que nos daña y somos lo que hemos perdido de la misma contrapuesta forma que somos también los seres que queremos, los amaneceres que hemos visto, los mares que cruzamos, los besos recibidos y prohibidos, las risas con los amigos y el conjunto de sanas o nocivas experiencias a lo largo de los años.
Pelayo tuvo que pasar los posteriores días, los más difíciles, esforzándose por estar normal, por seguir con su actividad y sonriéndole al porvenir e imaginando nuevos viajes y nuevas aventuras; tal vez con el tiempo volvería a creer, no revelándose como un tullido emocional.
Pudieron cruzarse después miles de personas ante sus ojos, pudieron habitar en países distintos y olvidarse con kilómetros de por medio; pero determinadas heridas se revelan eternas y aunque pasaron los años e intentaron por separado buscar sonidos que cambiaran ese silencio y ese olor que les quedó, ya ninguno de los dos se atreveria a tomar de nuevo la espada del verdadero amor, no pudieron hacer nada y detrás de las nubes ya el sol no alumbraba más la playa.