Nulla dies sine linea

09 octubre 2010

Sombras

Han pasado veinte años, media vida después de desechar aquellas promesas y de encontrar otros caminos entre nosotros. Tu casa y mi trabajo, tu destino y mi seguridad, tu matrimonio y mis hijos. Existencias paralelas siempre con la sensación de necesitar una prótesis contra un amor verdadero amputado. Qué terrible es la visión de ver un amor así desangrarse, con una herida mortal intentando a duras penas recuperar lo que fue, toda su grandeza en la cúspide de su esplendor, aquella unión imposible de vidas fronterizas y pasiones encontradas, aquellos años de risa y ruinas y madrugadas al abrigo de una barra, aquellos amaneceres de los portales y el ruido suave de caricias en las mejillas, el deseo animal y el morder de los paladares.
Dos décadas de separación y de fingir, de buscarnos y querernos en silencio, de ver correr los años sin que aparezca ese olvido, ojos que no se van de la memoria, heridas que la piel no borra, recuerdos que la vejez no espanta. 
Y otra vez vernos y seguir actuando como si no nos necesitáramos, como si nadie se acordara de esas noches de lunas calientes, de susurrar palabras a un oído agradecido, de rescatar almas de las garras del naufragio, de coser los resortes de sentimientos incompletos y buscar la perfección en camas diminutas. Y así disimulamos las cicatrices del destino que se cebó con nosotros, el empeño de cumplir con lo escrito, la traición desesperante de adherirse a lo establecido, el sacrificio para tener el visto bueno a los ojos del mundo, el veneno violento de las palabras hirientes, los  reproches y el rencor de mentiras pactadas, la última tentación en una boca prohibida.                 
Otra vez querer formar parte de tus arrugas, ser el causante de tus desvelos, despertar de madrugada y tener la certeza de que tu también estás tirada en la cama pensando en mí, acostada ante un olor que conoces y un nombre que ya extrañas, saber que no aguantarás con un puñado de años más de más de lo mismo, creer que morirás si no te rescato y me salvo, pensar que no eres capaz de vivir sin mí; pero seguimos fingiendo, llevando a los niños al colegio, acudiendo a reuniones sociales, coincidiendo en los mismos caros restaurantes, pagando una barbaridad por unas copas que ya nada aportan, descubriendo lo seco que se quedó el pozo de las conversaciones con nuestras parejas, la cantidad de bares que antaño podíamos cerrar acompañados sólo de nuestras palabras, el quedar a la intemperie de la calle cuando la música terminaba, un paseo nocturno por nuestra ciudad de siempre. 
Y pienso que todo murió entonces, que la chica y el chico que eramos yacen en alguna cuneta con el pecho abierto y la carne desgarrada, que aquellas miradas y esos besos se extinguieron con ellos para siempre, y sólo somos el decadente reflejo de un cadáver, espectros atrapados en la memoria del tiempo, almas penitentes condenadas a seguir deseándose por la inabarcable sombra de un recuerdo precioso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso

sueñaquesueña dijo...

Sí, sí, precioso... No me creo para nada que sólo tengas dos lectores... ;-)