Nulla dies sine linea

22 marzo 2012

Fotos a la deriva



En una novela de Herman Hesse su protagonista pasa una etapa escolar de desenfreno y vida noctura, pero cuando, ya de día y al salir de la taberna, ve a niños pequeños jugando en el parque, llora siempre desconsoladamente, como evocando una infancia perdida y una inocencia que ya no vuelve.
En días en que se comparten demasiada información y fotos con desconocidos, que todo tiene un carácter caduco, pienso en todas aquella fotografías que no se ven, en las confidenciales estampas de cada cual, que hablan de noches mejores o recuerdos pasados, de viajes gratos, de amistades unidas al calor de una juventud.
En qué cajón guardaba yo aquellas estampas que tenían un significiado tan personal y oculto. Fotos que son lo que la luz verde del embarcadero era a Gatsby, el recuerdo de un pasado irrecuperable que permanece vivo a la otra orilla.
Pensé en su confianza, en la forma en que él tenía de luchar por aquello pese a todo; de la fuerza que imprimía a cada cosa que hacía y aspiraba como un proyecto de sabiduría y pasión a largo plazo, tan alejado de esos otros que pasan unos años entre borracheras y juergas y luego se someten y convierten en señores muy serios al servicio del Estado. Y cómo ahora, todo el cariño y el amor que le había dado estaban destrozados.
Sólo queda la patética duda de si saludarle, para no enfrentarme a su mirada de desprecio. Me pregunté si ocurriría el día en su vida en que él llegara a perdonarme, aunque sabía que su propio código de honor se lo iba a impedir siempre, y lo acompañaría hasta el final.
Repasando esas fotos tuve por un momento la sensación de llevar un cristal en el corazón, no veía nada más que la oscurdidad abismal que se abría ante mis ojos y a la que conducían, perdiéndose en ella, todos los caminos que había conocido hasta entonces. Porque la idea de acomodarse en algo insulso pero provechoso cogía cada vez más forma y de esta manera entrar a formar parte del grupo de esposas de. Y nadie sospecha jamás que estén en posesión de un cerebro. Por pequeño, incluso por raro que sea. Uno se inclina a pensar en ellas como en un objeto, una acompañante, un atómata, un simple maniquí con un dispositivo para inclinar la cabeza con puntualidad y sonreír estúpidamente cada cierto tiempo.
Echaba de menos sus ojos clavándome la mirada, observandome en silencio como si quisiera adivinar qué secretos se escondían dentro de mí, intentando abrirse paso en mi interior. Esos ojos que querían sobreponerse a cualquier dificultad aunque le superaran. Que estuvieran llenos de sabiduría o de locura, que irradiaran amor o profunda maldad, daba lo mismo.
Lo que importaba era lo que había llegado a sentir, y que presentía que nunca más volvería a hacerlo. Todo lo demás eran medianías, un intento de evasión, de buscar refugio en el ideal de la masa; era amoldarse; era miedo ante la propia individualidad. Muchos se estrellan para siempre en este escollo, con el alma enredada en la red de sus propios hilos, y permanecen toda su vida apegados dolorosamente a un pasado irrecuparable, que es el más nefasto de todos los sueños perdidos.
Y aquellas olas de un mar que un día creímos poder bebernos sin complejos, siguen a la deriva como baluartes de una última batalla perdida, pero sin llegar a alcanzar la arena de la orilla, y así permanecen impasibles con el paso de los años, insumergibles en nuestro recuerdo.