Nulla dies sine linea

22 octubre 2007

Momentos



Recostados sobre la almohada y fumando un pitillo él le hablaba sobre sus pensamientos, los libros que leía y la película que le había llegado al alma. De planes años vista. De todos los sitios que visitarían y los atardeceres que devorarían sobre los más varidos parajes. Muchas veces bromeaban y se picaban en alguna pequeña discusión que les mantenía entretenidos horas y horas, y el alba ya comenzaba a hacer su aparición tímidamente por la ventana cuando con un beso amistoso ella se levantaba y preparaba el desayuno, dejando atrás la más emocionante de las noches de conversación y amor, sintiéndose dos vagabundos de un universo que casi podían sentir bajo el manto de estrellas que agonizaban levemente envueltas por las luces de la ciudad, y luchaban por brillar tenuemente.
El estomago vacío y el pecho ardiendo por la sensación de plenitud, la miraba tiernamente a sus grandes ojos de gacela y le susurraba a la oreja que nada les iba a separar.
Que lejos quedan hoy esas noches, las mañanas soñando volver a su apartamento; hoy que sus caminos se separaron y el rencor permitió ahogar la llama, sin opción a volver a una etapa preciosa, así era la cara que le observaba con admiración cuando dejaba a su boca ser la intérprete de su alma, abierta de par en par sin guardar nada, confesándose a la mujer de sus sueños lo que había comentado por encima alguna vez con esos que solo charlan; ahora los recuerdos son el poso amargo de una época pasada y un futuro en soledad, al igual que las noches largas y afiladas como la hoja de una navaja, que rajan en su vientre amaneceres meláncolicos entre ginebra y orfidal.
Quién les iba a decir que su pasión no daría ni para una postal en Navidad, cuando en cada aniversario y cumpleaños un silencio revelador les hace partícipes a ambos, en la memoria de cada uno pero las bocas selladas, ni una llamada, ni una visita, nada más que una caja de fotos enterrada en el fondo de un armario y en el corazón de los dos.



"La vida se hace siempre de momentos, de cosas que no sueles valorar, y luego cuando pierdes, cuando al fin te has dado cuenta, el tiempo no te deja regresar".

Texto inspirado en la canción "Momentos", de Julio Iglesias.

13 octubre 2007

En naranja



No me dejes solo, le suplicó en aquella callejuela sin luces entre hedor a pescao. No quería tener que regresar en soledad a ese tugurio lleno de ideas contradictorias que era su cabeza, y tener que lidiar con los fantasmas de siempre.
-Yo te he dado mi vida- le reprochó ella- y tu me has dado 3 folios escritos malamente con tu estilo de siempre y todo ese rollo de palabras rimbombantes, que ya no cuela, que eres un capullo. Esa fue la frase terminal con la que puso punto y final. Pero para él no exitían tales, si acaso los puntos y aparte. Ella era consciente de que iba volver a las andadas, no hoy ni mañana, pero sabía que él volvería con su mueca burlona y su cara de golfo, que haría una jugada maestra de las suyas, porque acababa de menospreciar sus escritos pero en el fondo le encantaba. Y sabía como nadie atacar sus puntos más vulenrables. Entrar en su alma por la zona más débil. Tocada y hundida.
Es el juego del gato y el ratón. Los siguientes días se dedicaría a ignorarla, a hacerse el indiferente y el inquebrantable. Procuraba pasar la mayor parte del día ocupado en sus tareas de contabilidad y leyendo alguna novela para no pensar en sus ojos negros. Evitaba masificadas emisoras que taladraran con empalagosas y cansinas canciones de amor, que aunque detestables, seguro contendrían alguna frase que le recordaría a ella. El primer fin de semana fue directamente al suelo. No llegó ni al segundo bar. Un taxi lo bajó a casa y a duras penas entró por la puerta y se introdujo en la cama vestido. Dicen que el estado emocional influye a la hora de pillar las cogorzas. Puede que sea cierto.
La noticia de que tenía novio no le afecto apenas por el echo de que era bastante orgulloso y seguro de sí mismo y consciente en su prepotencia de que no era mejor que él. Tuvo su época en que derrumbaba mujeres solo con la mirada, ese carisma especial que lo hacía totalmente irresistible, su manera de escribir y de amar...no, no era posible que aquel tipo superase eso. Nadie elije de quién se enamora per aún así estaba tranquilo, viendo la nueva relación de su chica desde una posición de superioridad que le encantaba. Era como un coleccionista observando su maqueta, su casita de juguete con sus diminutos habitantes en el interior, y miraba con cierto aire de recochineo. Y era una vista plácida. Solo era cuestión de tiempo, de esperar y ver como se desarrollaban los acontecimientos, ella acumulaba demasiados hombres en su vida para lo breve de la misma y con este no iba ser diferente.
Pese a todo, había recorrido tantas noches su moreno cuerpo que al llegar el crepúsculo la oscuridad le lanzaba de nuevo a pernoctar sentado frente al ordenador, visionando películas antiguas y bebiendo bourbon hasta caer redondo sobre la silla. Pero había algo de placer en eso. Le gustaba ese período, ver cine y beber, sin más contacto con el mundo real. Cuando tuviera la suficiente fuerza saldría al exterior y la recuperaría.
Aquella tarde-noche Dark as the dungeon de Johnny Cash sonaba en la minicadena. En el ordenador algún operador le conectaba con el servicio de mensajería instantánea. Y el nik de ella saltaba de la pantalla como una provocación a prueba de fuego y hielo: Sola en casa.
Con sangre fría abrió su ventana y tecleó: Voy a ir.
Salió pitando a la cocina pues había olvidado la lasaña en el horno. Estaba practicamente chamuscada. Cuando volvía precibió una luz naranja parpadenado en la pantalla del PC en señal de mensaje. Agarró el ratón y observó lo puesto: Lo sé.



Corrientes 3 4 8, segundo piso, ascensor,No hay porteros ni vecinos, adentro cocktel de amor. Pisito que puso Maple, piano, estera y velador. Un telefón que contesta, una fonora que llora, viejos tangos de mi flor y un gato de porcelana para que no maulle el amor.- Carlos Gardel

Encuentro



La ví en cuanto atravesé la entrada y mucho antes de que me inundara un olor a madera. Tenía los pies pequeños y la mirada ausente, la sonrisa tenebrosa que acompañaba a una caricia o un beso. Más de lo que imaginaba encontrar en aquella villa donde aparecí al atardecer mientras llovía sobre mojado en las laderas del valle. Una taberna de pueblo con cerveza barata al igual que la compañia, y ella, sentada en la mesa más al fodo, desentonaba en aquél lugubre ambiente de semiluz y un viejo ventilador que aspeaba malamente a regañadientes. La dueña, una señora con apariencia de anciana por lo descuidado de sus formas, vestía un delantal que tenía toda la pinta de llevar muchos años sobre ese cuerpo bajo y orondo. Tenía la vista puesta en una sopa de letras que aparentaba la mar de interesante. Un televisor con un color muy deficiente escupía teletienda en una imagen tan pobre como su contenido. Hacía calor allí dentro y el bochorno hacía mella en una barra resbaladiza y sucia. Demonios, a aquél perro se le notaban las costillas, creo que si le tiraba mi zapato se lo comería. Y me estaba poniendo nervioso, no paraba quieto, parecía alterado, andaba de un lado para otro con el rabo alzado. Afuera no cesaba la lluvía. Se oía por encima de los carraspeos de los ancianos cabizbajos que murmuraban sabe que maldiciones para sus adentros, regados de vino y tabaco. Yo había viajado por mi profesión por muchos lugares; ciudades y villas, y acostumbraba a dedicar noches enteras a mis queridos pensamientos en tabernas y bares que tuvieran tirador de cerveza y cuyos empleados no hicieran preguntas. Y Llevaba años buscando una cara como esa. Reflejaba una tranquilidad y una inteligencia extrañas. Tenía paz de luna en la mirada, pero en ningún momento me miró directamente; su semblante, siendo serio, resultaba extrañamente dulce. Las pupilas parecían no existir en aquél angelical rostro y los labios eran un aro de color rosado aparentemente sin exceso de maquillaje. Enseguida me arrepentí de no haberme afeitado en los 3 últimos días.
Tardé más de media jarra en darme cuenta que la chica del fondo escribía sobre una libreta, una pequeña de hojas cuadriculadas como las de primaria. ¿Una escritora? ¿Una solitaria? La melena muy negra suelta que se deslizaba sobre los hombros y un cuerpo delgado pero armonioso.
-¿Es del pueblo?-pregunté a la señora-anciana de detrás de la barra, mientras hacía un gesto con la cabeza hacia el final del bar.
-¿Quién?- dijo la camarera mirandome de arriba abajo como un bicho raro.
-La chica esa que está sentada al fondo- la tipa me contempló con los ojos muy abiertos y luego frunció el ceño en señal de desaprobación.
-Chico, allí no hay nadie.