Nulla dies sine linea

13 octubre 2007

Encuentro



La ví en cuanto atravesé la entrada y mucho antes de que me inundara un olor a madera. Tenía los pies pequeños y la mirada ausente, la sonrisa tenebrosa que acompañaba a una caricia o un beso. Más de lo que imaginaba encontrar en aquella villa donde aparecí al atardecer mientras llovía sobre mojado en las laderas del valle. Una taberna de pueblo con cerveza barata al igual que la compañia, y ella, sentada en la mesa más al fodo, desentonaba en aquél lugubre ambiente de semiluz y un viejo ventilador que aspeaba malamente a regañadientes. La dueña, una señora con apariencia de anciana por lo descuidado de sus formas, vestía un delantal que tenía toda la pinta de llevar muchos años sobre ese cuerpo bajo y orondo. Tenía la vista puesta en una sopa de letras que aparentaba la mar de interesante. Un televisor con un color muy deficiente escupía teletienda en una imagen tan pobre como su contenido. Hacía calor allí dentro y el bochorno hacía mella en una barra resbaladiza y sucia. Demonios, a aquél perro se le notaban las costillas, creo que si le tiraba mi zapato se lo comería. Y me estaba poniendo nervioso, no paraba quieto, parecía alterado, andaba de un lado para otro con el rabo alzado. Afuera no cesaba la lluvía. Se oía por encima de los carraspeos de los ancianos cabizbajos que murmuraban sabe que maldiciones para sus adentros, regados de vino y tabaco. Yo había viajado por mi profesión por muchos lugares; ciudades y villas, y acostumbraba a dedicar noches enteras a mis queridos pensamientos en tabernas y bares que tuvieran tirador de cerveza y cuyos empleados no hicieran preguntas. Y Llevaba años buscando una cara como esa. Reflejaba una tranquilidad y una inteligencia extrañas. Tenía paz de luna en la mirada, pero en ningún momento me miró directamente; su semblante, siendo serio, resultaba extrañamente dulce. Las pupilas parecían no existir en aquél angelical rostro y los labios eran un aro de color rosado aparentemente sin exceso de maquillaje. Enseguida me arrepentí de no haberme afeitado en los 3 últimos días.
Tardé más de media jarra en darme cuenta que la chica del fondo escribía sobre una libreta, una pequeña de hojas cuadriculadas como las de primaria. ¿Una escritora? ¿Una solitaria? La melena muy negra suelta que se deslizaba sobre los hombros y un cuerpo delgado pero armonioso.
-¿Es del pueblo?-pregunté a la señora-anciana de detrás de la barra, mientras hacía un gesto con la cabeza hacia el final del bar.
-¿Quién?- dijo la camarera mirandome de arriba abajo como un bicho raro.
-La chica esa que está sentada al fondo- la tipa me contempló con los ojos muy abiertos y luego frunció el ceño en señal de desaprobación.
-Chico, allí no hay nadie.

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