Nulla dies sine linea

16 octubre 2010

Irreversible

Hola Andrea, cuando oigas esto yo ya estaré volando, probablemente en alguna parte sobre el Atlántico. La verdad que no tengo ni idea de cuándo volveré, es un regreso abierto. Siento no ser lo suficiente valiente para decírtelo todo en persona, pero no podría soportar tus ojos fijos sobre mi rostro en la despedida. Sé que estas semanas han sido confusas y también vibrantes. Todo ha sido borroso desde que nos conocimos. Esa maravilla del mirador de tus ojos, la complicidad de las risas tomando el primer café, esa atracción silenciosa y nunca declarada. Hay algo que se ha despertado y nos era casi imposible disimularlo, rasgados como el surco que habita en nuestros corazones. Es posible que nadie como tú me haga tanto reír, tienes ese don de apartarme de un dolor y de no pensar en otra cosa cuando estoy contigo. Sé que nos necesitamos sin haberlo pretendido, hubiera dado mucho de mí por un segundo de amor junto a ti, un segundo eterno como el beso que nunca nos dimos. No podría quedarme con un momento de los compartidos ni la forma en la que me enamoré de ti, tan intensa y tan dañina para mí mismo.
Y es que no es fácil para mí amarte abiertamente. Debes saber algo, que tal vez te aclare muchas cosas, mi reticencia, el hacerme el tonto a tus señales, el quedarme quieto en el abrazo cuando tus labios reclamaban que los besara.
Hace siete años conocí a una chica en la Universidad que me encantaba, y pasaba las horas en clase mirando su pelo por atrás, sólo podía ver su espalda. Únicamente me atreví a hablarle volviendo de una fiesta, con muchas copas en mi contador. No sé cómo pudo pasar pero ella se fijo en mí. Nos hicimos novios. Hace tres años volvíamos de cenar cuando en la autovía una salida en una curva empapada puso el coche con las ruedas hacia el cielo. Yo me rompí un brazo y estuve tres semanas con collarín. Pero ella quedo en una silla de ruedas para siempre. Al menos ha sido irreversible hasta ahora. He estado a su lado desde entonces. Es por eso que tengo una sensación de responsabilidad para ella, es por eso que la culpabilidad no me permite quererte como querría ni estar junto a ti, no podría hacerlo eso a ella, que sufre desde entonces. Ahora entiendes por qué no puedo entregarme a nuestra psión, no porque no lo sienta, no porque no te desee. Yo conducía el coche.
Ahora la han admitido en un novedoso programa de estudio en Estados Unidos que podría acelerar una hipotética recuperación. He vuelto a ver la esperanza brillar en sus ojos. Nos vamos en un momento. No hace falta detenerme en explicar lo importante que es para los dos. Espero no pensar demasiado en ti, en lo que podríamos haber sido, en imaginarnos como un todo. Las cosas de la vida suceden así, sólo quiero que sepas que te…una voz mecánica interrumpe a Marcos: "No ha sido posible grabar el mensaje, se ha producido un error en…" él mira nervioso el reloj, el taxi ya debe de estar abajo, debe irse ya o no llegará a la facturación del equipaje. Cuelga el teléfono, no llegando a oír el clic de descolgar al otro lado: ¿hola, hola… Marcos?, ¿eres tú?

09 octubre 2010

Sombras

Han pasado veinte años, media vida después de desechar aquellas promesas y de encontrar otros caminos entre nosotros. Tu casa y mi trabajo, tu destino y mi seguridad, tu matrimonio y mis hijos. Existencias paralelas siempre con la sensación de necesitar una prótesis contra un amor verdadero amputado. Qué terrible es la visión de ver un amor así desangrarse, con una herida mortal intentando a duras penas recuperar lo que fue, toda su grandeza en la cúspide de su esplendor, aquella unión imposible de vidas fronterizas y pasiones encontradas, aquellos años de risa y ruinas y madrugadas al abrigo de una barra, aquellos amaneceres de los portales y el ruido suave de caricias en las mejillas, el deseo animal y el morder de los paladares.
Dos décadas de separación y de fingir, de buscarnos y querernos en silencio, de ver correr los años sin que aparezca ese olvido, ojos que no se van de la memoria, heridas que la piel no borra, recuerdos que la vejez no espanta. 
Y otra vez vernos y seguir actuando como si no nos necesitáramos, como si nadie se acordara de esas noches de lunas calientes, de susurrar palabras a un oído agradecido, de rescatar almas de las garras del naufragio, de coser los resortes de sentimientos incompletos y buscar la perfección en camas diminutas. Y así disimulamos las cicatrices del destino que se cebó con nosotros, el empeño de cumplir con lo escrito, la traición desesperante de adherirse a lo establecido, el sacrificio para tener el visto bueno a los ojos del mundo, el veneno violento de las palabras hirientes, los  reproches y el rencor de mentiras pactadas, la última tentación en una boca prohibida.                 
Otra vez querer formar parte de tus arrugas, ser el causante de tus desvelos, despertar de madrugada y tener la certeza de que tu también estás tirada en la cama pensando en mí, acostada ante un olor que conoces y un nombre que ya extrañas, saber que no aguantarás con un puñado de años más de más de lo mismo, creer que morirás si no te rescato y me salvo, pensar que no eres capaz de vivir sin mí; pero seguimos fingiendo, llevando a los niños al colegio, acudiendo a reuniones sociales, coincidiendo en los mismos caros restaurantes, pagando una barbaridad por unas copas que ya nada aportan, descubriendo lo seco que se quedó el pozo de las conversaciones con nuestras parejas, la cantidad de bares que antaño podíamos cerrar acompañados sólo de nuestras palabras, el quedar a la intemperie de la calle cuando la música terminaba, un paseo nocturno por nuestra ciudad de siempre. 
Y pienso que todo murió entonces, que la chica y el chico que eramos yacen en alguna cuneta con el pecho abierto y la carne desgarrada, que aquellas miradas y esos besos se extinguieron con ellos para siempre, y sólo somos el decadente reflejo de un cadáver, espectros atrapados en la memoria del tiempo, almas penitentes condenadas a seguir deseándose por la inabarcable sombra de un recuerdo precioso.

03 octubre 2010

El miedo

A veces me pregunto dónde estarán esos años en que tenía la posibilidad de elegir. Y cómo he llegado a esta situación. Dónde habrá quedado ese primer beso distinto, las ilusiones, mucho antes de juntar dos almas que van a pique, mucho antes de preguntarme si ésta es de verdad la vida que quería, mirando pasar los años sin sentirme nunca más completa, cabreada por el desengaño.
Mi cara me dice que aún soy joven pero mi rutina cosida con los restos del amor roto me obliga a permanecer. Ahora todo lo invade inevitablemente esa amarga sensación de fracaso, la ausencia de buenas noches, sin escuchar de tu boca esas palabras de pasión y sólo quiero que me cubra el olvido. Ya sólo tengo silencio en ruinas y algunos reproches, tal vez culpándonos por haber llevado así nuestra vida, con la sombra de antiguos adulterios cuando en otros labios todo terminaba con un ojalá, el deseo privado y secreto de ganar la lujuria y el amor en otros brazos que hicieran un rescate sobre la desesperanza y ayudaran a vivir despiertos el sueño de amor. El derroche de besos de antaño, cuando la oscuridad era cómplice de los deseos, enredada sobre sus piernas y todo cuerpo era poco para él, subido sobre mí hasta quedar exhausto de placer, cuando estallaba la madrugada y él se iba como un fantasma en la noche.
Ahora que se ha rendido, que abandonó por desgaste la batalla y perdimos la guerra, ahora me quedaron las ruinas que fui acumulando a lo largo de toda mi existencia creyendo que estaba construyendo un futuro y en realidad estaba asesinando toda mi vida y mi ilusión, la que veía en sus ojos iluminados por el sol y sonreía cuando la juventud se abrazaba a su piel y su mirada que gritaban veinte años y sabíamos nutrir nuestra historia de atardeceres. Entonces no imaginaba que no volvería a tener esos sentimientos nunca, que lo mejor que le había ocurrido a mi corazón rendía pleitesía a la razón y se alejaba de mí y de mi cobardía.
Todo es otoño a mi alrededor y aún permanece en una cámara acorazada de mi memoria algunos días de verano y el sabor de la primavera en su boca. Supongo que la culpa de todo la tuvo el miedo. Miedo de ser un alma errante, un ser herido vagando por las madrugadas con el corazón en un puño, miedo a perderle y no ver nunca más esa sonrisa desenfadada y canalla, miedo a envejecer en soledad y creer que fui una estúpida, miedo a nunca poder recuperar lo que tenía que no me daba problemas ni exigía tremendas facturas al alma.
Ahora miro a mi alrededor y cuando me ahoga esta falta de amor daría todo lo que tengo y esta estabilidad construida sobre cimientos de papel por poder desandar los años y no sentirme culpable, por poder ser valiente y dar un paso al frente para poder ganarme el derecho a ser feliz.