Nulla dies sine linea

03 octubre 2010

El miedo

A veces me pregunto dónde estarán esos años en que tenía la posibilidad de elegir. Y cómo he llegado a esta situación. Dónde habrá quedado ese primer beso distinto, las ilusiones, mucho antes de juntar dos almas que van a pique, mucho antes de preguntarme si ésta es de verdad la vida que quería, mirando pasar los años sin sentirme nunca más completa, cabreada por el desengaño.
Mi cara me dice que aún soy joven pero mi rutina cosida con los restos del amor roto me obliga a permanecer. Ahora todo lo invade inevitablemente esa amarga sensación de fracaso, la ausencia de buenas noches, sin escuchar de tu boca esas palabras de pasión y sólo quiero que me cubra el olvido. Ya sólo tengo silencio en ruinas y algunos reproches, tal vez culpándonos por haber llevado así nuestra vida, con la sombra de antiguos adulterios cuando en otros labios todo terminaba con un ojalá, el deseo privado y secreto de ganar la lujuria y el amor en otros brazos que hicieran un rescate sobre la desesperanza y ayudaran a vivir despiertos el sueño de amor. El derroche de besos de antaño, cuando la oscuridad era cómplice de los deseos, enredada sobre sus piernas y todo cuerpo era poco para él, subido sobre mí hasta quedar exhausto de placer, cuando estallaba la madrugada y él se iba como un fantasma en la noche.
Ahora que se ha rendido, que abandonó por desgaste la batalla y perdimos la guerra, ahora me quedaron las ruinas que fui acumulando a lo largo de toda mi existencia creyendo que estaba construyendo un futuro y en realidad estaba asesinando toda mi vida y mi ilusión, la que veía en sus ojos iluminados por el sol y sonreía cuando la juventud se abrazaba a su piel y su mirada que gritaban veinte años y sabíamos nutrir nuestra historia de atardeceres. Entonces no imaginaba que no volvería a tener esos sentimientos nunca, que lo mejor que le había ocurrido a mi corazón rendía pleitesía a la razón y se alejaba de mí y de mi cobardía.
Todo es otoño a mi alrededor y aún permanece en una cámara acorazada de mi memoria algunos días de verano y el sabor de la primavera en su boca. Supongo que la culpa de todo la tuvo el miedo. Miedo de ser un alma errante, un ser herido vagando por las madrugadas con el corazón en un puño, miedo a perderle y no ver nunca más esa sonrisa desenfadada y canalla, miedo a envejecer en soledad y creer que fui una estúpida, miedo a nunca poder recuperar lo que tenía que no me daba problemas ni exigía tremendas facturas al alma.
Ahora miro a mi alrededor y cuando me ahoga esta falta de amor daría todo lo que tengo y esta estabilidad construida sobre cimientos de papel por poder desandar los años y no sentirme culpable, por poder ser valiente y dar un paso al frente para poder ganarme el derecho a ser feliz.

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