Nulla dies sine linea

01 junio 2010

Suerte

Hasta que no tomo el primer café de la mañana —cargado, con un chorrito de whisky— no consigo conectar con el mundo, empezar a carburar y que los sentidos se pongan en movimiento. Suena en mi cabeza Guardian Angel de Mink De Ville repetidamente, como si le hubiera dado al interruptor de alguna radio. Es un tema que asocio con ella, y no puedo dejar de tararear la canción, aunque aún no haya salido el maldito sol. Reviso la prensa diaria y se me revuelve el café. Necesito otro para enjaguar, esta vez con un poco más de whisky. Sé que hoy esa canción me acompañará, para ayudarme, aunque no necesito mayor impulso que el que me doy a mí mismo. Es hoy. Tanto tiempo esperando y preparándome. Supongo que los nervios no existen si mantienes la cabeza despejada y la sangre fría. Virtud o defecto pero nunca me tembló el pulso en estas situaciones, más bien me gustan, me obligan a ponerme a prueba, a dar más de lo habitual y a batallar internamente con el cerebro y su capacidad de resistencia y concentración.
Para el resultado de esta jornada ya no se trata de conceptos tan ambiguos y peligrosos como el futuro, sino que es una cuestión de honor. Hay demasiadas tablas detrás. Me agrada el sucio amanecer, es especial, huele a una de esos días en los que vas a sacar los dientes y volver a casa más joven o más vencido, con algo más de peso y la fabulosa sensación del deber cumplido.
Dice ella que soy celoso de mi independencia, que muchas veces me revelo esquivo y prefiero mi soledad voluntaria para aislarme con las melodías y el cine a compartir momentos en pareja u ocupar las horas siempre entre nosotros. Pero no sé cómo explicarle que mi vida se nutre precisamente de esos momentos y las canciones sirven para recordar todo lo que queda por hacer, todo lo que siento y para celebrar de nuevo la conquista del amor; que en muchos temas se concentran mis encuentros y mis pérdidas, las sensaciones más intensas. Y que hace tiempo que no busco ni me identifico con la amarga belleza del fracaso revisando esas películas que hablan de la violencia de los sentimientos límite; ese conocido torbellino que mató a Brando en París y provocó el suicidio de Jacques Dutronc.

Siempre intenté vivir al margen de mis sueños, aunque estuvieran presentes, pues esa visión o necesidad podía tornarse en pesadilla, en un objetivo que nunca llega mientras desaprovechas los momentos únicos que ya no volverán. Y es que jamás volveremos a tener 18 años, ni ella ni yo; extinguiendo tiempo como en un reloj de arena, existiendo sin conocernos pero avanzando también sin percatarse de que ocupaba mi imaginación en los últimos tiempos, necesitado de una estabilidad que me desestabilice, ser constantes las broncas y las reconciliaciones casi instantáneas. No puedo vivir sin estar enamorado y me negaría a aceptar cualquier otra farsa. Prefiero la supervivencia vacua de la soledad coronaria que terminar resignado, acabado.
Pienso en todo ello y más, me miro al espejo y no existe el miedo, no habita el dolor. Sonrío. La canción sigue ahí, Guardian Angel de nuevo. Salgo de casa. Suena el móvil.
“Que tengas suerte”.
“No la necesito, tengo buena estrella”.
Ahora sí.

2 comentarios:

Ana PQ dijo...

Hola Roberto, siempre mencionas en los textos canciones o películas que supongo te gustan o te han marcado a lo largo de la vida. ¿Pero qué hay de los libros, cuáles serían esos que permanecen ahí?

Roberto GRANDA dijo...

“El túnel”, “Rojo y negro”, “El lobo estepario”, “Adiós muñeca”, “Suave es la noche”, “Bajo el volcán”, “La línea de sombra”, “Viaje al fin de la noche”…la lista sería larga. Algunos libros de mi adolescencia no los he vuelto a leer por miedo a cambiar esa imagen o que se me revelen aún más demoledores.
Últimamente lo más impresionante que he descubierto se llama “El poder del perro”.