Nulla dies sine linea

07 junio 2010

Intensidad



Le gustaría compartir sus sueños y aspirar el aroma de la rosa de sus recuerdos. Quizá también a mí. Pero no hay nada que compartir, compadre; nada, absolutamente nada. Está usted completamente solo en la oscuridad.
'El largo adiós'


— ¿Firmas?
— ¿El qué quieres que firme?
Miré para otro lado pues notaba de formar interna como me estaba volviendo más terco e insoportable que de costumbre por la cantidad indecorosa de cervezas que llevaba encima apenas sin darme cuenta, además empezaba a echar furtivas miradas maliciosas a su escote.
Ni siquiera podía estar a su altura y controlar que el ritmo de cañas no se me fuera de las manos. No creo que sea buen negocio esto de hacerse viejo.
—Poseer siempre la misma esencia nocturna que has probado en mi piel.
Sonreí, iba fuerte. Era incrédulo de que esas palabras salieran de ella, en el momento menos apropiado. No me consideraba preparado para una conversación de esos derroteros. Apenas estaba seguro de poder decirle cuatro palabras agradables y así conectar directamente sobre sus labios sin pasar por vicaría. Yo estaba prácticamente loco por conocer más en profundidad las puertas cerradas que habitan en su alma y en su ser, y vibrar periódicamente en su cintura como un almanaque de deseos inciertos que danzan sobre su vientre, pero maldita sea, no ahora, no en esta terraza de barrio y con la undécima cerveza a punto de claudicar.
— ¿Firmas tenerme siempre así, dejarme irreconocible de tanto amor?
Algo de mi lacerado corazón se catapultó por dentro. La noche se vuelve serena e intensa a la vez. Amaba auténticamente esa cara áspera y curtida, manifiesto de tantas jornadas de vivir al ras del viento y a la intemperie de la brisa; esa mirada profunda, madura; sentirme insignificante frente a ella. Estaba dispuesto a abrirme como si estuviera cara a cara con mi propio reflejo.
—Firmo cerrar los ojos y que al despertar no estés tú, ni el dorso de tus manos, ni tu olor ni esa manera de sonreír; tan sólo esta sensación, esta enorme y perfecta plenitud, saber que estás sin estar, tenerte sin verte, vislumbrarte en mi memoria aunque nos separen miles de kilómetros. Quiero estar perpetuamente de esa forma, sentirme siempre así. Eso es lo que firmo.
Había devuelto la pelota fuerte, sin duda. La efímera inspiración del alcohol, bendito espejismo del arte y de las esencias.
—Creo que nunca te dije que te quiero —su cara ahora estaba firmemente enternecida, como una dureza que aflorara por obra de un puro sentimiento, plasmado sobre la belleza que resaltaba por encima del impacto del perfume de la noche, de la suave cadencia del viento y el olor imperceptible del verano.
—Y yo no quiero que lo hagas, no lo digas nunca, no deseo oírlo jamás. Hay formas de expresarlo sin decir esas dos palabras tan malgastadas— empezaba a ponerme trascendental—. Me basta con frases furtivas como las que me brindaste antes.
Sabía que secretamente yo mantenía una coraza, que me estaba preservando, evitar nuevos besos ardientes que terminen en cicatriz. No eres capaz de reaccionar cuando el pasado es el dueño de tu vida, por eso tengo miedo de que se convierta mi rutina en una asignatura pendiente, de fracasar otra vez, y de forma inconsciente nos situamos a la defensiva, suspicaces, un tanto desconfiados y evasivos, como un perro que conoce recientemente el palo y baja las orejas huidizo cuando se aproxima el dueño, aunque venga con las mejores intenciones.
Pienso en seguir bebiendo. Tenía a esa mujer magnífica a mi lado (con certeza lo mejor que había conocido en años) y no era capaz de disfrutarla sin la evasiones características, con un miedo terrible a hacerle daño, a que pague mi falta de confianza y el rodaje del tiempo.
Al cabo de unos minutos pensé en levantarme e irme. No iba a comprometerme sin ni siquiera estar seguro de poder llegar hasta el final, asumir las consecuencias que todo esto trae. Sin duda estaba marcado por un egoísmo atroz, la necesidad de protegerme y de no responsabilizarme del precio en la implicación emocional que supone conservarla y luchar cada día por creerme mis propias frases y poder regarlarle a ella esa realidad.
Quedé en silencio. Me acarició el pelo, yo notaba de forma miserable como me volvía poco a poco más cobarde.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

es muy romantico, podrias escribir mas este tipo d relatos y menos relatos de tristeza.
Marta*_*

Anónimo dijo...

Yo...firmo.