Nulla dies sine linea

16 noviembre 2010

Para siempre

Cada vez me doy más cuenta de que con el paso del tiempo ha cambiado mi forma de querer. Concretamente mi forma de querer a Luis. Ya no transcurren esos días en los que apostaba todo por una vida, la misma que le entregaba, de forma incondicional, como si en el mundo sólo existiera un único hombre y como si no fueran a existir más, atada a él con las férreas correas del destino, sin ser siquiera consciente de mi cárcel, de mi entrega, de mi voluntario sacrificio. Creía simplemente que así tenían que ser las cosas. Tampoco conocía el fogonazo inesperado de otro amor, ignoraba lo que era desear a otra persona. Por eso ha cambiado todo y tanto. Porque fui como el descubridor que por accidente se topa un continente y descubre que hay vida más allá de sus cuatro puntos cardinales que constituían su horizonte y su mundo. Volver a estremecerme al abrigo de una piel, limar prejuicios y entregarme por entera y sin condiciones.
Hubo otra pasión que me hizo cambiar mi mente y mi vida. Y al regresar a Luis con las orejas gachas pero la frente altiva y un puñado de mentiras en mi chistera fue como regar sobre tierra quemada, como sorber de nuevo los amargos posos del desengaño, un premio de consolación que ni siquiera consigue llenar un cuarto de mis ilusiones ni logra borrar el recuerdo de aquellas tardes de sol y arena, ese fragmento de cielo inscrito en la ventana de la vida.
Y todo es distinto pero desesperadamente igual con ese hombre que siempre me ha mirado de frente sin ocultarme nada, y ni siquiera tengo el valor para abandonarle, aunque en mi interior mi propia alma no acepta esa cosa de vida concluida, de pareja para siempre, de vida sin secretos. Pero le quiero demasiado para trizar esta superficie de felicidad por la que ya se han deslizado tantos días, tantos años. A mi manera me obstino en encaminarme concienzudamente hacia mi propio fracaso, hacia un futuro incierto que juega con las cartas marcadas, palabras como matrimonio o eternidad me aborrecen pero a la vez camino hacia ellas con la temeridad del inconsciente.
Si con aquella aventura que me cambió mi amor abarcaba lo visible y lo invisible, ahora podía estar segura de aceptar la limpia y lineal relación sin incertidumbres y con la certeza de puertas cerradas, de pasajes vedados. Años por delante entregándome al silencio o dejando entrar un simulacro de la muerte.
Hay días en que se me hace insoportable el deseo de tener a mi otro amor en mis brazos, amarlo de tal manera que todo quedara claro, todo quedara dicho para siempre entre nosotros, y que de esa interminable noche de amor naciera la primera alborada de la vida. Pero la realidad siempre me golpea, me digo que el triunfo no es para los soñadores y que si quiero ganarme la estabilidad y el visto bueno social tengo que aceptar lo que tengo con la obediencia del complaciente; no es plan de tirar todo por la borda por pasiones juveniles, me llamarían Ana la Loca.
Sobre mí se cierra el telón de la última película, los besos finales ya han sido dados y he renunciado a las últimas tentativas de escapar. Nadie va a reprocharme nada, ni siquiera él, que con su silencio e indiferencia casi burlona parece condenarme a lo que tantas veces predijo.
Así que aquí seguiré, tal vez vagando en algún rincón no situado en el tiempo ni el espacio, haciéndole el juego a las cartas del destino, rindiéndome a esas palabras redundantes y malditas; seré sumisa hasta el final de mis días por lo que para ganarme una vida me encontrarás en algún lugar entre la eternidad y la nada.

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