Nulla dies sine linea

06 julio 2010

El luto

Dos días antes, Amalia se había levantado y estuvo consciente, dialogante con todos y tranquila de una manera inusual, con la fría y resuelta recuperación de los viejos frente a la muerte; esa breve mejoría como anticipo a la expiración.
La enterramos en el sepulcro familiar, un lugar siniestro con nichos construidos pero aún vacíos, sin epitafio pero aguardándolo, que recuerdan que todos estamos a la espera, de esa mentira de paz traficada.
Decidí hacer la vuelta a casa caminando, el viento lamiendo suave el rostro y contigo reservada siguiendo el paso, a mi lado. Pensaba en mi padre, que ya empieza a tener más personas queridas en la otra orilla que en ésta. También reflexionaba en silencio: una vida de ecos lejanos cuyo recuerdo queda en el panteón del pasado y otras que empiezan a bullir con la efervescencia aún sin calcinar de algo muy parecido al amor, de manera que me costaba situarme en el presente, cavilando sobre esa extraña simbiosis.
Preparamos juntos algo para cenar con un sentimiento de vacío y también de respiro reconfortante de estar en casa, y me adapto poco a poco al entorno, a seguir mi recorrido junto a ti, a continuar trabajando esta inmediatez.
La tele no sirve ni siquiera de distracción, y hace cada vez más calor en la noche cargada de estaciones que siempre regresan. Intento disfrazar la turbación que me produce verte sentada a mi lado con ese pijama tan corto, la piel bronceada campando libre y juvenil, esa sonrisa que yo siempre interpreto como retadora y el peso de toda la jornada sobre mis hombros y mi cerebro.
No hay nada ordinario en tu vestimenta. Como siempre es sutil, es sugerente sin pretenderlo y atractivo sin dejar de ser cotidiano. Al posar suavemente la mano sobre tu muslo, siento cómo se te eriza la piel, la vibración de tu pecho y esa mirada de incertidumbre. Aún están en al aire los restos del olor de los cipreses y por eso la confusión se apodera de tu rostro. Tal vez es la necesidad del triunfo de la vida sobre la oscuridad y las despedidas, de seguir germinando la pasión como muestra de esperanza, intimar en la noche como protección del miedo al abismo. Ha sido un día duro para los dos, tú con toda mi familia dando sepultura a Amalia y aguantando estoica los rostros contenidos, los silencios prolongados, el aura inquietante, la incómoda sensación que sienten los jóvenes al participar en un rito fúnebre y palpar cómo se tocan los dos extremos del círculo de la existencia.
Al principio todo tiene un regusto embarazoso, pero no pierdes el encanto, incluso rechazando con dulzura las manos que pretendían desnudarte; pues necesito vivir por encima de la pérdida, hacerte sentir mujer para ser yo menos terminal.
Me acojo a tu piel sin sentimientos reprimidos, adquieres finalmente la desnudez mental y física después de ver durante días el deterioro y punto final de un organismo demacrado. Busco con ternura y nerviosismo mal disimulado los recovecos en el hueco de tus piernas, y me embargan los cálidos estímulos que recorren mis manos con la humedad de tu cuerpo. Beso de forma intermitente y prolongada tu cuello mientras sujeto firmemente tu nuca, giras la cabeza para ofrecer la boca entreabierta, y me empujas suavemente hasta quedar recostados, para dejarse llevar, anhelando la posición horizontal; reclamando con determinación caricias y jadeos, y acompasadamente unirnos con ímpetu hasta quedar adosados, fundidos en la media oscuridad.
No me siento mal, no me siento bien.
Después no digo nada, no dices nada, me vuelvo hacia un lado oyendo respirar a la penumbra, y ambos empezamos a fingir que dormimos.

2 comentarios:

Ana PQ dijo...

Impresionante la manera de unir el sexo con la muerte, hablar de la perdida y de la pasión,y que no parezca burdo

Clementine dijo...

Impresionante.
Una idea genial y plasmada de la manera perfecta. Siempre consigues que se me pongan los pelos de punta...
Escribe mas!
Un beso