Nulla dies sine linea

12 diciembre 2010

Leer

Rafael miraba en silencio mientras ella dormía. Si pudiera entrar en su cabeza, en aquella cabecita que reposaba plácidamente sobre la almohada, con ese cabello que había acariciado y también aferrado a él mientras se convulsionaba de placer, que tantas veces había visto peinar y lavar. Si pudiera leer sus pensamientos, tal vez encontraría líneas que se escriben con la tinta gastada de los años, podría leer que está mecida en un vaivén sin casi víveres, una estrella fugaz de algunas ilusiones que alguna vez fueron aladas en una noche de verano. No sólo es invierno alrededor de sus ojos, también hay arrugas en el alma, para las que no existen disimulos ni cosméticos. Si pudiera escuchar los gritos roncos de su cerebro, tal vez pondría un vozal para oír los bramidos de la lenta desesperación, cuando sonrerír siempre es el pan de cada día, sonreír mientras por dentro la angustia la atraviesa de lado a lado, llenando de frío glaciar su corazón, que no entiende ya de razones ni de amores de adolescencia; al igual que parece otra persona el mismo hombre que una vez besó como si les fueran a robar los labios al final del estío, como si el amarse fuera una cosa de dos, vetada a intrusismos. Podría Rafael oír como son dos personas distintas y que se limitan a beber con disimulo el poso de una botella que un día apuraron, los últimos restos de la celebración del mar con el infinito. Ella no se atreve a irse, no tiene ningún sitio donde ir, no hay nadie en lista que vaya a lamer sus heridas con sal y vinagre, ni cerrar a mordiscos las grietas de una piel que una vez fue tan joven y trémula como la propia primavera. ¿Dónde puede poner a remojo su corazón? ¿Qué hacer si no es con Rafael?¿ Es tan valiente para eso? No hay nada esperando para quien no acude nunca a por ello, no hay premio al final del juego. Cuando todo se vuelve negro, cuando los veranos se tornan diciembres y el frío quema como las llamas de una hoguera de soledad, no hay nada, tan sólo un inmenso reproche.
Si Rafael pudiera leer los pensamientos que cruzan su cabeza incluso mientras duerme, conocería lo que es la superviviencia inmortal de una mujer que llamea por dentro, de los pedales que la existencia ofrece a quien viaja en segunda clase, de un te quiero sin esperanzas, de una esperanza sin fundamento; pero que brota con la fuerza de un abrazo en una madrugada sin nombre; sabría de la existencia de una enorme duda, de su aceptación de que las segundas oportunidades no son sólo territorio de las canciones y que la vida tiene un cupo limitado de finales felices.

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