Nulla dies sine linea

03 septiembre 2009

Amar

-¿Me quieres?-preguntó Fabio a la chica que tenía debajo, rodeada por un brazo, jugueteando sobre el colchón. Ella sonrió y no dijo nada y Fabio le dio un leve mordisco en el cuello. Sara rió e intentó zafarse de su amante, pero tan sólo consiguió rodar alrededor del colchón, donde dejaban pasar la tarde la pareja de enamorados.
No le fue fácil a Fabio llegar donde estaba, conseguir a Sara, volver a sentir.
Cuando tenía 9 años vio como su padre enviaba a su madre al hospital de una paliza, y no tuvo reparos en hacerlo con él delante, que también recibió alguna.
El resto de su vida ese recuerdo lo llevó consigo como una pesada carga de la que no poder desprenderse. Tal vez por eso se hizo policía, y por eso se identificaba con el personaje de Bud White en L.A Confidential. Tuvo que ser a la segunda y tras varios obstáculos debido a la inestabilidad emocional que aún guardaba en lo más profundo de él, teniendo que necesitar medicación en algunos momentos de su vida.
Fabio tenía un encanto especial, con una forma de sonreír que transmitía tranquilidad y buenas vibraciones. Tras los ojos se ocultaba un sufrimiento profundo en lucha constante por mitigarse.
La primera vez que vio a Sara llevaba las bolsas de la compra por su misma acera, y tenía una expresión de fatiga en el rostro. Él se le acercó y con una brillante sonrisa se ofreció a llevarle la carga hasta su portal. Resultó que ella vivía tres calles más allá, y allí fue donde la dejo, en la puerta, mirándole a los ojos deseándole buen día. Estaba realmente impactado por lo guapa que era y la química que parecía habitar entre los dos.
Al día siguiente espero todo el mediodía paseando de arriba debajo de su calle esperando verla salir, para hacerse el casual, para forzar una conversación.
A ella le hacía gracia ese chico insistente, y le conmovía su bondad y sus buenas intenciones. La primera vez que él se aventuró a besarla sintió un fuerte pinchazo en el pecho, como si hubiera sido alcanzada por la picadura de un escorpión. En ese tiempo se había gestado un sentimiento hacia Fabio que solo con ese beso salió a la luz, para sorpresa de sí misma.
Como parecía que él chico ya quería por los dos, Sara nunca tuvo necesidad de expresar abiertamente sus sentimientos. Lo hacía a su manera y se dejaba querer. Cuando él la miraba tan solo veía un fuerte lazo que ata y aprieta sin ahogar, que les unía por alguna fuerza invisible y reveladora. Y a él se le veía tan contento que en el trabajo le notaban más amable, más cercano, de una persona agradable pero que siempre marcaba bastante las distancias, como un gato asustadizo al que hubieran dado un palo por mearse en la alfombra.
Cuando fueron a ver aquella película al cine, que era verdaderamente mala, Sara notó como Fabio se ponía nervioso por la calidad de la película, como si él tuviera la culpa, como si sintiera que la iba a defraudar. Al final de la sesión su cara era de completo disgusto.
El viernes siguiente estrenaban una que arrastraba gran fama tras de sí, y cuado en una de las angustiosas últimas escenas él le dio un beso fugaz en la mejilla, Sara sintió una punzada en el estómago.
Bajo las sábanas el joven la acariciaba con suavidad, una ternura exquisita que emergía de sus manos como un manantial de cariño ofrecido para ella. La mejor sensación conocida es notar como el tiempo en los relojes se paraliza y afuera todo parece enmudecer para ofrecer tranquilidad a los amantes.
Fabio comenzó a ponerse nervioso con los problemas del trabajo, el traslado de parte de la plantilla a otro destino y el mal ambiente que se respiraba desde entonces en algún sector de la comisaría.
Había semanas enteras que Sara trataba de qvitar vrse con él; en su interir albergaba un rechazo al enamoramiento, temiendo su propia pasión, huyendo de unos sentimientos que trataba de controlar para protegerse.

La primera vez que la gritó, en los siete meses que llevaban juntos, Sara se arrugó como un ovillo de lana, sorprendida y angustiada, como probando un nuevo sabor totalmente desconocido. Intentó él amainar la tempestad ofreciéndole sus disculpas y mostrándose exageradamente triste y abatido.
Una noche de noviembre que ella salía del trabajo encontró a Fabio sentado en su portal, visiblemente borracho, con los ojos enrojecidos y el aliento seco. Le ofreció a subir y asearse un poco para cambiar ese aspecto. Él se tambaleaba por las escaleras y la chica intentaba enderezarlo como podía. Dentro del piso increpó su estado y le chilló dos palabras directas que tornaron el rostro de Fabio en ira, advirtiendo en sus ojos que estaba mentalmente desbocado. Sorprendió con un puñetazo directo a la boca, que la tiró contra la cama y le reventó el labio inferior, de donde comenzó a brotar sangre que se deslizaba por la barbilla. Sara se llevó las manos a la cara en una expresión perpleja e intentó asimilar el tremendo golpe, cuando, al incorporarse y estar de rodillas, Fabio conectó un certero rodillazo al rostro que le inflamó el pómulo. Sin darle tiempo a reaccionar la cogió por el brazo izquierdo y de un tirón la puso en pie, desconcertada, y con un golpe en el estómago la hundió en un ahogado lamento y quedó sentada, en posición fetal, llorando y deseando despertar de lo que esperaba fuera una pesadilla. Fabio marchó dando un portazo que resonó terriblemente en el edificio, pero donde más daño causó fue en el corazón y el alma de Sara, que se aferraba al borde de la cama para poder incorporarse, tratando de no vomitar por el fuerte dolor que sentía en la boca del estómago.
Al día siguiente el sonido del timbre fue como un sobresalto que la devolvió a la temerosa realidad. Estaba abajo y quería subir para hablar. No se molestó ni en contestar. Se encerró en casa y en su propia persona y evitaba coger el móvil o contestar a mensajes. Uno de ellos aseguraba que “lo siento, estoy destrozado”.

Una botella de ginebra por la mitad y dos paquetes de cigarrillos en el suelo con sus respectivas colillas desperdigadas adornaban el suelo de la habitación, tres días después, cuando Fabio usó su pistola reglamentaria por primera vez. Más o menos a esa misma hora Sara salía de casa con un par de bolsas y bultos que llevaba con furia acumulada. Era pertenencias de Fabio que tenía pensando ir a devolverlas, no las quería en su casa. Sara picó al timbre pero nadie contestó. Insistía cuando en ese momento un vecino salía por la puerta, y aprovechó para meterse dentro. La puerta de la casa se la encontró abierta, como si esperara la llegada de alguien.
Al entrar en el pasillo lo vio tirado en el suelo, la pistola a un palmo de él; con un charco de sangre entorno suyo y la sangre que aún manaba de la herida de la cabeza. Sara profirió un grito sordo y se arrodilló junto a él, sujetándole la cabeza entre las manos.
Tenía el cuerpo caliente y un hálito de vida se escapa entre sus labios, que intentaban moverse inútilmente.
-Te quiero- musitó Sara entre sollozos abrazando aquel desastre.
Los ojos de Fabio de mirada inexpresiva se entreabrieron y un breve instante después se cerraron lentamente, dejando la cabeza apoyada inerte sobre sus antebrazos.

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