Nulla dies sine linea

06 octubre 2009

Un lugar

Con la mirada puesta en unos edificios sin fin, intenta no regodearse en la resignación de una derrota anunciada. Esperaba que llegado el momento no se auto culpara y viera el inaccesible curso de la vida como el causante de un final predecible. Observa el paisaje urbano y ve con cansancio los coches pasar, rápidos y distantes por entre las avenidas, ensuciadas por el ruido de los motores.
Se apoya en las barras en el pincho de media mañana y sonríe sin ganas los comentarios de su compañera, que se esfuerza en explicar con gracia los avatares del día. Está ausente al igual que en las noches en que apenas escuchaba los impertinentes comentarios de chicos que querían sacarle algo más que una sonrisa. Cazadores de presas con nocturnidad, penosos representantes de lo prosaico de la condición humana.
En las madrugadas entre semana, con el piso en silencio y sus amigas durmiendo, pasea de arriba abajo o se sienta a leer aburridas revistas sintiendo el silencio de su propia soledad. Cree que la ciudad la engulle con ella, que los días la asfixian y el paso del tiempo se hace impracticable, como el angustioso respirar con la cabeza dentro de una bolsa de plástico.
Piensa en los años que vendrán, en la conveniencia que tomará el rumbo de las decisiones cuando la veintena empiece a flaquear y asome en el horizonte, amenazante, la sombras de los treinta. Por muchas vueltas que de la vida, entretenida en historias y pasiones, en desfallecimientos e ilusiones sin orillas, al final la responsabilidad y un hondo sentido de lo tradicional le apremiaran a optar por el camino fácil.
Y es el fracaso pasado el que atenaza este corazón, un amor que se presentaba tan real como arrollador, manando incontenible por cada poro de su piel, resbalando por su estomago, avanzando por su interior y colmando por entero un cuerpo que se estremecía bajo el fulgurante calor de unas caricias que partieran la tarde en sus innumerables pedazos de pasión.
En las inmensas noches que comienzan en la flor de la tarde en el medievo del invierno, siente el golpe bajo de la nostalgia arrollar sus pensamientos, con esa indecible amargura que puebla el desencanto en la plena estampa de la impotencia, del regusto amargo que acompaña a los amantes que teniendo todos los espacios del mundo finalmente no hubo lugar para el amor.

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