Nulla dies sine linea

27 octubre 2009

Espectros

Vaya noche. No sé si fue un sueño o lo viví. El recuerdo es confuso, pero tremendamente real. Creo que pertenece al territorio de la ensoñación, pero otras estoy seguro que así aconteció.
Oí un ruido en el salón, a eso de las tres de la mañana. Una luz encendida me confunde. Tal vez esté sonámbulo.
Me calzo las zapatillas y entro en la sala. Allí están sentados, alrededor de la mesa, bebiendo y jugando a las cartas, los amigos que se fueron, todos mis queridos muertos, y junto a ellos, compartiendo tapete, las mujeres que amé y que ya no están en mi vida, aunque que yo sepa todavía se encuentran entre los vivos.
Todos sonríen y me saludan, me invitan alegremente a que me siente con ellos.
Allí, rompiendo la noche, tomando una copa, rechazando entrar en la partida. Descubro intrigado que cada carta que juegan es la estampa de algún hecho acontecido a lo largo de la vida, y en todas estoy yo. Barajan y apuestan con ellas.
Allí está el compañero de farras y confidencias al que el cáncer devoró, los dos vecinos de mi barrio, primos en la pandilla, que se salieron en esa curva mortal una noche aciaga. Ríen y hablan. No han cambiado mucho. Van muy elegantes, peinados y afeitados. Pienso que tienen que conversar más bajo o despertarán a mi mujer.
Está esa novia de los 15 años precisamente con esa edad, mi amor de la universidad y también con la que estuve a punto de llegar al altar y decidimos dar marcha atrás al descubrir que nos habíamos convertido en unos buenos amigos.
Es mi pasado de reunión en mi salón. Hablamos de los viejos tiempo, evocamos días perdidos, me muestran a la luz de nuevo algunas sensaciones olvidadas del amor. La verdad es que es bonito recordar, de alguna forma me siento mucho más vivo.
Alguna me pone la mano en el muslo. Por Dios, eso ya pasó, soy un padre de familia.
Murmuran todas, reconozco algunas heridas en sus carnes, abiertas en mí, las recuerdo con cariño, fueron parte de mi vida; son mi biografía.
Veo lo mucho que me echan de menos mis amigos, pero no puedo irme con ellos.
El reloj de pared va marcando las horas de la madrugada. Brindamos por el pasado. Nos emocionamos otra vez juntos, nos encontramos de nuevo.
Fue una noche fantástica, lo pasé genial, recordé que no viví en balde, pero con el primer rayo del alba que entra por las rendijas de la ventana esas ánimas se evaporan, filtrándose en la pared, y me quedo solo en la silla, frente a una mesa vacía. Me sorprendo triste y pensativo. Echaba en falta veros, a ellos y a ellas, hacía mucho que quería saldar algunas cuentas. Pero comprendo lo que fue, lo que fui y lo que quiero. Recordar, como en esta aparición, pero nunca desandar el camino.
Vuelvo a la cama y tres horas después abro los ojos, envuelto en legañas y con un agrio sabor a alcohol en la boca. Ella está a mi lado, noto el dulce olor a hembra de la piel canela de mi mujer.
Me pregunta qué me pasa. Me mira atónita y confusa cuando la beso en la frente con fuerza y le digo: “Te quiero, te quiero mucho. Quiero seguir siempre así, quiero vivir el futuro contigo, no cambiaré nada, no me arrepiento de nada, pero sólo miraré hacia adelante”.

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