Nulla dies sine linea

21 octubre 2009

Inocencia

Nunca olvidaré la tarde de ese lejano invierno. Yo tiritaba en tu portal con un jersey verde resguardado de la lluvia. Tú venías del colegios con una falda a cuadros y feliz bajo un paraguas. Me miraste extrañada mientras yo intentaba sonreír. Debías de temer un poco al tipo ese de los pendientes que parece estar todo el día pateando las calles. Intenté cogerte de la mano. Estabas nerviosa y muy bonita, con los ojos muy abiertos temerosos del mundo y ese aspecto de fragilidad. Aún no habías cumplido 14 años y tu inocencia era una junta de tracción para un pequeño golfo. Tú eras la única que apaciguaba el fuego de esa rebeldía, dándote siempre el cariño que reservaba para ti.
Paseamos por tu barrio y me ofrecías un hueco de tu paraguas. Estaba empapado pero era feliz, pisábamos hojas caídas y los sábados a las diez en casa con una ilusión renovada. El mundo era aún ese lejano territorio gris. Recuerdo perfectamente que tenías las mejillas mojadas, yo te las sequé con la manga del jersey y me recompensaste con un beso. Utilizaste tu bufanda para secarme el pelo y me mirabas con ternura, como a un pequeño travieso que muestra su encanto por una chiquilla. Un diablo para cualquier profesor que es capaz de morirse de frío por un paseo contigo.
Cuánto hemos crecido, cuánto hemos pasado, perdiendo la inocencia, achicando las primeras decepciones, nosotros en nuestros respectivos fracasos, sin nunca perder el contacto. Representamos para el otro el recuerdo de la niñez, de los primeros besos, cuando aprendimos a identificar el amor que no entiende de responsabilidades ni intereses.
Media vida ha transcurrido y nos vimos crecer guardando las distancias. Nadie ha sobrevivido juntos a esa edad sin perder el amor, sin buscar las experiencias en otro brazos. Pero tú me miras como si no hubiera pasado ni un mes, como esperando otra vez un beso, turbando mi calma con tus propuestas, buscándome en el bar, sintiendo un acercamiento. Somos dos almas desencantadas, que el abrigo que buscamos nos dejó al frío del otoño, a la intemperie de la falsedad y de haber sido querido mal, con tendencia a la incomprensión; y en realidad lo que nunca te decepciona es aquello que te vio caer y subir, cuando no existían los engaños, y buscas sin quererlo el sabor de los labios que guarda la nostalgia de la inocencia. Tal vez por eso, porque son puros, porque viven en un recuerdo sin dolor, con la esperanza de la ingeunidad, antes de que a ambos nos hubieran partido el corazón unos extraños a los que nunca debimos dar permiso para entrar en nuestras vidas, para embarrarlas con un daño innecesario. Pero aún tenemos inviernos.

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