Nulla dies sine linea

25 noviembre 2009

Miedos

En mi infancia y primeros años de la juventud tuve una manía mezcla de comportamiento obsesivo y penetrante ansiedad, que consistía en, antes de meterme en la cama para dormir, comprobar insistentemente que los libros de mi estantería estaba perfectamente alienados. Y era compulsivo, era irracional, pues no se movían un ápice de como siempre pero me levantaba varias veces del lecho antes de poder tranquilizarme y conciliar el sueño a gusto, llegar a descanso reparador.
Ya sospechaba que detrás de esa molesta manía de ritual nocturno estaba un sin fin doloroso de miedos, de la angustia del nuevo día, del no reconocido temor por el vivir, de las inclemencias del paisaje, de las personas que aguardaban para hacerme daño, para quebrar mi tranquilidad, para zarandear mi corazón y mi mente y arrojarme a las garras de algún miedo que espera y que no muere.
No quería ser el reflejo de un pavor sumergido. Tardé en atreverme a plantarme y morder. Renegué de la química. Con más voluntad que confianza conseguí hacer del orgullo y de la fuerza de voluntad mi estandarte y palié esa manía para darme cuenta que los temores nacen de lo más profundo de nosotros, que el viaje por la tierra no es otra cosa que encontrarse a uno mismo, que la fuerza reside en el interior de la confianza, que el poder de la mente es inigualable, que un corazón late por quien le guía, que obedece las órdenes de una personalidad poderosa.
Supe que hay que unir energía para poner a la vida de tu parte, hacerlo de un fuerte y duradero tirón, que si la dejas ir ahogado en tu temor la masa crecerá y crecerá, aposentándose en tu alma y castrando tu esperanza en el poso del tiempo y el desencanto, que mirarse con garra y decisión a las entrañas de uno mismo es la clave para encontrarse, y vencer todos los miedos.

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