Nulla dies sine linea

04 marzo 2010

Vinculo

Siempre buscando la llegada de otra mujer que sustituyera las emociones todavía renqueantes, y siempre admirando nuestra propia soledad. Y aún habita ese afán de comunicar. Diego lo sabía y tenía con ella una comunicación que rayaba lo telepático; tan personal e intransferible que los nexos de unión se mantenían a pesar del tiempo y ese supuesto irrevocable acidular de los sentidos.
Con Lorena una mirada significaba un mundo, a través de una palabra dicha en el momento justo sabían lo que esperaban o necesitaban el uno del otro, incluso en la fase intrapersonal leía en sus gestos aquello que la concomía por dentro.
Y en la distancia se conocían y quedaban indemnes las cartas al descubierto aunque el otro tratase de evitarlo por orgullo e individualidad. Eran ambos demasiado listos y su psicología se asemejaba sobradamente además del tiempo de cama, vino y rosas.
Lorena sabía cuando las largas jornadas de ausencia ni señales constituían una estrategia, y a su vez, él calaba enseguida el característico humor de aquella mujer aunque fuera por teléfono; silencios que esperaban una cita, negaciones que encubrían ocasiones e intervalos de voz melancólicos
Con ella bastaba una llamada prófuga al móvil a determinada hora para cargarla de significado, una despedida seca y huidiza para mantenerla en vilo. Los estímulos y mensajes que llegaban a través del cuerpo, las palabras tergiversadas con intención o un escrito de sainete eran inmediatamente identificados. Las más, los silencios venían acompañados de miradas, los mensajes de texto al móvil, de pretensiones.
Llevaba más de 5 meses sin verla. 5 meses de tiras y aflojas y de llenar huecos de ausencias con la integridad de la propia vida y sus motivos. Podía sentirla al llegar la noche y en ese vacío de su voz que no sonaba sabía que su amor aún palpitaba. Siempre conectados, siempre esa revelación entre los dos, ese enganche etéreo y su forma de saber las intenciones el uno del otro o el punto al que quiere llegar, comunicarse por intenciones, por actos.
La llamó una tarde que Diego observaba las nubes alejarse del cielo de la ciudad y a la vez esa vida que se filtraba día a día, hora a hora, por entre su piel y se desvanecía intangible e incontrolable, y sabía que tenía derecho a al menos tener el control de ese derroche.
“Tengo algo muy importante que decirte; nos vemos en el Gredos a las 5”, exclamó por teléfono a la voz dulce e inalterable de Lorena.
Ese bar iluminado por capas, las mesas encajonadas propensas a las conversaciones y la inspección cercana de los ojos, el bar de casi siempre.
Ella llegó a las 5 y 10 pero Diego todavía no estaba. Sentada con su habitual gin tonic de la tarde, balanceando en círculos el pie, se le fue el tiempo con la copa y el embotamiento de la suave música repetitiva pero atrapante del local. Eran las 6. No, no se estaba retrasando. En el momento en que el camarero echaba otra mirada impaciente y curiosa a la cliente solitaria que no renovaba su consumición, Lorena se levantó habiendo entiendo plenamente el mensaje.

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