Nulla dies sine linea

25 mayo 2010

Regreso a la noche

No recuerdo la hora exacta pero el sol aún no había desteñido el cielo con sus tonos de liviano bronce. El estómago formuló un aviso y con él los ojos quedaron pendidos de un techo insomne.
Muy despacio salí de las sábanas, algo confuso y mareado, con un frío incesante en las piernas que parecían no formar parte del cuerpo. De nuevo esa sensación de irrealidad al despertar. Estaba paseando por la casa, recorriendo el pasillo, y volví a sentir el miedo, ese desesperante sentimiento de impotencia y de rabia; intenté luchar contra esa visión, gritaba pero los sonidos eran ahogados por unas paredes que parecían absorberlos, ¿dónde estaba ella? Me sentía de nuevo desvalido e inocente, como un niño que se aguanta el llanto en público por instintivamente preservar los últimos atisbos de dignidad, y quería salir de allí.
Otra vez el horror. La noche más oscura, el alma misma de las tinieblas. Todo comenzaba a tornarse aterrador. Estaban sobre mi cabeza algunos muertos que nunca se fueron y bordada sobre el ambiente la estampa de las viejas rencillas. ¿Por qué acudían a casa de nuevo? Me sentí mareado, quería regresar a la cama, busqué en el armario las pastillas y los calmantes pero allí no se encontraban, alguien se los había llevado y pretendían dejarme solo otra vez ante las fauces del averno, enfrentado a las mismas oscuras fuerzas de los peores recuerdos.
“Siéntate” dijo esa voz sobre el salón. Podía palpar el silencio, ver el contorno una figura despreciable sobre todas las paredes, era como una angustiosa pesadilla pero estaba seguro de estar despierto, pues sentía como la vida misma el suelo bajo mis pies y esas visiones de traición e inquina y de estar individualmente luchando en balde a las circunstancias de la manipulación. De nuevo la misma perpetua batalla perdida, otra vez con tonos grises sobre mi cabeza -vistas como a través de una niebla- y las turbias intenciones y el único anhelo de sobrevivir a pesar de la Tramontana.
Me senté, contra mi voluntad. Me negaba a tener que soportar de nuevo la lacerante idea de la humillación personal y la subordinación del amor propio. Querían hablar los fantasmas. Negociar un pacto eterno en beneficio del dolor, anclarse para siempre en el pasado e intoxicar presente y futuro.
Me revolví, pero mis ojos seguían fijados en esa imagen espectral que no tenía forma física concreta, únicamente un nítido compendio de recuerdos y claudicaciones, algunas visiones de Dante y una masa uniforme de miedo y ansiedad.
Empiezan a vibrar sonidos en mi mente. Y comencé a marearme aún más. Quiero regresar a la cama y alejarme del miedo onírico que me sacude. ¿Dónde está ella? Juraría que esta noche te tenía conmigo. Pero en su lugar veo la viva imagen de todo lo que abandoné y el reflejo de los peores años de mi vida. La casa sigue gélida y me descubro desnudo de cintura para arriba. Pero no consigo alejarme del sofá, evitar mirar la figura que deslumbra de oscuridad la estancia. Es tremendo que esto me pase ahora a mí, pero traté de hacer un acto de contención sobre mis espantos y prepararme para morir con las botas puestas.


Algo cálido me sobresaltó. Abro los ojos. Eran tus manos recorriendo tiernamente mi pecho. Te veo, es la cama otra vez, compruebo mi mente en pleno rendimiento y totalmente higiénica, siento el sudor empapando la espalda. Estás temblando, dijiste con un gesto sobrio de preocupación, mirándome con curiosidad y ternura. Te abrazo muy fuerte y te extraña tanto ese movimiento repentino que te limitas a corresponder en silencio.

19 mayo 2010

Factor

Tenías que haberte visto la cara cuando te estampé aquel beso fuerte y penetrante sobre al atardecer de tu portal. Con el ímpetu y la emoción, tirando de cabeza hacia delante como un miura, mis labios golpearon los tuyos y a su vez esa deliciosa boca rosada se estrelló contra sus propios dientes. Menudo pedazo de animal. Era una mueca de sorpresa, con esos ojillos muy abiertos, enrojecida, mientras la sangre se deslizaba por la barbilla en un pequeño hilillo. Me pudo el ansia, querer abusar del factor sorpresa. Pero tu cara, ¡OH tu cara! Era un delicado poema. Por un instante creí que me ibas a abofetear, o a dar media vuelta y largarte, pero algo en ella, imperceptible, demostraba emoción, una brizna agradable de un por fin.
“Tú sí que sabes sorprender a una mujer”, dijiste con gran ironía mientras con el dorso de la mano secabas la sangre. Yo callaba, por supuesto, con una expectativa horrible en el pecho, ¡menuda primera toma de contacto! Ahora lo recordamos y nos reímos, pero en aquel instante quería que un coche me llevase por delante. Pero cuando la conexión es fuerte se perdonan ese tipo de traspiés. “Prometo hacerlo mejor la próxima ocasión”. “¿Esto es lo que querías de mí, tanto fingiendo para llevarme a casa y besarme en el portal como a una quinceañera?” Me estabas poniendo en un apuro y disfrutabas con ello, se te notaba que era una crueldad simulada. Pero yo ya no estaba para volver a hacerme el héroe ni querer ganar la partida con la táctica ataque a discreción. Te giraste para entrar en el portal. O sacas toda tu artillería masculina con toques de ternura o estás acabado chaval. Te agarré suavemente de la mano, girándote hacia mí. Acaricié con el pulgar el labio inferior magullado, mientras ponía mis ojos en línea directa con los tuyos, muy cerca, muy callados. Sentía tu olor. “Prueba otra vez”, susurraste con tu nariz pegada a la mía en un tono de voz cercano a la secreta excitación. Nunca una invitación me había sonado tan bien. No hubo un impulso, fue una unión; y entre la boca, la saliva, la lengua y el sabor presente de la sangre yo quería derretirme, podría haber muerto allí mismo.

18 mayo 2010

Éramos

Aunque no puedas entender estas líneas me veo obligada a una confesión, tardía y a destiempo, escrita en estas páginas de libreta y garabateada, pero es necesario para mí. Es una obligación reflexionar y preguntar: ¿Qué queda de todo lo que imaginamos cuando éramos jóvenes? De la utopía, de la libertad, de los planes al aire entre risas y amor y también esa desbordante necesidad de seguir palpitando. Esa ilusión permanente en el mañana, de querer cambiar el mundo comenzando por nosotros mismos; y ahora me parece tan lejanas esas inquietudes extraviadas en cualquier arcén… ¿Cuántos sueños hay que seguir rompiendo para llegar a alcanzar algo cercano a la plenitud, más allá de la infancia robada y esa juventud que naufragó en mayo del 68? Nada de lo que proyectamos como pareja y como personas se convirtió en realidad, nada Manuel. Nos fuimos poco a poco desencantando, con la madurez llegó el otoño de las ideologías, tuvimos que observar desde nuestro rincón como paulatinamente todo aquello en lo que creíamos se nos escapaba y nosotros nos enfriábamos hasta ese silencio sin revolución y ese papel de periódico mojado como sustento, pies de barro para un unión cara a la galería y al tiempo.
Me dejé arrastrar por la inercia aunque los meses y las nocheviejas se sucedieran increíblemente rápido; ya estaba demasiado dentro de ti y de la comodidad que nos salpicaba, y sólo veía vías de escape cerradas allí donde pusiera el ojo. Demasiado vivido juntos como para plantearse una liberación en cuanto intuí que la aventura encallaba. Continué dejándolo estar pues sé que cuando has atravesado esa imperceptible frontera es prácticamente imposible dar marcha atrás, buscar el tiempo no vivido, las certezas que perdí, y renegar de todo aquello.
¿Alguna vez fuimos felices o sólo fingíamos que lo éramos? No sé a ciencia cierta ponerle fecha al comienzo del tedio, pero, ¿sabes lo que es ver que los cimientos sobre los que habías construido tu vida empiezan a resquebrajarse, y no poder hacer nada por impedirlo? Esos cimientos que un día construimos con juramentos de amor eterno y vida por morder estaban oxidados y podridos por dentro, en una inexorable decrepitud. Lo veía en ti, en cada mueca de fatiga, en los madrugones rutinarios y resignados casi sin mirarnos. Ya no me sonreías de esa seductora manera buscando el tacto de mi mejilla y diciendo que me parezco a Françoise Hardy versión castiza. Lo veía en ti cuando sólo me usabas para satisfacer tu instinto primitivo, y después del sexo no existían las caricias ni la conversación ni ninguna palabra o gesto que pudiera atizar el fuego. En los últimos tiempos siempre igual, y cuando me sentía utilizada de esa manera era como una puñetazo en el mismísimo corazón. Nunca comprenderás que una mujer se despierta en mitad de la noche pensando en eso y siente escalofríos.
Eras mi vida, eras la sonrisa de mi alma, pero los sentimientos se defenestraron paralelamente a las ilusiones tragadas en el sumidero del tiempo, absorbidas sin remedio. Era como observar los últimos estertores de una vida. Demasiadas expectativas sin cumplir, demasiada seguridad de que me tenías, aunque me gustaría imaginar que, igual que yo, estabas secretamente abatido.

Te daba el sol de cara y el día y la visibilidad eran excelentes, tuviste que confiarte y te pesaba el pie en esas inabarcables rectas de Castilla donde sin darte cuenta la aguja se pone fácilmente en 160; y te dio por cambiar el CD y a esa velocidad no pudiste controlar demasiado bien la tracción en el puto despiste que dejó nuestro coche con las ruedas mirando al cielo y a ti en el caliente asfalto de la cuneta.

Ya nada me intriga. No sabría definir muy bien cómo me siento. Pero esta tragedia me animó a escribir en esta libreta. Todo esto lo puedo decir ahora precisamente porque ya no estás, pero nunca tuve el valor de enfrentarme a ello mientras vivías y cuando lo plasmo por escrito ni siquiera puedes leerlo. Ahora me siento tan culpable de mis consentidas cadenas como de observar tu ataúd repleto de flores y saber que jamás sospechaste que estaba a punto de marcharme.

13 mayo 2010

Devoto

Pasé mi infancia en un pequeño pueblo donde las mujeres más cotillas y ruines denunciaban a sus vecinas ante las demás de actos o chismes, auténticas víboras humanas, para después acudir religiosamente cada domingo a la iglesia, tal vez para pedir por la hernia de su marido, para rezar por los exámenes del nieto o la rápida curación de un pariente enfermo. Por lo tanto, crecí asombrado de que la hipocresía no les afectara. Años después, no muchos, llegué al convencimiento de que no podía permitirme creer en los milagros, soy una persona que presume de usar la cabeza y la razón, que no necesita de supersticiones para dar sentido a las cosas que se escapan a mi control o me superan. Pero ahora me lo tengo que replantear. Tú me haces replanteármelo.
Eres nueva pero no encontrarás fisuras aquí, no tengo ni rastro de las huellas de la traición en mi mirada, no diré a nadie que escribo sólo para ti cosas que ya sólo tú comprendes ni que consigo que cuando estamos a solas te muestres tal y como eres. Y que me presionas para que haga relatos que hablen del esplendor del sol y de la esperanza, algo que no esté siempre cubierto por una fina capa de dolor, de miedo.
Te beso y es como volver a renacer, tal vez a los tres días, o meses, también he subido a los cielos; en especial cuando nos mantenemos en silencio, oyendo nuestras respiraciones, sin reconocer que pusimos a Damien Rice de mediador para enamorarnos.
De nuevo en camino, otra vez en la trinchera. Intuyo que como siempre habrá que pagar un precio, pero lo afronto y no me acobardo. Es magnífico cuando se consigue mantener y nunca me acobardo ante mujeres más guapas e inteligentes que yo, porque con sólo mirarte me desvelas lo que necesitas, lo que buscas en mí y lo que sientes. Nos tocamos y acariciamos como tratando de palpar el interior del otro, fundirse en un solo cuerpo y una vida y un alma. Trato de pasar el mayor tiempo posible contigo, pero no me resulta fácil porque siempre tuve complejo de lobo solitario, aunque mis días de vagar por esa oscura estepa están llegando a su fin; si rellenas los huecos de mis necesidades con una sonrisa, una conversación, el análisis de la siempre incierta realidad, pero nunca hablamos del futuro, ni del presente, no nos preocupa, no es inquietante, simplemente tenemos la seguridad de estar viviendo una vida que nos pertenece.
Una noche, susurrando cerca de tu oído mientras percibía el dulce olor de tu cuello, te conté de los años del alcohol y la droga, de la desesperación y el poder, siempre el maldito poder dando por saco. De no rendirse, de sufrir y de avanzar. Escuchaste atenta mi relato de miserias morales y mentiras profesionales, de infelices sin dignidad y de dignos perdedores buscando refugios lejos de la ciudad. Entonces, cuando ya no tenía fe en el amor ni en la gloria, llegas desde la otra parte del mundo, apareces en mi vida; no sé cómo sucede, pero sucede; y es maravilloso; a la par que mágico.

07 mayo 2010

El escritor

El viejo profesional, cansado y tal vez vencido, piensa en las historias que se pudo haber dejado en el tintero, aquello de lo que nunca habló o no se atrevió a abordar, si quizá queda algo por contar después de décadas dedicado a disfrazar o inventar la realidad, a pulir y narrar desenlaces que anidaban en su cabeza y también impulsadas por lo vivido; analiza si existe esa oportunidad de redimirse íntegramente, o si ya está todo transmitido en sus nueve novelas publicadas donde trató de comunicar mediante ficciones parte de su idea del ser humano y de la vida, con tintes autobiográficos y mensajes en clave escondidos entre las páginas de esos libros que miles de lectores devoraron.
Esa idea de saber si para él ya no queda nada por escribir le sacude al ver el ocaso imparable de su propio rostro cada mañana. Por eso busca probablemente una bala guardada en la recámara, algún extraño sentimiento dormido desde las entrañas de su infancia o su juventud, esa máxima expresión del ser humano que permanece inalterable aunque se hayan disipado los restos.
Escribe, intenta atar los últimos cabos consigo mismo y con su mundo; aunque a la hora de sentarse frente al ordenador, paralizado, ve su propio pasado con claridad, pero se encuentra con más recuerdos que posibilidades.
Tiene 74 años y una insuficiencia hepática fruto de demasiados excesos; y trata de evadirse de su nueva realidad forjando una historia, un epílogo, antes de encarar el último pasillo a la muerte; y allí está, entre la inmersión a su nueva obra y la bajada de telón, con un pie en dos mundos y en ninguno. Se desmorona. No quieren nacer las palabras, las neuronas ya no funcionan como antes, la fluidez ya no corresponde a la de los años del éxito y la habitual visita de las musas, cuando no paraba de escribir como un impulso, como la inevitable consecuencia de la vida.
Tal vez esta última historia se resiste. El borrador que comenzó trata de un joven en busca de un sentido a su existencia, y sólo logra encontrarlo poco a poco según va llegando al invierno de la misma. Pero eso ya lo abordó con notables repercusiones en su tercer éxito, desde otra perspectiva pero con idéntica base. También dedicó cientos de hojas a situar contextos históricos, a describir la piedad que le provoca un marido el cual su mujer nunca ha estado enamorada de él, a meter provocativas y demoledoras descripciones sobre la hipocresía humana, a renegar de la violencia y también a usarla para justificar actos o ponerle el cierre a un tormento, una piadosa venganza.
Todo había tenido cabida a lo largo de las páginas de sus nueve novelas y tres ensayos que editó. Todo lo que alguna vez le obsesionó: el sexo, las relaciones familiares a través de las generaciones, el precio que hay que pagar por la verdad, la posibilidad de tasar un dolor como si fuera un coste a largo plazo, las víctimas inocentes del egoísmo propio. Cree que ha sido un escritor consecuente con su entorno y con los lectores, y se da cuenta que una mala agonía de libro póstumo podría destrozar la reputación lograda en toda una vida.
El borrador no prospera por lo tanto desaparece, sin copia, sin edición de seguridad, como tampoco sus años tiene recambio; sabía que el tiempo podía expandirse o encogerse, y ser terriblemente implacable en la mayoría de los casos. Pero ya está demasiado lejos, el brío se le empezó a escapar como agua de entre las rendijas de las manos, imposible de contener. Ya no cree que existan más personajes a los que dotar de sentimientos y miedos. Para él lo más fascinante era poder crear criaturas que sólo existían en su cabeza, construidas a base de pedazos de la personalidad de otras muchas reales, como un doctor Víctor Frankenstein cargando en porciones su obra impresa y ficticia de trozos sangrantes de la realidad. Pero ahora sinceramente sólo espera una digna expiración de ese proceso de desarrollo y contradicciones que fue él.

Se despierta envuelto en sudor, sin que nadie se lo diga presiente que se acerca el final. Entonces algo, una llamada de los fantasmas vivos desde lo más profundo de su memoria agazapada, le inquieta y le invita a la insumisión. Se levanta con una mezcla de rapidez e inercia mal contenida. Son las tres y media de la mañana, pero ya no siente como si el suelo desapareciese bajo sus pies; ha llegado la hora del ajuste de cuentas, maldita sea. Determinadas cosas no deben morirse con uno dentro, acompañarte a esa eterna oscuridad como secretos perversos. No dejará nada para los gusanos, es una cuestión de justicia humana. Vuelve ese horrible sentimiento de traición como nunca, golpea sobre su sien con la fuerza imparable de la primera vez. Ya no estará cuando tenga que dar explicaciones. Envuelto en un torbellino de deseos y desesperación, el escritor se sienta con furia sobre el ordenador. Y escribe.