Nulla dies sine linea

09 diciembre 2014

Un paso



Tras la vegetación que se interrumpía abruptamente aparecía un verdadero acantilado, cortado en vertical sobre el mar furioso y oscuro, que se estrellaba contra las rocas creando un ronco sonido enérgico.
Marcos miraba allí abajo, donde el hombre se encuentra ajeno a todo y frente a la naturaleza brutal del océano. Y nada más para rescatar a sus espaldas, pues habitaba en él un hombre que había muerto y lo único que quedaba eran sus recuerdos.  Pero el mar es un lugar sin memoria, que no ofrece ni plantea inquietantes cuestiones sobre el pasado ni el futuro. El pasado es inexistente y a la vez es lo único eterno.
Allí, raspando con el agua que puede sentir unos metros debajo, no cuenta la travesía despiadada por los que debían ser los mejores años de su vida, y da igual el rechazo en pleno a una sociedad que fomenta la misantropía y el aislamiento.

Marcos, respirando esa brisa marina, ya apenas recuerda una ciudad donde todo iba deprisa y sin pasión, las largas tardes de invierno con el tráfico zumbando sus oídos, las noches de dispersión en antros y mujeres de última hora, el saldo de la existencia a base de menguantes tarjetas de crédito y mendicidades románticas. Compadeciendo el fracaso de una generación y tal vez de una manera de vivir. Las calles con lluvia que a ciertas horas del amanecer se iban vaciando de ilusiones, como los que se recogían cabizbajos en busca de un presente mejor.
La resaca de las décadas perdidas, de los años del sol que dieron paso a los años del miedo, de jóvenes que aprender a tolerar ciertas dosis de soledad. Y el frío que iba calando en el espíritu y en las emociones de los habitantes de aquella jungla impersonal. Un frío que no se disipaba con abrigos ni con el calor artificial de los cafés, ni las luces de neón y los coños; ni tampoco el sudor pestilente y cercano en los medios de transporte.
Pensaba en cómo era Juan Pablo de pequeño, aquel niño alegre repleto de vitalidad e inocencia, el niño que soñaba con la isla de los piratas de Stevenson y que escuchaba ensimismado música clásica en la habitación de sus padres. Y en lo que la ciudad le había convertido. La forma en que creció al abrigo de una toxicidad como vía de escape, las papelinas para ir tirando, los tiros que todo el mundo se metía como una moda siniestra, en aquella danza salvaje de la noche. Su desaparecido hermano también debería haber tenido un hueco en ese océano sin registro y sin rencores.
Así como los amigos que se fueron perdiendo en la senda del ostracismo o en insípidos matrimonios que los enclavaban en una amargura constante, tan alejados de lo que alguna vez imaginaron, tan distanciados de lo que en otro tiempo fueron sus sueños, tan cerca de aquella inmensa sensación de desencanto.

Le dieron ganas de llorar al pensar en lo que la vida había hecho de ellos. Marcos emitió un breve sollozo, un sollozo sepultado como una astilla en lo más íntimo y doloroso del alma. Después sus labios se abrieron brevemente, el rostro se tornó alegre y enigmático. Estar tan próximo a la certeza es la experiencia más maravillosa que se puede vivir. El mar seguía peleando contra las rocas en que finalmente estallaba. Y con aquella extraña sonrisa triste dio un paso hacia adelante para precipitarse en su tumba de agua.