Nulla dies sine linea

15 marzo 2010

Miedo

Tras años de floreciente niñez, adolescencia y juventud disfrutando de las más variadas y provechosas lecturas, tras quemar sus pupilas en las hojas de cientos de novelas y ensayos en los que conocer mejor el mundo y a sí mismo y también de encontrar inmenso placer en ficticias historias, Edu pensó que había llegado el momento de escribir sus primeras líneas. Y es que, aunque sus manos sostuvieron un número impreciso de tapas de libros, aunque vació tardes de verano y noches de frío viviendo pasiones y miedos de pluma ajena, nunca escribió nada que llevase su firma, ni una breve anotación de cincuenta palabras donde testificara un pensamiento, una convicción, un deseo o un estremecimiento. Conocía la manera de expresarse de los más grandes autores, los recovecos lingüísticos y los recursos literarios, y comprendía las frases de los escritores más toscos como buceaba con emoción en las novelas aparentemente más difíciles e infranqueables. Pero siempre existió ese miedo a la propia pluma, ese recelo a crear algo que fuese suyo, bueno o indiscutiblemente aborrecible, pero suyo.
Pero Inés merecía que rompiera ese muro y se probara, bordara algún texto donde dejar constancia algo del legado de tantos libros devorados. Ella sin duda lo valía, le había regalado en los últimos meses algunas de las mejores sensaciones, las que los poetas (los buenos, no tanto farsante y sensiblero disfrazado) sabían transmitir mejor que nadie; y el nudo en la garganta que a menudo aparecía en el epílogo de una novela formidable era algo similar a los sentimientos que con Inés compartía, cuando la notaba cercana, en la abrasadora oscuridad de su cama compartida.
Se sentó frente a un folio desnudo y un bolígrafo. ¿Eso era lo que se conocía como miedo a la hoja en blanco? Sin duda le costaba un monumental esfuerzo arrancar, inaugurar sus primeras palabras. Acarició despacio el papel con la punta del bolígrafo. Tras la primera frase vinieron tres más, y así hasta mecánicamente redactar de un tirón un párrafo entero. Las palabras empezaban a brotar con fluidez de una parte de su interior que desconocía y la vez le causaba sorpresa y satisfacción, compulsivamente y en estado de embeleso cubrió cuatro páginas enteras. Con el último punto respiro exhausto. ¡Qué sensación!, para Edu ese punto final fue como un orgasmo. Releyó lo escrito, allí, en esas líneas, habitaban las cosas más hermosas que en estos meses pensó sobre Inés y también de la soledad anterior. Y reconocía una notable prosa, con carácter, ritmo y capacidad evocadora. Ella se sentiría muy enternecida al leerlas. Pero el mayor orgullo tenía su rincón en su propio interior, había creado algo, en su mano estaba lo que su cabeza engendró, expresiones del amor y también algo tan indefectiblemente difícil de expresar como el dolor. Edu alzó las hojas a la altura de sus ojos y de secos gestos las rompió en varios pedazos.

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