Nulla dies sine linea

22 septiembre 2012

Frío




Ella se despertó una mañana y pudo sentir el frío que entraba por la ventana. Por una ventana cerrada. No había nada abierto a la calle y pensó que tal vez estuviera enferma. Se tomó la temperatura, pero era normal, normal como todos los días de su vida. Entonces comprendió que el frío provenía de dentro, del invierno de su alma. Se dio cuenta de que sus venas se habían helado, y algo en su corazón había dejando de impulsar el calor infinito del amor.
Ahora los días en que él la besaba bañada en salitre parecían muy lejanos, y comenzó a preguntarse si tal vez volverían a recorrer sus piernas aquellas playas, si tal vez él iba con otras personas y acariciaba otras pieles.
Sintió frío de nuevo, pensó en el otoño de su pasión, y quiso creer que volvería a recuperar aquellos sentimientos tibios de inocencia, a cuestionarse si volvería a despertar por la mañana al lado de alguien y no sentir únicamente indiferencia y rutina. La gelidez de todo el mal que había hecho, de las personas que una vez la quisieron y apostaron todo por ella en un juego perdido de antemano y cómo ella había traicionado esa confianza. Recorrió con la mente todos los meses felices de su vida, desde que era muy niña. Caminó por la casa, pensó en el dolor causado, en las cosas que nunca se iban a recuperar simplemente porque nada puede volver a ser como antes.
Hace tiempo se puso a dudar y perdió en todos los frentes, como una fuerza a medias que se derrumba, no ganó el 100% de nada, que es la mitad de una miseria herida. Tuvo dudas en el momento crucial y no logró nada auténtico; al fallar en el momento clave, dejó de jugar la mejor carta de su vida.
Ahora es suficiente la distancia de quien no va a volver con ella jamás, para saber que existe, en el fondo de las almas, algo de dignidad y decencia en los seres humanos que hacen de su palabra un estandarte de vida.  Querer cambiar eso resulta imposible, es la impotencia de lo que no tiene remedio.

Y tuvo miedo de la vida que quedaba por vivir, como si cada nota musical estuviera abocada a una sola melodía, la del recuerdo. Si de verdad había conocido y ascendido por la curva del enamoramiento absoluto hasta ir descendiendo de forma continuada y nunca remontar. Tal vez no existiera ya el hombre que la rescatara, o que la fuera a encontrar desencantada y aburrida. Se inquietó ante la posibilidad de que no exisiterian unas manos que al recorrerla la hicieran estremecer.
Entonces tuvo la certeza de que aunque nada iba a cambiar ya,  al menos siempre podía seguir recordando los primeros encuentros, su sonrisa y sus ojos cuando le daban el sol, verle esperar en el umbral de la puerta, o cuando hacer el amor era un ejercicio de implacable pasión, y convertirlo en una placentera nostalgia, convencida de que la felicidad y el extásis más ardoroso están al alcance de la mano de todo aquel que conserve el arte de la memoria.
Era lo que siempre le decía su padre, que se quedara con los buenos momentos. Algo con lo que vivir. Y sonreír. Se acercó al dormitorio y abrió de par en par la ventana, y entonces dejó de temblar.