Nulla dies sine linea

01 noviembre 2012

Su amor


Las primeras fugaces sombras de arrugas cubren su rostro hermoso, y parecen adornar siempre la más mínima expresión de sus pensamientos más sencillos. Pero es el excelente nivel mental que atesora lo que hace que Eduardo se vuelque siempre, y que permanezca inalterablemente enamorado de ella, porque es suya, con independencia de la nueva y desnuda realidad de sus vidas.
¿Cuánto tiempo ha pasado ya, desde el inicio? Y el inicio había sido brillantísimo. Vuelve a contemplarla mientras con sus manos rinde homenaje a la perfección de su cuerpo. A la rigurosidad de sus líneas. Sí, es suya, pese a todo.
A veces acude a su encuentro lleno y aturdido de su encanto salvaje y obsesivo y a veces estremecido por la bondad de su retorcido corazón. Nunca llega a entender sus juegos, sus oscuros secretos, pero hay algo en ella que le sirve de catarsis interna. La existencia pasa y trata de entender, de estar juntos el tiempo suficiente.
Eduardo es un tipo solitario, en el poso onírico de sus pensamientos están algunas de las claves de sus sonrisas a destiempo, de las miradas esquivas con otras personas, del andar rápido y deshumanizado. Camina perdido por una ciudad en la que no se reconoce. Pero llega a casa y va a encontrarse con ella para volcar los pensamientos y fobias, el silencioso amor y la pasión que sigue ardiendo como un ritual que no se detiene, que no naufraga aunque el tiempo les haga más mayores y más cansados, aunque existan las semanas mudas, los días frívolos, las tardes sin talento.

Observa por la ventana, busca la inspiración para seguir. Enciende un cigarrillo. Se sienta frente a ella, se queda en silencio y le gusta pensar que se comprenden. Ya casi están atados a la realidad indiscutible del recuerdo, a la mirada socarrona del pasado. Ese extraño placer que hay en el amor sustentado por el dolor a veces casi físico y casi siempre mental.
Y como todos los días, Eduardo se vuelve a acostar a su lado. Y ella está en la mesilla de noche, velando su lugar. Esa novela que ha empezado a escribir siendo aún muy joven y que se alarga, sin ser capaz de terminar. Un libro que los años aún escriben y que es el refugio contra la soledad y contra la desesperación, mientras el tiempo pasa por los dos.
Mira su novela inacabada, apaga la luz y plácidamente se duerme cerca, como si juntos estuvieran viviendo el sueño eterno de la literatura.

04 octubre 2012

Relieve





Cuando ella sonríe, es como volver a la infancia. Dejas de ser quien eres para entrar en la nebulosa de su hechizo. Como si las cercanas y lejanas hostilidades del mundo no existieran, y de repente tuvieras la certeza de que todo irá bien. Y nada te preocupa. Es esa serena placidez que transmite con el simple gesto de su boca y sus facciones, mezclada con la ternura que te provoca su rostro de muñeca; y ya parece que la felicidad puede ser nítida y clara como el verde azulado de sus ojos, como los vestigios de un sueño ingenuo.
Basta con verla así. Seas un viandante, un conocido o un amigo. Porque algo muy especial se esconde en los rasgos de las mujeres bonitas, parecen estar llenas de vida y de belleza para regalar.

Yo la tengo aquí, a mi lado, y soy plenamente conocedor de lo que hablo, y además puedo adivinar la exacta sensación que experimentaron todos los hombres que estuvieron en disposición de disfrutar de su sonrisa.
Soy un afortunado con causa. Está en el salón, sentada cerca, mirándome con su dulzura recurrente. Le digo algo gracioso, un comentario original y me vuelvo divertido con ella. Ríe. Lo hace con ganas, con veracidad. Y entonces no existen los madrugones, ni las prisas febriles, ni las discusiones de viandantes ni la ciudad loca que se sumerge en su propio humo. Nada de eso es real en ese momento. Un éxtasis que se acentúa cuando beso su cuello y sus hombros y me impregno de su olor femenino, ese aroma a piel de mujer y a vida carnal.

La miro a los ojos y paso mi mano por su mejilla. Cálida y afable. Como si fuera el retrato de algo hermoso y fugaz que bien merece un invierno. Y le digo, en voz baja, pero sin llegar a susurrar: "Quiero poder verte y acariciarte tal como eres, en todo tu esplendor. Que en tu cuerpo no haya ni una sola prenda. Que el suelo de la habtación esté alfombrado con tu ropa, pero tú estés desnuda y relajada echada boca abajo sobre la cama, mientras yo empiezo a recorrerte".
Entonces ella se pone seria. Durante un par de segundos me mira en silencio sin expresar emoción alguna; y después abre su sonrisa, más grande que nunca, una sonrisa que ilumina toda la estancia.


22 septiembre 2012

Frío




Ella se despertó una mañana y pudo sentir el frío que entraba por la ventana. Por una ventana cerrada. No había nada abierto a la calle y pensó que tal vez estuviera enferma. Se tomó la temperatura, pero era normal, normal como todos los días de su vida. Entonces comprendió que el frío provenía de dentro, del invierno de su alma. Se dio cuenta de que sus venas se habían helado, y algo en su corazón había dejando de impulsar el calor infinito del amor.
Ahora los días en que él la besaba bañada en salitre parecían muy lejanos, y comenzó a preguntarse si tal vez volverían a recorrer sus piernas aquellas playas, si tal vez él iba con otras personas y acariciaba otras pieles.
Sintió frío de nuevo, pensó en el otoño de su pasión, y quiso creer que volvería a recuperar aquellos sentimientos tibios de inocencia, a cuestionarse si volvería a despertar por la mañana al lado de alguien y no sentir únicamente indiferencia y rutina. La gelidez de todo el mal que había hecho, de las personas que una vez la quisieron y apostaron todo por ella en un juego perdido de antemano y cómo ella había traicionado esa confianza. Recorrió con la mente todos los meses felices de su vida, desde que era muy niña. Caminó por la casa, pensó en el dolor causado, en las cosas que nunca se iban a recuperar simplemente porque nada puede volver a ser como antes.
Hace tiempo se puso a dudar y perdió en todos los frentes, como una fuerza a medias que se derrumba, no ganó el 100% de nada, que es la mitad de una miseria herida. Tuvo dudas en el momento crucial y no logró nada auténtico; al fallar en el momento clave, dejó de jugar la mejor carta de su vida.
Ahora es suficiente la distancia de quien no va a volver con ella jamás, para saber que existe, en el fondo de las almas, algo de dignidad y decencia en los seres humanos que hacen de su palabra un estandarte de vida.  Querer cambiar eso resulta imposible, es la impotencia de lo que no tiene remedio.

Y tuvo miedo de la vida que quedaba por vivir, como si cada nota musical estuviera abocada a una sola melodía, la del recuerdo. Si de verdad había conocido y ascendido por la curva del enamoramiento absoluto hasta ir descendiendo de forma continuada y nunca remontar. Tal vez no existiera ya el hombre que la rescatara, o que la fuera a encontrar desencantada y aburrida. Se inquietó ante la posibilidad de que no exisiterian unas manos que al recorrerla la hicieran estremecer.
Entonces tuvo la certeza de que aunque nada iba a cambiar ya,  al menos siempre podía seguir recordando los primeros encuentros, su sonrisa y sus ojos cuando le daban el sol, verle esperar en el umbral de la puerta, o cuando hacer el amor era un ejercicio de implacable pasión, y convertirlo en una placentera nostalgia, convencida de que la felicidad y el extásis más ardoroso están al alcance de la mano de todo aquel que conserve el arte de la memoria.
Era lo que siempre le decía su padre, que se quedara con los buenos momentos. Algo con lo que vivir. Y sonreír. Se acercó al dormitorio y abrió de par en par la ventana, y entonces dejó de temblar.

20 agosto 2012

En tus labios




Una amiga agradable como la noche de agosto en que bebimos tan cerca del mar, y tú hablaste de sueños y planes por cumplir, mientras las estrellas asistían silenciosas a nuestras esperanzas beodas, como si aquella noche estival se mantuviera anacrónicamente entre el pasado que se desvanecía y el futuro imprevisibe.
Con nuestra adolescencia a punto de morir igual que aquel verano en el que nos separamos, la amistad y el deseo confusos; en el silencio tenso sentí la ilusión de que existía entre nosotros una intimidad especial y en un arrebato impetuoso te besé los labios altivos y perfectos, sin pensar si éramos amigos o sólo muchachos con la mirada clara y la vida por delante.

Algunos otoños nos abordaron desde entonces. Crecer, emigrar y perder forman parte del mismo guión. Tú te fuiste a la ciudadd y yo estuve por aquí y por allá. Me enteré que un par de veces te partieron el corazón y alguna que otra fuistes tú la que dijo el no definitivo. Yo estuve ocupado y también coqueteando con ese romanticismo y su violencia, víctima casi siempre de pasiones ilusorias y efímeras.
Persiguiendo otros objetivos y a tumbos con la vida, en la separación que impone ella y la madurez de los corazones, no volvimos a estar juntos en aquel rompeolas, ni compartimos tragos a la brisa tibia de una marejada, y aunque la vida necesariamente debe de ser progreso, búsqueda de nuevos horizontes, avanzar, en una noche como ésta vuelvo al lugar de los veranos de nuestra infancia, me siento en la oscuridad rota por la luna y abro esta cerveza por ti, por tu recuerdo perpetuo entre la arena y el salitre y el intenso brillo de tus ojos verdes, las confesiones y pensamientos al abrigo de madrugadas calurosas, y la intención de experimentar besos por el mero hecho de averiguar cómo sabía el verano en tus labios.

04 agosto 2012

Tu memoria





Pero ni el miedo ni tus cartas lo son todo para mí
Héroes de Silencio


Y volvieron las copas que acompañan los recuerdos más lejanos. El recuerdo, del olor de las sábanas al amanencer, de la noche en que me dijiste que era lo mejor que te había pasado en la vida, cómo sabía el amor en tus labios. Volví a recordar, pensando en ti, igual que éramos entonces, cuando éramos tú y yo y la nochevieja contínua, cuando una sonrisa bastaba para curarte.Volví a recordar, retazos de memoria, como huellas en la arena de otro tiempo; recordé tu cuerpo de mujer, cuando leías sobre el sofá, con las piernas al aire, descalza, tan sexy metida en esa novela que hablabla del estruendo de un derrumbe. Y entré canturreando una canción que tú escribiste, me senté a tu lado, te acaricié los pies y fui subiendo la mano hasta el interior de tus muslos. Cómo se alteró tu respiración, el deseo animal, la pasión como un beso de perro, las manos que te quitaban las bragas. De latidos y mordiscos, el rojo intenso de tu boca y el de la sangre, la que bombea mi corazón hasta debajo del vientre.
Y ahora estoy aquí sentado, pensando en tu semblante, con la tristeza gris del otoño en tus ojos, sin quitarme de la cabeza tu piel tan blanca, tus palabras diciendo que no necesitas de mi juventud desbocada, de mi espanto, la cabeza que viene y va; la carta donde lo explicabas todo, mis ganas de llorar. No sé dónde aprendiste a escribir así. Con esa fuerza, sinceridad y romanticismo marchito. Saber que amarte no fue suficiente, y que no podemos ser amigos si no puedo verte y desear tu abrazo sincero, como el de las noches de invierno en tu piso con vistas al mar, como un corazón que se abandonó en Gijón.
Te quise dejar lejos de mí, en un recuerdo de tu inmortal melena, un rincón de nuestra existencia, y no hacerte daño para que vivieras en tu manera, allí donde las mujeres parecen libres por fin, donde están tan bellas, que ni siquiera necesitan ya la memoria de nuestros sueños.

19 julio 2012

Compromiso





Estaba a punto de llegar a la cumbre de su vida. Aquel chico sonreía con una felicidad exuberante, delante de todos aquellos invitados. Era el sobrino de su marido, y Adriana observaba la escena con una copa en la mano, dentro de aquel suntuoso salón decorado y arreglado para la ocasión.
Iban a anunciar, él y su guapísima novia Cristina, su compromiso inminente. Y allí estaban congregados familiares y amigos, dispuestos a felicitar a la joven pareja y desearles buena nueva en su futuro matrimonio.  Las sombras del vestido de Cristina insinuaban unas piernas largas y rectas. Conseguía estremecer al chico como nadie lo había hecho nunca. Ella era más bien alta, rubia y orgullosa, y Fran era desproporcionadamente bajo, moreno y tenaz. Él la miraba ensimismado mientras hablaban.
Anunciaron en público su compromiso ante los aplausos de los asistentes. En un arranque sentimental, Fran le dijo lo preciosa que era, "Aquela preciosidad que conocí en Madrid", fue la frase que utilizó para describir los primeros encuentros. "A la semana ya me pidió que me casara con él, aunque nunca me había besado", añadió ella. Aquella proposición medio en broma al poco de conocerla era típico en la personalidad del chico, un soñador con los pies en la tierra que sabe reconocer una oportunidad única en la vida.

Todo aquello tal vez fue demasiado para Adriana. Lo empalagoso, el romanticismo, la felicidad desbordada. Discretamente buscó la puerta del servicio. Cerró con pestillo y se sentó sobre la tapa, sin levantarla. Con las manos sobre el rostro rompió a llorar silenciosamente.
No podía explicarlo. Aquella pareja, le pedida...le recordaba tanto a ella...veinte años atrás era también una chica espléndida llena de ilusiones. Con toda la vida por delante. Pero aquella vida se había ido apagando como el natural mecanismo de una vela. Y ese derroche de felicidad que acababa de contemplar le hizo recordar lo mucho que echaba de menos el amor. No el tolerarse entre semana y hacerlo los sábados después de la cena, si no el amor de verdad, el que te recorre de arriba abajo como el fuego incandescente de un rayo, en la cresta rabiosa de una pasión.
Todo, o al menos lo más importante, se había ido consumiendo con la edad. Llegó a dudar acaso si estaba enamorada en el momento de casarse, cuando todo le parecía tan perfecto; se las había arreglado para labrarse un futuro sobre cimientos sólidos y nadie tenía una mala palabra hacia su esposo.
Luego, poco a poco, inició un camino hacia la soledad de su alma. O ese día que su mejor amiga le dijo un comentario después de una reunión con amigas, todas casadas, todas felizmente estúpidas: "Deberían darse cuenta de lo solas que estamos".
Su marido, el tío de Fran, era un encanto de hombre. Pero puede que a veces eso no sea suficiente. Paulatinamente fue descubriendo una verdad a través de su dolor: Año tras año Adriana se le había ido escapando sin que él lo supiera.
Un aura de acabamiento y caducidad impregnaba el matrimonio. Pero no iba a admitir ahora que lo que un día inició había sido un fracaso. No estaba dispuesta a asumirlo delante de sus padres, de los de él, de los amigos cercanos y los amigos en común. Aguantaría hasta el final porque así estaba escrito y así lo decidió en su momento. En la vida tenemos la capacidad de tomar nuestras propias decisiones, y muchas veces no puedes culpar a nadie del camino que has elegido.
Empezó a asquearse ante la demostración de feliz unión que había presenciado. Tal vez ella no tendría el amor, pero su marido nunca la había fallado, y por eso estaría con él, siendo, además, una buena compañera. Y es que también recordaba una frase de su mejor amiga: "Los hombres inteligentes terminarán huyendo de las mujeres decorativas".
Y así, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, trató de incorporarse y salir de aquel cuarto de baño y, como un barco que se va alejando en la noche mientras lo miras desde el puerto, se adentró suavemente en las tinieblas del futuro.

13 julio 2012

El mejor amigo





"Lo que sea que estés haciendo para intentar arreglar las cosas, sabes que nunca te perdonará". Boardwalk Empire

Me llamo Julián Bermúdez, y el mes pasado planeé e hice que se llevara a cabo el asesinato de mi mejor amigo, Sergio Rodrigo.
No soy un asesino. No tengo un perfil de mente criminal. Era una persona normal y corriente, como cualquiera de ustedes. A la hora de la verdad, matar, o hacer que den muerte a alguien, no es tan complicado como se puede creer. No se precisa de una determinada forma de ser, puede hacerlo cualquiera, el ciudadano corriente. Desde que Sergio murió, lo tengo más claro. Se hizo lo que se tenía que hacer. Y la vida sigue.
Ambos éramos inseparables. Uña y carne de una amistad forjada en los albores de la infancia, una unión que había sobrevivido a chicas, peleas y separaciones temporales.
Los años que empezamos a frecuentar las noches con un frenesí terrible, fueron, sin lugar a duda, los mejores de nuestras vidas. Alocadas madrugadas entre alcohol y a la caza de un sexo sin compromisos. No hay que engañarse. Todos los caminos que se emprenden desde que se sale de casa están pensados para un único objetivo: Follar. Cuando hablamos con una chica, cuando fingimos escucharla, cuando elegimos la ropa que nos vamos a poner, los bares a los que vamos, la colonia que echamos.  Todo se mueve en función al sexo. Sergio y yo no lo escondíamos. Y es impresionante el número de mujeres que sin ningún problema acceden a relaciones de una noche. Y al día siguiente todo continúa su curso.
Con 20 años algunas veces se nos iba de las manos. Pero nunca nos arrepentíamos. Macetas destrozadas, alcantarillas sacadas, cubos de basura rodando calle abajo. Diversión. Vandalismo. Daba lo mismo.

Una noche, entre risas y borrachos como ratas, saqué una alcantarilla del sitio y la estampé contra el cristal de un portal, haciéndolo reventar en mil pedazos, con un estruendoso sonido. Nos dimos a la carrera entre risas que casi nos impedían correr, cuando, nada más emprender la huida, topamos enfrente, casi chocamos, con un señor de unos 45 años que había oído el ruido, y al vernos correr, no tuvo que atar demasiados cabos para saber lo que estaba pasando. A mí me agarró del cuello, y con el puño en alto, antes de que diera el golpe, Sergio le metió una patada en el pecho que le hizo caer al suelo. Recuperé el aliento como pude y patée la mandíbula de aquel hombre, con toda la fuerza de la que era capaz. No era muy consciente de lo que estaba pasando, era como un sueño. Sergio arremetió a patadas contra sus costillas, y el hombre, echo un ovillo en el suelo, trataba de cubrirse la cabeza cuando recibió un puntapié mío en mitad del cráneo. Y quedó allí, tirado, con los ojos cerrados y sin moverse.
Sin hablar, como movidos por un resorte, echamos a correr en direcciones opuestas. Dos calles más allá Sergio fue interceptado por una patrulla de la Local que velaba por la seguridad nocturna. Cuando encontraron al hombre apaleado, todo cobro tintes trágicos.
Yo me escapé y llegué a casa demasiado borracho como para estar realmente asustado.
A la mañana siguiente otros amigos me dijeron que Sergio estaba en comisaría, y que estaba en el calabozo.
El hombre que pateamos se encontraba en coma en el hospital. Y si salía de esa, iba a tener secuelas psíquicas de por vida. Probablemente daños cerebrales a nivel neurológico.
Los policías hicieron un trato con Sergio. Su libertad a cambio de mi nombre. El tipo que había tirado la tapa de alcantarilla con el portal. Querían un nombre.
Entre amigos, entre hermanos, siempre existieron unas reglas, dentro de un orden. No se trata de la Omertá, pero si te cogían en algo, aceptabas la condena y se acabó, no te convertías en un puto chivato para salvar tu culo. Sergio les dio mi nombre. Era el precio para que no le imputaran a él todo y acabar en la cárcel. Ahora el saldría sin cargos.
El día que vinieron a detenerme, estaba mi madre en casa. Fue un drama. El juicio salió a los pocos meses. El hombre se recuperó del coma, pero estaría prostrado en una silla de ruedas para siempre, con daños cerebrales que necesitaría de comer y beber siempre con ayuda. Incluso para las necesidades fisiológicas básicas necesitaría a alguien.
Me cayeron 10 años de los que cumplí 6. 6 años de mi vida, de mi juventud, tirados a la basura por ese error.
Cada día que estuve dentro, cada segundo, pensaba en Sergio, dominado por la ira y el odio. Nunca habrían dado conmigo si esa rata no hubiera cantado. Me había traicionado a cambio de salvarse él.  Y pensaba en la forma de vengarme. Cada noche, mirando hacia el techo, pensé en lo que haría con él cuando lo tuviera a mano. Me recreaba con la imagen de torturas varias, e imágenes de sangre y dolor invadían mi mente.
De todas formas, no hubiera podido dormir por los ronquidos de mi compañero, un ladrón de pisos que lo habían trincado cuando desvalijó la casa de una concejala  de la ciudad.
Varias veces Sergio vino a verme a la cárcel. Me dijo que tenía que entenderlo y yo le dije que por supuesto, que no se preocupara por nada. No me interesaba que supiera del odio que albergaba dentro de mí. El día que salí en libertad condicional, fue a buscarme a la puerta de la cárcel. Esa noche bebimos hasta el amanecer, fingiendo por mi parte una reconciliación y una alegría de amistad que no existía. A punto estuve de aplastarle la cabeza contra la barra del bar, pero me contuve. De hacerse, tenía que hacerse bien. No quería volver adentro por nada del mundo.
Al mes de estar fuera me encontré en la calle a mi antiguo compañero de trullo. Había salido también, pero no tenía mucha pinta de rehabilitado. Me habló de un chalet que tenía en mente. Incluso me ofreció a participar, ya que buscaba gente, pero le dije no gracias. De todas formas, se empeño y me dio su número de teléfono, por si cambiaba de opinión

Entonces fue cuando se me ocurrió. Al día siguiente fui a casa de Sergio, su piso de soltero, con la excusa de tomar algo. Bebimos cerveza, reímos y jugamos a las cartas. Todo era como siempre. En un momento que me  ausenté para ir al baño, coloqué en su habitación, metido dentro de un cajón, 2.500 euros. Todos mis ahorros y algo que había tomado prestado. Era complicado que fuera a dar con ellos, al menos no en un plazo corto de tiempo.
Llamé a mi ex compañero y le dije de vernos. Entonces le expliqué el trabajo. Conocía a un tipo que guardaba cierta cantidad en su casa. Le dije exactamente dónde, y le aseguré que él no estaría en casa dentro de dos noches. Que era información de primera mano. Un porcentaje del dinero sería para mí, y el resto, más todo lo que encontrara por la casa, podría quedárselo él. Le pregunté si iría armado, y él me dijo que, por seguridad, siempre lleva una 9mm que adquirió en el mercado negro.
La tarde del robo, llamé a Sergio y le pregunté si iba a hacer algo esa noche. Me dijo que no, que tenía que trabajar al día siguiente y que estaría en casa viendo algo y se acostaría.
Aquella noche esperé alguna notica. Entonces Raúl, un amigo del grupo, me llamó sobre las 2.00. Habían entrado a robar a casa de Sergio. Él se había despertado, y al ver al asaltante, al que vio desarmado, se enfrentó a él. Pero el tipo sacó una pistola y le disparó dos veces en el pecho. Sergio había muerto. Y el ladrón había huido, aparentemente sin robar nada, aunque uno de los cajones estaba abierto y la ropa de dentro volcada.
Como había esperado, tras el asesinato, el asaltante huyó con el dinero y nunca se puso en contacto conmigo. No lo delataría porque eso sería condenarme a mí también. Su delito estaba a salvo conmigo, y de esta manera, también estaba a salvo yo. Espero que esté disfrutando del dinero en alguna playa del Caribe.

20 junio 2012

Lugares


A Miguel le gusta sentarse en ese banco, junto a la enorme extensión del oceáno que se abre en su inmenso azul profundo, e imaginarlo lleno de misterios y criaturas míticas que amenazan las pesadillas de los mejores marinos.
Raúl ocupa siempre la misma mesa del mismo bar a la misma hora de la tarde, y pide el mismo refresco con hielo y limón. Por unos minutos, allí, entre la gente, se siente realmente libre y relajado, en ese periodo desde que sale del trabajo hasta que llega a casa, sus dos prisiones.
A Susana le agrada pasear a su pequeño por el parque cada mediodía. Otros padres se sientan en un banco mientras sus niños están en la zona de juegos, pero ella prefiere que el pequeño Matías vea pasar ante sus ojos cada segundo una cosa nueva, por eso caminan y caminan hasta que los dos tienen hambre.
Isabel tiene una pequeña cabaña en el monte y a 500 metros de cualquier carretera. Hay que aparcar el coche al pie del camino y luego continuar andando. Allí es donde va cuando ya no soporta un segundo más a su marido, y se escapa para evadirse y leer, enciende un fuego y toma café caliente mientras el silencio de la noche le aturde los oídos.
En una de las esquinas del barrio, hay un supermercado, pero años atrás, antes de que las grandes superficies destrozaran al pequeño comercio, había sido la tienda de regalos de Marga. Allí vivió algunos de los mejores momentos de su vida, viendo crecer al vecindario, y ahora, otoñal y con canas, cundo pasa por esa esquina sólo ve su montaña de recuerdos entre carritos de la compra.
Arturo conoce una terraza en el centro desde la que puede contemplar durante horas a la camarera del bar de enfrente. Cuando sale a recoger, cuando limpia las bandejas, cómo camina. Nunca le dijo nada, pero espera algún día reunir el valor suficiente para invitarla a salir.
Hay un sitio en el Parque San Francisco en el que siempre se pone el vendedor de barquillos en verano. A Tamara le gusta comprarse un par y recordar su infancia, ver el estanque de los patos, disfrutar del verde...es su lugar especial en el corazón de la ciudad.
Desde el sofá de su casa, María aguarda pacientemente a que acabe el partido, a ver si él le hace un poco de caso, o le dice alguna palabra de amor. Tal vez sea verdad que la vida se renueva sin cesar, y el esplendor y la belleza le abren paso; por eso María espera que llegue alguien que la saque de ese contorno de grises.
Gentes de todos los rincones de la tierra habían ido a parar a Londres. Es un bullicio de ciudad, rebosante de vitalidad. Pero Julio se siente muy solo entre toda aquella gente. Había llegado un año antes con ilusiones de futuro y ahora friega vasos en un restaurante del barrio chino. La soledad se puede sentir aunque te rodeen millones de personas.
Santi no quiere regresar más a la casa donde vivió con ella. Una vez volvió desde que ella se fue, y parecía conservar cicatrices de ambos, como las huellas de los cuadros dejan en las paredes que han protegido durante años de la marca del tiempo.

10 junio 2012

Pequeño apunte de una pasión

La había querido más que a sus propias fuerzas. Deseado desde que sus miradas se cruzaron. Desde aquella primera cerveza compartida, al calor de la barra de un bar. La había seducido con su voz, su mirada, su piel, aquella piel que olía a mujer y a libertad. Esta vez hay que hacerlo bien. No se podía permitir fallar de nuevo. En sus ojos veía que ella jamás le traicionaría. No hay reproches que echarse en casa. Sólo acariciar su mano, su pelo. Había buscado entre sus labios la esencia de la juventud, una segunda oportunidad. Había mordido esa boca hasta hacerle daño, contándole las pecas hasta el Finisterre, allí donde todo empieza y todo termina, el lugar de su bendita lujuria.
La deseaba por encima de las mareas, del embrujo de la luna, de las fuerzas de la naturaleza. La deseaba como si nunca antes hubiera amado a una mujer, como si fuera la primera.
Vivía dentro de ella y moría por aquello. Dormir no es una opción con el desvelo. Su cuerpo, su dulzura, su madurez serena. Una sonrisa a media luz que podía hacerle enloquecer. Borracho de un amor que llega sin buscar, encontrando la posibilidad de volver a renacer. De cenizas de miseria y pobres recuerdos llegó ella para curar todas las heridas que aún abrasaban bajo la piel tibia.
Si alguna vez un hombre mereció ser feliz, ahora podía revelarse en él. Podía tenerlo todo, estaba a punto de conseguir lo que más quería. Y volver al lugar donde nació para ser rodeado por sus brazos. No pedía nada más. Ni nada menos.

09 junio 2012

Despertar




Se despertó inquieto, con la oscuridad de la noche casi en las últimas, notando una falta que le había desvelado. Cuando llevas mucho tiempo compartiendo cama con una persona, hay un resorte que se activae instintivamente y notas la ausencia de calor que te hace abrir los ojos. Es uno de esos hábitos que se adquieren con la rutina del amor. Ella estaba sentada al borde de la cama, con los pies apoyados en el suelo. Permanecía desnuda, y ésa es otra de las cosas que pasan con el transcurir, que ya no te llama la atención la desnudez del otro, no hay sorpresas. No era como cuando su belleza radiante, su novedad sin explorar lo atraían insistentemente.
Mantenía la vista fija en algún punto inconcreto de la habitación, con los ojos como ausentes, el gesto serio. Él estuvo observándola, por su espalda, un instante innecesariamente largo, pues sabía que nunca era capaz de vislumbrar sus pensamientos más profundos, sus certezas más extremas. Hace años, cuando ella era lo suficientemente joven, le obsesionaba cada vez más el deseo de inculcarle algo suyo antes de que su personalidad cristalizara completamente. Pero con el devenir de los inviernos fue perdiendo poco a poco la esperanza, y se contentaba con tenerla a su lado.

Aquella mirada gélida que habita en sus ojos cobalto se cruzó con la de él, y a su «¿Qué pasa, cariño?", un gesto de trascendencia en su rostro hizo incomporarse al hombre que dormía a su lado.
Una lenta pelea se había demorado durante horas. Las peleas de pareja son muy desagradables. No respetan ninguna regla. Especialmente cuando no hay erotismo suficiente para sobreponerse con el deseo de poseer nuestro objeto de seducción y odio. Cuando la pasión ya es un recuerdo, las brechas no son como el dolor ni las heridas: es más bien como llagas que no curan porque les falta tejido para hacerlo.
De su boca salió una explicación que hablabla de la extraña frontera que juntos habían cruzado. Eran muy jóvenes cuando se conocieron, proclives a las fuerzas de la naturaleza, y, como dos niños pueden enamorarse mientras se pelean por una pelota, habían ido tomando conciencia el uno del otro, y aquella sensación había alcanzado proporciones sorprendentes.
Ahora estaban sentados sobre los pilares de algo sólido pero ligeramente revenido por dentro, como si la roca que hacía de fuerza en su relación no pudiera echar a rodar, visitando otros parajes más hermosos y emocionantes. Ella le explicaba todo esto con semblante sereno, y un firme timbre de voz.  Cómo esa noche, mientras él dormía, había intentado en vano recordar qué propósito les guiaba, y no encontró ninguno, más allá de aquella estabilidad que les bendecía.
Él se acercó despacio, como a punto de soltar su último te quiero, pero, antes de que le invadiera algo parecido a la desesperación, en cuanto le vio la cara, en cuanto miró los ojos que por fin se clavaban en él con toda franqueza, se olvidó de todo lo demás. Conocía demasadias parejas en las que hubo una separación y luego se reconciliron, pero aquello fue el principio del fin. Y recordó entonces lo que le dijo la primera vez que la invitó a salir: "He pensando en ti todas las noches, en cómo es ese momento en que te vas a quedar dormida. Me daba miedo encontrarme contigo, hablarte. Te he visto algunas veces, de lejos, como en una carroza dorada, y el mundo me ha parecido un buen lugar para vivir". Por eso no dijo nada, aguantando unas dolorosas ganas de llorar, pues reconocía lo lejos que estaban ya de aquél día, mientras aquella mujer que había amado hasta agotar todo lo que les unía, permanecía preguntándose si reconocería en el nuevo verano todos los veranos del pasado. Si alguna vez encontraría un pedazo de mar que no le recordara a él, arrastrándole hacia lo vivido.
Y los rayos de sol comenzaban a entrar por las rendijas de la ventana, bañando su frente, su pecho, anunciando con su luz el despertar de un nuevo amanecer.

25 abril 2012

Dignidad


Hay ciertos tipos de amistades que son inmunes al paso del tiempo y al desgaste. Suelen labrarse en la infancia, y permanecen inalterables con el transcurrir de los años. Es una especie de lealtad silenciosa, que no necesita de contacto continuo, de ser renovada ni de revisitaciones pues se sobreentiende pese a todo. Hay un chaval con el que me crié juntos que veo de vez en cuando, y entonces no nos cuesta ponernos al día. Bebemos, compartimos pensamietos y confidencias, enérgicos en euforias alcohólicas o melancolías de quien se ve más mayor y tal vez con algunas inocencias perdidas, corazones que hace tiempo dejaron de latir a kilómetros luz del punto actual de nuestras vidas, alejando de nosotros los tonos sombríos y violentos del atardecer.
Rememoramos las mujeres que pasaron por nuestra magullada existencia, y llegamos a la triste conclusión de que en ese fuego que arde como el fósforo de una cerilla para apagarse, a menudo atravesado por la injuria de una traición, habita la fugacidad de lo que entra en nuestra vida para luego salir; y que, sin embargo, los viejos camaradas seguimos en nuestro sitio, fieles a memorias y lealtades y al frío contacto de una piel.
Pensamos con disgusto en conocidos que pusieron en tela de juicio su dignidad, llegando a perder su amor propio enloquecidos por unas faldas, cuando éstas se atenían a intereses o a un simple juego. Porque hemos visto, reflexionamos, algunos mierdecillas que se olvidaron de su orgullo para mendigar un regreso aún a sabiendas de la felonía.
Y, sin embargo, otros que pasan con la moral intacta, seguros de sí mismos. Yo conocí alguno, nadie daba un duro por aquella relación dados los antecedentes y la genética de la susodicha, y cuando finalmente se consumó lo esperable, pasaba ante ella con la cabeza bien alta, y ahí lo veás al tío, dedicándole una mueca burlona, una sonrisa de desdén, casi compadeciéndola. Y piensas, olé tus cojones, chaval, aún quedan personas de verdad.

Pese a todo, somos seres inferiores, me dice. Míranos, aparentamos ser duros o íntegros, pero pecamos de una inocecia como el cabritillo de Norit. Porque nadie miente como ellas, con esa profesionalidad, esa entereza fría. Y cuando estamos como idiotas pesando en ellas, en ese encuentro que nos marcó, esperando para volver a verlas, ellas tal vez se encuentren en la cama de otro, a quien de la misma manera le dice palabras candentes y le sususrra al oído.
Pero, pese a todo, volvemos al peligro con un instinto casi suicida. De repente esa herida se seca, y aquellos ojos de nuestra perdidición sólo forman, en los momentos de recuerdo, una pasta de fracaso que duele muy pocas veces. Y volvemos a querer como si nunca hubiéramos perdido, reiniciando de nuevo nuestro catálogo de emociones y caricias, con el espíritu otra vez absorto en aquella apasionada determinación, en la exaltada confianza en nosotros mismos, en la contemplación de la sorprendente oportunidad de conquistar la certidumbre, la eternidad, el amor de una mujer.
Pero ellas, me dice, cuando se cansan de jugar y miran con miedo atávico hacia el futuro, piensan en las únicas personas que fueron fieles a si mismos hasta el final, y ya será tarde para recuperar el tiempo perdido; y bajo la vacía apariencia de la despreocupación, las ansiedades y emociones que penetran sus vidas las conmueven y exaltan con el sentimiento desbordante de la intensidad de la existencia.
Esa es nuestra pequeña victoria, esa indiferencia que las desespera, el castigo sin remisión, esa satisfacción de decir NO en el momento adecuado y entonces sentirse en verdad un hombre, con un territorio que nunca van a poder dinamitar, esa parte de ti que nunca va a ser humillada.
Piensa en Paul Newman, me dice, negándose a coger el teléfono en el epílogo de Veredicto final, piensa en esa media sonrisa triunfal, esa heroicidad que nos conmueve. Aquel hombre loco de amor que vaga por el desierto en París, Texas, su confesión a la mujer frente al espejo, su renuncia sin final feliz. Esa pequeña elegancia nos la ha enseñado el cine, le comento. Recuerda a Bogart marchando, doblando la esquina En un lugar solitario.
Auque seamos unos hijos de puta llega un momento crucial en que nos comportamos como un caballero. Pidiendo perdón si es necesario para finiquitar antiguas brechas, y marchando para siempre sumiéndolas en un silencio a perpetuidad, dejando ese recuerdo de que al final, y pese a todo, tuvimos el valor suficiente para dejarlas de lado y seguir nuestro camino.
Y brindamos los vasos con el rechinar de cristales evalentonados por recuerdos cinematográficos. Yo le hablo de otras cosas, comentarios intrascendentes, y el asiente absorto, moviendo la cabeza como diciéndole que sí a un recuerdo.

22 marzo 2012

Fotos a la deriva



En una novela de Herman Hesse su protagonista pasa una etapa escolar de desenfreno y vida noctura, pero cuando, ya de día y al salir de la taberna, ve a niños pequeños jugando en el parque, llora siempre desconsoladamente, como evocando una infancia perdida y una inocencia que ya no vuelve.
En días en que se comparten demasiada información y fotos con desconocidos, que todo tiene un carácter caduco, pienso en todas aquella fotografías que no se ven, en las confidenciales estampas de cada cual, que hablan de noches mejores o recuerdos pasados, de viajes gratos, de amistades unidas al calor de una juventud.
En qué cajón guardaba yo aquellas estampas que tenían un significiado tan personal y oculto. Fotos que son lo que la luz verde del embarcadero era a Gatsby, el recuerdo de un pasado irrecuperable que permanece vivo a la otra orilla.
Pensé en su confianza, en la forma en que él tenía de luchar por aquello pese a todo; de la fuerza que imprimía a cada cosa que hacía y aspiraba como un proyecto de sabiduría y pasión a largo plazo, tan alejado de esos otros que pasan unos años entre borracheras y juergas y luego se someten y convierten en señores muy serios al servicio del Estado. Y cómo ahora, todo el cariño y el amor que le había dado estaban destrozados.
Sólo queda la patética duda de si saludarle, para no enfrentarme a su mirada de desprecio. Me pregunté si ocurriría el día en su vida en que él llegara a perdonarme, aunque sabía que su propio código de honor se lo iba a impedir siempre, y lo acompañaría hasta el final.
Repasando esas fotos tuve por un momento la sensación de llevar un cristal en el corazón, no veía nada más que la oscurdidad abismal que se abría ante mis ojos y a la que conducían, perdiéndose en ella, todos los caminos que había conocido hasta entonces. Porque la idea de acomodarse en algo insulso pero provechoso cogía cada vez más forma y de esta manera entrar a formar parte del grupo de esposas de. Y nadie sospecha jamás que estén en posesión de un cerebro. Por pequeño, incluso por raro que sea. Uno se inclina a pensar en ellas como en un objeto, una acompañante, un atómata, un simple maniquí con un dispositivo para inclinar la cabeza con puntualidad y sonreír estúpidamente cada cierto tiempo.
Echaba de menos sus ojos clavándome la mirada, observandome en silencio como si quisiera adivinar qué secretos se escondían dentro de mí, intentando abrirse paso en mi interior. Esos ojos que querían sobreponerse a cualquier dificultad aunque le superaran. Que estuvieran llenos de sabiduría o de locura, que irradiaran amor o profunda maldad, daba lo mismo.
Lo que importaba era lo que había llegado a sentir, y que presentía que nunca más volvería a hacerlo. Todo lo demás eran medianías, un intento de evasión, de buscar refugio en el ideal de la masa; era amoldarse; era miedo ante la propia individualidad. Muchos se estrellan para siempre en este escollo, con el alma enredada en la red de sus propios hilos, y permanecen toda su vida apegados dolorosamente a un pasado irrecuparable, que es el más nefasto de todos los sueños perdidos.
Y aquellas olas de un mar que un día creímos poder bebernos sin complejos, siguen a la deriva como baluartes de una última batalla perdida, pero sin llegar a alcanzar la arena de la orilla, y así permanecen impasibles con el paso de los años, insumergibles en nuestro recuerdo.

28 enero 2012

La fauna






Era preciosa: volvía a comprobarlo, aunque ahora se pusiera triste, aunque el dolor le seguía como una sombra, igual que la nube de humo de cigarrillo y una débil fragancia de whisky que iba dejando a su paso. Para Fran todas las aventuras de la vida se concentraban en los tres inolvidables años que había pasado a su lado, y el mirar con el alma encharcada de alcohol aquella foto no le hacía más que recrearse en su derrota, como una especie de perdedor consciente y complaciente, con variables evocaciones del paraíso perdido. Volvía a poner la fotografía en la cartera, y alzaba la cabeza melancólico, entornando los ojos, escudriñando a la camarera que estaba al otro lado de la barra.
María miraba con interés un cártel de Aretha Franklin que había en su lado de la pared. Melodías como aquélla eran las que hacían estremecer sus noches, y habían sido una compañia inigualable en las largas madrugadas cuando la vida era una nota a punto de vibrar, una felicidad que viene y va pero nunca se escapa. Porque mucho tiempo atrás, cuando todos tenían veinte años, algunos jugaron a la inmortalidad de la perpetua juventud y otros torcieron su camino alejándose de todo en lo que creían, sin regresar para unirse a los que no cayeron en la trampa de un destino ordenado.
Héctor apenas escuchaba las historias sin interés y ligeramente ordinarias que su compañero de oficina le contaba, simplemente le había traído como excusa, le conveció para tomar algo para así ir acompañado a beber un trago, y porque esa tarde en el trabajo, como de costumbre, tenía la sensación de que era el único ser real en una colonia de fantasmas, automatizando tareas y horarios, rutinas y costumbres.
Patricia ponía copas de forma mecánica, como si fuera a salir antes por hacerlo más certeramente y de forma precisa. Intentaba no interactuar mucho con los clientes, y hacía como que no se se daba cuenta del tipo sentado en un taburete de la esquina que le miraba persistentemente el escote. De algunos había memorizado sus caras, habituales de la noche envueltos en un aura de anonimato con los que intercambiaba billetes de ida y vuelta y alguna breve sonrisa que apuntaba a recuerdos inquietos.
Sergio le hablabla despacio, intentando aparentar una tranquilidad que le empezaba a flaquear. No se cita con nadie en ese sitio para terminar, y menos en el lugar donde la conociste, cuando la ilusiones y los besos tenían cabida en una canción. Su pelo parecía de un negro más intenso en la oscuridad del local, y pensó que tal vez esa melena nunca volvería a dejar su olor sobre la almohada, y por un instante comprendió que jamás en la vida iba a echar nada tanto de menos como ese olor. Pero el significado equivalía respetarse a sí mismo, anticiparse a males mayores antes de verse atrapado en el fracaso más absoluto, cuando es demasiado tarde para dar marcha atrás.
Iván y Daniel reían entusiasmados en una de las mesas en semi oscuridad, en ese estado de agradable y fulgurante embriaguez que despunta durante una hora antes de hacerse intratable. Maduros, en buena posición, lo suficientemente vitales para aún sentirse jóvenes, celebrando un reencuentro y un negocio, recordando anécdotas de secretarias ingenuas.
Lorena permanecía de pie y mantenía ciertas distancias, seductora como siempre había sido, con esa especie de magia tenue, elevándose espléndida e inalcanzable sobre sus adoradores y los hombres que la deseaban; y dando la impresión de que todo estaba bajo su control, como si el bar fuera un barco y lo contemplara desde el puente de mando. No se trata simpre de la cama, pensó, aunque para los hombres sí, a pesar de que sientan amor y hablen de él, lo sufran y lo conversen.
Todos ellos formaban parte de un vínculo, sin saberlo, un círculo de historias, miradas y sentimientos que se difumina al romper el alba, con los primeros rayos de sol que anuncian la mañana.