Nulla dies sine linea

30 noviembre 2010

El grupo


Aquél redoble de campanas y nosotros corriendo como malditos a la salida del catecismo. Entonces el barrio era un lugar de juegos y lo que hoy es asfalto era una calzada y prado, donde expanderse en aquellas tardes hasta más allá de la caída del sol. Nos gustaba Elsa, y peleábamos entre nosotros para hacernos los bravucones delante de ella, como aquella tarde que José María, que era el sensible del grupo, le sacó dos dientes a Luis con un trozo de madera.
Entonces nuestro universo no sobresalía del trazado de aquellas calles, con la autopista a un lado y la avenida hacia al centro al otro. Y nos gustaba mojarnos bajo la lluvia y hacer peleas de barro, y con la cara llena de mugre y mierda aparecer ante la sorpresa y desquicie de nuestras madres, que no daban a basto.
Cómo ha cambiado todo ahora, Mario. Los sitios a los que nos ha llevado la vida. Aquella madurez que nos trajo la barba y el adiós del barrio. Cuántos cuentos de recuerdos nos separan hoy de aquella época, y de las preocupaciones sin nombre, de los helados en la tienda de Marisa. Ahora en su lugar hay un supermercado. Y la carnicería de José Manuel hace tiempo que ya no está, desde que él murió. Ahí compraba mi madre la carne todas las navidades, fíjate tú.
Ahora hay que andarse con ojo al cruzar la calle, y todo son oches que van y vienen, las gentes ya no se reconocen ni se saludan al pasar, los edificios parecen hoy más grises. Estuve hace poco y reocrrí las calles buscando el recuerdo de nosotros. Hay un edificio de siete pisos donde estaba la casa abandonada, con las paredes llenas de agujeros de la Guerra Civil y donde escondimos la bici que le robamos a aquel chaval veraneante que se pavoneaba delante de Elsa.
Todos nos hemos ido separando, compañero. José María lleva años viviendo en Madrid y no sé demasiado de él. Tú te mueves de aquí para allá y me ha costado una barbaridad encontrarte. Elsa se ha casado, la vi hace tres años y estaba más guapa que nunca. Supongo que es feliz. El marido no parece mal tipo, creo que la quiere. Espero que la trate bien, era la única que ponía algo de cordura en aquel grupo.
Hace un mes murió Luis. Es por eso que te escribo. El moreno Luis. Cómo sollozaba cuando José le dio con aquel tablón de madera. Recuerdo su risa calle abajo, siempre un poco más alocado que los demás, siempre nervioso. Qué perra es la vida, un cáncer de pulmón se lo ha llevado, tan dolorosamente joven. Él, que cuando nos ibamos al puente a fumar aquellos primeros cigarrillos clandestinos, se mantenía al margen, parecía no llamarle eso. Dos cajetillas de rubio fumaba en los último años, en especial a partir de su divorcio. No tuvo suerte con aquella chica de León. Era el que más pillado estaba por Elsa, ¿recuerdas?, cómo nos reíamos de él porque se quedaba muy tímido cuando ella llegaba. En los últimos tiempos que estuvimos todos juntos, Elsa le besó. Fue algo breve y fugaz, pero el tío anduvo una semana con la mirada ida y una extraña sonrisa en el rostro. Recuerdo que siempre andaba a la gresca con José María pero en el fondo se llevaban muy bien.
Espero que en los últimos momentos haya tenido en la mente ese beso de Elsa, que recordara los buenos tiempos en el barrio, la perdida infancia, corriendo calle abajo hacia la casa abandonada sin preocuparnos por nada; que en el breve instante antes de expirar, entre dos mundos, tuviera esas imágenes desde el umbral del tiempo donde son posibles todos los sueños.

16 noviembre 2010

Para siempre

Cada vez me doy más cuenta de que con el paso del tiempo ha cambiado mi forma de querer. Concretamente mi forma de querer a Luis. Ya no transcurren esos días en los que apostaba todo por una vida, la misma que le entregaba, de forma incondicional, como si en el mundo sólo existiera un único hombre y como si no fueran a existir más, atada a él con las férreas correas del destino, sin ser siquiera consciente de mi cárcel, de mi entrega, de mi voluntario sacrificio. Creía simplemente que así tenían que ser las cosas. Tampoco conocía el fogonazo inesperado de otro amor, ignoraba lo que era desear a otra persona. Por eso ha cambiado todo y tanto. Porque fui como el descubridor que por accidente se topa un continente y descubre que hay vida más allá de sus cuatro puntos cardinales que constituían su horizonte y su mundo. Volver a estremecerme al abrigo de una piel, limar prejuicios y entregarme por entera y sin condiciones.
Hubo otra pasión que me hizo cambiar mi mente y mi vida. Y al regresar a Luis con las orejas gachas pero la frente altiva y un puñado de mentiras en mi chistera fue como regar sobre tierra quemada, como sorber de nuevo los amargos posos del desengaño, un premio de consolación que ni siquiera consigue llenar un cuarto de mis ilusiones ni logra borrar el recuerdo de aquellas tardes de sol y arena, ese fragmento de cielo inscrito en la ventana de la vida.
Y todo es distinto pero desesperadamente igual con ese hombre que siempre me ha mirado de frente sin ocultarme nada, y ni siquiera tengo el valor para abandonarle, aunque en mi interior mi propia alma no acepta esa cosa de vida concluida, de pareja para siempre, de vida sin secretos. Pero le quiero demasiado para trizar esta superficie de felicidad por la que ya se han deslizado tantos días, tantos años. A mi manera me obstino en encaminarme concienzudamente hacia mi propio fracaso, hacia un futuro incierto que juega con las cartas marcadas, palabras como matrimonio o eternidad me aborrecen pero a la vez camino hacia ellas con la temeridad del inconsciente.
Si con aquella aventura que me cambió mi amor abarcaba lo visible y lo invisible, ahora podía estar segura de aceptar la limpia y lineal relación sin incertidumbres y con la certeza de puertas cerradas, de pasajes vedados. Años por delante entregándome al silencio o dejando entrar un simulacro de la muerte.
Hay días en que se me hace insoportable el deseo de tener a mi otro amor en mis brazos, amarlo de tal manera que todo quedara claro, todo quedara dicho para siempre entre nosotros, y que de esa interminable noche de amor naciera la primera alborada de la vida. Pero la realidad siempre me golpea, me digo que el triunfo no es para los soñadores y que si quiero ganarme la estabilidad y el visto bueno social tengo que aceptar lo que tengo con la obediencia del complaciente; no es plan de tirar todo por la borda por pasiones juveniles, me llamarían Ana la Loca.
Sobre mí se cierra el telón de la última película, los besos finales ya han sido dados y he renunciado a las últimas tentativas de escapar. Nadie va a reprocharme nada, ni siquiera él, que con su silencio e indiferencia casi burlona parece condenarme a lo que tantas veces predijo.
Así que aquí seguiré, tal vez vagando en algún rincón no situado en el tiempo ni el espacio, haciéndole el juego a las cartas del destino, rindiéndome a esas palabras redundantes y malditas; seré sumisa hasta el final de mis días por lo que para ganarme una vida me encontrarás en algún lugar entre la eternidad y la nada.

12 noviembre 2010

Silencio

Ella apartó la mirada y agachó la cabeza, reclamando un silencio cotidiano y habitual sin necesidad de exigirlo. Durante mucho tiempo ese había sido un territorio de los dos, hermético y privado como nuestros propios corazones; cuando después de hacer el amor me gustaba tenerla a mi lado, tumbarnos en la cama y mirarla sin decir nada, acaso acariciando su rostro; nada podía ser mas nuestro que ese acuerdo de silencio, observándonos con dulzura los ojos, descansando aun exhaustos después del amor.
Pero ahora sabía lo que ese gesto y esta quietud significaban. Como un sendero incorregible que nos lleva irremediablemente hacia el mismo final, capaz de abolir años de relación con la certeza del se acabó, del todo termina porque viajamos ya sin rumbo en un barco a la deriva, sin capitán, velas ni timonel. Nuestro camino ha perdido su rumbo, y retomarlo es tan imposible como volver a nacer. Deberíamos recomenzar otra vida donde nos encontráramos mucho antes del desgaste, donde el tiempo no restara y la invisible coraza que cubre los cuerpos no se fuera desprendiendo a golpe de besos, hasta quedar sin nada donde posar los labios, sin ganar para encender un fuego de la pasión. Con vestiduras que se han de renovar siempre en otros brazos, para evitar continuar descendiendo hasta un precipicio donde muere hasta el propio olvido.
Y pienso en todas las parejas que en este momento empiezan a abrirse y a nacer, buscándose en la oscuridad de la habitación de un hotel o aprovechando que sus padres no están en casa se aman sobre la misma cama donde dentro de un tiempo se evitarán, sin fuerzas ya para sus fuegos.
Ese proceso que nos lleva al desastre y al sofá y al alcohol comienza indefectiblemente en una ilusión. Nada puede decepcionarnos ni morir sin antes brotar. Y cuando sucede estamos tan embargados por el perfume de nuestro propio enamoramiento que olvidamos que todo tiende a deslizarse hacia abajo, que formamos parte del doble juego de espejos de la vida; no sé si pensamos entonces en fuerzas como el orgullo, la renuncia, la decepción, como algo que nos acontecerá; y entonces la desesperación nos deja sin fuerzas para llorar, las lagrimas deciden tornarse en pesadillas que nos llevan hacia ella, en un cuerpo que ya no podemos tocar. La imaginación nos envuelve hoy tan encandilante como entonces la realidad. Nunca buscaremos juntos la culpa o la responsabilidad o el acaso no inimaginable recomienzo.
En mí hay tan solo un sentimiento de castigo, castigo por el precio del que ama y desea, que grotesco sentimiento que se desata ahí donde tendría que estar esperando la felicidad, a cada náusea de recuerdo; de pensar que donde tendrían que estar los años por vivir y un coche con dos avanzando hacia el sol, solo hay parches y pesadillas y si acaso un paquete de cigarrillos a medio acabar apoyando con su humo el perfume de alguna botella mal tapada que descansa sobre la mesa.
Todo eso lo sé con su descenso de cabeza, con ese silencio que al igual que sus ojos, callan lo que ya no hace falta decir, es simplemente la conversación que precede al final, como ese intenso frío que acontece antes del amanecer, sólo que aquí no sobrevendrá la luz de un día soleado, tan solo nubes y tonos grises y las tibias gotas de lluvia que empapan como lágrimas día tras día golpeando sobre el recuerdo de lo perdido.