Nulla dies sine linea

20 noviembre 2007

Extraña pareja

A veces eres consciente de que lo más sensato es plegar e irse a dormir. Dar carpetazo a un parpadeo sobre fondo blanco y olvidarse de todos los rollos. La cama te espera. Mañana será otro día. Esta noche no escribirás más.
Pocos leen este espacio, tu has querido mantenerlo en el anonimato, tan solo es un viejo baúl donde ir posando, con desgana, podridos trozos de noches infumables y peste a tabaco. Y eso que no fumas, pero lo llevas impregnado en el pelo, como una señal delatora de los bares que recorres, del dinero y la salud que dejas para olvidarte quién te espera en casa; una silla y un ordenador, al que golpear tus mentiras, tus deseos relinchantes, el devenir de un futuro marcado por el ancla de un pasado, cicatrices de perdones y tatuajes fundidos a fuego en la piel del orgullo.
Has muerto cientos de veces, y siempre regresas despacito a tu lugar; eres un boxeador que patalea cuando un gancho lo lanza al suelo, no has aprendido que en ocasiones lo mejor es besar la fría lona, y quedarse ahí, sin intentar incorporarse para no recibir más que otro golpe.
Aún así te levantas y te enamoras. Y te desenamoras. Y ries. Y lloras. Y todavía esperas querer escribirlo. Pero escribir no es nada, y lo es todo. Dependes de ello, y lo odias. Extraña pareja, el uno y su ordenador; cúmulo de encuentros de hombre y máquina, medio y proceso en el cual a través de los dedos pasas media alma y la otra media la lees en la pantalla.
Cuéntale tu vida al aire, pero regresará en forma de letra de computadora. El papel mojado que decía Millás lo llevamos dentro, fuera no está nada de húmedo, está firme expuesto en la más solitaria de las páginas web. Y en mil borradores, y montón de cuadernos de niño resguardados en carpetas, y en los cuentos de tres hojas que hacías en primaria, en la frase que dejaste escrita a permanente en la camiseta de un amigo de campamento...toda la vida está plasmada, forjada a tinta que envejece como la sangre seca.
Pero nunca se saca al completo al exterior. Ni fue ni será. El lavado de estómago no es efectivo jamás. Si lo expulsaras todo tendrías que morir. Por eso terminas un día más, una noche a sumar al cuentagotas de tu existencia, inexpugnable, imparable.
Y el ordenador se apaga, y se queda en silencio; pero lo hace con recohineo, no de golpe, si no en un procedimiento, y al irse parece dejar en el aire el olor de una frase que te lanza con firmeza: Volverás.

16 noviembre 2007

Una y otra vez

Me gustaba esa maldita chica, no era una cosa despampanante como el putón al que había estado atado dos años, pero me agradaba la forma en que nos tratabamos. Entendía y respetaba todos mis gustos, incluso las debilidades alcohólicas, con la única condicción de que no apareciera chispado cuando quedara con ella. Siempre tan dulce, siempre tan moderada...un tiempo atrás eso llegaría a cansarme, a agobiarme la rutina, pero la forma de agarrar mi mano me hacía ver que ella sabía exactamente lo que yo era. No pertenezco a lo que se podría llamar un chaval corriente, más bien un lobo solitario con un montón de amigos, una persona sociable que podía perfectamente ir sola al cine, o pasarse días enteros encerrado en casa sin otra compañia que un libro; un carismático y conocido tipo al que nadie conocía, y tenía la certeza que ella estaba comenzando a hacerlo.
No eramos una pareja. Compartíamos la soledad. Nos Llenabamos mutuamente los huecos de una existencia que reclamaba un oído que escuchara cada voraz de nuestros sueños, y cada contradicción de ambas personalidades se resolvía con un argumento y una sonrisa.
Y ahora la acompañaría a su casa antes de meterme en la propia. Antes de dejarme amanecer por un tiroteo de Anthony Mann, sin besos cuando empieze el mismo. Pero pasó algo que me enseñó a respetar aún más a la chica que tenía a mi lado, y aprendí una lección importante sobre el trato a las personas que decimos querer.

Paseaba con la compañía de una ligera chaqueta desafiando el frío otoñal, mientras los árboles lloraban hojas vencidas y resginadas a una caída silenciosa tras perder el color y la vida.
Hoy nos retirabamos antes que nunca. Realmente cansados, no estaba para mucha fiesta. La nariz de ella se estaba tornando rosacea y le pasé la mano por la cintura atrayéndola hacia mí y transmitiéndole calor.
La madrugada se cortaba en tiras de baho, a la luz amarillenta de nítidas farolas, mudas como los cohes que ya no circulaban por su calle. Silencio en la ciudad, rasgado por las voces cercanas que surcaban el aire en reproches incandescentes. Una pareja se chillaba parada en mitad de la acera. El chico parecía realmente cabreado. Enfurecido más bien, montado en cólera con una inocente muchacha de frágil apariencia que cabizbaja aguantaba el chaparrón del energúmeno.
Nosotros contemplábamos desde el otro lado de la carretera. Luego con un gesto de absoluto desprecio se dió media vuelta y la dejó plantada en mitad de una nada amparada por la complicidad de las aceras y edificios que la cercaban.
No imaginaba que ese ajeno incidente iba derivar en una conversación trascendental entre ella y yo.
-Cómo permitirá que la trate así- el susurro afirmaba más que preguntaba.
-Pues porque lo querrá- apuntillé convencido.
Ella torció la cabeza y me miró directamente a los ojos. Su semblante se había puesto serio, adoraba eso, cuando su gesto indicaba que iba hablar de algo importante con franqueza.
-Eso es el argumento de siempre. Pero hay algo que está por encima. El amor es fugaz, pero el orgullo es de uno, y por mucho que lo quiera, no debería consentir que ningún asqueroso le haga tal cosa.
Quedé unos segundos callado entre la verdad de sus palabras y la admiración que sentía hacia la persona que las había pronunciado. Pese a todo, yo opinaba ligeramente distinto:
-Pero puede que solo sea esta vez. Seguro que hay un montón de buenos momentos que compensan todo eso, no siempre será así, ¡¡digo yo!! el orgullo, el honor...cuantas vidas ha destrozado, cuantas fracturas por no saber pedir perdón o recibirlo, a veces hay que tragar con cosas y tirar palante por las personas que te importan.
-Si lo hace una vez, volverá a hacerlo. Tolerar la primera asegura que vendrán las demás. Debería imponerse, también tenemos dignidad. Si la humilla y le deja que lo haga, más se humilla a ella personalmente, ¿y que hay más importante que uno propio? Puede que le quiera, pero antes debería aprender a quererse a ella misma.
Intenté salir al paso con un comentario moderador:
-Seguro que si vuelve a pasar algo parecido no se lo consentirá.- me apresuré a decir incautamente.
Ella alzó las cejas y se inclinó levemente. No parecía muy convencida.
-¿Tu crees?- negó con la cabeza- las mujeres a veces somos tontas.

01 noviembre 2007

La reina




Los pequeños detalles hacen grande la vida. Un animal pasaría al lado de un campo de amapolas en primavera y ni se pararía a observar. Las mejores cosas están encima de nuestras cabezas, todo un universo por descubrir e interpretar a nuestro antojo, dejando volar la imaginación hacia la filosofía o bien hacia mundos imaginarios y galaxias sin respuesta.
Una noche, en su infancia, su padre, marino de profesión ya retirado, le llamó a la terraza de su casa de la sierra, después le indicó que se sentara junto al gran árbol que su abuelo plantó en mitad de la finca muchas décadas atrás, y le enseñó los nombres de las constelaciones. "Las estrellas te guían"- le dijo-"en mitad del mar son tus mensajeras del camino, ellas hablan, tu solo escuchalas." Y aprendió a reconocer el carro, con su Osa mayor, a Orión, Centauro... y se lamentaba por no poder ver la mejor de todas: "Navegando hacia sudamérica, la cruz del sur aparece siempre enl horizonte, clavada en el cielo, es una visión espectacular, impresonate y hermosa".
"Pero por encima de las estrellas, la reina es la luna. En medio del pacífico, noche cerrada, sin más luces en millas a la redonda, preside el cielo con una belleza y un resplandor sobrecogedores. Muchas veces, muy lejos de casa, miraba su cuarto creciente y pensaba en tu madre, y tan solo el barco abriendose paso por la inmensidad de las aguas me acompañaba en proa, una vez acabado mi turno en el puente o justo antes de entrar."
Cuando el progenitor iba a la casa, él se quedaba un cacho inmerso en sus pensamientos, sintiendo la noche por su piel y el cuello ergido hacia el firmamento, pasenado por la hierba recién cortada.
Hoy su padre está muerto y sus cenizas sumergidas en el cantábrico. En el crucero donde pasa la luna de miel están de fiesta. La reina del cielo está más llena que nunca. Sentado en un rincón alejado del barullo la admira y piensa en sus palabras.
Su mujer se acerca despacio por detrás y le acaricia suavemente el brazo.