Nulla dies sine linea

11 septiembre 2014

Interrogantes

¿Quién quiere vivir siempre con la sonrisa postiza, con las ilusiones prestadas? Saltar de semana en semana con la ambición de terminar y ya pronto enlazar con la siguiente. Vivir los restos de fracasos pasados como si fueran actuales, claudicar ante la rutina y firmar un pacto de mutua desidia. Comprobar que lo que buscabas ya no está allí, que sólo son restos irreales, casi fantasmagóricos, de algo que se le parecía a la felicidad planificada.
¿Cómo se puede llegar a necesitar de la bondad y piedad del paso del tiempo, pedirle en silencio que no se cebe demasiado con tus limitadas esperanzas?
¿Acaso es necesario conformarse con los besos más amargos entre partido y partido, entre comentarios prosaicos y coloquios mediocres? Porque, ¿quién quiere la mediocridad cuando se había aspirado al cielo?, ese cielo al que se accedía por la escalera de la hipocresía sumisa y la barandilla del miedo social.
¿Alguien desea verse corromperse en silencios, en existencias anodinas, en las banales máscaras de diseño?; renunciar a las rebeliones románticas, desistir de la idea de tomar las armas en una pasional y emocionante batalla perdida.

Pero era imagen y semejanza de lo esperado, ¿no? ¿Hay alguien o algo que vaya a lanzarle reproches? Claro que no, salvo ese silencio atronador que asusta a determinadas horas de la noche. Ser sincero con uno mismo es la peor de las tareas, por dificultosa y por cruel. Poco son los que se enfrentan a pecho descubierto con sus legítimas realidades. Intimidada por sus propios pensamientos, por los deseos ocultos y el futuro poco prometedor de la falta de ambición y emociones que permite la tranquilidad, decidió afrontar todos esos interrogantes que nunca tuvieron el valor de presentarse ante su conciencia. Se asustó de los hallazgos, del inmenso vacío que respiraba, enorme y grotesco, tras el barniz irreal de lo construido.
No se puede erradicar lo que uno conforma debajo de la manta fúnebre de las apariencias. Quiso averiguar quién era detrás de todas aquellas mentiras y descubrió que no era nadie.

02 septiembre 2014

Abismos

Me dijo que años atrás estuvo una temporada de visita en el infierno.
Hablamos de los enfrentamientos mudos y con nocturna violencia. Era el terreno donde se batía y donde las desventuras del pensamiento se hacían más intensas, más notoriamente reales; como si lo esencial de nosotros se revelara en nuestras carencias, en las zonas más vulnerables del día.
La garganta dura y áspera, los ojos dilatados, restos de ropa por el suelo, colirio sin abrir.
Despertaba de madrugada, pero se negaba a claudicar al momentáneo alivio que ofrecen las pastillas y somníferos. El sucedáneo de un remedio.
Y se pasaba horas en ese estado de sopor a caballo entre la vigilia y el sueño, tratando de espantar demonios y lastres del pasado, con el alma enredada en la red de sus propios hilos, en la trampa sombría y cruel que llamamos depresión.
Muy a duras penas quedaba con la mente en tierra de nadie, pura y libre tal cual la infancia, como esa época en que nacen los primeros recuerdos, cuando la memoria es una cápsula por estrenar y se va llenando de vivencias y sensaciones.

Es hermosa, delicada y amable. El tiempo en aquella dualidad de uno mismo apenas se cebó con marcas en el rostro y en su aspecto ahora saludable. Otros ni siquiera consiguen regresar de ese viaje al precipicio.
Me entrevisté con ella en un tranquilo bar de un barrio céntrico, donde bebemos una cerveza detrás de otra  y hablamos atraídos por la curiosidad mutua. Ahora dice haber superado aquellas huellas tristes y perdurables, aquel cristal en el corazón, y que no se puede vivir con miedo.
Imagino que no, que no es forma de dar pasos sólidos por la existencia. Y pocos valoran la discreta heroicidad de mantenerse firme, de seguir tan consecuentemente su camino a expensas de ese miedo, de la amenaza constante de la cuchilla de afeitar o el gatillo.
Me gustó su porvenir. El que pude intuir en sus ojos, en su sonrisa desbordante de creencias.
Seguimos bebiendo aquella noche, celebrando las inocencias y las tragedias perdidas, dejando atrás sus estigmas y mi presente. Vivir ya no era una tarea dramática.