Nulla dies sine linea

30 junio 2011

Estreno

Hay pocas cosas comparables a una puesta de sol a orillas del mar. Es como si el alma se desplazara con mayor libertad surcando esa extensión sin límites. Esa contemplación eleva y nos hace concebir pensamientos de infinito, de ideal.
Porque la fascinación y la poesía están en el mundo, en la naturaleza, en el lirismo de un paisaje para los ojos de quien sabe verlo.
Similar efecto es la impresión colosal de una persona con la belleza y sensibilidad interior suficientes para tener la hermosura crepuscular de una puesta de sol, y hacen aborrecer de los personajes vulgares. Creo que cada ocaso vino a ser como la inauguración de una nueva etapa en mi vida. Y tengo que admitir que no conocí a ninguna mujer que estuviera a la altura, que su capacidad de pensamiento y percepción volara más allá de los mandatos más básicos, sin una mente que intentara buscar las respuestas, la emotividad de la vida, lo deslumbrante de amanecer cada día o con el bagaje cultural suficiente para no dejarse arrastrar por la masa imperante que obliga a pensar y actuar siempre bajo sus cánones.
Mujeres que huyan de la mediocridad de sus existencias, que prefieran llenar su biblioteca antes que su vestuario, que no se conformen con dejar pasar las semanas una detrás de otra todas iguales, sin llegar nunca a amar de verdad, a sentir de verdad, a pensar libremente de verdad.; o que no intenten engañar a su corazón anteponiendo la razón y así convencerse de que éso es el amor, que es lo que quieren, lo que anhelan tan profundamente que les lleve a ser una pareja con aval ante los ojos de los demás, el certificado social pero el llanto posterior en la intimidad, cuando abren las piernas y después únicamente les queda sentirse sucias.
Enamorarse de una mujer vulgar es la garantía hacia el fracaso y la sensación de derrota, y muchas veces te seducen y engañan con copias baratas de inteligencia y fuerza vital, y cuando descubres que debajo de esa impostura sólo hay medianía, falsedad, egoísmo y un tremendo vacío conservador…probablemente sea tarde para uno mismo, y la decepción te hace querer jurar que nunca creíste que las mismas cosas se pudieran repetir nunca otra vez en sitios y épocas diferentes, en cuerpos distintos; y no hay más coraje que pensar que la parte que queda por vivir tiene que ser mejor, que la próxima va a conectar tan hondamente que al mirarla a los ojos nunca tengas que dudar de su honestidad, y todo sea perfecto como un sol que muere en el horizonte, preparándose para la noche más cálida.

28 junio 2011

Con nuestra edad

Había perdido la batalla contra la juventud y la primavera, y con su dolor redimía un pecado imperdonable y propio de su edad: negarse a morir. Pero no hubiera podido adentrarse desolado en la oscuridad sin haberse agotado un poco más; lo único que había querido, al fin y al cabo, era apaciguar su viejo y fuerte corazón. La lucha, la lucha en sí, valía más que la victoria o la derrota.
Cuentos reunidos. F. S. Fitzgerald

Cuando finalmente estaba a punto de romper el estío con todo su fulgurante esplendor, y el invierno sólo fue un recuerdo lejano de inmensas noches, Montse y Toni ya habían agotado su capacidad de resistencia. El aire traía hacia ella tantos recuerdos y pensamientos tristes que le era imposible no sentirse, en ocasiones sin previo aviso, melancólicamente angustiada, y entonces su mente se le nublaba y el corazón se le encogía hasta sentir un fogonazo de hielo intenso dentro de su pecho y una tenaza oprimiendo su cabeza.
Había pasado largamente de los cincuenta y aquellas ilusiones incesantemente renovadas de la juventud eran quimeras carbonizadas en hogueras cuyas cenizas se secaron y de las cuales ya no quedan ni las ruinas, y la mujer metódica en que se había convertido después de muchos años viviendo sola era únicamente un premio de consolación.
El método de su vida era llevar las cosas en un escrupuloso orden, desde el momento en que se levantaba y tenía en la cabeza la lista de la compra, pasando por la colocación de sus facturas y vestuario, hasta el instante de meterse en la cama y seleccionar uno de sus vinilos para que la acompañara en ese viaje hacia el sueño, en ese vacío por llenar, y que nadie supo sustituir desde que él se fue, o se fueron, o decidieron mutuamente irse antes de que sus cuerpos se secaran.
Pero ese orden se vino muy abajo en el preludio de los sofocantes calores del verano, de inhalar aquel aire viciado de los tubos de escape de los coches y el asfalto ardiendo bajo sus ruedas, con la llegada en marzo de Toni por trabajo a la ciudad, y querer verla, y recordarle otros tiempos y otras vidas, y su cara mucho más mayor y cansada (había envejecido, tenía una sombra de severidad en el rostro y sus ojos rebosaban seguridad en sí mismo) volvía a recordarle lo que un día de despedida fueron: una declaración de intenciones hacia la derrota, de vida negada por inercia, por sobrevivir al dolor.
Como si en esos treinta años el tiempo no hubiera existido más que para los dos, y la madurez les hubiera enseñado a ser pacientes en el empeño de olvidar o de esperar, aunque las navidades se sucedían unas detrás de otras, volando impersonales, y las hojas del calendario fueras arrastradas, suprimidas, sin darse cuenta; y así justo antes del verano, en una jornada pegajosa, Montse se echó sobre su cama, apoyada la cara en el cobertor que cubre la almohada, y partió la tarde en un intenso llanto, sin explicación, sin detenerse, lloró ininterrumpidamente hasta bien entrada la noche, de forma lineal, con disciplina marcial, hasta quedarse dormida, exhausta y aliviada.

Aferrarse a la vida como algo que está más allá de los caprichos del amor, era lo que reclamaba ante el empuje insistente de Toni, los recuerdos maravillosos o el último tren que pasaba en el terreno sentimental; y dejarlo irse, simplemente para preservar el recuerdo, para no contaminarlo con lo que no querían, lo que únicamente necesitaban.
— ¿Qué te pasa? —le decía—. Pasó mucho tiempo desde que teníamos la juventud recién estrenada, pero ahora soy un hombre nuevo, mas asentado, más estable, y ambos queremos poder pasar la madurez, los últimos años, juntos. ¿No puedes comprenderlo?
Lo comprendía, y ése era el problema.

25 junio 2011

El vuelo

Desde la verdad literaria, estética, moral, que conquista el tiempo, la imaginación, la sensibilidad, la vida.

Creo que el recuerdo de Gema es al que más veces he recurrido para explicar, en primer lugar, uno de mis modelos de mujer favorita, la chica joven y valerosa, decidida a sacarle a la vida el máximo partido. Cuando la conocí, en el último día de una dictadura que terminaba, tenía el brillo imperecedero de las cosas eternas, y un conjunto de miradas a su alrededor, admiradoras y recelosas, que la acompañaban allí donde iba, allí donde sus pies pasaran con tanta gracia y delicadeza, con la sonrisa afectuosa y la mente puesta en alguna ilusión remota.
Yo era mayor que ella, tenía la atracción de la confianza y la perfecta posición que en su casa le recomendaban.
Sin que su alma hubiera cumplido los dieciocho, averigüé que su cuerpo podía ser más inmenso que el mismo océano, sólo con darle cada noche una forma distinta, un recorrido nuevo y especial. Era necesario quererla pese al desapego con el que encaraba cada nuevo quebrar del alba, como si cada día fuera necesario renovar las identidades, presentarnos otra vez como dos desconocidos e ir llevándola poco a poco, con extrema sutileza, hasta el borde de la cama en el que conseguía desnudarla.

Y podía constatar con preocupación que existía ya por aquel entonces una tendencia de ella a sentirse atraída por los aspectos más turbulentos y poco recomendables, el coqueteo con los preceptos más peligrosos de la libertad. Como si su belleza y (mi) algo parecido al dinero no fueran suficientes para todo el provecho personal que podía sacarle a una vida sosegada.
Todo lo que conseguí de ella en su huida fue una postal desde la Riviera francesa y unas rápidas divagaciones sobre la necesidad de un cambio, de virar el rumbo de sus expectativas de aventura y felicidad. Tratando de establecer algún tipo de coherencia en lo ocurrido, mandé algunas cartas a la dirección remitente, y sin ningúna respuesta, fue pasado tres años cuando supe que se había casado con una especie de intelectual francés que tenía mucho tirón en las revistas de la época. Si los años 70 tuvieron algo renovador en el aspecto sociocultural, para Gema fue experimentar con el candor inyectable de la heroína, y esa forma única de viajar y de soñar que le producían los opiáceos.
Cuando su marido apareció una madrugada con la tez pálida y la mirada inerte, cogió su maleta rumbo a su ciudad natal y al encontrármela vi que sus sueños seguían en pie, porque en el fondo los hombres eran únicamente un motivo, nunca una solución, y el fin era la motivación de cualquier medio.
Fui una especie de descanso, y durante algunos meses la dejé dormir en mi cama y en mi pecho aunque sabía con desaliento que nunca podría tenerla, que jamás sería de nadie. Como un torbellino puso patas arriba mi rutina de trabajo y negocios, pero me bastaba con mirarla al llegar a casa, creyendo inútilmente que se quedaría, que vencería la fuerza de la costumbre.
Y es que mi sensibilidad hacia las personas había cambiado por su energía devastadora, por la forma de amar tan temporal, tan intensa en sus achaques y finalmente tan volátil. Me confesó que no supo aprender a quererme, que todo lo que podía ofrecerle era una perfecta estabilidad imperfecta.
Lo extraordinario no es que Gema fuera ingenua en el devenir de su propia vida, sino que los sueños que tenía y la forma de avanzar sin miedos y con una admirable fe en sí misma le hacían conseguir poco a poco los objetivos de su propia manera. Fue reclamada por hombres que le dotaron de la fugacidad de las cosas, la felicidad que existía en las madrugadas, en chequear distintos amaneceres en países distintos, las ciudades que a su paso se rendían a su belleza incontestable.
Creo que mi único error fue anhelar atar a tan excepcional ser a mis costumbres y mi conservadora concepción de los años. El de ella fue morirse demasiado pronto, sin haber cumplido los 60, con el menor de los sentidos, de la forma más incomprensible y sin lograr finalmente la felicidad de su causa de ilusiones caducas.
Aquí hubo una batalla librada y perdida, y la crisis y la materialidad de todo lo que tiene verdadero valor me hacen evocar de nuevo las escapadas de aquella chica que nunca se conformó con aceptar sin más a alguien como yo, y buscó sus propias huellas en sus correspondientes senderos, aunque hubiera errado el camino, la memoria baldía de su figura me hace saber que la quise pese y precisamente por eso, porque ella equivocó sus pasos en un laberinto sin salida pero no dudó en rechazarme por huir de cualquier destello parecido a la resignación.

10 junio 2011

Promesa

Podía verlo, tumbado en la cama, despierto pero totalmente quieto. Apenas era una sombra sepulcral lo que le rodeaba el rostro, y más allá se distinguían aquellos trajes en perchas, colgados en la oscuridad como criminales ahorcados.
Con el suicidio determinamos una acción que no nos exige responsabilidades. Una acto, sea bueno o malo, tiene consecuencias que debemos abordar en un futuro. El suicidio es el único movimiento en este mundo que es auténticamente puro, pues nos exime de las responsabilidades, de los sufrimientos, o de las alegrías a largo plazo. Y después del percutir de un gatillo no hay nada más, por mucho que se empeñen las mentes piadosas. A él también le hubiera gustado poder creer que después de la existencia llegas a ver a un señor de blancas barbas entre bambalinas. Sería el camino fácil, la forma más feliz de vivir y de no pensar.
Pero no quería eso, quería probarme hasta el final, verme en esa habitación esperando hasta que decidiera que era el momento.

Y allí estaba él, con un respetuoso octubre que se volvía gris en su honor, echando por la boca parte de sus entrañas, húmeda bilis que salpicaba las sábanas y el suelo, mientras, de abajo, a través de la ventana entreabierta, dos individuos discutían con pasión sobre la intolerable injustica del penalti que no fue pitado.
Permanecí días sentada en una silla, a la vera de su cama. Admirando macabramente el tono amarillento de su piel, sabiéndole con el hígado destrozado y sin que él dijera una jodida palabra. No sabía cuánto podía aguantar ese cabrón antes de pedírmelo. Una vez mi marido me definió como una hija de puta controladora, puntillosa, de miras estrechas, engreída y satisfecha de sí misma; pero lo de este tarado que se negaba al hospital al saberse sentenciado era desquiciante, el tío más fuerte que conocí en mi vida, que se retorcía de dolor y vomitaba sin dirigirme una palabra o sin comentar al menos “qué tarde más hermosa se ha quedado”. Nada. Quería ser el dueño de cada etapa de su final, marcar los tiempos, tal vez pensar en ello como un mal obligado por una vida desoyendo los consejos de todos.
Una noche, seis días después de entrar en ese dormitorio para cumplir mi trámite, me miró directamente, alumbrado por la tenue y lúgubre luz de una lamparilla, tragó saliva, sonrío y repuso: “Está en la mesita”. Todo había acabado. Una promesa dicha desde bien jóvenes, cuando el amor y el odio se juntaban en la eternidad: Justo antes de morirme, prefiero que me mates tú.
Al levantar lentamente la pistola y apuntar sólo vi en su mirada una especie de amabilidad glacial.

08 junio 2011

Tarea para casa

Planes. Nos pasamos la vida haciendo planes. Unas vacaciones, un examen en el futuro, un apartamento, un trabajo, una novia a la que entregarle tu amor y tu voluntaria monogamia, una hipotética que pedir, una isla que visitar, una cuenta pendiente que cerrar. Mañana. “El mañana”, temible expresión para ansiosos, para tensiones de provecho, cantera para farmacias y farsantes.
El único plan que la vida nos tiene reservado es la muerte. Ése es el plan más perfecto. El futuro cuando aparece lo hace vestido de presente, por lo tanto no lo alcanzamos nunca, al tenerlo y pensarlo ya está ahí, y borra del mapa cualquier después.

“Conocerse bien a uno mismo representa un primer e importante paso para logar ser artífice de la propia vida”, leí en no sé qué guía de autoayuda de algún mameluco, cuando creía en las guías y en las autoayudas. Pero mierda de manatí hembra para todas ellas. Me hice mayor observando mi propio comportamiento desde dentro, analizando las funciones de la mente y sus impulsos como se comprueba las reacciones de un motor, esquivando cada golpe por vivir con intensidad, escribiendo pensamientos en un cuaderno desvencijado, con el señor Waits de fondo. Cayendo en las pastillas recetadas y el alcohol en una mezcla explosiva de salvaje resaca, volviéndome loco, perdiendo mujeres, ganando amigos, teniendo la lucidez para renegar de todos los dioses clásicos y modernos, viéndole la cara al miedo y su mueca burlona.
Gané aplomo, fui aprendiendo a ser más fuerte, más maduro, a expresar mis sentimientos a la gente que más quiero, a ocultarles la verdadera cara del terror.
Tenía un refugio de soledad y música, una mirada al vacío, una botella en la mesita, una masturbación carente de sentido, el fino hilo que teje la tarde cuando cae el sol y las sombras recogen la palidez de tu semblante.
Porque en lo más profundo de ti, frente a tu verdadera mente y personalidad, estás solo, completamente solo contra tu mundo en el que ganar es asunto tuyo, una tarea particular; y ni las pastillas ni la familia ni las guías van a salvarte si no aprendes a salir del pozo, identificar los espectros, enfrentarte a la propia obstinación, codearte con los fantasmas y romperles la cara, a mirarle a los ojos a la nueva semana y decirle que no vas a rendirte. Nos hace vislumbrar un poco la grandeza que atesoramos.
La influencia del pasado como forma de atacarte en la tibieza de la madrugada. Y a su vez siempre hubo un miedo innato, atávico, inexplicable, al futuro, a todo lo que nos queda por vivir y de qué forma será.
Tengo un máster en ansiedades. Puedo jurarles que nunca llegó mañana. Mañana es hoy. Hoy que te tengo, hoy que te irás, hoy que marcharé dejándote un reguero de incertidumbres en la mirada. Hoy. Nada más.

07 junio 2011

Tu metraje


¿Te acuerdas cuando vimos juntos Verano del 42? Y ese punto de vista divertido y a la vez tan conmovedor que me diste mientras te aplicabas una copa entera de Hendrick’s con lima y hielo picado. O cuando estábamos murmurando durante el visionado de New York, New York y quedamos a la vez en respetuoso silencio durante todo el tiempo que Liza Minelli canta la canción ante la atenta mirada de un joven Robert De Niro, sin despegar los ojos de la pantalla, y decidimos ir a Manhattan, o adonde fuera, a disfrutar del jazz y de la vida.
Nunca imaginaste que volverías a aquella isla de la película de Mulligan, siempre te creíste, en tu despreocupada inconsciencia, que no regresarían las imágenes para rebelarse contra ti, el chico malo de los bares de gente bien, el seductor de las insensatas que se dejan engañar con una cita o una canción certeramente recomendada y algunas palabras de filósofo de mierda mientras las miras a los ojos.
Pero la vida tiene esa extraña y cruel capacidad de echar la sal de los recuerdos sobre los fotogramas que más duelen, y hoy han puesto por la tele de cable Sabrina y tú siempre te creíste Humphrey Bogart; por lo que te imagino sentado delante del sofá, volviendo a pensar que aún es posible recuperar algo del encanto de los dioses y también poder irte con la Hepburn.
Pero el buen cine es tan traicionero que nos invita a soñar, a compartir el bagaje emocional, aunque nuestra vida sea una castración de los sentimientos, una forma de existir tullido para el amor y sus deleites. Porque no eres el chaval arrogante y decidido que quería ser Marlon Brando en La jauría humana, más bien estás rayando un tenue crepúsculo en el que el recuerdo se hace camarada del dolor, y ya no tienes noción del tiempo que pasó desde que me dijiste que me parecía a Gloria Grahame en lo perverso y a Eleanor Parker en el rostro.
Soñabas con las actrices de cine y encontraste el dolor y el olvido, al menos en mi memoria macilenta de estampas, y ni tú miras con la firmeza de antes ni yo me siento Jennifer O'Neill bajo la nebulosa del estío.
Pero como mujer me percibo unida a tu recuerdo porque es la película de nuestra vida, pero una cinta por la que pasan diversos personajes que cuando se van, no dejan un fulminante 'The End' sino tiempo real en el quedarse a asumir esas pérdidas y los errores, y las palabras que no estaban en el guión, las que se dijeron de más y los silencios que estuvieron de menos.
Y porque puedes ver y vivir tu propio fracaso, sin tener que proyectarlo en ningún aparato doméstico o en la cómplice oscuridad de un sala de cine. Y puedes percatarte de que las segundas, terceras oportunidades sólo son descubiertas por la gente con suerte, que lo más habitual y lacerante es irse marchitando hasta que se baje el telón, y nadie va a hacerte un homenaje por tu última, larga y más lograda función: es el cuerpo y el alma de tu derrota en directo.

04 junio 2011

Dos décadas

Vidas que vuelven a reincidir. Cómo poder olvidar a la pasional y abnegada Eva. Conocía perfectamente cada mirada de sombría irritación. Era más bien su inseguridad acumulada en el silencio, que provocaba un invisible velo de angustia.
Compréndanlo, yo nunca quise ser el plan de la vida de nadie, y para mí y mis veinte años estar con una mujer que me doblaba la edad era solo una aventura y un golpe para mi masculinidad rebosante de testosterona, que encontraba en mi madura amante un destino donde desplegar toda su fuerza. Ciertamente, tampoco hallaba otros estímulos; desprovista de talento, triunfantemente ignorante, ella había conseguido vivir con bastante comodidad sabiendo lo superficial de casi nada. Pero había algo que me ataba a aquella caótica espiral de la que nadie podría salir bien parado: me escuchaba, me recibía cuando estaba borracho, que por aquel entonces era muy a menudo, y claro, en esa época de mi vida no me flaqueaba esa parte del cuerpo que ahora empieza a notar los efectos de los excesos y de la gravedad.

Y yo no pensaba en sus sentimientos ni en la súplica que el tiempo le había impuesto, pensar no entraba dentro de mis propósitos, me dejaba llevar entre sábanas que olían a un intenso perfume y al amanecer tardío correspondía bastante poco a sus abrazos o caricias con pretensiones de ternura. Era duro e insensato, y desconocía que aquella mujer de intensos ojos verdes (y no menos entusiastas caderas) estaba a mi merced. Aunque de haber tenido esa absoluta certeza tampoco hubiera obrado de forma distinta, me temo.
Caía rendido a su cama después de conquistar alguna fémina adolescente cuyo cuerpo estaba tan prematuramente desarrollado como su estupidez, y ni siquiera podía hacerle el amor porque los vapores que desprendía mi cuerpo rezumaban ginebra en cada poro. Y por la mañana no había reproches, ni indicios de querer reprender mi conducta.
Sólo cuando comencé a oler a otras mujeres (tardías pubescentes cuya juventud aún seguía adherida a mi piel al ir con Eva) llegaron esas miradas sombrías y el gesto amargo. Joven sin preocupaciones de amor ni ansiedades, ni siquiera tenía desarrollado (como sí pasa en las relaciones) ese sentido de la responsabilidad para el engaño. Me limitaba a restarle importancia y además continuaba siendo bien recibido en sus piernas, por lo que tampoco me excedía en ocultaciones.

Pero el gran error de mi Eva fue pensar con insensatez en una compañía perenne. O amar en loca soledad el ímpetu de la existencia visto como algo desaforado, sin prisas, el chaval que se presentaba sonriéndole con desdén al futuro y a los años. A día de hoy, más de veinte inviernos después de mi paso por su vida, creo sigue sola esperando un amor para compartir los últimos lustros en plácida y estable armonía. Espero no le abandone la esperanza.
Porque entiendo más que nunca ese sentimiento de apego. Una chiquilla descarada, de insolente erotismo, con sólo dos décadas vividas me tiene amargado el corazón. Y ella se ríe y mira divertida a alguien que peina canas cuando le abrazo y la observo con ternura.
Sé que no puedo tenerla más que cuando ella quiere, y que no es completamente mía; llego hasta ser insistente y controlador con llamadas inoportunas o esperas cuando sale por la noche. Esa dulce criatura de piel espléndida y andares provocadores; su desapego e inmadurez sólo aumenta la tortura del deseo.
Todos buscamos tal vez el cuerpo con el que sentirnos rejuvenecer, esa tabla de sujeción que contagie algo de vida recién estrenada cuando el descenso grisáceo del tiempo se vislumbra ante nosotros. Y es un descenso que no se detiene, que no perdona.

01 junio 2011

Persuasión


Mañana acudiré a comisaría, pero antes déjame explicarte brevemente, querida hermana, cómo fue el proceso a lo largo del tiempo y a la vez el sorprendente chispazo definitivo que me hizo cambiar de esta abrupta manera el rumbo de mis días. Permíteme que te lo cuente por escrito de manera personal al ser tú mi familiar más cercano.
Estaba en la ducha, dejando que el agua fría (fría de la única manera que el agua de media tarde a conciencia puede estar) penetrara por los poros de mi piel y pusiera un hielo silencioso y cortante sobre mis heridas. Y fue un instante, esa decisión repentina y dura que aparece en la rara reflexión de los momentos más extraños cuando, en una milésima de segundo, como un fogonazo que cruza por mi memoria pero se instala su rastro de forma implacable, me vino la toma de contacto con mi voluntad.

Creo de manera triste me he pasado los últimos años de lo que hasta ahora fue mi existencia viviendo en una coraza ilusoria de recuerdos, como antídoto para el horror. ¿Tú te acuerdas cómo era Andrés al principio? Afirmabas que o me casaba con él o me arrepentiría siempre, que determinadas oportunidades sólo se presentan una vez en la vida…y varios comentarios de ese ámbito. Mantengo aún muy fresco en el cerebro la forma en que su sola presencia me estimulaba, yo tratando de sacar siempre lo mejor de mí, queriendo dar el máximo en cada terreno; y nuestras conversaciones y encuentros primeros, maravillosamente incitantes, evocados después con tanta gracia.
Más adelante, cuando ya se podía entrever en un horizonte cercano las líneas de la boda, sé que adivinabas, por mi sonrisa y esplendor de la cara, el ímpetu, la deliberación carnal de mi futuro marido, la consagración de una pasión exultante que iba más allá de lo puramente convencional.
Luego, mientras todos pensabais que nos iba de perlas (nadie indaga en la profundidad de los dormitorios ajenos, de puertas hacia adentro desaparecen las sonrisas y las buenas costumbres que se ofrendan en el exterior) llegaron los cambios de humor y las épocas de la persuasión, de querer convencerme siempre de su forma de ver las cosas y de restarle importancia con infinito desdén a mis opiniones y criterios, imponiéndose, sacando a relucir las trampas de su personalidad; y un día de improviso, un arranque de violencia demencial, inesperado, una locura que me atravesó la mejilla como una llamarada de odio.

Puedes hacerte una idea del volumen de mi espanto, de la rabia contenida, de lo pueril de mis súplicas. Aquello se convirtió en una descorazonadora constante, aliñada con un velo de alcohol y sangre en su global. Su voz ronca de tabaco y vino sonaba como los cristales rotos de botellas —que me dejaba como regalo en cualquier rincón de la casa—. Brutalmente decepcionado de su trabajo (y por extensión de su vida) se introducía cada vez más profundo en el lodazal de su propio túnel, funesto túnel; mientras mis jornadas transcurrían viendo los auges y declives de un pequeño monstruo, un hombre perdido en territorio enemigo, con el demonio que llevaba en su interior, devorándole paso a paso, incapaz siquiera de una pequeña e inane muestra de cariño, de humanidad; no se dominaba ni conseguía controlarse a sí mismo ni vivir en armonía propia, por lo que arremetía con furia contra la persona que tenía más a mano y que más vulnerable se presentaba, un bucle que lo atrapaba hasta hacerlo estallar también en fieros asaltos sexuales, desprovistos de todo lo referible al tacto.
Yo (fíjate a lo que llegaba por no encarar el terror) disimulaba las llagas de mi piel porque no era capaz de creérmelo auténticamente; pensaba que ocultando bajo la ropa las marcas, tal vez desaparecerían bajo esa capa invernal y también así despertaría de la pesadilla. Evitar mirar el candente surco rosado de los cigarrillos apagados en el hombro, los hematomas de los puñetazos en el estómago, maquillando deliberadamente los capilares reventados alrededor del ojo y otras contusiones que hacían de mi cuerpo la frágil imagen de un muñeca rota, arrancada de las entrañas de sus sueños para volverla ajena a cualquier felicidad que la vida pudiera ofrecerle.
Así pasé tiempo —más del que hubiera soportado otro ser humano sin mi entereza—, mientras vosotras (tú y nuestra ingenua prima) me decíais de hijos, de viajes, o me contabas cómo echabas de menos a papá y mamá.
Pero la cruda realidad que se cobija tras algunos silencios es tan impresionable que ni a la persona que más te quiere eres capaz de acercarte para una temblorosa confesión. No es nada fácil hablar del ruido seco que hacen los nudillos al golpear un pómulo, cómo ese sonido se engancha a tu memoria y te aterroriza en los silencios y en los pasos.
Hoy ya nada importa, cuando hayas llegado hasta aquí, sabrás el desenlace de mi andar por el amor y el odio más intensos.
Te decía, hermana, que algo fuera de mi habitual percepción me tocó en la ducha, aparte del agua fría, como una súbita descarga que me hizo ver clara una idea atroz y necesaria: Iba a matarlo.