Nulla dies sine linea

24 julio 2014

Posesiones

Ella aparcó por fin y consiguió bajarse de un coche de ligera ostentación y dudoso gusto estético, y se puso a caminar despacio cerca de la balaustrada del paseo marítimo, sintiendo de nuevo aquella fresca brisa  familiar, olores y sensaciones que la transportaban a la infancia. 
Y allí, con una mueca pensativa, relajada y ajena a todo el entorno que la rodeaba, su mente voló en divagaciones, y antes de ser siquiera consciente de ello, ya estaba recapacitando sobre el verdadero valor de sus posesiones materiales.
Pronto la palidez de su semblante intuía lo que sus ojos acuosos reflejaban, esa introspección hacia sí misma que ensuciaba su mirada. Qué tenía y qué le faltaba. Y sobre todo, qué no poseería nunca, lo que no sería capaz de hacer, lo que el dinero no alcanza ni mitiga.
Porque los años habían impuesto su particular ley, la torrentera lanzada hacia adelante que no entiende de treguas. Por su mente desatada se le presentaron los hijos criados con limitado cariño que no fue capaz de mantener a su lado; también la novela que nunca escribiría, y los aplausos sordos;  la deuda pendiente que nunca podrá cobrar, las ambiciones fracasadas que ya no tiene razón de ser. Porque siempre se creyó destinada a las hazañas más extraordinarias, a las sensaciones más intensas, al triunfo de la vida notoria sobre la mediocridad.
Y tiene un buen coche y un buen piso y un (aún) buen culo que pasear por el club de pádel. Remiendos con los que adornar su mortaja. Sabe exactamente dónde estuvo el punto de no retorno en el que no se atrevió a romper sus cadenas. La década improductiva en que se dejó llevar, pensando que resignación era lo mismo que responsabilidad. Y no reparó en la ausencia de tesón, de valentía, de garra, con la que lanzarse a lo que de verdad quería. Desafortunadamente, son ya líneas que no se escribirán y proyectos que quedaron en simples amagos. Ese tren no es que ya haya pasado, es que le ha pasado por encima, destrozándola en mil pedazos, y en el interior de su cuerpo bruñido ahora quedan los restos y los remordimientos. Las veces que intercambió sexo por olvido, besos por revanchas. La amiga a la que no ve y el valor que le falta para llamarla, porque el silencio y la vergüenza ya se adueñaron de todo y sabe que es más fuerte que la antigua amistad.
También acepta que nunca dejará de fumar, pese a los estériles intentos que sólo le expusieron fríamente su falta de fuerza de voluntad. Y vuelve compungida al coche, con nuevas certezas en las que nunca había reparado, como la adquirida rutina de preparar su sueño entre el escitalopram y el licor de hierbas, entre la Dormidina y la media decena de cigarrillos.
“Tenemos posesiones, pertenencias. Pero nos falta aquello que pudimos ser y no fuimos. Y todo lo que nunca ya será”, piensa.

11 julio 2014

Sombras



En Canarias casi se ha puesto el sol y aún hay gente en la playa, apurando el sofocante calor que todavía impregna el aire. Un padre, en pie, observa atento, vigilando los chapuzones y saltos de su hija de unos seis años, que corre por la orilla, ajena a todo lo que no sea su mundo que ahora está formando por mar, arena, diversión y riesgo. Yo trato de concentrarme en las páginas de una novela barata, de ésas de no pensar demasiado que entretienen lo justo para pasar el rato y olvidarte de ella en el momento que pasas la última hoja. Ni siquiera la literatura modesta me hace tener la mente ocupada, porque toda ella la llenas tú. De forma inabarcable, para no dejar entrada a nada más.
 Creía que por huir, por irme lejos de mis jornadas conocidas, iba a conseguir desembarazarme del fantasma de tu ausencia. Cómo te echo en falta, Luis, no te imaginas la fase desconcertante que me invadió cuando tú te fuiste. Y eso que desaprobaba tu egoísmo, aquella necesidad de anteponerte a ti a los demás, incluso a tu mujer. Pero ya no podía sufrir la dentellada de la decepción, ya no, porque te conocía demasiado. Estaba tan habituada a ti que todo me era indiferente, más o menos frío y aceptado, primero por inercia y luego por costumbre.
Entonces me parecía bien una rutina de días iguales, esa seguridad que dan los hombres como tú, de los que no esperas grandes acontecimientos ni tampoco intelectos fascinantes, pero saben cuidar lo más básico, son capaces de ofrecerle confort a la mujer más escéptica.
La coherencia de mi vida tenía su médula en tu presencia de olor a tabaco y a la colonia de Reyes. Eras la mejor terapia para ahuyentar mis temores. Me gustaba cuando acariciabas mis mejillas y sonreías de lado, queriéndome en silencio. Qué silencios tan elocuentes los tuyos, tan cargados de sentido. Silencios en el momento oportuno, que significaban una vida anterior aprendiendo a conocerme. Miradas, gestos, ademanes, actitudes…Probablemente mi belleza extraña fuera adquirida gracias a tu forma de mirarme, tan vital y tan necesaria.
Como pude me sobrepuse a los muchos momentos de flaqueza. Me anestesiaba con somníferos y trataba de dormir mucho; cuando duermes, los pensamientos se dispersan. Despierta, siempre recurría a la figura inmensa del cariño que me tenías, a la extrema adoración a la que siempre será tu mujer. Fue el amor por ti el que me mantuvo viva ante la desolación de esos armarios que de pronto se vaciaron, ante la suscripción del periódico que a diario llegaba para nadie, esos pasillos donde ya las pisadas no resonaban al oírte entrar. Qué rabiosa sensación de impotencia invade un cuerpo ante la certeza de la ausencia de otro. Un cuerpo que nunca más transmitirá el amor de los abrazos más sentidos, ni se aferrará a la viveza de las pieles en las noches más frías.

En Canarias se ha puesto el sol y la playa se vacía. Apenas quedan unas figuras lejanas entre las últimas inútiles sombrillas. El bar está cerrado, con la persiana bajada hasta la próxima jornada de ocio y descanso. El padre prudente hace un rato que secó a su hija y se la llevó de la mano, al lugar de la infancia donde los sueños siguen siendo eternos en verano.
No he terminado ni el siguiente capítulo de la novela y está a un lado de mi toalla. Yo sigo sentada, cubierta de sombras; con los pies metidos en la arena, mientras en mi mente tu memoria se niega a hacerse de noche.