Nulla dies sine linea

18 marzo 2010

Encallar

Si existía en el mundo una sola razón para no seguir adelante, sin duda era aquella palabra, que valía más que cualquier declaración y tenía más peso que todos los kits de salvación y ansiolíticos del mercado. ‘Vuelve’, fue la palabra que Bea musitó entre susurros, en una declaración desesperada para que regresara a ella tras mi ausencia de dos semanas. En determinadas circunstancias algunas ausencias se vuelven cuchillas de afeitar y se pasean por la piel cada mañana con el riesgo de perder algo de la dermis, sangre derramada en el lavabo.
Con esa palabra, que era casi un ruego, como recordatorio, me fui de la ciudad aunque nunca me había sentido más desdichado y humildemente perdedor. El lugar al que iba no era agradable, era en verdad un éxodo de mi propia cabeza, el cuerpo era su forma de transporte y la maleta una necesidad superflua. Suele pasar, un día, sin saber por qué, notas que necesitas imperiosamente un lugar donde encallar, un albergue de la propia alma que la acoja y se olvide de todo.
Los días se me fueron de las manos, sueños intercalados con estrellas que nunca entran en casa y algo más necio aún que la podredumbre de la soledad reivindicada.
Es una defensa ante el dolor, sospechaos que un poco de apoyo es todo cuanto necesitamos, y aunque lo podemos agarrar sólo con una mano tendida, nos empeñamos instintivamente en huir de ese calor porque nuestro corazón reclama un armisticio antes de enfrentar otra guerra a campo descubierto. Desearía no haberme ido, poder creer que Bea sería un búnker sin preguntas, sin pasado y sin heridas con las que ajustar cuentas. Pero no dependo de mujeres que me necesitan ni de cuerpos que me provocan, sólo me mueve mi propia supervivencia, como ha sido siempre, y eso está por encima de las esperas en un sofá de esperanzas donde las suplentes se consuelan.
Aquella palabra era una razón para no partir, pero lo hice y volví más deshumanizado, más cansado, más viejo y sin ganar ni un sólo gramo en lo que conocerme a mí mismo.
Busqué su nombre a tientas en la noche en la agenda de mi teléfono. Varios tonos que sonaban a revancha. Nadie espera tanto cuando los ojos del contrario le muestran una huida sin esperanza, una claudicación leída en una mirada que nada podía prometer.

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