Nulla dies sine linea

18 junio 2013

Primer acorde



La primera noche, ella se acercó a él despacio, que, sereno, fumaba en la ventana; y le abrazó por detrás, con sus manos en la cintura. Afuera se extinguían los últimos rayos de sol, y el cielo cambiaba hacia un profundo azul oscuro.
Entonces se dio la vuelta y pudo contemplar sus ojos, sentirse reflejado en esa inmensidad y casi llegar a acariciarla sin tocarla. En sus miradas había deseo y una volcánica hambre de vida.
En el exterior, en algún lugar que no pudieron precisar, sonaba la melodía de un piano, la cadencia sensual del ritmo de aquellas teclas acompañaba el bochorno de ese crepúsculo estival.
Él quiso atraerla, acercándola a su cuerpo, y pudo sentir el aroma que desprendía su piel, tan dulce y embriagador que tuvo que cerrar los ojos para poder aspirar y sonreír. Y las manos femeninas y delicadas se posaron en su pelo y bajaron por su cuello, que era ancho y compacto pero estaba relajado, libre. Subieron la intensidad de sus miradas, transmitiendo seguridad, y se movieron despacio por la habitación, mientras se desplazaban impulsivamente bajo el patrón de un palpitar independiente, sin reparo del lugar en el que la distancia reposaría bajo un tacto ineludible.

Los centímetros eran mitos vulgares frente a la embriagadora calidez que emanaban sus cuerpos, casi una superstición; y más reconfortante se hacía sentir como sus comisuras se elevaban delicadamente, acariciando sus mejillas en el proceso. Él tenía un talento muy suyo para la elocuencia gestual, o quizá era el sabor indefinible de sus labios, lo que hacía destacar en ella esa impetuosa sintonía. Él, tan cerca, disipando manera alguna de ignorar las voces dulces del silencio, quebrado entre susurros. Imposible de soltarse las pupilas, indagaban sin cansancio, buscándose y hallándose en medio de un pequeño instante de esos que son inmortales.
Una batalla estaba al borde de desatarse. Ella acercaba los labios, buscándolo, en lo que parecía sentirse como un aliviado suspirar; un cálido encuentro, y, ¿qué pasaría si no hubiese un mañana?
Qué más que decir, si el fin de los tiempos hacía presencia en cada suspiro a contra piel, y así habían aprendido a vivirse, en el sisado arte de suceder. A morir se aprende entre guerras y frenesí que la vida ofrece, turbadora. Y a morir plácidamente, invitaba el reloj.
Ella se apartó un poco, dio un paso atrás, y posó firme la mirada en sus ojos; en esa mirada que sólo un hombre apasionado puede poseer, ¿cuánto tiempo habría pasado?; en la ventana aún reposaban las huellas de un ocaso sin luto.
Daba un trago a sus propios pensamientos, y en medio de temblorosos toques soltó su cabello; con aroma a ella, a noche; y de un momento a otro se despojaba del entorno y de ella misma, se hacía polvo y viento, piel y efecto, instintivamente.
¿Habría sido necesario también despojarse de sus ropas?... Él la observaba sin decir nada, perdido en el vaivén mutuo de la respiración, en el contorno de sus bocas, en el recuerdo casi presente de sus últimas palabras; y poco a poco se acercaba impulsado por aquello que dominaba el lugar, en la humilde veneración que emerge de fusiones intangibles.

¿Aquello era real? No habría manera de saberlo, no en medio del trance distractor, naciente a merced de un vistazo clavado a cuestas de sus caderas, todo ajeno a la cotidianidad. Siempre había sido igual que la primera vez que estuvieron cerca, la experiencia adornaba el presagio de un acto evocado. Ella, era suya. Dejó una mano en su pecho, obligándole a retroceder, llegando a su mandíbula y encajando perfectamente; era más que besarle, era más que la dulce y a veces tierna alevosía del deseo; debía cerrar los ojos para entender y sentir el sabor que sólo allí hallaba, tan suyo, ofrecido bajo rítmicos argumentos, bajo la influencia de resquicios de otras noches y otras vidas que arrastraban en su memoria genética.
Así, su primera noche empezó como un intercambio de pasiones que luchan por salir. Con el único testigo de un piano lejano, se fueron poco a poco curtiendo en las pieles del otro, en las profundidades más ardorosas de su ser
...Y lo que desde allí hasta el amanecer aconteció, es sólo territorio de ellos. Lugar vedado para literaturas curiosas.