Nulla dies sine linea

16 enero 2014

Aquel esplendor



"Dedicado a esos muchachos y chicas que se acercan en ocasiones tímidamente y, en otras, como los que buscan una tabla en el mar, después de un naufragio. Porque creo que tan sólo eso puedo ofrecerles: precarios restos de madera".

Qué significado voy a otorgarle yo, qué remedio vamos a darle a la juventud venidera, a los nuevos delineantes del abismo, nosotros que hemos jugado de manera irresponsable con nuestra salud, nosotros que alentamos al peligro, temerarios habitantes de la noche, utilizando las drogas como remedio.
Hijos del Bukowski Club de Malasaña y de la crisis, alcohólicos herederos de Fitzgerald en las barras de la madrugada, solitarios merodeadores de los pub de Londres y de los hostales sórdidos de Europa Central.
Cuáles son las recetas ante el infortunio, ante el horror y la soledad, de qué forma encarar los golpes de la vida cuando viene en forma de traición. ¿Recomendarles que se entreguen a los vicios anestesiantes, que busquen refugio en la literatura?
Nosotros, que construimos un torbellino desatado y éramos jóvenes y hermosos mientras pasaban las semanas muertas, que fuimos aventureros perdidos en territorio hostil y cálido, apurando cada sábado, que creímos en los ilustres escritores muertos como una coartada moral mientras nos tiemblan las manos al hablar con una mujer, no por nerviosismo sino por si pueden oler nuestra derrota, mientras nuestra vida se nos iban pensando en el pasado que ya no volverá y en el nebuloso futuro que no iba más allá de la resaca del día siguiente.
Nosotros que crecimos creyendo en las estrellas del cine, en la luminosidad de los focos y la belleza eterna, como si pudiéramos entrar a formar parte de ese esplendor, mientras hacíamos tintinear los hielos en el whisky y fumábamos como Robert Mitchum en 'Adiós,muñeca', utilizando la conversación como arma cultural. Y aunque conseguimos conquistar a algunas princesas, han sido muchas las que han quedado heridas en el camino, por nuestro lento caminar que arrasaba con todo sin importarle nadie demasiado, cansados como estábamos de corazones rotos y de caras de porcelana que escondían dentro seres abyectos.
A pesar de nuestras bajezas hemos intentado seguir siempre unos códigos de honor, que nos convirtieran en personas aunque fuéramos seres en entredicho. Sombras desesperadas porque muchos de nuestra generación ya habían dejado de salir y de vomitar, en eso que llaman formalizar, y les dedicamos un pensamiento entre sonrisas y miradas, buenos gestos y anécdotas, para rescatar algo de esperanza ante el fracaso, con nuestras caras juveniles aún sedientas de ideales, mirando el nuevo día en distorsión como si quisiéramos retroceder diez años, pensando en la treintena y en todo lo vivido, a medio camino entre el desgarro y la belleza.

Nosotros, que encontramos compasión en los labios que quisieron cedernos un beso fugaz, que fuimos rehenes de nuestros sentimientos desbocados y de nuestra necesidad de apagar la sed en copas sin fin.
Qué lección vamos a volcar, entonces, en aquellos que vendrán, aún más desganados, con la gélida perspectiva del exilio en la mente y la precariedad laboral, buscando ellos también oasis en los baños de bares y fuegos artificiales en las luces de neón. El momentáneo espejismo de la desbocada juventud eterna. Aunque un día se despierten y el punto ideal se haya ido pero quede la resaca, la depresión, la angustia existencial. Tal vez encontremos confetis en los zapatos, restos de las fiestas agonizantes que una vez fuimos, mientras esperabas verla de nuevo aparecer, doblar la esquina de la barra de aquel bar.
Y me acerco a eso que los pioneros llamaron formalizar. Tener una boca junto a la que despertarse cada día.
Ahora que la noche ha terminado, queda la sonrisa de comenzar el camino de un nuevo alba. Aunque haya un breve momento en el que piense, si echaré de menos ese otro amanecer, el que se distinguía nebuloso a través del humo de los bares.

09 enero 2014

Te conozco



Nunca sientes la vergüenza del silencio

Hay personas que asumen lo incierto de la vida con valor y coraje, aceptando lo inevitable de las variaciones, enfrentándose cada día con una fuerza inusual que les otorga además el desconocer el futuro, lo que les parece una idea fascinante, aunque se planteen angustiosos interrogantes acerca de la existencia.
Pero nunca tuve alma de aventurera, y no me gusta improvisar, corriendo el riesgo de quedar a la intemperie del destino. ¿Quién quiere arriesgarse? Ser valiente en la edad más fértil y peligrosa a veces conlleva ser estúpido. Los amores de las novelas y las películas son eso, burdas artimañas de la ficción, pero en la vida real tienes que jugar con las cartas que te dan, y no merece la pena envalentonarse con un órdago cuando tienes una mano segura. Y confortable.
Los amores no tiene que ser intensos, deben ser incondicionales. Duraderos. Que no se planteen demasiados interrogantes y acepten las respuestas de buen grado. El enamoramiento es el camino más fácil para volverse loca. Me basta un amor que no me falle.

Me da igual que me tachen de conservadora o conformista, es muy de ideales de juventud preferir volar libremente, a expensas de los disparos, a quedarse en tu jaula de oro. A mí los barrotes no me incomodan. Los tengo desde siempre, forman parte de mi memoria genética. Y me dan calor. Consuelo. Respiro. Es confortable tener una seguridad que ha sido perfectamente meditada.
Está bien contar con posibles, ser admirada, huir de los rumores, mantener una marca intachable. Esa firma lo acredita. Lo siento mucho por las hienas y resentidos, pero yo soy la señora de. Quien quiera acusarme que tire la primera piedra. Que levante la mano el que no lleve a cuestas algún tipo de hipocresía en su vida.
Lo que pasa que les fastidia verme sonreír, contemplarme bien vestida, impecable siempre, con una familia maravillosa que prefiere no hacer preguntas para perpetuar este sistema que nunca ha dado que hablar.
El único pero que puedo destacar es que, de vez en cuando, cada mucho tiempo, se me cruza alguien que me mira, y parece que en esos desconocidos ojos hay rescoldos de otros tiempos. Esa persona que no dice nada, sólo un simple intercambio de miradas, pero que en sus ojos firmes encuentro un escalofrío, breve, fugaz, como si me hubieran descubierto y dejado desnuda y expuesta, adivinando como soy; un escalofrío porque me parece que en su gesto del rostro puedo leer: "Te conozco".