Nulla dies sine linea

04 octubre 2012

Relieve





Cuando ella sonríe, es como volver a la infancia. Dejas de ser quien eres para entrar en la nebulosa de su hechizo. Como si las cercanas y lejanas hostilidades del mundo no existieran, y de repente tuvieras la certeza de que todo irá bien. Y nada te preocupa. Es esa serena placidez que transmite con el simple gesto de su boca y sus facciones, mezclada con la ternura que te provoca su rostro de muñeca; y ya parece que la felicidad puede ser nítida y clara como el verde azulado de sus ojos, como los vestigios de un sueño ingenuo.
Basta con verla así. Seas un viandante, un conocido o un amigo. Porque algo muy especial se esconde en los rasgos de las mujeres bonitas, parecen estar llenas de vida y de belleza para regalar.

Yo la tengo aquí, a mi lado, y soy plenamente conocedor de lo que hablo, y además puedo adivinar la exacta sensación que experimentaron todos los hombres que estuvieron en disposición de disfrutar de su sonrisa.
Soy un afortunado con causa. Está en el salón, sentada cerca, mirándome con su dulzura recurrente. Le digo algo gracioso, un comentario original y me vuelvo divertido con ella. Ríe. Lo hace con ganas, con veracidad. Y entonces no existen los madrugones, ni las prisas febriles, ni las discusiones de viandantes ni la ciudad loca que se sumerge en su propio humo. Nada de eso es real en ese momento. Un éxtasis que se acentúa cuando beso su cuello y sus hombros y me impregno de su olor femenino, ese aroma a piel de mujer y a vida carnal.

La miro a los ojos y paso mi mano por su mejilla. Cálida y afable. Como si fuera el retrato de algo hermoso y fugaz que bien merece un invierno. Y le digo, en voz baja, pero sin llegar a susurrar: "Quiero poder verte y acariciarte tal como eres, en todo tu esplendor. Que en tu cuerpo no haya ni una sola prenda. Que el suelo de la habtación esté alfombrado con tu ropa, pero tú estés desnuda y relajada echada boca abajo sobre la cama, mientras yo empiezo a recorrerte".
Entonces ella se pone seria. Durante un par de segundos me mira en silencio sin expresar emoción alguna; y después abre su sonrisa, más grande que nunca, una sonrisa que ilumina toda la estancia.