Nulla dies sine linea

28 enero 2012

La fauna






Era preciosa: volvía a comprobarlo, aunque ahora se pusiera triste, aunque el dolor le seguía como una sombra, igual que la nube de humo de cigarrillo y una débil fragancia de whisky que iba dejando a su paso. Para Fran todas las aventuras de la vida se concentraban en los tres inolvidables años que había pasado a su lado, y el mirar con el alma encharcada de alcohol aquella foto no le hacía más que recrearse en su derrota, como una especie de perdedor consciente y complaciente, con variables evocaciones del paraíso perdido. Volvía a poner la fotografía en la cartera, y alzaba la cabeza melancólico, entornando los ojos, escudriñando a la camarera que estaba al otro lado de la barra.
María miraba con interés un cártel de Aretha Franklin que había en su lado de la pared. Melodías como aquélla eran las que hacían estremecer sus noches, y habían sido una compañia inigualable en las largas madrugadas cuando la vida era una nota a punto de vibrar, una felicidad que viene y va pero nunca se escapa. Porque mucho tiempo atrás, cuando todos tenían veinte años, algunos jugaron a la inmortalidad de la perpetua juventud y otros torcieron su camino alejándose de todo en lo que creían, sin regresar para unirse a los que no cayeron en la trampa de un destino ordenado.
Héctor apenas escuchaba las historias sin interés y ligeramente ordinarias que su compañero de oficina le contaba, simplemente le había traído como excusa, le conveció para tomar algo para así ir acompañado a beber un trago, y porque esa tarde en el trabajo, como de costumbre, tenía la sensación de que era el único ser real en una colonia de fantasmas, automatizando tareas y horarios, rutinas y costumbres.
Patricia ponía copas de forma mecánica, como si fuera a salir antes por hacerlo más certeramente y de forma precisa. Intentaba no interactuar mucho con los clientes, y hacía como que no se se daba cuenta del tipo sentado en un taburete de la esquina que le miraba persistentemente el escote. De algunos había memorizado sus caras, habituales de la noche envueltos en un aura de anonimato con los que intercambiaba billetes de ida y vuelta y alguna breve sonrisa que apuntaba a recuerdos inquietos.
Sergio le hablabla despacio, intentando aparentar una tranquilidad que le empezaba a flaquear. No se cita con nadie en ese sitio para terminar, y menos en el lugar donde la conociste, cuando la ilusiones y los besos tenían cabida en una canción. Su pelo parecía de un negro más intenso en la oscuridad del local, y pensó que tal vez esa melena nunca volvería a dejar su olor sobre la almohada, y por un instante comprendió que jamás en la vida iba a echar nada tanto de menos como ese olor. Pero el significado equivalía respetarse a sí mismo, anticiparse a males mayores antes de verse atrapado en el fracaso más absoluto, cuando es demasiado tarde para dar marcha atrás.
Iván y Daniel reían entusiasmados en una de las mesas en semi oscuridad, en ese estado de agradable y fulgurante embriaguez que despunta durante una hora antes de hacerse intratable. Maduros, en buena posición, lo suficientemente vitales para aún sentirse jóvenes, celebrando un reencuentro y un negocio, recordando anécdotas de secretarias ingenuas.
Lorena permanecía de pie y mantenía ciertas distancias, seductora como siempre había sido, con esa especie de magia tenue, elevándose espléndida e inalcanzable sobre sus adoradores y los hombres que la deseaban; y dando la impresión de que todo estaba bajo su control, como si el bar fuera un barco y lo contemplara desde el puente de mando. No se trata simpre de la cama, pensó, aunque para los hombres sí, a pesar de que sientan amor y hablen de él, lo sufran y lo conversen.
Todos ellos formaban parte de un vínculo, sin saberlo, un círculo de historias, miradas y sentimientos que se difumina al romper el alba, con los primeros rayos de sol que anuncian la mañana.