Nulla dies sine linea

31 marzo 2010

En silencio

Y le había contado cosas que estaba seguro jamás había contado a nadie, y presentía que le contaría muchas otras, todavía más terribles y hermosas que las que ya le había confesado. Pero también intuía que había otras que nunca, pero nunca, le sería dado a conocer. Y esas sombras misteriosas e inquietantes ¿no serían las más verdaderas de su alma, las únicas de verdadera importancia?
'Sobre héroes y tumbas'

Dicen que hay que tener sensibilidad femenina para poder captar la esencia, la tragedia y la emoción de ‘Las horas’, de esas películas que te impresionan a perpetuidad.
Tal vez debido a esa falta de sensibilidad cuando con mi marido la vi en vídeo hace seis años él se quedo frito en el sofá a los veinte minutos. Le desperté de un suave toque en el hombro. No me enervaba su cara de sopor y aburrimiento llegando el final, como un niño que desea que algo acabe para ponerse con la videoconsola, pues por aquel entonces estaba enamorada y no prestaba mucho detalle a esas cosas, el cerebro obvia parte de las cualidades molestas de las personas que amamos para evitarnos verlos como lo haría una realidad trasparente e imparcial.
Pero eso era hace seis años. No tomaba en consideración sus desprecios hacia Meryl Streep ni la relación de vasallaje y sumisión que aún así tenía conmigo. Le hablaba de las sensaciones que florecían con tales cintas y la forma íntima que tenía de pensar, y parecía escucharme, sonreír, comprender, más en una adoración ciega que en un verdadero entendimiento.
Pero ahora llego a casa un sábado y me lo encuentro esparciendo cómodamente en el sofá, con una lata de cerveza en una mano y viendo el fútbol, como el icono de la nula capacidad comunicativa existente entre nosotros, implicados poco a poco en una red de indiferencia, una desazón que noto se instala progresivamente en nuestras vidas y de forma irreversible, por la falta de cooperación, porque no intenta saber hasta dónde callo y mis emociones íntimas y desatadas, mis pasiones ante la manifestación del arte y la belleza, querer a través de las novelas colarme en la vida de todas las mujeres que nunca seré y romances que jamás viviré.
Dejo que mi memoria recorra el remotísimo tiempo de los inicios, cuando la peligrosa ingenuidad implícita en cada uno de nosotros me hacía pensar que siempre sería para los dos como un largo verano al que nunca se le helaría el alma. Las confesiones a flor de piel de nuestro románticamente desesperado atardecer en que nos prometimos, la pasión enfermiza de la noche de bodas en la explosión de cuerpos…ahora todo parece envuelto por una frondosa capa de maleza, como musgo que se impregna por las paredes de la casa y por más que limpiamos sigue saliendo cada vez en mayor abundancia, sin opción de contenerlo. Tal vez una de las mayores injusticias vitales es que en el existir no hay posibilidad de dar marcha atrás, de recuperar un esplendor apagado, muerto, asesinado por la propia vida.
Ahora a él sólo le importa el sexo y el fútbol, y lo primero es cada vez más impersonal, más deshumanizado. Ya ni hago la intención de expresarle los estremecimientos provocados por la última gran obra maestra estrenada, ni tengo pretensiones de confidencias íntimas; mi deseo de rejuvenecer de vez en cuando, la libido que permanece dormida, la sonrisa del chico nuevo de la oficina y que él ignora porque me tiene segura, segura y aburrida. Piensa que todo lo dicho en los inicios es suficiente, que ya sabe el cómputo de mí. Me venera pero no me conoce, me quiere pero no comprende la esencia femenina. Qué razón tiene esa frase: Callar también es mentir. Y yo callo no por no herirle, sino porque estamos a años luz el uno del otro, imposible lograr la avenencia, a estas alturas ya lo sé. Entonces le miento silenciosamente cuando le observo con su cara entusiasmada ante el partido, ignorante a la sofocante rutina que me atrapa, y me invade una terrible pena de mi misma, que es tal vez el más atroz de los sentimientos.

Wyeth

Puede que vengas justo en el momento que menos te necesito. O puede que no. Ahora adoro el silencio de tu mirada profundamente triste. No sabría explicarlo, pero tienes el mismo color de ojos que la bruma de mis sueños donde te llevo observando varios lustros. Hay niños correteando por la calle y dos hombres imprudentes cabalgando en el interior. Es lógico que me tomes por un loco, por un Harry Haller más que reniega de su condición dentro del mundo. Pero no es así.
Creo sinceramente que estoy consiguiendo poco a poco hacerme con el control de la situación, de tu propia voluntad. Esa reticencia arisca que tanto me atrae, tu negativa a dejarme ver el mundo que escondes… y sin embargo intuyes constantemente que soy alguien perdido en la vida entre supervivencia y alcohol, maldita sea, nunca vendas una imagen de perdedor que no te corresponde, tan sólo se trata de dignificar lo que hago. No volverán los demonios tan pronto querida. Me dejas acariciarte desnuda para calmar la ansiedad. Ayer hubiera caído en la demencia si continuara en solitario. Esta vez tengo tu fuerza, aunque siempre es temporal, siempre te acabas yendo y llega otra, nunca me he acostumbrado a esa estacionalidad transitoria, a la expectativa. Pero acaba por aparecer otra con la que jugar a la madurez y simular destruirnos hasta convertirse en realidad. El cine siempre fue un sueño, una forma de huir, un doloroso retrato de nuestras miserias.
Hoy creo que por primera vez te he visto llorar, pero no estoy seguro. Decías que porqué me hacía eso a mí mismo, si no podía dejar de hacer daño a los demás también, que no comprendes cómo puedes estar enamorada de alguien así. Pero tú también te rendirás, créeme, saldremos de la vida del otro por la puerta de atrás y dando un portazo, querrás verme desaparecer. No, no digas que nunca va a pasar. Sólo somos seres débiles imaginando ser fuertes, perdiendo mientras asimilamos victorias, soltando cuerda, matizando el tiempo, midiendo los besos mientras insultas y quieres. Te digo que estamos al principio, con tanto miedo como coraje suicida, vagamente conscientes de que arderemos pero con una incontrolable fuerza que nos empuja a seguir adelante, siempre bailando, hasta que de nuestro último tango no quede nada. Me empiezas a querer. Ahora estás dentro, pero no nos pertenecemos. Sólo una brecha más, sin duda, un peligroso camino de difícil retorno, pero convencidos de morder. Habrá sangre de nuevo.
Existe cristal de heroína en el reflejo del mar que nos hace navegar permanentemente a la deriva. Iré hacia abajo y desearás salir a flote, sin que te arrastre en mi descenso. Carita de porcelana, alma atravesada por el elixir de la droga. No volveré a buscarte. Nos consumimos y te abrazo para prendernos fuego.
Estudio las alternativas que la vida me ofrece. No hay demasiado para escoger. Nadie desde arriba nos amenaza con el infierno. Continuaremos adelante aunque de nuestro estómago mane bilis y panza arriba te subas sobre mí.

Dejo las rayas de lorazepam a un lado. Las he cortado yo para frenar la abstinencia. Miro la botella en el suelo. Tú me miras a mí. Sonríes. Yo vuelvo a beber. Afuera es otra vez de noche.

29 marzo 2010

Esperar

Existía una promesa de lluvia en el cielo que comenzaba a anochecer, impregnando la ciudad de tonos grises y cetrinos de este huraño martes primaveral. Ella estaba apostada sobre la esquina de la avenida junto al parque, los ojos puestos en los viandantes con una expresión de tensa expectativa, mientras daba rápidas miradas, casi como reflejos instintivos, al reloj de muñeca. ¿Por qué tardaba tanto? Se supone que ésta es la hora en la que debería verle, aparecer por la avenida rumbo a su casa.
Con el tiempo memorizó bien los itinerarios y rutinas del hombre por el que había aprendido a esperar, sus movimientos y la forma de convivir con el barrio y su calle.
Algunos niños corrían tras una pelota por entre las piernas de sus madres y la acera, totalmente indiferentes a la ciudad y a aquellos quienes la habitaban, sólo reían despreocupados en una etapa de maravillosa ignorancia pero con bastante lucidez.
Pasea con pequeñas zancadas, apenas unos metros, arriba y abajo, con una calma inquieta de un semblante suntuoso que se adivina debajo de la chaqueta, esa ondulada marca de los pechos y sus andares de leve contoneo por la pronunciación de sus caderas. El rostro es hermoso pero de gesto impasible y rasgos cincelados, la frente alta, las cejas duras, y aún no se le ha visto un atisbo de sonrisa en su boca tallada a rojo carmesí.
Sobrevenía algo eléctrico en el aire, un viento nordeste que anticipaba tormenta levantaba bolsas y papeles del suelo y algunos peatones acrecentaban el paso encogiéndose sobre sí mismos. ¿Dónde demonios está? Consulta fijamente el reloj, como si al clavar la mirada penetrante sobre la esfera precipitara los acontecimientos, o al menos los provocara.
Se percata y fija entonces la mirada en la figura que avanza calle abajo, dirección al parque; un hombre de cazadora vaquera marrón y espalda turgente que se protege del resol y el viento con unas gafas oscuras.
Ella se movió tres zancadas hacia delante. Un poco más tarde de lo habitual pero por fin aparecía. Caminó despacio de forma transversal hasta quedar prácticamente detrás, con una decena de metros de separación mientras él metía la mano en el bolsillo del pantalón para sacar las llaves. Abre el portal, ella ya se encuentra a su vera, y entra, sin que se percatara, inmediatamente pegada a su cazadora, en un movimiento rápido. Esa sensación cuando percibimos una presencia es la que le hace volverse. Sus ojos al principio expresan desconcierto y sorpresa. Ella da un puñetazo, un golpe ascendente rápido y seco a la boca del estómago, tal como le enseñaron. Se dobla sobre sí mismo con un hueco ‘¡hooo…!’ y permanece medio inclinado, casi de rodillas. La puerta está cerrada, no se oyen ruidos en las escaleras y el ascensor está parado, al menos de momento; tiene que ser rápida. De su chaqueta saca el imponente cuchillo de hoja plateada y mango de madera gris. Él tardó unos segundos en ver el reflejo del filo, y sus ojos entonces se abrieron por un repentino asombro que escondían resquicios de entendimiento. No hubo lugar para las suplicas porque de un mecánico gesto ella hundió la hoja en su cuello, en la parte derecha, oblicuamente a la altura de la clavícula, que se partió con un sonido hueco, como el emitido por el hombre al que se le acababa la voz y la vida. La sangre brotó aparatosamente, saliendo un chorro vertical, formando un violento abanico en el suelo con grandes pegotes de gotas de un color intenso. Ella pudo oír el desgarro de la carne y los músculos al sacar el filo haciendo un esfuerzo con las dos manos. Él se derrumbó sin emitir ni un murmullo de espanto o resignación. Alguien en un piso superior puso el ascensor en marcha.
Salió rápido pero no precipitadamente del portal y encaminó calle arriba, dejando atrás en un lacerante cenagal de sangre al hombre que dos meses atrás la había violado. Dos meses de silencio, de conocer, de investigar, de verle entrar y salir, de esperar.
Las gotas comenzaban a precipitarse sobre la ciudad, ya nocturna, con un constante tintinear cuando seguía caminando y permitía que el agua del cielo empapara su frente.

Llagas

Entrar de puntillas en el mundo de Alejandra es como adentrase en una de esas casas vacías que aún guardan fantasmales evidencias de un ostentoso pasado mejor, donde los suelos y azulejos sugieren vidas anteriores, vestigios de fiestas que ya se han terminado, de voces que se fueron apagando pero que aún parecen coexistir entre las paredes y los muebles, los grandes tirantes de madera cubiertas de polvo. Su mente se asemeja a un cóctel formado por los restos de una orquesta que ya no toca, melodías de otra época, de veranos incompletos, más años que promesas que se dicen en la cama y muchas barras en la mirada.
Ella me habla con la calidez cercana y a la vez tan remota y misteriosa. Tengo la impresión cuando estoy con ella que su melancolía es intrínseca a su alma desvencijada, que en cada calada y cada trago vive palpitante un deseo de nada. Hablan sus silencios de los días de vino y rosas y de partidas en las que daba igual la derrota de todo lo que soñaba. Y le tiemblan las manos al coger la copa, bebo a su lado y entre sus piernas y sus arrugas de los envites del existir me gusta explicarle que está equivocada en su mirada pesimista y su empeño en radicalizar el olvido. Hacerle ver que en el combate sin tregua contra el tiempo él es una parte imprescindible de todos los recuerdos que dejaron de latir, que no sangran, pero indiscutiblemente forman las cicatrices de la memoria que nos van conformando y nos convierten en lo que somos: una acumulación de fracasos y victorias, de ridículos por ilusiones, de mil vidas dentro de una vida, el conjunto de las noches y el alcohol y las risas y los amigos; ese instinto de supervivencia y la piedad de los suicidas que nos enternece y nos asusta. Le hablo de la esperanza y de admitir el molde que somos, incluyendo también aquello que hemos dado por perdido, sin culpar al destino, brindando por todo ello.
Alejandra me observa, sonríe y afirma sin acritud que soy muy joven para entender muchas cosas, y me besa la frente con tierno apego, me invita a vestirme y a abandonar unas sábanas tristes que aun saben a miel. “Te encontraré si te necesito”, me dice con una mirada segura y directa de quien no busca ni consuelos ni distracciones. Pero yo la necesito más a ella porque entre su cuerpo de llagas invisibles y su vistazo turbado del mundo hay mucha experiencia de la que beber, aunque seguramente en un momento de extrema lucidez se percatará del final de la fiesta y también a mí se me cortarán las alas y se marchite la juventud. Probablemente no nos salvemos ninguno de los dos.

23 marzo 2010

Grilletes

Quizá la idea de "Hacerse un porvenir" sea la que haya castrado más gente en este mundo, pues hacerse un porvenir significa hipotecar el presente, y resulta siempre que ese porvenir no llega nunca, y en pos de esa quimera se han desperdiciado la juventud y la vida.
El porvenir tan sólo llega el último día de nuestra vida, en el último minuto, y lo queramos o no, detrás del porvenir no hay nada.

'Anaconda' , Vázquez-Figueroa

A ella sólo le dije que sus propuestas eran ridículas, que se bajara de esa carroza de cenicienta y no me hablara con tantos años de anticipación de supuestas bodas y demás insensateces. A ustedes les diré que me llamo Fernando y necesito y debo confesar que con 18 primaveras no puedo permitirme el incauto lujo de andar siempre alzando la vista para echar cuentas hacia los años del horizonte, tocándolos, imaginándolos como bolas de un rosario y aplicar sobre ellos unos objetivos de proyección perversa.
La ansiedad que provoca ser dependiente de un orden social y supuestamente moral establecido que me restringe sólo se puede poner freno con el “ya se verá” y la tranquilidad como forma de vida y prioridad existencial. Hay demasiado ignorante infeliz embrutecido por un título universitario y un estatus, que sólo le coarta y le amarra a las restricciones que él mismo se impone y sus ingenuas expectativas de futuro. Un día todo lo que creía sólido se viene abajo y no sabe cómo encajar el golpe, se quedan perdidos por haber confiado en estructuras de papel, en planificar sueldos y también emociones, ponerle coto y fecha incluso a los sentimientos.
Mi objetivo es acabar cuanto antes con lo que quise (necesité) estudiar y después tener la certeza de que la maleta espera en el interior de un armario, y ella sospecha que quiero tomar cada pedazo de aire de todos los lugares que interiormente me solicitan, negar la existencia de un destino para todos los hombres y sólo yo buscarlo en cada rincón, con pisadas sobre tierra fértil que me vayan dirigiendo de una estancia a otra, de miradas y olores, de despedidas y aeropuertos, pieles errantes de mujeres que con el tiempo pasen a formar parte de un recuerdo rememorable a través de una sonrisa, mujeres que no esperan promesas hipócritas de quien tiene toda la vida por delante y un cargamento de inquietudes en el equipaje de sus perspectivas.
Ser auténticamente libre con la asistencia de mi talento, con el apoyo del amor fraternal pero sin que dependan de mi prolongada estancia en casa. Me niego a que la vida dance imparable por delante de mi ventana y no la siga en su exuberante baile sólo por estar programando esa estabilidad que me lleve al tedio vital. Resignarse es algo que no va conmigo. Resignarse a lo que te dan hecho, por seguir la inercia de los años, resignarse a aceptar lo que ya tienes o puedes tener, resignarse a una mediocridad insana por no enfrentarse.
Voy a morder con devoción el asfalto de todas las carreteras que tenga que atravesar y empaparme con el olor a acero de los raíles de las estaciones de tren en las que detenerse. Coger sin miedo un barco que zarpe a mares gélidos, moverse porque sí. Ponerse a recapacitar mirando la inmensidad del océano desde la proa de ese buque. Ir leyendo acodado en la ventanilla de un autobús, guardar libros en el equipaje, establecerse en cualquier rincón que el alma solicite. Comprender el mundo exterior para así entender el interior.
Observar y nutrirse en esas culturas que tanto nos extrañan, pasear por paisajes envolventes, y dormir en buenos hoteles en malas compañías. Entrar en los cines más solitarios y los ciclos de los nostálgicos. Ingerir los licores típicos y los clásicamente cotidianos; me atraen deliciosamente las barras de cualquier país en las que beber y brindar por la juventud y su tantas veces corrompido tesoro. Probar, experimentar, guardar. Posibilidades que el mundo propone y a las que ponerle los grilletes sería muy insensato para cualquier persona que anhele exprimir el jugo de todo lo que se nos ofrece.
Y hallar sin buscar, ni siquiera presentir la llegada. Larga es la experiencia para saber que ignoro el momento en la espiral del tiempo en que se presente el rostro y personalidad que amar definitivamente. Así, tal vez en un lugar apartado en medio de la travesía estés y te encuentre, simplemente suceda; cansado y con ganas de un sedentarismo que supuestamente conlleva la madurez, plantar raíces junto a ti y continuar en armonía ese rumbo jamás planeado.

18 marzo 2010

Guardar

(…) que la dignidad no tiene precio, que una persona empieza por ceder en las pequeñas cosas y acaba por perder todo el sentido de la vida.
'Ensayo sobre la ceguera'

No se puede rellenar de embustes a la instruida soledad, ni evitar enfrentarse cara a cara a su esclarecedora realidad. Algo rondaba cerca, podía sentir la presencia, externa o tal vez interna ¿Qué era aquello que parecía posicionarse al plegar el día cerca de su almohada? Inmensos espacios de miedo. Diana miró a su alrededor, esa oscuridad que cubría todo sobre su cama, y vio el terror de la mentira encubierta. Esa mentira que aumentaba con los días y se alimentaba de sí misma, hasta ahogarle en la certeza de que jamás diría la verdad a su propio destino ni le pondría freno a lo insensato. ¿Es mejor vivir con el constante miedo a no ser feliz que dañar con el cuchillo de la realidad y hacer las paces consigo misma? Mientras se debatía sobre esas cuestiones morales, los espacios de angustia crecían sobre su dormitorio y la iba aprisionando en una cárcel invisible e imaginaria que en días de bochorno la cercaba también en la calle, a la salida de los locales y camino del estudio. Llevar esa carga cerca, agazapada a ojos externos pero instalada en su interior como una agotadora okupa, la convierte en reo de sus miserias, y aunque sabe que la verdad la hará libre prefiere esperar a ver que le depara la estabilidad fracasada y evitar así los daños de varias confianzas perdidas. Comprendía que su manera de actuar también había sido una vía para la salvación, pero ahora la visión de las pasiones agotadas le sonreía fríamente desde el rincón de su cuarto, con una insolente mueca de arrogancia. Recordar, olvidar, crecer, desechar. Ella creía en una justicia más alta que las de los hombres, pero no le atormentaba arder en llamas por salvaguardar un supuesto honor inexistente. En el límite del entendimiento y de la conciencia, Diana comprendió que, pese a todo, era mejor vivir bajo la tensa pero llevadera calma de una mentira vigente que arriesgarse a sufrir el desprecio por una sinceridad necesaria.

Encallar

Si existía en el mundo una sola razón para no seguir adelante, sin duda era aquella palabra, que valía más que cualquier declaración y tenía más peso que todos los kits de salvación y ansiolíticos del mercado. ‘Vuelve’, fue la palabra que Bea musitó entre susurros, en una declaración desesperada para que regresara a ella tras mi ausencia de dos semanas. En determinadas circunstancias algunas ausencias se vuelven cuchillas de afeitar y se pasean por la piel cada mañana con el riesgo de perder algo de la dermis, sangre derramada en el lavabo.
Con esa palabra, que era casi un ruego, como recordatorio, me fui de la ciudad aunque nunca me había sentido más desdichado y humildemente perdedor. El lugar al que iba no era agradable, era en verdad un éxodo de mi propia cabeza, el cuerpo era su forma de transporte y la maleta una necesidad superflua. Suele pasar, un día, sin saber por qué, notas que necesitas imperiosamente un lugar donde encallar, un albergue de la propia alma que la acoja y se olvide de todo.
Los días se me fueron de las manos, sueños intercalados con estrellas que nunca entran en casa y algo más necio aún que la podredumbre de la soledad reivindicada.
Es una defensa ante el dolor, sospechaos que un poco de apoyo es todo cuanto necesitamos, y aunque lo podemos agarrar sólo con una mano tendida, nos empeñamos instintivamente en huir de ese calor porque nuestro corazón reclama un armisticio antes de enfrentar otra guerra a campo descubierto. Desearía no haberme ido, poder creer que Bea sería un búnker sin preguntas, sin pasado y sin heridas con las que ajustar cuentas. Pero no dependo de mujeres que me necesitan ni de cuerpos que me provocan, sólo me mueve mi propia supervivencia, como ha sido siempre, y eso está por encima de las esperas en un sofá de esperanzas donde las suplentes se consuelan.
Aquella palabra era una razón para no partir, pero lo hice y volví más deshumanizado, más cansado, más viejo y sin ganar ni un sólo gramo en lo que conocerme a mí mismo.
Busqué su nombre a tientas en la noche en la agenda de mi teléfono. Varios tonos que sonaban a revancha. Nadie espera tanto cuando los ojos del contrario le muestran una huida sin esperanza, una claudicación leída en una mirada que nada podía prometer.

15 marzo 2010

Recorrerte

Las circunvalaciones de su cara eran de una armonía casi perfecta. Tenía además ese olor sexual que en ocasiones invade o sientes en el ambiente cuando está cerca. Lo suficientemente erótico como para poner en alerta, despertar los sentidos y erizar el vello de los brazos mientras el aumento de las palpitaciones se hace progresivo y bombardea las sienes. Al aproximarse presentía la calidez de esos labios en exceso sugerentes que se prestan a diversos pensamientos impíos. Tenía las mismas ganas que ella de limar distancias y buscar sudoraciones a través de nuestros cuerpos, no sin antes saber personalmente hasta dónde iba a ceder en sentimientos. Así es, pequeña, no es tan sencillo bajar todas mis defensas. No escondo lo que ocurrirá. Te desnudaré, te aprenderé de memoria, te admiraré con reverencia en cada fogosa caricia, conseguiré que tu cuerpo sea para mí una fuente de deseos; pero no haré ningún viaje hacia tu casa, no subiré las escaleras para llamarte un viernes por la tarde ni escribiré ningún poema debajo de tu balcón. A ti deberá bastarte el amor que te ofrezco esta noche, la vorágine del deseo no reprimido y mi necesidad de ese volcán; pero no oirás mis buenas noches cada jornada ni te amaré ni recibirás abrazos tan fuertes y cargados de mi cariño que llegues a creer que nada malo pueda ocurrirnos.
Por lo tanto esa madrugada pasada saboreé el oscuro vino de esos besos, la ausencia de limitaciones en la piel, regué con saliva su vientre y las sinuosas líneas de sus caderas fueron un sendero para mis manos; siempre agresivos, con besos que muerden, procurando no hacer que me quisieras demasiado, no estoy ya para esas cuestiones; tuvimos esa noche lo que quisimos y necesitábamos el uno del otro, y aunque en tus ojos vi tristeza con la llegada del alba, no puedo mentirte, ni hacerlo a mí mismo: es mejor no complicarse la existencia en pasiones entretenidas pero de amor inútil, no te podría querer como la quise a ella.

Miedo

Tras años de floreciente niñez, adolescencia y juventud disfrutando de las más variadas y provechosas lecturas, tras quemar sus pupilas en las hojas de cientos de novelas y ensayos en los que conocer mejor el mundo y a sí mismo y también de encontrar inmenso placer en ficticias historias, Edu pensó que había llegado el momento de escribir sus primeras líneas. Y es que, aunque sus manos sostuvieron un número impreciso de tapas de libros, aunque vació tardes de verano y noches de frío viviendo pasiones y miedos de pluma ajena, nunca escribió nada que llevase su firma, ni una breve anotación de cincuenta palabras donde testificara un pensamiento, una convicción, un deseo o un estremecimiento. Conocía la manera de expresarse de los más grandes autores, los recovecos lingüísticos y los recursos literarios, y comprendía las frases de los escritores más toscos como buceaba con emoción en las novelas aparentemente más difíciles e infranqueables. Pero siempre existió ese miedo a la propia pluma, ese recelo a crear algo que fuese suyo, bueno o indiscutiblemente aborrecible, pero suyo.
Pero Inés merecía que rompiera ese muro y se probara, bordara algún texto donde dejar constancia algo del legado de tantos libros devorados. Ella sin duda lo valía, le había regalado en los últimos meses algunas de las mejores sensaciones, las que los poetas (los buenos, no tanto farsante y sensiblero disfrazado) sabían transmitir mejor que nadie; y el nudo en la garganta que a menudo aparecía en el epílogo de una novela formidable era algo similar a los sentimientos que con Inés compartía, cuando la notaba cercana, en la abrasadora oscuridad de su cama compartida.
Se sentó frente a un folio desnudo y un bolígrafo. ¿Eso era lo que se conocía como miedo a la hoja en blanco? Sin duda le costaba un monumental esfuerzo arrancar, inaugurar sus primeras palabras. Acarició despacio el papel con la punta del bolígrafo. Tras la primera frase vinieron tres más, y así hasta mecánicamente redactar de un tirón un párrafo entero. Las palabras empezaban a brotar con fluidez de una parte de su interior que desconocía y la vez le causaba sorpresa y satisfacción, compulsivamente y en estado de embeleso cubrió cuatro páginas enteras. Con el último punto respiro exhausto. ¡Qué sensación!, para Edu ese punto final fue como un orgasmo. Releyó lo escrito, allí, en esas líneas, habitaban las cosas más hermosas que en estos meses pensó sobre Inés y también de la soledad anterior. Y reconocía una notable prosa, con carácter, ritmo y capacidad evocadora. Ella se sentiría muy enternecida al leerlas. Pero el mayor orgullo tenía su rincón en su propio interior, había creado algo, en su mano estaba lo que su cabeza engendró, expresiones del amor y también algo tan indefectiblemente difícil de expresar como el dolor. Edu alzó las hojas a la altura de sus ojos y de secos gestos las rompió en varios pedazos.

09 marzo 2010

Refugio

Echó una mirada retrospectiva sobre un largo trecho recorrido, sobre toda su vida matrimonial, y el trecho le pareció una calle larga, cansada, desierta, donde un hombre solo arrastraba pesadas cargas en medio del polvo. Detrás, en alguna parte, más allá del polvo, sabía que se escondían las verdes y brillantes cimas de la juventud.
'Klein y Wagner' , Hermann Hesse

Era difícil mantener la mirada de sus ojos desquiciados, impulsados por una desesperación en la que él mismo se veía años atrás, el recuerdo de su mujer que tal vez nunca le amó, las décadas perdidas en pos de nada, una quimera que se desinflaba sola en el aire, invisible, y producía ese fondo amargo en el interior, minándolo hasta dejarlo por completo cubierto de escombros.
Pedro llegó a casa hacía 4 semanas, y la hospitalidad brindada para ayudar a un amigo fue de lo más sincera por mi parte, aunque traía consigo el inconfundible hedor del fracaso existencial, esa sombra que un día se instala en la vida de los hombres y ya jamás los abandona. Pero antes de recurrir a mí pasó una temporada de huésped en esos bares a los que acudes penitente para dejarte reposar sobre la barra y balanceas acompasado un vaso de whisky con hielo, locales de música suave que mezclan lo elegante y lo gentil con una capa fina, casi invisible, de algo sórdido y lánguido; habitado también por todas aquellas anónimas historias que esconde cada ciudadano común, unos individuos más en la maraña de la sociedad, paseantes entre las tripas de la ciudad; historias que laten etéreas sin llegar nunca a conocerse.
Le ofrecí un lugar donde seguir en desacuerdo con la vida, y su pesimismo era contagioso y embaucador, extraña combinación de sensaciones la que despertaba en mí el viejo mastín, viejo amigo de tantos sentimientos compartidos y aventuras desmedidas, de reír con todo y llorar por nada, la magnífica impresión del amanecer sobre nuestros rostros vencidos en alguna terraza de cualquier ciudad, lamiendo cercanas las olas o el olor a asfalto recalentado.
Fuimos recordando tiempos en largas jornadas nocturnas con la madrugada de compinche. Las personas raramente hablamos de aquello que no olvidamos nunca, preferimos comentar siempre las cosas intrascendentes, las que pasan superficialmente por encima de la capa que recubre la piel y su coraza; pero guardamos respetuoso silencio sobre aquellas que nos han marcado. Un Pedro totalmente abierto ya en su última andanada y yo hablábamos parsimoniosamente de su mujer, de lo humano y lo divino hasta que vacías nuestras botellas el sol se presentaba amenazador entre las rendijas de la persiana del salón. Muchas veces Pedro se quedaba dormido en el sofá y entonces observaba su cuerpo abatido y pensaba. Él la seguía amando. En cada palabra de odio y dejadez, en cada simulacro de indiferencia se escondía una ternura implícita que brotaba invisible y cubría el vaho del ambiente al hablar de su mujer. Pero la herida era demasiado real por el tiempo transcurrido, era la seguridad de haber perdido años sin dignarse a perseguir sueños necesarios e imposibles, y ella ya no le quería porque las fauces del tiempo habían devorado la pasión y habían devuelto el aburrimiento y la apatía. Y eso es algo que no se puede curar simplemente a base de alcohol y melancolía de amistad. Es la vida perdida, el sentimiento vital desfallecido, los temblores que fui testigo los últimos días, cuando se fue poco a poco abandonado; ese llanto desesperado, el agarrarse al marco de las puertas y caer al suelo con los brazos muy abiertos y los labios desencajados. Sin llevarse al estómago nada que no fuera ginebra o volcánico vodka, y dar paso a las silenciosas tinieblas que revestían mi piso cuando, inconsciente, se derrumbaba sobre la cama.
Fue una tarde de principios de noviembre cuando me impactó la imagen de una bañera a rebosar de agua y sangre, de sangre y un cuerpo lívido que hacía desbordar esa mezcla de líquido y muerte.
El caso es que Pedro se mató para huir de un mundo que le provocaba demasiado daño, y tal vez ya lo decidió el mismo día que se levantó y se dio cuenta que sólo un camino siempre igual y desecado había sido su vida, al lado de una mujer que no le quería pero respetaba su apellido y su posición. Probablemente ya lo asumió al adentrarse en las vencidas noches de los locales de solitarios perdedores con hálito de Bourbon y luego venir a mi casa a buscar su abrigo de despedida, el último refugio donde hablar al fin de cosas que siempre callamos, pero que van destrozando por dentro, poco a poco, comiendo las entrañas, hasta anhelar un adiós que sabe a liberación.

04 marzo 2010

Vinculo

Siempre buscando la llegada de otra mujer que sustituyera las emociones todavía renqueantes, y siempre admirando nuestra propia soledad. Y aún habita ese afán de comunicar. Diego lo sabía y tenía con ella una comunicación que rayaba lo telepático; tan personal e intransferible que los nexos de unión se mantenían a pesar del tiempo y ese supuesto irrevocable acidular de los sentidos.
Con Lorena una mirada significaba un mundo, a través de una palabra dicha en el momento justo sabían lo que esperaban o necesitaban el uno del otro, incluso en la fase intrapersonal leía en sus gestos aquello que la concomía por dentro.
Y en la distancia se conocían y quedaban indemnes las cartas al descubierto aunque el otro tratase de evitarlo por orgullo e individualidad. Eran ambos demasiado listos y su psicología se asemejaba sobradamente además del tiempo de cama, vino y rosas.
Lorena sabía cuando las largas jornadas de ausencia ni señales constituían una estrategia, y a su vez, él calaba enseguida el característico humor de aquella mujer aunque fuera por teléfono; silencios que esperaban una cita, negaciones que encubrían ocasiones e intervalos de voz melancólicos
Con ella bastaba una llamada prófuga al móvil a determinada hora para cargarla de significado, una despedida seca y huidiza para mantenerla en vilo. Los estímulos y mensajes que llegaban a través del cuerpo, las palabras tergiversadas con intención o un escrito de sainete eran inmediatamente identificados. Las más, los silencios venían acompañados de miradas, los mensajes de texto al móvil, de pretensiones.
Llevaba más de 5 meses sin verla. 5 meses de tiras y aflojas y de llenar huecos de ausencias con la integridad de la propia vida y sus motivos. Podía sentirla al llegar la noche y en ese vacío de su voz que no sonaba sabía que su amor aún palpitaba. Siempre conectados, siempre esa revelación entre los dos, ese enganche etéreo y su forma de saber las intenciones el uno del otro o el punto al que quiere llegar, comunicarse por intenciones, por actos.
La llamó una tarde que Diego observaba las nubes alejarse del cielo de la ciudad y a la vez esa vida que se filtraba día a día, hora a hora, por entre su piel y se desvanecía intangible e incontrolable, y sabía que tenía derecho a al menos tener el control de ese derroche.
“Tengo algo muy importante que decirte; nos vemos en el Gredos a las 5”, exclamó por teléfono a la voz dulce e inalterable de Lorena.
Ese bar iluminado por capas, las mesas encajonadas propensas a las conversaciones y la inspección cercana de los ojos, el bar de casi siempre.
Ella llegó a las 5 y 10 pero Diego todavía no estaba. Sentada con su habitual gin tonic de la tarde, balanceando en círculos el pie, se le fue el tiempo con la copa y el embotamiento de la suave música repetitiva pero atrapante del local. Eran las 6. No, no se estaba retrasando. En el momento en que el camarero echaba otra mirada impaciente y curiosa a la cliente solitaria que no renovaba su consumición, Lorena se levantó habiendo entiendo plenamente el mensaje.

01 marzo 2010

Al fondo

Demasiado amedrentado por la posibilidad de que las circunstancias le superasen y los temores, sentimientos, fracasos y palpitaciones se le fueran de las manos, Nicolás había pasado la mayor parte de su vida huyendo de sí mismo, evitándose con recelo y sin aunar el valor suficiente para esa necesaria inmersión al interior, territorio que infligía respeto y una notable inquietud. Siempre a la defensiva, con expectación mal calculada y buscando una solución rápida y fácil ante cualquier encrucijada en la que la decisión hubiera conllevado algo más de aplomo, de dar esa implicación extra, la inevitable factura que se debe pagar.
Pero cuando las circunstancias sobrepasan como el vino derramado en un mantel viejo se filtra por la tela hasta llegar al corazón de madera se ve en la tesitura de aplazar esa huida y el desentendimiento vital que le singularizaba. Por eso se quitó la coraza de la cobardía, puso a un lado la careta de imperturbabilidad y se ofreció en pecho a la vida, dispuesto a perder la integridad en ello, concienciado del alto precio a sufragar, pero sin titubear, con una decisión soberbia y arriesgada que incluía algo de mentalidad suicida.
Fue un cambio ciertamente radical, pero el implicarse de manera personal (y personalizada) en aquello que reclamaba de su coraje, aquello que no podía eludirse por más tiempo, sentía que estaba ofreciendo llegar al fondo, dar una parte de su alma, a razón de obtener un mejor conocimiento de sí mismo que le serviría para ser más consciente a la hora de aplazar, para reconocerse a él y a los demás en las miserias humanas, en vestigios de batallas y también en luminosas construcciones edificadas sobre remotos lugares, muy dentro de la mente, que pilotaba ese travesía por el mundo.
Por eso Nicolás ya no duda en dar lo que se le requiera, cuando su corazón o su mente (o simplemente un instinto de algo que no se ve) le demandan intensidad y sufrimiento, no una ligera mueca superficial o una participación anémica e insuficiente.