Nulla dies sine linea

10 junio 2011

Promesa

Podía verlo, tumbado en la cama, despierto pero totalmente quieto. Apenas era una sombra sepulcral lo que le rodeaba el rostro, y más allá se distinguían aquellos trajes en perchas, colgados en la oscuridad como criminales ahorcados.
Con el suicidio determinamos una acción que no nos exige responsabilidades. Una acto, sea bueno o malo, tiene consecuencias que debemos abordar en un futuro. El suicidio es el único movimiento en este mundo que es auténticamente puro, pues nos exime de las responsabilidades, de los sufrimientos, o de las alegrías a largo plazo. Y después del percutir de un gatillo no hay nada más, por mucho que se empeñen las mentes piadosas. A él también le hubiera gustado poder creer que después de la existencia llegas a ver a un señor de blancas barbas entre bambalinas. Sería el camino fácil, la forma más feliz de vivir y de no pensar.
Pero no quería eso, quería probarme hasta el final, verme en esa habitación esperando hasta que decidiera que era el momento.

Y allí estaba él, con un respetuoso octubre que se volvía gris en su honor, echando por la boca parte de sus entrañas, húmeda bilis que salpicaba las sábanas y el suelo, mientras, de abajo, a través de la ventana entreabierta, dos individuos discutían con pasión sobre la intolerable injustica del penalti que no fue pitado.
Permanecí días sentada en una silla, a la vera de su cama. Admirando macabramente el tono amarillento de su piel, sabiéndole con el hígado destrozado y sin que él dijera una jodida palabra. No sabía cuánto podía aguantar ese cabrón antes de pedírmelo. Una vez mi marido me definió como una hija de puta controladora, puntillosa, de miras estrechas, engreída y satisfecha de sí misma; pero lo de este tarado que se negaba al hospital al saberse sentenciado era desquiciante, el tío más fuerte que conocí en mi vida, que se retorcía de dolor y vomitaba sin dirigirme una palabra o sin comentar al menos “qué tarde más hermosa se ha quedado”. Nada. Quería ser el dueño de cada etapa de su final, marcar los tiempos, tal vez pensar en ello como un mal obligado por una vida desoyendo los consejos de todos.
Una noche, seis días después de entrar en ese dormitorio para cumplir mi trámite, me miró directamente, alumbrado por la tenue y lúgubre luz de una lamparilla, tragó saliva, sonrío y repuso: “Está en la mesita”. Todo había acabado. Una promesa dicha desde bien jóvenes, cuando el amor y el odio se juntaban en la eternidad: Justo antes de morirme, prefiero que me mates tú.
Al levantar lentamente la pistola y apuntar sólo vi en su mirada una especie de amabilidad glacial.

3 comentarios:

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

Qué buenos resultados da a veces estrellarse porque si frente el lienzo en blanco dispuesto a hacer magia a partir de la nada...

Roberto GRANDA dijo...

Enfrentarse al papel en blanco es más ameno si está alguien azuzándome por detrás para que publique algo antes de dormir. Estoy pensando seriamente prohibirte la entrada a este blog.

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

Para que nadie me quiera cobrar luego derechos de autor... la noche me inspira a inspirarte. Al final todos acabamos inspirados y llenos re regocijo trasnochado. Ahora niega que te has quedado encantado con el resultado final, si puedes.