Nulla dies sine linea

04 junio 2011

Dos décadas

Vidas que vuelven a reincidir. Cómo poder olvidar a la pasional y abnegada Eva. Conocía perfectamente cada mirada de sombría irritación. Era más bien su inseguridad acumulada en el silencio, que provocaba un invisible velo de angustia.
Compréndanlo, yo nunca quise ser el plan de la vida de nadie, y para mí y mis veinte años estar con una mujer que me doblaba la edad era solo una aventura y un golpe para mi masculinidad rebosante de testosterona, que encontraba en mi madura amante un destino donde desplegar toda su fuerza. Ciertamente, tampoco hallaba otros estímulos; desprovista de talento, triunfantemente ignorante, ella había conseguido vivir con bastante comodidad sabiendo lo superficial de casi nada. Pero había algo que me ataba a aquella caótica espiral de la que nadie podría salir bien parado: me escuchaba, me recibía cuando estaba borracho, que por aquel entonces era muy a menudo, y claro, en esa época de mi vida no me flaqueaba esa parte del cuerpo que ahora empieza a notar los efectos de los excesos y de la gravedad.

Y yo no pensaba en sus sentimientos ni en la súplica que el tiempo le había impuesto, pensar no entraba dentro de mis propósitos, me dejaba llevar entre sábanas que olían a un intenso perfume y al amanecer tardío correspondía bastante poco a sus abrazos o caricias con pretensiones de ternura. Era duro e insensato, y desconocía que aquella mujer de intensos ojos verdes (y no menos entusiastas caderas) estaba a mi merced. Aunque de haber tenido esa absoluta certeza tampoco hubiera obrado de forma distinta, me temo.
Caía rendido a su cama después de conquistar alguna fémina adolescente cuyo cuerpo estaba tan prematuramente desarrollado como su estupidez, y ni siquiera podía hacerle el amor porque los vapores que desprendía mi cuerpo rezumaban ginebra en cada poro. Y por la mañana no había reproches, ni indicios de querer reprender mi conducta.
Sólo cuando comencé a oler a otras mujeres (tardías pubescentes cuya juventud aún seguía adherida a mi piel al ir con Eva) llegaron esas miradas sombrías y el gesto amargo. Joven sin preocupaciones de amor ni ansiedades, ni siquiera tenía desarrollado (como sí pasa en las relaciones) ese sentido de la responsabilidad para el engaño. Me limitaba a restarle importancia y además continuaba siendo bien recibido en sus piernas, por lo que tampoco me excedía en ocultaciones.

Pero el gran error de mi Eva fue pensar con insensatez en una compañía perenne. O amar en loca soledad el ímpetu de la existencia visto como algo desaforado, sin prisas, el chaval que se presentaba sonriéndole con desdén al futuro y a los años. A día de hoy, más de veinte inviernos después de mi paso por su vida, creo sigue sola esperando un amor para compartir los últimos lustros en plácida y estable armonía. Espero no le abandone la esperanza.
Porque entiendo más que nunca ese sentimiento de apego. Una chiquilla descarada, de insolente erotismo, con sólo dos décadas vividas me tiene amargado el corazón. Y ella se ríe y mira divertida a alguien que peina canas cuando le abrazo y la observo con ternura.
Sé que no puedo tenerla más que cuando ella quiere, y que no es completamente mía; llego hasta ser insistente y controlador con llamadas inoportunas o esperas cuando sale por la noche. Esa dulce criatura de piel espléndida y andares provocadores; su desapego e inmadurez sólo aumenta la tortura del deseo.
Todos buscamos tal vez el cuerpo con el que sentirnos rejuvenecer, esa tabla de sujeción que contagie algo de vida recién estrenada cuando el descenso grisáceo del tiempo se vislumbra ante nosotros. Y es un descenso que no se detiene, que no perdona.

7 comentarios:

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

Lo malo de ser conscientes de lo corto de nuestro paseo terrenal es buscar desesperadamente aquello que creemos nos sujeta a una vida larga y duradera. Se vuelve peor cuando lo abrazamos y somos conscientes de que no es nuestro y sólo es humo.
Quizás sea por ver una película sabiendo de antemano como acaba, pero si es cierto que recuerdo leyéndolo partes de una conversación trasnochada...

Roberto GRANDA dijo...

Dime tú por qué en días específicos me sigue poniendo un nudo en la garganta la canción cutre “¡Qué desidia!” de Fe de Ratas, y eso que la primera vez que la escuché tenía 15 años. Hala, ya tienes curro pa darle a la puta cabeza.

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

Rebosas amabilidad y afecto por cada uno de tus poros.
¿Dónde estuviste metido toda mi vida?

Roberto GRANDA dijo...

La suerte a veces nos sonríe. Pero ten cuidado, en ocasiones tiene los dientes podridos.

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

En los conflictos más férreos es cuando es cuando un combatiente saca de sí todo lo que tiene y también lo que no, con el único y humilde objetivo de verla sonreír. Y no importará si está desdentada: agradecerá haberlo hecho.

Roberto GRANDA dijo...

¿Y quién dice que no haya que pelear? Tener el valor para enfrentarse al día a día aunque las ilusiones hayan quedado atrás. Salir del infierno más reforzado que dañado.
Claro que merece la pena buscar la suerte, o dejar que ella te encuentre, aunque te muestre una sonrisa de doble trasfondo o te enseñe el culo. Pero siempre y cuando estés dispuesta a pagar la factura.

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

Uno siempre está dispuesto. A todo.