Nulla dies sine linea

01 junio 2011

Persuasión


Mañana acudiré a comisaría, pero antes déjame explicarte brevemente, querida hermana, cómo fue el proceso a lo largo del tiempo y a la vez el sorprendente chispazo definitivo que me hizo cambiar de esta abrupta manera el rumbo de mis días. Permíteme que te lo cuente por escrito de manera personal al ser tú mi familiar más cercano.
Estaba en la ducha, dejando que el agua fría (fría de la única manera que el agua de media tarde a conciencia puede estar) penetrara por los poros de mi piel y pusiera un hielo silencioso y cortante sobre mis heridas. Y fue un instante, esa decisión repentina y dura que aparece en la rara reflexión de los momentos más extraños cuando, en una milésima de segundo, como un fogonazo que cruza por mi memoria pero se instala su rastro de forma implacable, me vino la toma de contacto con mi voluntad.

Creo de manera triste me he pasado los últimos años de lo que hasta ahora fue mi existencia viviendo en una coraza ilusoria de recuerdos, como antídoto para el horror. ¿Tú te acuerdas cómo era Andrés al principio? Afirmabas que o me casaba con él o me arrepentiría siempre, que determinadas oportunidades sólo se presentan una vez en la vida…y varios comentarios de ese ámbito. Mantengo aún muy fresco en el cerebro la forma en que su sola presencia me estimulaba, yo tratando de sacar siempre lo mejor de mí, queriendo dar el máximo en cada terreno; y nuestras conversaciones y encuentros primeros, maravillosamente incitantes, evocados después con tanta gracia.
Más adelante, cuando ya se podía entrever en un horizonte cercano las líneas de la boda, sé que adivinabas, por mi sonrisa y esplendor de la cara, el ímpetu, la deliberación carnal de mi futuro marido, la consagración de una pasión exultante que iba más allá de lo puramente convencional.
Luego, mientras todos pensabais que nos iba de perlas (nadie indaga en la profundidad de los dormitorios ajenos, de puertas hacia adentro desaparecen las sonrisas y las buenas costumbres que se ofrendan en el exterior) llegaron los cambios de humor y las épocas de la persuasión, de querer convencerme siempre de su forma de ver las cosas y de restarle importancia con infinito desdén a mis opiniones y criterios, imponiéndose, sacando a relucir las trampas de su personalidad; y un día de improviso, un arranque de violencia demencial, inesperado, una locura que me atravesó la mejilla como una llamarada de odio.

Puedes hacerte una idea del volumen de mi espanto, de la rabia contenida, de lo pueril de mis súplicas. Aquello se convirtió en una descorazonadora constante, aliñada con un velo de alcohol y sangre en su global. Su voz ronca de tabaco y vino sonaba como los cristales rotos de botellas —que me dejaba como regalo en cualquier rincón de la casa—. Brutalmente decepcionado de su trabajo (y por extensión de su vida) se introducía cada vez más profundo en el lodazal de su propio túnel, funesto túnel; mientras mis jornadas transcurrían viendo los auges y declives de un pequeño monstruo, un hombre perdido en territorio enemigo, con el demonio que llevaba en su interior, devorándole paso a paso, incapaz siquiera de una pequeña e inane muestra de cariño, de humanidad; no se dominaba ni conseguía controlarse a sí mismo ni vivir en armonía propia, por lo que arremetía con furia contra la persona que tenía más a mano y que más vulnerable se presentaba, un bucle que lo atrapaba hasta hacerlo estallar también en fieros asaltos sexuales, desprovistos de todo lo referible al tacto.
Yo (fíjate a lo que llegaba por no encarar el terror) disimulaba las llagas de mi piel porque no era capaz de creérmelo auténticamente; pensaba que ocultando bajo la ropa las marcas, tal vez desaparecerían bajo esa capa invernal y también así despertaría de la pesadilla. Evitar mirar el candente surco rosado de los cigarrillos apagados en el hombro, los hematomas de los puñetazos en el estómago, maquillando deliberadamente los capilares reventados alrededor del ojo y otras contusiones que hacían de mi cuerpo la frágil imagen de un muñeca rota, arrancada de las entrañas de sus sueños para volverla ajena a cualquier felicidad que la vida pudiera ofrecerle.
Así pasé tiempo —más del que hubiera soportado otro ser humano sin mi entereza—, mientras vosotras (tú y nuestra ingenua prima) me decíais de hijos, de viajes, o me contabas cómo echabas de menos a papá y mamá.
Pero la cruda realidad que se cobija tras algunos silencios es tan impresionable que ni a la persona que más te quiere eres capaz de acercarte para una temblorosa confesión. No es nada fácil hablar del ruido seco que hacen los nudillos al golpear un pómulo, cómo ese sonido se engancha a tu memoria y te aterroriza en los silencios y en los pasos.
Hoy ya nada importa, cuando hayas llegado hasta aquí, sabrás el desenlace de mi andar por el amor y el odio más intensos.
Te decía, hermana, que algo fuera de mi habitual percepción me tocó en la ducha, aparte del agua fría, como una súbita descarga que me hizo ver clara una idea atroz y necesaria: Iba a matarlo.

1 comentario:

Alba Teresa Porta Garcia dijo...

Da miedo y paralelamente proporciona una inyección de adrenalina. Las últimas frases están perfectamente escogidas sin duda alguna.