Nulla dies sine linea

15 enero 2011

Demolición


No quedaba sino aquella sombría desolación del tiempo en el que vivieron siempre al filo del amanecer, y las ruinas y la nostlagia de su país, el miedo y el pesimismo instalado en lo profundo de las gentes, cuando el hundimiento económico coincidió con la época en que se apuraba la juventud, siempre de un bar a otro, moviéndose incansablemente noche tras noche, hasta los últimos recodos y quemar lo que quedaba de sus buenos años, antes de que llegara la resaca y la soledad.
Inviernos más duros están por venir, ahora que desaparecieron los amigos que compartieron barras y sólo quedan los dos o tres de verdad, ahora que los amores de copa y cigarro se han perdido en la nebulosa del tiempo y el propio humo de la ensoñación de luces en la madrugada, ahora asaltan los recuerdos de cuando eran hermosos y bendecidos por la flor de los años de lo terso en la piel y la ambición oculta en la mirada, sin poder contemplar del todo un país en descomposición, que se preparaba para la etapa más gélida que tenía que llegar al mismo tiempo que se alcanzaba el otoño de la vida. La decadencia de lo que aún se tenía pero se estaba a punto de perder, cuando faltaron el empleo y también las ganas de salir, cuando las generaciones que llegaban hacían ser ya los más viejos del lugar, los veteranos de barras que ya parecían gastadas bajo sus codos, obzecados en alargar la despedida y el ocaso, por miedo a la oscuridad del abismo absoluto que podía estar aguardando en la pura esencia del reverso de la existencia.
Eran productos del despertar, de la democracia consolidada, del hedonismo por encima de todo y la ilusión de la felicidad que no podía ser arrebatada, de valores que iban a entrar en demolición de la misma manera que los mercados iniciaron su desplome, que el irreversible cauce los arrastró lejos de la tierra en busca de el dorado o de un lugar donde encallar con suficiente dignidad.
Ahora que la ciudad en que se nació permanece entre el muro de recuerdos que impiden poder progresar, anclados en memorias de otro tiempo cuando se estaba a caballo entre dos épocas, cuando todo era incierto y lejano y el futuro sólo era un bar más. Y su nación que se retorcía por no entrar en coma, la debacle por los tiburones que arrasaron con todo y únicamente dejaron miseria, el ansía de dinero que segó tantas y tantas ilusiones y puso la nota de dolor en los hogares que estaban cerca de la cuerda floja.
El destino fue el que esperó aguardando a todos los conocidos de por entocnes, los que ponían brillantes canciones al ocio y el alcohol de lunas para disfrutar; ahora persisten en la fatiga en los ojos, el desengaño de un espejimos que les engañó, el despertar de ese sueño ingranto, cuando la bonanza aún resistía al envite de la crisis, sin imaginar que un día la fiesta se iba a acabar, que el tono beige de una foto sería cuanto quedara de sus enamoradas, y el resonar de las risas junto al retumbar de la música que cubrió sus mejores años, un abrazo sincero de camaradas cercanos, el regusto de las bebidas espirituosas impulsando el alma, se iban a desvanecer sin que si quiera pudieran agradecerles con una última canción.
Y el espejo refleja lo que ahora se és, y comienzas a pensar, y la imposibilidad de recuperar lo que se ha dejado atrás.
Ahora la mayoría se han juntado con personas que no agitan su corazón pero signifcan una unión indispensable para hacer soportables los años venideros, matrimonios necesarios para resistir el envite del temporal, no estar solo cuando la ventisca de noviembre se adentre por sus entrañas, pues ya hace mucho frío en la laguna del recuerdo y en este tiritante presente.

No hay comentarios: