Nulla dies sine linea

23 enero 2011

Escenario

Rememoro ese momento y pienso que la vida tiene cosas hermosas aunque injustas. Yo salía del cine a las dos y media de la madrugada, lo que llaman la sesión golfa aunque es la hora más tranquila para disfrutar de una película sin los molestos ruidos de comensales que creen que la sala es un jodido restaurante, y ciertamente apenas hay parejas dedicadas al magreo. Como placer en solitario, es mi segundo preferido. Iba pensando en mis cosas, cabizbajo, rumiando aún por dentro la película y sus consecuencias, y no me había fijado en la chica que estuvo sentada en la penúltima fila todo el tiempo, silenciosa y oscuramente misteriosa. El destino tiene esas cosas insopechadas, directas, colosales. Tenía los ojos tan negros como aquella sala de la que salíamos, y llenó mi cuerpo de luz en el primer vistazo. Saqué la conversación más digna que pude. Me correspondió con su sonrisa. Demonios, era preciosa. Pianista aficionada al teatro que visistaba cines en soledad para olvidar aquellas teclas erróneas que golpeó en el momento equivocado de la vida.
Hablamos hasta que la luz nos sorprendió en su casa. No quería hacer el amor el primer día, pero eramos irresistiblemente parecidos, conectábamos de forma inusual y altamente erótica. La desnudé sin prisas. Fue el principio de la apertura total. No tardé mucho en entregarme, no se demoró demasiado en conocerme.
Me caló desde el primer momento. Y es que yo tenía una relación tan larga como invariable, necesidad de superviviencia que daba la mejor imagen de mí y hacía desaparecer de cara a los demás que yo visitaba salas nocturnas a las doce de la noche, que tenía un alma y unos sueños lejos de lo mundanal, que leía poesía tirado en la cama y amaba en silencio el rostro imperfecto de antiguas actrices clásicas.
Ella lo sabía, sabía lo que yo encontraba en mi novia y también lo que veía en ella. Y eran dos cosas distintas. Incompatibles. La noche y el día. Tarde o temprano una parte cedería, alguien tenía que quedar fuera de esa ecuación.
Fue ella, sabedora de que yo sería incapaz. A la salida del teatro. Nos encantaba el teatro, pese a que los actores eran conscientes de estar interpretando y nosotros conscientes de la farsa, pero nos gustaban las historis que deambulaban una vez subido el telón.
"No puedo más", dijo. Yo lo sabía. Ese día llegaría. Se alejó dos pasos. Iba a tomar otro camino. Iba a desaparecer de mi vida. Tuvo la sutileza de no darme a elegir. Mi novia lo era desde hacía mucho tiempo y a estas alturas no estaba como para renunciar a pragmatismos.
— ¿Qué voy a hacer sin ti? —pregunté, aunque no esperaba respuesta. Tendría que seguir con mi vida, tendría que tener a todos contentos con mi relaicón, tendría que sonreír aunque me muera por dentro.
— La vida es tu escenario —me dijo—. Actúa.

1 comentario:

sueñaquesueña dijo...

... Hay una teoría según la cual todos somos títeres, actores representando la gran farsa de la vida... dirigida por algo o alguien (léase Dios, para los creyentes)... Prefiero el punto de partida de Unamuno en Niebla. ¿Y si sólo fuésemos personajes creados por alguien? ¿Y si nuestra representación durase lo que dura el sueño de ese alguien? ¿Moriremos cuando se canse de soñarnos? Supongo que lo habrás leído, si no, te lo recomiendo, es precioso... La última frase de tu relato me lo ha recordado...