Nulla dies sine linea

18 diciembre 2008

Derrocado




Estaba frente a mí bajo la lluvia y no pude decir ni una sola palabra. Todo lo que salió de su boca lo hizo con la fuerza ineludible de la razón. No podía negar lo contrario, sería engañarme a mí mismo y siempre he rehusado esa necedad.
Era ella la que había hablado, era ella la mujer que amaba, la misma que trasgredió todas las normas en su día para guiarse por el puro instinto que pauta el corazón, la que no pedía explicaciones cuando no se necesitaba respuestas, que callaba cuando el silencio era hermano de la necesidad, la que se cansó de losientos, la que no permitió apariencias, la que huyó de la cobardía y el ardid y le plantó cara sus propios miedos cuando estos le permitían la condescendencia de pensar.
Habló la persona que fue agotándose por las decepciones, los distanciamientos del carácter desconcertante, las excusas y las aclaraciones a destiempo que no justificaban actos ni dichos. Sus palabras eran las de la sólida y segura chica que no flaqueaba en sus convicciones, que rasgaba su genio para dejar abajo, derrocadas, las fragilidades e inseguridades.
Qué inerme que sentía ante la lucidez de su coraje, la fuerza de su espíritu; admitiendo mi inferioridad sobre su arrojo, la personalidad de la mujer supera mi simpleza más anodina y por eso no dije nada, ante la prudente, extraña y seductora sonrisa amarga de su conclusión, de su expresión turbada, las cejas contraídas y el punto final de su mirada.
Cuando acabó, llovía sobre un asfalto sigiloso y no reaccioné más que contra mí mismo, en penitente soledad. La certeza no admite interrogantes, y la impotencia que no necesita aclaraciones es la más injusta, la más dolorosa.

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