Nulla dies sine linea

29 diciembre 2008

Cortinas

Contando pocos años, en el barrio de casas unifamiliares donde me crié, pasé estimulantes momentos pegado a mi ventana y observando aquello que me reclamaba vigorosamente la atención, y dicen respondía al nombre de Mercedes. Tenía que intuir, más que ver, lo que se escondía tras aquellas cortinas muy poco diáfanas que impedían mostrar claramente los objetos, pero daban buena cuenta de la imaginación. Imaginar, verbo predilecto de los niños que sueñan con dejar de serlo, compañero inseparable para los años venideros, a la postre su lacra y su fuente de deseos truncados.
Y detrás de esos visillos se hallaba la figura más hermosa que una mirada infantil hubiera podido observar jamás. Se desenvolvía con un desparpajo que rozaba deliciosamente la insolencia. Contribuía con sus contoneos al deambular de las sombras que proyectaba su silueta, y las formas se tornaban esbozos de cuerpo y sugerencias de pieles. Enfrente de mi casa se hallaba una habitante llegada directamente del edén,
Tenía una mirada inolvidable, y lo afirmo reconociendo que todo cuanto llegué a ver fue su contorno tras el cortinaje. El resto provenía directamente de mi interior, mi maravillada fascinación y la necesidad (necedad) de ponerle rostro al cuerpo, de otorgar ojos a lo soberbio.
El afán observador aumentó conforme me separé de mi niñez, y aunque no volvió aparecer Mercedes por su habitación —abandonó el hogar para buscar su vida más allá de un barrio construido para quedarse— trate de buscarme nuevas musas, aunque ninguna alcanzaba la categoría virtuosa y oscura de la predecesora.
Y probé labios e indagué en miradas y cuerpos, más ninguno conseguía estimular mi necesidad de obrar casi artísticamente entre mis dedos y mi cerebro.

Son anécdotas que cabe recordar ahora, que pasaron tantos años, abandoné al igual que ella el barrio, la vida me obligó a dejar de imaginar para contemplar la realidad de días frívolos, y ya no fantaseo, ni siento, ni observo. Porque mi falta de iniciativa más allá de lo imaginado me impidió conseguir a una mujer adecuada, al perder el rumbo entre mis sueños y tomar parte de ellos; y me resigné a la vulgaridad que se me presentó en forma de única estabilidad posible, siendo después el gran divorcio en seis meses.
Voy metido en un coche la mayor parte del día, hacia un lado y otro, tratando de vender unos productos descabellados, contando una historia inverosímil; y me quedo dormido en el sofá todas las noches, con la tele encendida, proyectando ella sola imágenes hasta el alba, con latas vacías a mis pies, con restos de comida basura en la alfombra y sobras de mis sueños entre brumas. He permitido llevarme a mi mismo a un territorio donde ya no acogen soñadores prófugos ni inocentes figuraciones. No supe hallar el termino medio entre mis deseos y mis actos, y al perderme después sin darme cuenta, me fue imposible dar marcha atrás para volver a ser un niño adosado en una ventana, y tengo que asumir la vida que he desperdiciado, poco a poco, segundo a segundo, año tras año sin percatarme que solo seguía las razones de lo simplemente correcto, y acabé perdido en algo que jamás quise alcanzar.

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