Nulla dies sine linea

10 julio 2011

Creer



Y así vencimos. Fueron los tres años que amamos peligrosamente, y fueron también los más intensos, profundos, largos y apasionados de mi vida. Debo recordar en mis reflexiones, como un homenaje y un sentir, a esa mujer que reclama o reclamó el derecho a su vida, a la libertad de vivirla frente a la incomprensión y a la hipocresía. A todas ellas que durante siglos agacharon la cabeza y aceptaron su destino, y sólo en el momento último antes de la muerte reconocieron haber vivido sin el amor que todos creían y que sólo aparentaba. Y en estos tiempos que (re)corren aún existen taras y guiños ancestrales de cuando imperaba el decir sí y callar la boca, de someterse a anticuados patrones sociales o antes de tomar una decisión tener que mirar la cartera y de reojo a la familia.

Como mujer siempre luché enconadamente por ser la dueña de cada tramo de mi realidad, jamás ofrecí la espalda ni me puse de perfil cuando se reclamaba dar la cara, y nunca me vendí al servilismo, al peloteo ni consentí bromas estúpidas burlándose de mi sexualidad, cuando empezaba mi tranformación de tierna niña a proyecto de mujer en ciernes.
Al principio, al conocerle, tuve muy poco tiempo para estar junto a él. La primera vez casi llegó, sonrió, y se fue, regalándome esa ensoñación que se fija sobre aquello que nunca más ha de volver, ese dolor interno y extraño cuando sabemos que una vibración se va ir apagando insensiblemente por la falta de un combustible que evite las cenizas.
Pero volvió, después de prolongado tiempo, apareció otra vez por la ciudad y por mi vida, y entonces me planté frente a una puerta opaca que era el reflejo de mí misma y me dije que si lo dejaba escapar tal vez evitaría un montón de quebraderos poco recomendables de cabeza y exabruptas turbulencias, pero también perdería seguramente la gran oportunidad de mi vida en materia de amor. Y no quería pasar el resto de mi existencia apegada a las cosas materiales y sencillas, viviendo con extrema comodidad pero con ese vacío inmenso, inabarcable, de amor vacante, de plenitud no satisfecha.
Tuve que ser firme, quererme a mí y creer en lo que hacía; ser brava y olvidar mi férrea educación, destapar mi mente, dejarme volar y así abrir los ojos y los labios, y besar, amar, sentir, tocar, envolver cada minuto que pasaba junto a él. Cada hora que fue un torrente de una emoción primeriza y desconocida.
Y nada me importaba, ni el futuro que querían negarnos, ni las desaprovaciones del entorno; lo que estaba dispuesta a hacer era la gran satisfacción de obrar a mi manera, ser rica por ser libre, libre para elegir y evitar que cierren mis pestañas los que nunca supieron qué es abrazar a alguien y antes de que llegue su olor sentir ya el miedo de perderlo. De no pasar una noche cerca del hueco existente en una cama solitaria que conserva aún los restos invisibles de un cuerpo.
Los diques del camino me hacían envalentonarme y ser aún más feroz en mi empeño de tenerle. Cuando algo así ocurre, no hacen falta señales ni explicaciones, una mujer lo reconoce cuando le llega, identifica el delirio con total seguridad, sin titubeos.
Es corto de contar pero grandioso de vivir, porque así vencimos, y ahora que estamos juntos no pienso en qué hubiera sido de mí de no ser como soy y de no ser él como es, no pienso en ello por no ponerme a temblar de imaginar que, en todas las oportunidades que tuve y en los días que quería rendirme, hubiera optado por lo fácil y seguido mi otra vida, y ahora todo lo que hoy tengo y disfruto no fuera más que un mudo secreto, un párrafo en el libro ese que todos tenemos y que nadie leerá jamás.

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