Nulla dies sine linea

31 agosto 2008

El jefe

Ser el jefe de tu mujer es algo jodido. Tienes que serlo durante 8 horas y luego ponerte el traje de marido. "Peor sería si fuera ella tu jefa", le dicen sus amigos. Pero se pone nervioso cada vez que ella comete un pequeño fallo, y busca la forma de comunicárselo de forma que el resto del personal lo vea como un acto normal entre jefe y empleada. Sabe lo que los demás piensan, sabe lo que el director insinúa, es consciente de que el resto de la plantilla cuchichea que tiene los privilegios de ser su mujer, que nunca se le será asignada una tarde desagradable, una negociación con comerciantes asiáticos que pueda terminar en fracaso o un viaje de negocios tedioso y rutinario. Y cuando intentó cubrirse enviándola a aquella reunión con los gerentes de la empresa rival, ella le echó en cara que el encargo solo fue para lavar su imagen de cara a la gente y su relación se vio en serio peligro de crisis. Sabía como llevarlas en su puesto de subdirector de la empresa pero no sabía costear las crisis en su matrimonio, pues le pillan siempre con las defensas bajas, pues cuando se casó lo hizo convencido de que era una unión que otorgaba paz y tranquilidad, que las discusiones entre casados son inexistentes precisamente por su concidición.
Y el mes después de las vacaciones de verano llegó aquel encargado joven y simpático, con su aspecto varonil y tan atractivo, que hacía reír a las comerciales y provocaba suspiros entre las becarias. Era decidido y tenía iniciativa, y la idea era que aportara una nueva visión a la empresa. Enseguida cayó en gracia a su mujer, que tenía todo el morbo que una cuarentona bien proporcionada y bonita podía despertar en un joven talentoso decidido a triunfar en los negocios. Varias veces pudo ver las conversaciones en la máquina de café y camino de los lavabos, como ella le reía los chistes que, además, eran buenos, y el empeño que el muchacho ponía en serle de su agrado. ¿Peloteo a la mujer del jefe? Tal vez, pero los ojos de él le sugerían otra cosa. No hay nada como observar los ojos para saber lo que una persona espera, trama o siente. Y aquella noche, cuando el subdirector volvió a casa después de cerrar los últimos trámites del día, su mujer ya estaba ataviada con su ropa de cocinar y de los fogones salía el humo de un filete apunto de ceder ante el aceite.
-¿Cómo ha ido la tarde?-se interesó ella sin apartar la vista del fuego.
-Aburrida, hoy Gómez ha vuelto a extraviar las cuentas de los de hacienda.
-Ese chico es un desastre, deberías mandarlo para información.
-Si, tal vez lo haga- musitó cansado y cortando un trozo de pan para un tentempié.
-Por cierto, no he visto a Raúl hoy por la oficina, que ha ido a las jornadas de Valladolid? -dijo ella preguntando por el joven al que tanto aprecio parecía profesar.
-No, no lo has visto porque no estaba. Pero no se fue a Valladolid, ha vuelto a su Sevilla natal. Lo he despedido.

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