Nulla dies sine linea

01 abril 2009

Naipes

En realidad no conozco otra manera de obligarme a concederle ese derecho, de seguir mi camino por la bebida en soledad.
Sonia ve pasar mis días y me mira como se le mira a un desahuciado minutos antes de que lo conduzcan al patíbulo. Lo que sus ojos muestran es una profunda tristeza embadurnada del color ocre que pinta sus pestañas.
Qué inmensamente bella era y que endiabladamente guapa me sigue pareciendo, aún desde esta deformidad constante en la que he instalado mi cabeza.
Yo la amba con mi mente, la estrechaba en los brazos en aquellas tardes infinitas y las noches giraban entorno a dos cuerpos barnizados de amanecer. Por entonces no existían las horas y mucho menos los minutos. Fueron los años en que las razones para hacerlo no necesitaban ser rebuscadas ni explicadas, cuando todo lo llenaba su presencia, los años del éxito y el glamour. Ahora me siente zafio, grosero, si intento tocarla con esa pestilencia que me envuelve. Sonrío con el borde de la copa resbalando por mi mejilla.
No tiene ninguna obligación de aguantar esto. "En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad", había dicho el cura el día de la boda, pero por todos es sabido que los lazos celestiales que forjan una unión son tan perecederos y quebrantables que la única manera de hacerlos factibles es la propia voluntad terrenal, la que nosotros imponemos. Y Sonia es testigo de una decadencia que comenzó el mismo día que cometí el pecado imperdonable del fracaso, de mandar al carajo al editor y refugiarme en esta cárcel ilusoria de alcohol y despotismo que me sumerge en un círculo de abnegación involuntaria de mis deberes vitales y como hombre. El despertar violento de este infierno que me ha convertido en un dipsómano ansioso es mucho más horrible por permanecer en todo momento al tanto de la forma en que destruyo mi vida y la de mi mujer. Ha decir verdad yo ya me importo poco, pero ella...ella fue la primera persona que abrazé cuando publiqué el primer libro, la que amaba mi causa de futuro; ella ha endeudado los mejores años de su vida por este proyecto que se desmorona como un castillo de naipes, ella vio y escúchó cosas que llevarían al límite de lo soportable a cualquier mujer, y ella sigue aún al pie de mi cama cuando la resaca me revienta el estómago y suplico entre dientes un trago que calme ese temblor.

Será mi mujer hasta el fin de mis días, pero seguiré solo hasta el final. Cuando Sonia despierte mañana espero estar muy lejos de su cabello dorado. Tengo todo lo que creo necesitar. Sobrevivir tampoco es un problema si deambulo por los lugares donde nadie me va a buscar. No habrá palabras para una despedida tan trágica. La observo y lo sé: tiene que ser feliz. Así recordaría que había estado viva y su juventud iluminaba otros caminos lejos de un espectro acabado. En realidad no conozco otra manera de obligarme a concederle ese derecho.

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