Nulla dies sine linea

15 abril 2009

Consejos

Llevo diez años viviendo de esto y se de lo que hablo. Por mi consulta llegan situaciones de todo tipo. Unas parejas buscan juntar como pueden los pedazos de una antigua pasión ya insalvable, otras acuden en busca de consejos que les puedan rescatar del naufragio, cuando la balsa que los sustenta es frágil y quebradiza. Algunos desean la fórmula mágica de la felicidad, y vienen bajo el menor pretexto cuando sus situaciones pueden ser llevadas por ellos mismos si se hubieran parado a pensar 5 segundos cada cosa antes de acudir a un sitio como este. Piensan que el esfuerzo que supone mantener el equilibrio entre dos se puede solucionar con unas terapias y cuatro palabras de un desconocido disfrazado de asesor. La relación que muchos individuos mantienen con sus parejas equivale a un diálogo de sordos. Veo hombres derrumbándose, sacudiendo la cabeza como un perro al salir del mar, con el veneno de las dudas minando su entereza. Sospecho que esto ocurre al sentirse interrogados, al hablar con pudor a un extraño de un fracaso anunciado, al igual que el que se lanza al abismo buscando la plenitud, sabedor de que nadie sería capaz de impedírselo.
Y yo… ¿trabajo en esto para olvidar? Aconsejar a los demás mostrando una supuesta experiencia por encima del resto, disertar y escucharles es gratificante para huir de tus propias heridas, decirles que hablen, que busquen en su interior y en el de la otra persona, hundir la mano en las más profunda oscuridad y sacar a la luz los sentimientos perdidos, que se revelen como una excelente terapia. Por desgracia no está solo en mis manos conseguirlo, sino en las suyas; sobre todo, en las suyas. Una muralla impenetrable de miedo e indecisión suele cubrir normalmente esa oscuridad. Lo cierto es que no soy espectador sino en parte participante de un esperpento de mi propia vida. Sugiero a los que dicen tienen talento para ello que piensen escribiendo, desarrollar esa cualidad para conectar con el otro. Es una sugerencia en el fondo falaz. Durante mucho tiempo escribí pinceladas de realidad camufladas en ficciones, para comunicar hechos o sentimientos. O al menos eso creía. Pues jugamos con palabras y momentos queriendo traspasar fronteras invisibles de besos y sentirnos alguien importante.
Y al final del camino solo nos encontraremos con palabras envasadas al vacío. Porque podemos creer que todo eso y más lo hacemos por un fin común, para transmitir emociones o completar con broche el círculo del amor, para clausurar o abrir una relación, para pedir por aquello en lo que creemos tenemos futuro, en cartas de apertura o de cierre, y plasmando eso en consultas que nos ayuden a poner fin a algo por el bien de los dos decimos, o continuar aquello que nos llena; pero en realidad, y esto es tan duro como cierto, sólo lo hacemos para salvarnos a nosotros mismos.

1 comentario:

Pelodegato dijo...

no hablo de fracaso en realidad, si no de la consciencia de no correr, si no de disfrutar mientras..... a veces el fracaso es no intentar, o pensar que no llegas y dejarlo antes.

Tomarse las cosas con calma, esperar resultados a medio plazo, no tocar a meta el primer día, que eso sí desilusiona.