Nulla dies sine linea

23 marzo 2009

Surcos



Apostada en mis recuerdos, no logro evocar mucho de aquel enternecedor inicio, cuando el mundo se justificaba solo, y la niñez impedía sentirse cansada a la memoria. Parece que mi vagar comienza con la primera vuelta del revés del amor, la insensatez que parece promulgar el mundo y todo aquello que me rodea. Y lo que me rodea es una doncella de hierro que se va cerrando poco a poco sobre mí, percibiendo la cercanía de sus clavos oxidados, atosigando un presente que intenta vivir de la reminiscencia, como si ya viniera de vuelta de todo.
Tan sólo sigo las huellas que ya sintieron mis días. Sospecho que espero un desencuentro con el tiempo que me lance a otro estado peor, y no sé si me encuentro preparada para una caída aún más angosta y profunda. Soy ya tan joven que me siento cansada, aunque mi mejor amiga dice que la palabra es perdida. Y me habla, a través del espacio que nos separa, con admirable sinceridad de su sentimiento común de desolación. Es ecuánime en sus frases y en el trato cotidiano, merece la pena ser escuchada y oída aunque el teléfono nunca transmita calor ni pueda interceder en la cercanía que aporta el contacto. Su voz me relaja en la oscuridad aunque las estrellas ya no bailen escenas mejores.
Esta semana mi madre volvió a encontrar regueros de lágrimas en la almohada, delatoras de noches inventadas para que mis ojos no se cerraran, para recordarme las veleidades que la mente se toma cuando rehúyes de lamerte las heridas, pero el capricho del alma no entiende de deseos ni de horarios. Y me hiere que sienta, que sospeche mi situación. Me solía leer de pequeña en esa misma cama, siempre después de cenar, soñando otros mundos antes de conocer el dolor de este; y decía que Jesús me cuidaba mientras permanecía dormida. Un amor incondicional que no se puede comprar ni vender, malgastar o hacer uso inapropiado al desoírlo. Ahora no busco que cuiden de mí, me basta con sentirme fuerte para sobrevivir, para levantarme más allá de esos surcos que envilecieron mi cama, aunque contenga dentro del estomago un hondo temblor. La mirada del Prozac lleva siempre adjunta un dolor silencioso.

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